Los Directores de la Gaceta de Bellas Artes de la AEPE: Bernardo G. de Candamo

Por Mª Dolores Barreda Pérez

 

Los Directores de la Gaceta de Bellas Artes

de la Asociación Española de Pintores y Escultores

cabecera 1

 

La  Gaceta de Bellas Artes 1912

En octubre de 1912, en el número 28, en el que figura como Director Manuel Villegas, en el que será el número de su despedida, y como Redactor-Jefe Bernardo G. de Candamo, la portada hace un importante anuncio. Con el antetítulo “Nuestras reformas”, el titular “Lo que aspiramos a hacer”, y la entradilla destaca “Intentando mejoras materiales. Siempre dentro del Reglamento. Conversaciones sobre Arte. Teoría y Estética. Queremos que los artistas colaboren en nuestras campañas”. Y tras esta declaración de intenciones, un largo texto que merece la pena reproducir:

La GACETA DE LA ASOCIACIÓN DE PINTORES Y ESCULTORES va a cambiar, si no así de pronto y súbitamente de aspecto, por lo menos en un sentido del todo compatible con el Reglamento, de criterio.

Entiéndase lo de criterio como debe entenderse. Nos referimos, exclusivamente, a que ya que la Asociación ha adquirido fuerza, personalidad y vida, debe a su vez adquirir fuerza, vida y personalidad el Boletín, que es a modo de programa y a manera de síntesis a un tiempo mismo. Sobre todo personalidad es lo que necesita, lo que exige este periódico. Y la tal personalidad suya no puede ser otra cosa que un reflejo fiel de la personalidad de la vasta entidad social.

Bien está que el Boletín recoja las cuentas, los estados, las convocatorias, los anuncios de Exposiciones próximas, la noticia de las recompensas, etc. Para eso es, en primer término. Pero esto, por ser de índole utilitaria, es menos alto y menos ideal que otros nobles estímulos artísticos. Eso es el final del arte, es el acabamiento material de las obras de belleza, que por ser como son, y dada la índole de la vida contemporánea, no pueden aspirar a galardones de una naturaleza más elevada.

La GACETA dirá, pues, todo lo que debe decir; anunciará cuanto debe anunciar, recogerá cuanto debe recoger. Pero, ¿no os parece a vosotros, artistas, que falta algo? ¿No creéis que aparte de lo puramente oficial y referente a las aspiraciones justas, pero limitadas, debemos nosotros, los que redactamos la Revista, hablaros de arte y hablaros de belleza! Para los que encuentren en las columnas dedicadas a la información oficial la noticia que les convenga, nuestra divagación previa servirá de distracción y de entretenimiento, para los que no sólo no hallen lo que anhelan hallar, sino acaso lo contrario, nuestras palabras podrán ser consoladoras.

Pretendemos hablar de ideal artístico y de práctica del arte, de acuerdo con los criterios actuales, con las tendencias del día. No serán nuestros discursos escritos vanas palabrerías. El ejemplo servirá para concretar lo teórico; y junto al recuerdo de obras realizadas irá la consignación de las teorías que las han precedido.

Hablaremos de estética; haremos labor crítica; realizaremos trabajo, si no pedagógico, que sirva de estímulo al pensamiento y de excitante al recuerdo. No pararemos mientes en lo que signifique pueril moda de un día; y ni acogeremos con una sonrisa siquiera, ni consideraremos digna de nuestra protesta la arbitrariedad artística, que va encubriendo su impotencia cada día bajo un calificativo diverso. El arte, sobre todo en España, debe responder a la salud, al equilibrio, a las condiciones inalienables de la raza.

Tampoco sentaremos plaza de voceros del sentido común. Un poco de decisión en arte, una pequeña dosis de valor para afirmar, en la mayoría de los casos, a la obra aún construida con arreglo a cánones de escuela o de casticismo un nuevo y poderoso prestigio. El sentido común no ha tenido nunca que ver con el arte puro en sus aspectos geniales.

Es preciso añadir al pensamiento inicial algo que en vez de ser sentido común valga por sentido crítico. Hace falta propagar entre todos que la crítica no es solamente censura de la obra realizada; el primer crítico debe serlo el artista mismo, critico de sí propio y crítico de la realidad o de la idea que aspire a reproducir mediante los materiales del oficio. Sin recurrir a la minucia histórica, puede recordarse que todos los genios del arte, en todos los tiempos, han trabajado sobre bases de criticismo de su obra y de la naturaleza del arte en general. De Leonardo de Vinci a Augusto Rodin hay más espacio en lo relativo al tiempo transcurrido que en lo que significa comprensión del arte en la idea y en el trabajo mecánico que su realización exige.

Hablaremos de arte, a nuestro modo, como nuestra cultura y Dios nos den a entender. ¿Hay nada más bello ni más noble que una conversación frecuente sobre materias artísticas? Y esto que hemos escrito es tanto como el enunciado de una campaña. Precederá a lo utilitario, a lo que posee valor económico y se mezclará con ello, lo que aparte el pensamiento del número, de la cátedra, de la oposición, de la Exposición y de las recompensas. Sobre el conjunto prosaico de las noticias posará de vez en cuando su vuelo la mariposa del Ideal.

Y en esto aspiramos a que nos ayuden nuestros colegas los artistas españoles. Será la GA CETA tribuna abierta permanentemente a toda idea, a toda doctrina artística. No deben preocuparse los pintores o escultores de no dominar la forma literaria. El que tenga algo que decir que lo diga. Nuestra Redacción se encargará de corregir las cuartillas que se nos manden en los casos poco probables de que ello sea preciso. Estamos dispuestos, no sólo a acoger los trabajos que lo merezcan, sino a realizar las campañas que no estando en desacuerdo con el Reglamento sean justas.

Confiamos en que esta intervención directa de los asociados en la GACETA pueda fortalecernos y en que puedan deducirse de ella considerables ventajas para el arte español actual.

He aquí una parte de nuestro programa, acaso ampliable en lo que se refiere al aspecto de la GACETA, a mejoras de presentación, a mayor frecuencia y, sobre todo, a mayor puntualidad en su aparición.

Al efecto, ha aceptado el cargo de Redactor-jefe de nuestro Boletín un escritor que ha hecho notables campañas de crítica de arte, Bernardo G. de Candamo, conocido ventajosamente de cuantos se interesan en España de cuestiones literarias y periodísticas. Su nombre es una garantía, y nos complacemos en poderlo colocar al frente de esta publicación”.

Sin embargo, el número 28, correspondiente a octubre de 1912, fue el último en hacerse en ese año, reanudándose la publicación ya en enero de 1913, pero con otra cabecera llamada “Por el Arte”, y con otro director, José Garnelo y Alda.

Que González de Candamo fuera Redactor-Jefe de la Gaceta de Bellas Artes no puede más que ser motivo de orgullo para nuestra publicación, que con él alcanzó una categoría que sólo a la luz de la historia se puede apreciar como debiera, puesto que la biografía de este hombre, que ahora abordamos, deja bien claro que debíamos hablar de él como cofundador de la Generación del 98. Ni más, ni menos.

Bernardo González de Candamo y Sánchez-Campomanes fue una de las figuras más destacadas del panorama cultural español desde finales del siglo XIX y hasta más de la mitad del siglo XX.

Y un orgullo para todos los socios de la Asociación Española de Pintores y Escultores.

 

Bernardo G. de Candamo

 

Firmaba sus escritos como Bernardo G. de Candamo, abreviando sus apellidos, que eran González de Candamo y Sánchez-Campomanes, y utilizó también el pseudónimo de Iván d’Artedo.

Bernardo G. de Candamo fue un periodista y escritor modernista español, miembro de la generación del 98, nacido el 5 de enero de 1881 en París (otros escritos lo fechan el día 1 e incluso el 2), y que falleció en Madrid, el 9 de septiembre de 1967.

Fue además un prestigioso crítico literario y de teatro en los principales diarios españoles durante el primer tercio del siglo XX. Socio Bibliotecario del Ateneo de Madrid durante la Segunda República y salvador de esa casa y de su Biblioteca durante la Guerra Civil.

Su nacimiento en París fue circunstancial, debido a la ocupación de su padre, el abogado Ladislao González de Candamo, que trabajaba en la legación de Perú en la república francesa. Su tío, Manuel Candamo Iriarte, que era embajador del Perú en Francia, había sido Presidente de la República.

A los tres años, su familia regresó a Oviedo, donde estudió la enseñanza primaria con Ramón Pérez de Ayala. Bernardo realizó sus estudios en la capital asturiana y concluyó el Bachillerato en Madrid, en el Instituto San Isidro, ciudad a la que se había trasladado en 1893.

En Madrid se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Central, alternando continuos y frecuentes viajes a París, donde se introdujo en el mundo de los primeros poetas modernistas, como el guatemalteco Gómez Carrillo, con el que Candamo mantuvo una estrecha amistad.

La formación de Candamo fue también autodidacta, basada en su gran afición a la lectura y en el acceso que desde niño tuvo a una completa formación intelectual, dada la relación de su familia con los distintos ambientes artísticos.

A los 17 años, sustituyó las clases con las tertulias de los escritores y artistas en los cafés madrileños y en el Ateneo de Madrid. Contaba entre sus amigos y contertulios con los principales escritores de fines del siglo XIX y principios del XX que conformaron el Modernismo español y la Generación del 98. En particular, entabló estrechas relaciones con Rubén Darío, Ramón María del Valle Inclán, Francisco Villaespesa, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Azorín, Jacinto Benavente, Ramiro de Maeztu y Miguel de Unamuno, con quien mantuvo una amistad profunda e intercambió, hasta la muerte del rector en 1936, numerosas cartas, reproducidas en el libro de Jesús Blázquez “Unamuno y Candamo. Amistad y epistolario (1899-1936)”.

Candamo introdujo en esas tertulias modernistas y noventayochistas del cambio de siglo a Rubén Darío; en abril de 1900, recibió en Madrid a Juan Ramón Jiménez cuando éste llegó a la capital por primera vez, junto con Francisco Villaespesa, Salvador Rueda y Julio Pellicer y se lo presentó a Miguel de Unamuno; también proporcionó al rector las primeras noticias sobre Picasso, cuando ambos colaboraban en la revista Arte Joven.

Entre 1899 y 1906, publicó poesías, cuentos y reseñas bibliográficas en revistas señeras del grupo del 98, en las que algunas veces actuó como cofundador.

La actividad profesional de Bernardo G. de Candamo fue eminentemente periodística, pues de periodista ejerció en los principales rotativos españoles del primer tercio del siglo XX.

El crítico, que se movía como pez en el agua por el Madrid intelectual y bohemio de la época, fue descrito por Víctor Ruiz Albéniz, Chispero, de esta manera: “Menudito, muy miope, eterno ironista, gran cultura, buena pluma, pero acusando excesivamente su constante afán de encaramarse tras de las innovaciones triunfales, a las que, por cierto, siempre llegaba con retraso y para caer de ellas inmediatamente”.

Por su parte, Rubén Darío, en su Autobiografía, lo incluye en la relevante nómina de amigos españoles del fin de siglo: “Me juntaba siempre con antiguos camaradas, como Alejandro Sawa, y otros nuevos, como el charmeur Jacinto Benavente, el robusto vasco Baroja, otro vasco fuerte, Ramiro de Maeztu; Ruiz Contreras, Matheu y otros cuantos más, y un núcleo de jóvenes que debían adquirir más tarde un brillante nombre: los hermanos Machado; Antonio Palomero, renombrado como poeta humorístico bajo el nombre de Gil Parrado; los hermanos González Blanco, Cristóbal de Castro, Candamo; dos líricos admirables, cada cual a su manera: Francisco Villaespesa y Juan Ramón Jiménez; Caramanchel, Nilo Fabra, sutil poeta de sentimiento y de arte; el hoy triunfador Marquina y tantos más”.

Cabecera de la Gaceta en la que aparece como Redactor-Jefe Bernardo G. de Candamo

 

Luis Calvo, en una semblanza dedicada a Candamo con motivo de su muerte, no duda en declarar que “en vez de ‘Los del 98, y Candamo’, hubiera debido decirse: ‘Candamo y los del 98’. Pues fue el engarce de aquellos hombres dispersos e individualistas que formaron la generación de 1898”.

Fue corresponsal en París para el diario El Mundo durante la primera guerra mundial, además de escribir ya desde finales del XIX en Gente Vieja, Cosmópolis, Revista Nueva, Helios, Madrid Cómico, Vida Literaria, Santo y Seña, Nuestro Tiempo, Juventud, la barcelonesa Revista, La Hoja del Lunes, de Madrid —en la que firmaba con el seudónimo de Iván d’Artedo—, Vida Nueva, La Lectura, Arte Joven o El Fígaro.

Unamuno, a través de sus numerosas cartas a Candamo, influyó en sus concepciones literarias y en su toma de compromiso social. Candamo, por su parte, fue el informador de Unamuno con respecto a cuanto acontecía en los ambientes literarios del Madrid. Durante décadas, actuó como fiel compañero del rector salmantino en sus visitas a la capital. Visitó a don Miguel en su destierro en Hendaya durante la época de la dictadura de Primo de Rivera, régimen que también le deportó a él mismo a Ciudad Real.

Toda la literatura de finales del XIX y, sobre todo, de la primera mitad del XX, llegó a manos de Candamo, que ilustró durante décadas a sus lectores con acertadas opiniones y comentarios objetivos sobre el panorama literario contemporáneo al autor. Obras de Baroja, Unamuno y Azorín; de los dramaturgos Arniches, los Quintero, el matrimonio Martínez Sierra o Jacinto Benavente; de hispanoamericanos como el poeta mexicano Francisco A. Icaza, pasaron por el tamiz crítico de Candamo, que supo recomendar al público español qué representaciones teatrales merecía la pena ir a ver o qué libros era imprescindible adquirir.

Bernardo González de Candamo, un espíritu inquieto y a buen seguro devorador de todo tipo de literatura, también escribió algún que otro poema que publicó en la revista Arte Joven, de la que él mismo fue uno de los fundadores.

Candamo, además de su labor periodística como crítico literario y teatral, desarrolló una amplia actividad en el seno del Ateneo Científico, Artístico y Literario de Madrid desde su ingreso en 1899, cuando la presidenta de la sección de Literatura, Emilia Pardo Bazán, lo propuso para ostentar el cargo de secretario de la misma sección.

 

En el mismo número de la Gaceta de octubre de 1912, Villegas Brieva confirma  el cargo de Redactor-Jefe de Candamo

 

Leyó Bernardo con motivo de su nombramiento un ar­tículo en el que, bajo el epígrafe de “Opiniones literarias”, realizaba un exhaustivo análisis de la generación de fin de siglo. En el texto, que suscitó numerosos comentarios por parte de sus coetáneos, se hallan varias de las premisas que definen a Candamo. Una frase es particularmente reveladora: “Y puse sobre mi corazón las Elegías de Ventura Ruiz de Aguilera, y puse sobre mi cabeza El sombrero de tres picos”. Es decir, el “parisino” reconocía en el pasado inmediato español una fuente importante de inspiración y enseñanza.

Pero, como los del grupo en que está inscrito y en el que comenzó su andadura desde tan joven, también fue un gran defensor de la literatura que se cultivaba fuera de las fronteras españolas —especialmente la francesa y, destacando sobre el resto, la obra de Verlaine, del que se declaró ferviente admirador y discípulo—, y el “arte nuevo”.

Este tema fue motivo de diversas digresiones aparecidas en artículos posteriores de don Bernardo, y resulta fundamental para conocer la opinión acerca de lo que debe ser la literatura el publicado el 19 de marzo de 1912 en la primera página de El Mundo madrileño y en el que, con el título de “Acerca del Neoclasicismo. Escritores y edi­tores”, arremete contra los que él denomina “casticistas”, a los que identifica como aquellos autores tan anclados en el pasado, concretamente en el nacional, que se niegan a abrir los ojos a las nuevas tendencias que llegan de fuera. Comienza el artículo así: “Se advierte en la literatura española contemporánea algo que vale por un caso de atavismo, de regresión a los viejos modelos, de vuelta atrás. (…) Algunos, muchos acaso, de los escritores jóvenes, procuraron dar a sus ideas y a sus sentimientos del día una expresión denodada y un vocabulario de edades pretéritas y remotas. El hecho es indu­dable. Desde Pedro de Répide a Diego San José está repitiéndose a diario el caso”. E incluye en el texto la postura de los que, como él, defendían la novedad: “El hecho de copiar el estilo viejo es para nosotros algo pueril, algo presuntuoso y que además va contra el progreso de una literatura que, como la española, se ha dejado influenciar por toda clase de elementos extraños, unos del Norte: ejemplo, los libros de caballerías; otros meridionales, y ahí están los poetas italianos, que trasegaron toda su espiritualidades el seco naturalismo del arte de Castilla”.

Algunas de las escasas fotografías existentes de Bernardo G. de Candamo

 

Su labor le granjeó un homenaje de doscientos ateneístas en mayo de 1935, presidido por sus amigos Manuel Azaña, Fernando de los Ríos, Ramón del Valle Inclán y Ángel Osorio y Gallardo. Al poco tiempo, el Ateneo le nombró Socio de Honor.

Durante la Guerra Civil, Candamo fue el único miembro de la Junta Directiva de la casa que permaneció en el Madrid sitiado. Consiguió preservar la Biblioteca e instalaciones del Ateneo y logró mantener las propias actividades de la institución durante aquellos duros años.

Al terminar la contienda, Candamo fue depurado por el nuevo régimen. Le salvó que su hijo primogénito, Bernardo, luchara en las filas nacionales y falleciera a los 25 años, y Finat, el Conde de Mayalde, director de Seguridad que fue teniente provisional del hijo muerto.

Solamente algunas publicaciones dirigidas por antiguos amigos le abrieron sus puertas -«Santo y Seña», «ABC» y «Hoja del Lunes» de Madrid- en las que firmaba bajo el seudónimo Iván d’Artedo, en recuerdo de uno de los más bellos paisajes de su infancia asturiana, la Concha de Artedo.

También utilizó el seudónimo Pickwick, por su gran admiración a Dickens.

Poco antes de morir recibió el homenaje de la Asociación de la Prensa de Madrid.

Bernardo González de Candamo falleció en su casa de Madrid, el 9 de septiembre de 1967, a los 86 años de edad.

La obra de Bernardo G. de Candamo es esencialmente periodística. Publicó en 1900 su primer y único libro bajo el título de Estrofas con un prólogo de su maestro y amigo Miguel de Unamuno. Se trata de un libro de prosa poética modernista, muy influido por la literatura francesa del momento y por Rubén Darío. El libro no alcanzó el éxito que esperaba y decidió dedicarse al periodismo como crítico literario y de teatro.

En sus primeros años de actividad profesional, colaboró en las revistas noventayochistas: Arte Joven, Vida Literaria, Vida Nueva, Juventud y La Lectura, así como en los periódicos madrileños El Imparcial y Diario Universal.

La firma de Candamo apareció en los principales rotativos españoles del primer tercio del siglo XX. Ejerció como crítico de teatro y de literatura en El Gráfico, El Fígaro y El Mundo, La Vanguardia de Barcelona, La Nación, El Tiempo, e Informaciones. Trabajó como redactor jefe en El Fígaro y en la revista Summa.

Bernardo González de Candamo y Sánchez Campomanes estaba casado con Carmen Feliú Acevedo, hija del general Feliú, militar afecto al rey, y a la que unía una gran amistad con la infanta Doña Isabel.

Padres del periodista y crítico de arte Luis González de Candamo y Feliú, especialista en la obra de pintores y escultores tales como Pancho Cossío, Benjamín Palencia, Francisco Arias, Eduardo Vicente, Álvaro Delgado, Luis García Ochoa, Francisco San José, Gerardo Rueda, Gustavo Torner, Antonio Lorenzo, Aurelio Teno, Matías Figares, Juan Francisco Toro de Juanas y Manuel Pardo.

Bernardo con sus hijos Bernardo y Luis

 

Vivía en el barrio de Salamanca, en la confluencia de la calle Claudio Coello con Don Ramón de la Cruz, donde nacieron sus hijos Bernardo, fallecido en la Guerra Civil, Carmen, fallecida al año de nacer, y Luis.

 

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