Mª Dolores Barreda Pérez
Secretaria General
Secretaria Perpetua de la AEPE
El pasado mes de noviembre, el Bando de España presentó dos retratos de la fotógrafa Annie Leibovitz, Premio Príncipe de Asturias 2013, por un importe de 137.000 euros (casi 23 millones de las antiguas pesetas). Dos fotografías.
Además, se presentó el retrato de Pablo Hernández de Cos, ex Gobernador del Banco de España, por importe de 88.000 euros (más de 14 millones y medio de pesetas). Otra fotografía.
Las tres imágenes tienen iluminación artificial, una vez que Leibovitz ha incluido todas las posibilidades que ofrece la postproducción digital, ya que sus fotografías actuales no se entienden sin las herramientas de creación digital.
Al pobre Hernández de Cos casi le corta el pie, mientras que su figura desgarbada y su pose descuidada y abandonada sobre la mesa, no ofrece la confianza de estar ante uno de los mayores responsables para la estabilidad del sistema financiero nacional y europeo. Claro, tampoco ocurre con su sucesor, pero eso ya es otra película… miedo me da pensarlo.
Los retratos de Felipe VI y Letizia son dípticos: 2,2 metros de alto por 1,7 de ancho, que ya forman parte de la colección del Banco de España, entidad que los ha sufragado.
El retrato de la reina Letizia está equilibrado en la composición, con una luz y una atmósfera cálidas, en un ambiente limpio y con una mirada directa al espectador. Su vestido es de alta costura y está desprovista de los elementos simbólicos que aluden a su condición de reina.
El retrato del rey Felipe presenta una composición desequilibrada, con una sensación de inestabilidad acusada y una mirada hacia abajo, acompañado de una luz y atmósfera frías y en un ambiente en extremo recargado. El rey viste de rey, con el uniforme de gala de capitán general del Ejército de Tierra
El retrato de la reina Letizia funciona por sí solo; el del rey, en cambio, cobra sentido como parte del díptico junto al de la reina. Al retrato del rey le falta el de la reina. El de la reina no necesita el del rey.
Así vistos, los retratos restan importancia al rey para ensalzar el glamour de la reina, una reina que por sí sola, no alcanzaría tal condición sino por la existencia del primero, pero que ha sido retratada concienzudamente, dotándola de mayor importancia que el propio rey.
Es un retrato oficial en el que la reina no parece una reina, sino una modelo o actriz preparada para la alfombra roja, una estrella de Hollywood o de cualquier festival de cine, desfile de moda o evento lúdico, pero no una reina.
El photoshop es más que evidente en ella: ojos abiertos y asustadizos, nariz chata, morritos de pose, postura artificial, chal al viento inexistente, la luz y la ambientación fantástica, de esas de película del bosque tenebroso…
El monarca es víctima del ambiente taciturno y recargado de la estancia elegida, repleta de muebles, haciendo de él una imagen poco amable y que no respira, al que casi le han cortado los pies (mucho mejor que la cabeza, claro) y en donde las normas estéticas brillan pero por su ausencia. El retrato del rey está mal encuadrado y da la sensación de que los siglos de tradición y representatividad le pesan, mientras que a la reina la iluminan y reviven.
Lecturas hay muchas que hacer en este sentido… Letizia es la luz de la monarquía, la frescura, el glamour… mientras que el rey está a oscuras, en una atmósfera cargada y en un encuadre de inestabilidad propio del cine de terror, exactamente igual a lo que vive la propia monarquía en España. Una revelación más que un retrato.
El rey no mira a cámara, no es banal, ni vanidoso, pese al cargo, huye de pompas y postureos que quedan bien claros confrontados con la mirada desafiante de su esposa, altiva y dominante, salvadora de la monarquía, castigadora, como dirían los castizos.
Ni el rey está todo lo guapo que es, ni se descubre su esencia y personalidad, su aplomo, jovialidad, la ilusión que pone día a día en la responsabilidad del cargo que ostenta.
El resultado final: las fotografías quieren parecer pinturas de monarcas de un siglo anterior, pero son fotografías. Imagino que para un fotógrafo, el peor piropo que le pueden hacer es que digan que su foto parece un cuadro. Pues por el amor de Dios, para eso, haces un cuadro.
Es pues un retrato de ella junto al rey, lejano de la tradición retratista española y de la representación de los ornamentos propios de su posición.
Es para otros, una obra de arte de calidad “indecible”. Pues por eso mismo, no lo diremos.
Una foto ampliada que ha perdido la oportunidad de convertirse en retrato real para ser una portada de moda que juega a ser una pintura.
Si será indecible, que algunos de los mejores fotógrafos actuales reniegan de la imagen y de los elogios que la exaltan como de la más pura inspiración velazqueña, destacando que la técnica de la fotógrafa ha empeorado respecto a cuando la hacía analógica, frente a la actual digital…
El retrato real es una sucesión de imágenes construidas con una finalidad política en las que nada escapa de la planificación, rigurosa, detallada, porque cada pincelada construye la imagen del monarca a través del arte por una secuencia de artistas escogidos, difundiendo su imagen e incluyendo sus inclinaciones personales e incluso la concepción de su papel ante la sociedad.
Por eso el resultado de esta efigie real construida en estas fotografías es la más irreal de todas. Los monarcas aparecen lejos de virtudes personales como la responsabilidad, el deber, la solidaridad, la amabilidad, la afectividad y la simpatía, que los vincula a conceptos como democracia, cultura, deporte o asistencia social, todo lo cual conecta con lo que buena parte de la sociedad espera de ellos.
En unos años, hemos pasado de las fotos de comunión que realizó García Rodero a los Reyes eméritos, a las fotos glamurosas de las estrellas de Leibovitz, todo fachada, pero ni un ápice de personalidad ni de psicología.
Hemos pasado por el retrato de Antonio López, tan criticado por su tardanza, tan esmerado por su concepción y significado, sin mencionar siquiera los de Hernán Cortés, Manolo Valdés, Ricardo Macarrón, Eduardo Arroyo, Carmen Laffón, Alberto Schommer, Francisco López Hernández, Julio López Hernández…
Pero es que hay vida más allá de todos ellos. No entiendo por qué no descubren el panorama maravilloso de artistas pintores y escultores que existe hoy en España que son capaces de dotar a sus obras de la fuerza y frescura de una disciplina que según vemos, está en declive más cada día gracias a este tipo de actuaciones basadas únicamente en la popularidad de sus autores más que en la calidad de sus trabajos.
Se me ocurren un montón de nombres de esos que todos los que vivimos en el mundo del arte conocemos, de retratistas actuales que continúan con la tradición del retrato, sublimándola: Manuel Díaz Meré, Ricardo Sanz, Golucho, Millán Sañudo, Eduardo Naranjo, Borja Buces, Miriam Escofet, Rodrigo Hurtado, Fernando García Monzón, Fernández Hurtado, Corella, Estudillo, Felipe Alonso, Santos Fontenla, Luis Pérez… y un largo etcétera que se están abriendo paso en el difícil mundo de la pintura y son reconocidos a nivel mundial.
En sus pinceles, el retrato contemporáneo actual encuentra una capacidad excepcional para captar los matices de la emoción, la identidad y la experiencia humanas, infundiendo a sus obras una profundidad y un significado excepcionales que no se limita a igualar el parecido físico, sino que transmiten el mundo interior del sujeto de forma casi poética, embarcando al espectador en un interesante viaje visual y emocional.
Sus obras son el reflejo de la más actual realidad social, ofreciendo además una visión convincente de la dinámica artística, cultural, social y psicológica del mundo moderno, de una España moderna.
Son los actores de una crónica visual de la experiencia artística, que recogen el testigo de la tradición española de tantos siglos y a la vez, capturan el espíritu de nuestro tiempo, ofreciendo una ventana única a la naturaleza polifacética de la sociedad contemporánea.
Cualquiera de sus retratos tiene la notable capacidad de suscitar el diálogo, la introspección y un profundo sentido de empatía, trascendiendo los límites de la expresión artística para convertirse en una poderosa iconografía sobre la condición humana.
Y es que la renovación de retratistas solo pone de manifiesto que esta disciplina sigue evolucionando y explorando diferentes facetas de la identidad y la humanidad, captadas a través de las maravillosas pinceladas de los genios actuales.
Y habiendo tantos y tan buenos… hemos tenido que recurrir una vez más a una fotógrafa, y además extraña.
Lo de sacar pecho y sentimiento patrio ya sé que no se estila, pero había que decirlo y bien alto lo declaro, en favor de los pintores, tantos y tan buenos, que tiene España.