¿Qué estamos haciendo con el arte?
¡Degradarlo, empobrecerlo, aniquilarlo, confundirlo, desnaturalizarlo, vulgarizarlo, debilitarlo, contagiarlo de superficialidad! Todo lo que anda entre heces, acaba oliendo mal, cuando no convertido en aquello que lo ha contaminado. Excepción hecha del dinero: pecunia non olet.
Hasta hace pocos lustros, el arte simbolizaba un ideal de estirpe espiritual: la creatividad humana, la belleza, la ética de la estética, la riqueza emocional, la sensibilidad en somo, el respeto. Era una suerte de hierosemia. El arte tenía un halo sagrado, ascensional, que está perdiendo, lo que no sería dramático, si hubiera ganado en entidad sociocultural, en categoría existencial, en dimensión humanista, en rescoldo candente vivencial.
No se trata de un ataque de nostalgia, no soy nostálgico, es observación del presente. Ningún tiempo pasado fue mejor, pero es que en un corto lapso hemos pasado de Guatemala a Guatepeor. Todos cambiamos, cada día, ¡cómo no va mudar lo demás! Pero, una cosa es mejorar y otra inventar un fantasma sin atributos. El arte era un sueño del hombre, una promesa de excelencia y se está convirtiendo en una pesadilla, es decir, hemos cambiado aquel resplandor por un callejón del terror, oscuro, sin salida.
El arte ha dejado de ser una oración, una plegaria, un epinicio, para convertirse – sin generalizar- en cobijo de la usura, producto especulativo, elemento económico a esponjar y estrujar, apuesta mercantil, en evento ferial, en capricho de inestables. Y lo más grave es que quienes más lo laceran son quienes dicen respetarlo, necesitarlo, depurarlo: lancinante, ¡cómo va a amar alguien aquello que no respeta!
No crean que estas líneas albergan una queja general, un llanto histriónico, no. Hay responsables de esta descomposición, de esta vergonzosa degeneración ética, civil, estética y eurera. Todos somos responsables, aunque unos más que otros. Ustedes saben que el British Museum alberga los mármoles de Elgin, traídos por este conde en 1801 desde Atenas a Londres. En su tiempo, Lord Byron llamó vándalo al conde.
Los mármoles de Elgin
Mr. Elgin se arruinó con su traslado y para oxigenar su economía vendió parte de su rapiña al British, 1816, por valor de 438.000 libras y allí se han exhibido desde 1839. Melina Mercuri, siendo ministra de cultura de Grecia, los reclamó y aunque no tuvo éxito abrió una protesta permanente. Ahora, hasta la UNESCO, que no sirve para casi nada, apoya la devolución. Sin entrar en ese enredo, que no es tal, quiero referirme a la solución que propone el IAD.
El Instituto de Arqueología Digital, con sede en Oxford, en connivencia con la empresa TorArt, en Carrara, ha realizado, sirviéndose de robots y de la tecnología 3D, la copia de algunos mármoles y la idea es pastichearlos todos, para quedarse con una copia, cuando les obliguen a devolverlos.
Roger Michel, director del IAD, ha manifestado al respecto: “El objetivo es alentar el regreso de los mármoles. Cuando dos personas quieren el mismo pastel, hacer otro idéntico es la solución obvia” ¡Hombre, Sr Michel, comparar un bizcocho con un caballo esculpido por Fidias no me parece la idea más luminosa! De momento, el British, oficiosamente, ha dicho que no está a favor de exponer las copias; ¡de momento, claro!
Escultura en piedra de Colmenar, obra original de Alcántara
El delirio continúa. En Ifema, parte del pabellón 5, se ha montado otro disparate en loor del negocio: Desafío Dalí. Anuncian: realidad virtual, realidad aumentada, arte digital, 3D, micro mapping y audio relato. Todo bajo el módico precio de 21 euros la entrada. Con la salvedad de la realidad virtual, que sí es creativa, el resto es un concienzudo y burdo menosprecio al arte, porque no se puede proyectar una obra de Dalí de formato medio en una pared de 6×3 m., todo distorsionado y un mensaje falso y truculento. Todo esto más que relacionado con el arte está inmerso en un populismo barato y de fritanga que lo veja. No es una cuestión de purismo, sino de realidad sin adjetivos. Paredaña, hay otra exhibición de Picasso en parecida evidencia. En Matadero otra.
El arte hay que observarlo, contemplarlo, sentirlo, en ambiente adecuado. Y lo de estos recintos es una atmósfera centrocomercial para hacerse selfies y corretear sin tener conciencia de la obra que se exhibe porque no tiene nada que ver con ella. No es la relación existente entre un facsímil y un libro original, es otra cosa, es la destrucción de la concepción de un autor en aras del espectáculo y el negocio, la confusión total entre cultura y espectáculo, la manipulación espuria. Es la aniquilación de lo que entendíamos por cultura a cambio de bastardía, ignorancia y estética tanatorio.
Los facsímiles son un negocio próspero, pero, no me gustan. Ni las fotocopias. Un libro no puede equipararse a un sucedáneo. El sabor de una edición príncipe es diferente a otras ediciones. ¿Es lo mismo comerse un helado que una foto de un helado? No voy contra las nuevas tecnologías, pero no se lee igual un poema en una tablet o en la pantalla que en una buena edición impresa, en papel noble y una caligrafía apropiada.
Pintura de José Carlos Naranjo, Premio BMW de Pintura, junto a su autor
Se ha impuesto el estilo Ikea: todo inexpresivo, impersonal, ambiguo, barato, sin entidad ni presencia. Hemos cambiado madera por formica y aglomerado. La mayoría, desde la cuarentena hacia abajo, han renunciado a construir un ostugo para su intimidad, se contentan con un espacio aséptico, que no diga nada, con una foto de un puente norteamericano que no conocen y una maceta con una planta artificial. Todos iguales, vistiendo a la moda: gregarios, obedientes a la propaganda, muy digitales, muy ajenos, en pleno fiestón zombi, una orgía de la horterada, los pantalones rotos a la altura de la rodilla. ¡Qué cada cual vista como le plazca, pero, todos iguales, es raro, atroz!
Eso sí, para tener cinco segundos de telediario, una legión de falsos ecologistas, de narcisistas, estropean pinturas históricas, se pegan a marcos antiguos, hacen su pequeño y lerdo performance en los museos para llamar la atención sobre el clima, pero ellos siguen comprando productos contaminantes, utilizando energías fósiles en vuelos baratos, comiendo bazofia, adquiriendo ropa con mano de obra esclavistas, abarrotando ese Primark de los demonios y esperando una paguita del Estado, porque trabajar también degrada y cansa y deturpa la libertad y la vagancia.
En un librito maravilloso, Pequeño mundo ilustrado, dice María Negroni: “Todo narcisista fue antes un ser abandonado”. Estamos rodeados de narcisistas, de acémilas que creen que estamos obligados a seguir sus ocurrencias, sus frustraciones, sus antojos, su deficiente verborrea. Y de mercenarios. Y te preguntas, ¿cómo no se dan cuenta?, ¿cómo insisten en su vaciedad mental? Pero, si se dieran cuenta de su arrogante nadería, de su seguidismo, no lo harían, son cortitos a nativitate, cuando no trincones.
El maestro Eduardo Naranjo con Albano, ante una pieza de éste
¿Era Picasso un maltratador? ¿Hay que cancelar su obra como sugiere Estrella de Diego? ¡A qué punto de oportunismo, sectarismo y pobreza cultural hemos llegado! No hay que meter en una bodega a nadie, ni a la secta que denigra a Picasso sin pruebas, ni a los que han arruinado la vida de Plácido Domingo, inventando y tergiversando su actividad. No, yo no arrojo a las mazmorras a esta caterva de narcisistas, ya tiene bastante con haber sido en su momento, a ahora, abandonados. La actitud perversa hacia Picasso es otro signo de la degradación del arte por los servidores de la mixtificación, por los estupendos augures de la insignificancia, por los eruditos a la violeta.
La pintura no tiene ya quien le escriba. Hasta los profesionales de la crítica se han vuelto ciegos a la pintura y se dedican a la agitprop del conceptual. Mas, el arte de entidad, noble, feraz, iluminador, siempre retorna. No hay que abandonarlo, ni callarse ante las insidias, ni admitir esa ficción que han construido ¡porque yo lo valgo! La señora Combalía pasará y Picasso seguirá siendo el revolucionario creador que todo lo reinventó, que estableció nuevas formas para casi todo. ¡Picasso es un maltratador, pero no nos toquen “El Guernica”, porque si no, a ver quién va al Reina Sofía?.
Cuidado con los adjetivos, la mal llamada inteligencia artificial, es eso, artificial, porque esta creada por la inteligencia humana. Y en todo caso, las sensaciones del hombre que no produzca la naturaleza no llegarán a concienciar al hombre de su existencia. ¿Una pintura hecha por una máquina? ¡No, gracias!
El pintor Juan Barjola, obra de Álvaro Delgado, colección Banco de España
Se ufanan algunos de que los museos han perdido su oremus, que ya son otra cosa más avanzada, dejado el lastre de su tradición, que ahora son o deben de ser una crítica social transversal. ¡Cómo no van a ser otra cosa si los han vaciado de arte para mostrar con insistencia archiperres instalacionistas! Los Museos ya no están para mostrar el canto de las musas, ahora son continentes para las masas, son Maseos. Se ha cambiado el arte por el artificio, el oro por el oropel, y claro no hay oro que reluzca.
Según Niño de Elche- entrevista de Antonio Lucas, El Mundo, 22.XI.22-: “…para hacer un disco radicalmente flamenco no hay manera de abordarlo si no es desde el lugar de un ex flamenco. Hay que escapar del bosque de la pureza, de la ortodoxia y de todos esos jaleos”. Para escapar de la pureza hay que vivir en ella, hay que haberla amamantado, que no es lo mismo que convivir con la confusión y el palabreo versorreíco. ¡Si Agujetas levantara la cabeza!
La pureza está en la forma idónea de expresión y de eso no hay que huir. Lo puro no es lo antiguo o lo que domina un tiempo, sino lo hondo, lo exacto, lo genuino, el duende cabal. No es lo mismo fusión que confusión. Fusión es lo que hace Piazzolla con el tango y el jazz, lo que crea Heitor Villa-Lobos a partir de Bach. Fusión no es la que hace Niño de Elche, ni Rogelio López Cuenca cuando saprofita a Picasso. Por cierto, el más crítico con lo establecido, Rogelio López Cuenca, cuando recibe el Premio Nacional de Pintura(?), no renuncia a él y proclama que “Picasso es un pintor menor”. ¡Vamos, para ir al mingitorio y no dejar gota!
Haile Selassie, de Álvaro Delgado, exposición de su centenario, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
No es fácil, pero no podemos dejar a este ejército de furtivos, depredadores, caraduras y oportunistas, que sigan generando estiércol sin ponerlos en evidencia, aunque los jazmineros lo requieran. Los que no necesitan el arte, esgrimen que es muy difícil distinguir entre arte bueno y arte malo, pero nuestro instinto existencial lo sabe. Aquello que enriquece nuestra andadura emocional, que nos ayuda a vivir una vida plena, que nos reconcilia con la aspiración a la belleza es arte. No hay arte malo, simplemente hay arte o sucedáneos, pastiches, imitaciones, suplantaciones, señuelos para gentes anestesiadas, arribistas y cía.
Durante muchos años se apoyó la utilización del grabado digital y el resultado ha sido una catástrofe doble: el grabado digital no ha prosperado al tiempo que se ha arruinado el grabado calcográfico. ¿Qué está sucediendo con el arte digital? Pues, lo estamos viendo, tras el fogonazo deslumbrante inicial. No se puede detener el progreso técnico, ni la inventiva humana, pero, hombre, ¡ofrézcase a la consideración social algo relevante, no se pretenda dar gato por liebre, que se parecen, pero no son lo mismo!
La Olmeda el día del juicio final, Álvaro Delgado, colec. MNCA Reina Sofía
Entre lo que hace una máquina y las imágenes que ilustran este texto -obras de artistas distintos-, hay diferencias determinantes. Los filoneistas no necesitan probar nada, aplauden y a la vez tildan de reaccionarios a los que analizan antes de convertirse en palmeros. Estoy con el arte coetáneo, pero no con los falsarios, ni con los sahumerios a falacias y ocurrencias descaradas. Estoy con los artistas y en contra de los azoreros.
Tomás Paredes
Presidente H. de AICA Spain







