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Por José María Vargas Vila

La envidia

 

La envidia es un culto. Es el culto de las almas viles a las grandes almas.  Es una adoración, la adoración del mérito por el despecho. Una extraña religión, la religión de la bajeza. Tiene sus sacerdotes — almas cadavéricas—diría Lamennais, desesperados pálidos, torturados perennes, nostálgicos del bien ajeno, estos ascetas de la sombra, viven de rodillas ante la extraña gloria.  Le queman su incienso: la Critica. Le alzan su plegaria: la Calumnia.

Ser envidiado es ser admirado. La envidia es la forma bastarda de la admiración. Las almas grandes admiran, y prorrumpen su himno: la Alabanza. Las almas viles admiran y prorrumpen en su himno: el Dicterio. Envidiar es estar de rodillas ante una gloria. Es la muda contemplación de los insectos hacia los astros. Las almas envidiosas nacen prosternadas. Son la eterna genuflexión ante el mérito. Como los mutilados de la Capilla Sixtina, son el himno de la impotencia en los altares del Genio.

Ser odiado y ser envidiado es la síntesis de la grandeza. Nadie envidia sino lo que hubiera deseado igualar. Nadie odia sino lo que hubiera podido amar. Si la envidia es la forma negra de la Admiración, el odio es la forma negra del Amor. Ser envidiado es sentirse grande. Ser odiado es sentirse fuerte. Nadie envidia lo pequeño. Nadie odia lo débil. El odio es grande. La envidia es ruin.

El odio tiene majestad de fiera. La envidia tiene forma de reptil. El uno vuela y picotea como un cóndor furioso a su presa. La otra se arrastra y silba como buscando el talón. Las grandes almas odian: no envidian nunca. Son las del odio batallas de leones; siéntese a lo lejos el rugido;  se ven como perspectivas de desierto; rayos de incendio en la mirada glauca; aliento ígneo en la garganta seca, y bajo el cielo cárdeno, inflamado, la proyección soberbia de la garra… La epopeya sublime de la sangre. La de la envidia, riña de reptiles. Se percibe apenas el ruido del crótalo arrastrándose; se ve la escama pálida por entre el limo verde; el ojo torpe que espía al águila; la boca abierta como escupiendo al sol; la sucia baba; marcador aliento… La epopeya fangosa del pantano.

Inspirad envidia; seréis grandes. Inspirad odio: seréis fuertes. Dejad que los sacerdotes rencorosos de la primera vengan a vuestro altar, se prosternen allí, recen las letanías de su diatriba, alcen el himno de su crítica, y quemen el incienso de su rencor. Aspiradlo a plenos pulmones. Es el homenaje de las víboras. Aceptadlo. No rechacéis su adoración. Dejad que os envidien.

Y cuando os muerdan, como el sándalo generoso, perfumad con la sangre de la herida las bocas asquerosas de las sierpes. Vuestro nombre, dulce a sus labios, dejará en ellos su pintura de gloria. Ungidos vosotros en la frente, ungid con el talón esos pobres desesperados. Dejadlos que os muerdan; aplacad su hambre, no su cólera. Dejadlos que os envidien. jEs tan bello mirarlos de rodillas! ¡Inspirad envidia! El frío de esa víbora bajo los pies, da no sé qué extraña voluptuosidad que pasma. Dejadla que os acaricie. No la matéis. Sin ella palidecería vuestra gloria o sucumbiría acaso. ¡Provocad, provocad la Envidia! Heridla siempre, no la dejéis dormir. Que vele. Es el centinela de vuestra gloria. ¡Inspirad el odio! La trágica mirada del odio engrandece al hombre odiado. El odio es nutrición de almas fuertes, con aquella sangre negra con que Homero alimentaba las grandes sombras a orillas del Helesponto.

Qué sublime en la vida es la Tragedia. Ya en el fondo de toda gran tragedia vive algún grande odio. Es la nube de tempestad en que se engendra la grandeza. Los cristianos colocan a su Dios entre estas dos pasiones, a los extremos de su credo: SATANÁS y JUDAS. EL ODIO y la ENVIDIA. Todas las voluptuosidades del placer carnal no tienen nada comparable a la fruición, casi divina, que produce en la planta de los pies la lengua salivosa de la envidia. A este contacto la vanidad llega al éxtasis.

Para un gran talento los envidiosos son raro instrumento de placer, de refinamiento ultra exquisito, casi de sadismo intelectual. Produce el paroxismo del orgullo. ¡Provocad la envidia! Tocad con el extremo de las alas la cabeza del reptil; desesperadlo; haced que alce la vista; aleteadle suavemente encima, deslumbrándolo con el brillo de vuestra gloria, y después, alejaos lentamente oyendo su silbido desesperado y furioso. Su mirada y su insulto marcarán vuestro derrotero.

Compadeced los envidiosos, no los castiguéis nunca. Como el arcángel en la leyenda lanzó un salivazo al astro, ellos también escupen al mérito, y esperan, esperan, esperan que se eclipse… Esta esperanza dolorosa forma su vida. Los astros y la gloria siguen su ruta. El odio y la envidia no los apagan. El fulgor aumenta arriba; la desesperación aumenta abajo. Sobre aquellas almas no amanece nunca. Están en la noche eterna. Por eso odian el resplandor. El brillo de cualquier nombre los ofusca; su ruido los indigna. Al paso de una gloria no ocultan la cabeza bajo el ala como el avestruz, sino que la hunden en el fango y dicen: yo no te veo, luego no existes. Y abren después sus ojos desesperados en el fondo del limo en que vegetan, y ante los reptiles microscópicos que los rodean se creen en el mundo gigantes y exclaman: Ya somos grandes, puesto que somos iguales.

El brillo del sol, el ruido de las alas los exasperan. Escupen entonces. Creen apagar los astros y matar las águilas. ¡Pobres torturados! Su suplicio hace al de Tántalo palidecer. Las abejas no acendraron miel en sus labios como en los de Hesiodo. Reptiles multiformes depusieron allí toda su bilis, y pichones de búho los cegaron como a Tobías, con el calor de su estiércol. Por eso es infame cuanto hablan y negro cuanto ven. El infierno les rebosa en los labios y en los ojos.

¡Oh, compadeced los envidiosos! Ser la sombra perenne de una gloria, el insecto que roe el pedestal de mármol, la serpiente que va vertiginosa por el fango siguiendo el vuelo majestuoso de un águila… ¡Decid si hay algo más dolorosamente vil! Hay águilas piadosas. Bajan hasta la serpiente, la toman en sus garras, la levantan y la arrojan de lo alto a que se estrelle en la peña. Esa ascensión de lo vil, aunque sea para matarlo, es digna.

¿Sois superiores? sed envidiados. Las medianías pueden comprar apologistas. No tienen envidiosos. La Envidia se inspira; no se compra. ¡Inspirad envidia! La Envidia fue hecha para pregonera de la Fama. Sed harto grandes para inspirarla; harto fuertes para provocarla; harto dignos para perdonarla. Dejadla que grite: no la matéis. ¡El día que calle, mataos! Ese día habrá muerto vuestra gloria. Cesó el himno de ella. Y, sobrevenir a su gloria, es la mayor de las infamias.

Ménageot: «La envidia desplumando las alas de la fama»

 

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