De «Azul» a Noigandres y más allá
Con este rubro exótico, se ha mostrado en Casa de América, hasta el 14 de noviembre 2024, la exposición más importante que se ha visto en Madrid sobre las vanguardias literarias de uno y otro lado del Atlántico durante el siglo XX. Es verdad que limitada a la desbordante colección López-Triquell, propietaria de los contenidos.
La exposición era abusiva, descorazonadora para un simple mortal, lector y amante de la creatividad de ese periodo, tal era la cantidad de primeras, rarezas, manifiestos, carteles, manuscritos y joyas literarias capitales exhibidas; hasta 500 piezas. Del comisariado conjunto de Juan Manuel Bonet y de José Ignacio Abeijón no podía esperarse otra cosa. Excelente el montaje, objetivo tan complicado con tanto elemento, al que no era ajeno Claudio Pérez Miguez, experto en la materia y riguroso profesional.
Terminada la muestra pública, cuyo periodo de exhibición se me antoja corto, queda el catálogo editado para la ocasión, convertido en otra joya literaria y cuya entidad quiero comentar, amén de los diferentes roles de las personas que han colaborado en este acontecimiento. Porque se trata de un acontecimiento cultural y no tengo la certeza de que haya sido contemplado así, pero insisto. ¡un acontecimiento cultural!
Aunque no aparece escrito en el colofón, ni en parte alguna, me consta que la tirada es de cien ejemplares, lo que es muy insuficiente. Soy un privilegiado al tener la ocasión de releerlo, subrayarlo, anotarlo, pero no puedo dejar de pensar que una obra así necesita muchos más ejemplares. El autor quiere que le lean, el coleccionista pretende dar a conocer su tesoro y, por supuesto, como mejor se homenaje a los autores es con una gran difusión.
El verbo coleccionar y el sustantivo coleccionista son palabras que hacen sonreír al arte, porque sin coleccionismo el arte, la vida de los artistas, no serían posibles. Los pilares fundamentales del arte: el autor y el coleccionista, el resto son complementos, aleatorios, por importantes que sean. Coleccionar es reunir un conjunto ordenado de cosas. Hay innumerables tipos de coleccionista: patrocinadores, mecenas, negociantes, oportunistas, nuevos ricos, aventureros…
Y de colecciones. Antonio Prates coleccionaba entre otras cosas, papeles de seda que envolvían las naranjas. Francisco Rodríguez restauró un castillo medieval para exponer obras de Álvaro Delgado. El doctor Puigvert se hacia con todo lo que podía de Sert. Josep Mª Cadena, crítico de arte, colecciona de todo, desde botones o bolígrafos a cómics y pinturas. El museo Thyssen procede de la colección Thyssen….
Se repiten los tópicos ignaros de que el coleccionismo existió siempre. No es verdad. Se apunta como primer coleccionista a Ptolomeo II Filadelfo, s. III a.d.c., que inauguró la Biblioteca de Alejandría. Y no, una biblioteca es más que una colección de libros, es un volcán dormido, inteligente, luz reunida del mundo creativo dispuesta a despertar: el autorretrato de un bibliófilo o un mecenas. El coleccionismo tal como lo entendemos ahora nace en el Renacimiento y se pule en los siglos XVI y XVII.
La principal característica de la vida, de la cultura, del arte es la pluralidad. Existe un coleccionismo público y otro privado. El único que garantiza esa pluralidad, esa diversidad, es el privado, porque es la determinación de una persona, que adquiere, conjunta, colecciona lo que siente, lo que le inspira, lo que le enriquece el espíritu y lo hace con su propio dinero. Los trileros politicastros de turno tratan de desacreditar la función del mecenas, del empresario sin entender que intentan cercenar la fuente que les hace vivir, que les permite jugar a sobrevivir de la cosa pública sin producir nada.
Empresario es el señor que tiene ideas, las pone en práctica y con ello genera un bien social, proporcionando productos útiles, creando empleo, riqueza y pagando impuestos. Y dedica sus beneficios a crecer y muscular su entidad vital y social. ¡Que invierta sus ganancias potenciando el mundo de la cultura es una suerte, porque permite que esta se desarrolle y nos enriquezca a todos! El gran coleccionista suele ser un mecenas, alguien que no espera un retorno económico de su patrocinio. Pero, ¿por qué iba a ser condenable que alguien patrocine la cultura esperando un retorno de su inversión?
Todos deberíamos agradecer al industrial Juan López Hurtado que destine sus ganancias a reunir los ejemplos más significativos de las vanguardias literarias iberoamericanas s. XX. Podría haberlo dedicado a adquirir coches de lujos, yates u objetos banales caros. No sería lo mismo para el grueso de la sociedad. El coleccionismo importa más que el Ministerio de Cultura, porque ayuda a todos, en tanto que el Ministerio se inclina por la deriva ideológica, por el amiguismo y por lo que se lleva. No hay más que ver en qué se han convertido los Premio Nacionales del mundo de la cultura.
¡Qué hay sujetos que se dicen empresarios y son unos explotadores! Pues claro, ya hemos convenido en que la sociedad es plural. Y que para corregir los desafueros están las leyes y la justicia. El empresario es más respetable cuando más ejerce de empresario, porque sabe que produce algo de lo que viven los trabajadores y él y si falla a unos se traiciona a sí mismo. Por suerte he conocido y convivido con grandes empresarios y profesionales libres, que han acabado siendo estupendos coleccionistas y no son populares, como es el caso de Juan López Hurtado, quién junto a su esposa, Marta Triquell, ha conjuntado este emporio literario, estético, de pensamiento y belleza.
El catálogo, gran formato, diseño gráfico de Miguel San José Romano, impreso por Gráficas Hercu y Gráficas Rey, fotografías de Andrés Vargas Llanos, es una pieza de colección, un documento excepcional del periodo que ensaya, vertebrado por el texto general y por países de Juan Manuel Bonet. Sus “fans” le consideran un datista, pero ¿qué se puede construir con rigor sin datos fidedignos? Lo que importa en Bonet, más allá de los datos, es su pericia en relacionarlos y el ritmo que impone en los textos. En esto es un maestro absoluto, como en el periodo de vanguardias que tan bien domina.
Bonet ha realizado un trabajo titánico, de una riqueza y brillantez manifiestas. No se le escapa nada y, además, lo hace tan cercano, que da la sensación de que está hablando con los autores que comenta, sin dejar de conversar con el lector. “Azul”, Valparaíso 1888, el libro rompedor de Rubén Darío, el aire nuevo, da color al título, pero la exposición iniciaba con el modernisme catalán, que a su vez fue el principio de la biblioteca López-Triquell y llega más allá de Noigandres, el concretismo brasileño.
Era una exposición para ver en distintas jornadas, igual que el catálogo, que no debe de leerse seguido, sino a sorbos, como los licores densos y olorosos; es una silva de varia lección que deleita mientras enseña. Cualquiera cita nominal sería cercenante. Hay que repasarlo, poco a poco, pero entero, posicionarse ante el conjunto. Las representaciones de Argentina y del Perú son exhaustivas, expansivas, detallistas. Las de Bolivia y Ecuador, descubridoras, reparadoras, bellísimas. En la brasileña echo de menos algo de Eugen Gomringer, Oyvind Fahlström, pero todo llegará.
La diferencia de Bonet con otros especialistas es que Juan Manuel es bibliófilo lector, no todos lo son. Y cuando tú lees un libro y tomas notas y lo relacionas, tu visión es otra, total, esférica, interrelacionada. Cuando Bonet cita un título, te recuerda el autor de la tapa, el editor, el encuadernador, el propietario primero o el anterior, el dedicatario, y luego debate sobre el contenido y los vestigios que revela.
Me resisto a llamar coleccionista a un lector que reúne libros, aunque no deje de serlo. Por cierto, algo que los norteamericanos, muy habituados a buenas bibliotecas públicas, no hacen. No en todas partes se estima la formación de una biblioteca particular. Pero, hay acciones que van más allá de lo personal y se convierten en proyectos culturales de dimensión, en apuestas contra la pérdida de la memoria ointelectual, como el de la colección López-Triquell, que tiene un afán de exhaustividad, profundizando con exclusividad. Su más reciente deriva es la brasileira, que está en formación.
En el catálogo se reproducen tapas y contratapas, catálogos, panfletos, revistas, afiches, algunos muy raros de ver y otros jamás vistos por los aficionados al lapso temporal que se contempla: la cubierta de Ucelay para los poemas de Milicua, la de Manuel Méndez para Proel; los Carteles de Gecé, lo portada de Joc Net de Tápies, el cadáver exquisito de Jorge Cáceres y Huidobro, las obras de Nahuí Olin, las tapas del Dr. Atl, el Amor original de José Álvarez Baragaño con esa cubierta mágica de Wifredo Lam, ¡qué maravilla!.
En un país, España, donde el gobierno descree de la cultura, dedicado al espectáculo y a la construcción de muros, más que nunca, los coleccionistas son vitales. El coleccionista es un restaurador de la historia, facilita la percepción objetiva de lo que pasó para que los ciudadanos no necesiten intermediarios, ni ideólogos baratos que les digan que el pasado fue como ellos lo pintan. El coleccionista protege la realidad, ampara la libertad, limpia la memoria de interese espurios, es soteriológico, preserva las nuevas formas culturales, que testimonian cambios históricos, como enseña Fredric Jameson.
Para los que no vieron la exposición, queda el catálogo, referente para las vanguardias iberoamericanas del siglo XX. Por eso, insisto en que sería muy conveniente otra edición para que llegue a muchas manos, a muchas bibliotecas que puedan difundir este legado que ha construido Juan López Hurtado. No se trata de una propuesta para una elite, sino del contenido genial, espiritual, que ilumina de forma deslumbrante media centuria del s. XX.
Tomás Paredes
Presidente H. de AICA Spain