Firmas con sello de lujo: Tomás Paredes

 

                         

 Juan Martínez: Un cosmos genuino

En contra de lo que se mantiene, la información de lo que ocurre cada vez se fragmenta más y se hace más local, más corta, más imperceptible, más desinformación. Ya sé que no todo cabe en los medios generalistas y que los temáticos o especializados se han hecho muy selectivos, cuando no sectarios, dando cabida más a ideologías afines que a manifestaciones de presencia. Y así, lo que sucede en Granada con respecto al arte, por elegir un asunto, se queda en la capital nazarí y lo que acontece en Huesca, no llega ni a Zaragoza. ¡Y qué decir de lo que ocurre en Suiza, aunque nos ataña!  ¡Que en otros momentos eso no ha sido así, me consta!

Juan Martínez, artista español que reside en Suiza desde 1966, acaba de inaugurar una importante muestra de su trabajo a lo largo de cincuenta años de pintura y escultura. Y lo ha hecho en la galería de arte de un castillo conocido, por su arquitectura, su parque de esculturas y sus numerosas hectáreas de flora espectacular: le château du Vullierens, en el cantón de Vaud. ¡Un marco incomparable para una manifestación de raigambre!

Le château du Vullierens es un prestigioso ejemplo de arquitectura civil suiza del siglo XVIII, reedificado sobre los restos de un castillo del s. XIII. Vistas excepcionales de los Alpes, el Mont Blanc, el lago Leman. Goza de unos 14.000 rizomas de lirio hemerocalis y unas 400 variedades de iris; miles de tulipanes y otras flores que conforman un tapiz de cromatismo hechicero, además de las rosaledas que lo festonean. Y un parque de esculturas de ochenta autores internacionales, entre ellos nuestro inolvidable amigo y compatriota Manuel Torres. Sin faltarle sus ocho hectáreas de viñedos propios, que proporcionan gustosos caldos.

 

La exhibición, que se inauguró el pasado día 17 de mayo estará abierta hasta el 11 de julio próximo. Se trata de una retrospectiva, que conjunta escultura y pintura, realizadas entre los años setenta y la actualidad, por Juan Martínez, con el título de “L’art de l’intranquilité”. Es verdad que la obra expuesta, inquieta, solivianta, remueve, inquiere; y que todos esos efectos se recogen en francés con tal palabra. Pero, hubiera preferido sólo el sustantivo “arte” o “inquietud”. En todo caso, el rubro no deturpa el contenido.   

Una retrospectiva contiene obras de un autor o grupo con el fin de reflejar su trayectoria. Aquí están desde un autorretrato primerizo y expresionista, a los “Armarios” expuestos en Boston en el inicio de los ochenta, series avaladas por la escritura de Carlos Fuentes en México, sus “Sapos”, “Jardín zen”, “Conexiones”, hasta un actual tríptico de las “Miradas perdidas”, de una impronta tan exquisita como profunda, que resume años de ductilidad y belleza. Aunque el pintor no se proponga la expectativa de la belleza, no puede renunciar a ella.

Juan Martínez es autor de varios libros especiales, en español y francés, realizados en colaboración con los poetas Antonio Gamoneda, Juan Gelman, José Manuel Caballero Bonald o José-Flor Tappy, la poeta reina de la Suiza de expresión francesa. Y un nuevo libro con Gamoneda a punto de salir a la luz. Es un enorme caudal de poesía y pintura, que no se puede silenciar, ni dejar de valorar.

 

El pensamiento lógico, aquel que sigue un razonamiento impoluto y perfecto, se acaba con la comprobación de su exactitud. Pero, el arte, más que irracional, pertenece a lo que conocemos como pensamiento mágico, que excede la razón, para insertarse en el orbe de lo maravilloso, que produce esas sensaciones que no podemos controlar y nos arrastra de lleno a la emoción, a la eclosión de un sentimiento empático, mago y majo.

Cuando la presencia se enseñorea y el arte grita su entidad, toca nuestras fibras más íntimas sin necesidad de comprender nada, ni de análisis alguno. ¿Cuándo escuchamos la Novena de Beethoven, requerimos alguna explicación a nuestra emoción?  A la pintura, al dibujo, a la escultura, al arte en movimiento no llegamos por las mismas vías que al Concierto de violín de Félix Mendelssohn, pero la plenitud que nos produce es la misma; la sensación de proceridad no varía.       

Todos saben que Ludwig Wittgenstein era un irredento admirador de la poesía de Georg Trakl y que a través de su amigo Ludwig von Ficker le hizo llegar una suma de 20.000 coronas para que pudiera dedicarse a crear sin otras preocupaciones. Pero, Trakl se suicida en un hospital en Cracovia, sin llegar a disfrutar de ese hermoso gesto. El propio Wittgenstein, de forma explícita y clara llegó a confesar: “no llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra”.  Le ocurrió algo parecido a Martín Heidegger, que hace un estudio de la poesía de Trakl más filológico que semántico, más especulativo que concluyente, más deslumbrado que iluminado.

 

Juan Martínez en una entrevista reciente, manifestaba: “Que ma peinture provoque rêve ou cauchemar, peu importe, pourvu que le spectateur bouge”. Es el leitmotiv de su idiolecto, se trata de una expresividad comprometida, del compromiso con el ser humano, con nuestros hermanos, con el devenir del ser. No importa que esta pintura provoque sueños o pesadillas, lo que importa es que despierte, que agite, que remueva conciencias, que fustigue al espectador.

Muestra amplia y compleja, comisariada por Jaël Bruigom, hecha a zancadas de gigante, pues su producción es ancha y el espacio nunca es suficiente. La pintura de Juan Martínez no está concebida para entretener ni para decorar, ahorma un simbolismo expresionista que coadyuva a la configuración de sus sentimientos, a la materialización de sus sensaciones. Juan es un hombre herido, como tantos, pero pinta con heridas, escozor, con su realidad poetizada, porque es evidente su sesgo trágico, tano como su determinación poética.

 

Están esas máscaras del horror, esas caretas del sufrimiento, esos ahogados de infaustas travesías, pero también la melancolía de las “miradas perdidas”, donde los ojos y las cosas lloran jirones de noche, recordando aquel hallazgo irrepetible de Virgilio en la Eneida, Libro I, cuando sostiene: “sunt lacrimae rerum, et mentem mortalia tangunt”, hay lágrimas en las cosas mientras la mortalidad nos concierne, en tanto la mortalidad toca a nuestro espíritu. Hay dolor en estas imágenes y lisura, como en los jardines zen. Hay simbologías que denuncian la insensibilidad, como esos sapos de sangre fría; como esos armarios para guardar las tinieblas y ocultar los cadáveres y las sombras.

Aurgitano de Navas de San Juan, desde muy joven sabe que su mundo está orientado por una sensibilidad, que se anima de estructuras frágiles, buscando unas sensaciones que mantenga su cercanía con el prójimo. Y se marcha a Barcelona donde estudia Arquitectura y desde allí a Lausana, licenciándose en la Escuela Cantonal de Bellas Artes. A partir de entonces, sin dejar de ser español, hace su vida en Suiza, donde crea su obra y la difunde en Centroeuropa, América y España y Portugal, en Osaka en  próximas fechas.

Hay pocos casos semejantes, porque no es suizo, pero allí ha vivido gran parte de su vida, siempre retornado a las geometrías giennenses de los olivos y desde estos regresando a los bosques entre lagos y montañas blancas. Nadie puede escapar a su sombra y la suya es tanto suiza como hispana, salvando el testimonio de los documentos. Juan fue un pintor de Juana Mordó, en España, y de Fefa Seiquer, pero también de Alice Pauli, Michael Schultz y donde más ha expuesto ha sido en Suiza y Alemania.

 

Sus obras están presentes en el Museo Nacional Reina Sofía, en los de Lausana y Ginebra, en el Guggenheim de Nueva York, en Lisboa, Atenas, Ámsterdam y en incontables colecciones privadas del mundo, pero adunia en Suiza, por lo que no puede despegarse, ni impedir la atención que la han dispensado y le sigue ofreciendo. ¿Y qué decir de su bibliografía?: Carlos Fuentes, F: Calvo Serraller, Agustín Gómez-Arcos, Françoise Jaunin, Rogelio Blanco, Miguel Logroño…

Hay excelentes pintores españoles, que habitan o han vivido entre nosotros, a los que no se presta la más mínima atención por parte de las instituciones publicas o privadas, que estarían obligas por razones obvias a hacerlo. Pero mayor es la ausencia de atención a los creadores que han hecho su vida fuera de nuestras fronteras, porque a la postre algunos acababan por no ser de aquí ni de allá y terminan bailando como fantasmas.

Sólo ha habido un intento serio de resolver este error histórico y lo propuso Roberto Velázquez en la Fundación Telefónica, hasta que le dejaron. Comenzó el proyecto, adquiriendo obras a exiliados de toda laya: Clavé, Subirá-Puig, Peinado, Viñes, Vilató, Parra, Perico Flores, Bores….Pero, no pudo continuar su iniciativa y eso se notará con el tiempo y con el tiempo crecerá el halo iluminado de Roberto Velázquez.

Esta exhibición en el Château du Vullierens, cerca de Morges, se ha celebrado con la colaboración de la asociación de los Amies de Juan Martínez, teniendo como invitado especial a José Félix García, productor y especialista en Fundaciones, autor de algunas de las fotografías que aquí se adjuntan. ¡Podrá el espectador buscar referencias, pero en rigor sólo va a encontrar en estas piezas un cosmos genuino, un lenguaje al servicio de una sensibilidad, más cerca de un idiolecto poético que de la filosofía, más desbordadas sensaciones que irracionalidad, más existencialismo que naturalismo!

                                                                                                                  Tomás Paredes

                                                                                          Presidente de H. de AICA Spain

 

Le château du Vullierens

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad