La soledad: Ese bien que hay que saber administrar. “Estar solo es malo” dicen, pero es pocas veces cierto, por eso los sensatos maldicen la compañía de un necio. “Más vale estar solo que mal acompañado” nos cuenta el refranero. También lo decía Lope de Vega en su poema “A mis soledades voy”:
De cuantas cosas me cansan
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
No me llevo mal con mis soledades que, fundamentalmente pintando y escribiendo, conllevo.
Robo horas a mis días
laborando entre silencios.
con esfuerzo, reflexión,
ganas de aprender y empeño,
porque al pintar o escribir
doy rienda suelta a mis sueños
haciéndolos revivir.
Nos cuentan que esto es un arte
fruto de la inspiración
y de las musas, sospecho,
pero, a la vez, los artistas
afirman de vez en cuando
que así es, aunque si vienen
te han de encontrar trabajando.
Se puede objetar que para cualquier cosa bien hecha se requieren estos mismos requisitos porque también Casius Clay, Michael Jordan, Nadal o cualquier deportista de élite hacen lo mismo; más hay una diferencia importante; todos ellos buscan un objetivo que está muy ligado a su capacidad física, record en tiempo, mejor tanteo, vencer al adversario o a ellos mismos, mientras en las llamadas “artes” lo que se busca es subjetivo, no se hace para superar a otro artista, para vencer a tu adversario, tú eres tu propio adversario, y el móvil no es otro que la propia necesidad, a menudo vital, del propio autor; de contarse algo a sí mismo o a quien le escuche, le mire o lo oiga.
Por mi parte, mi dedicación, mi esfuerzo, mi tiempo y mi reflexión, los dedico a cosas no funcionales, y pienso que me mantienen despierto, se hacen en cualquier parte y no tienen más supervisor o crítico que uno mismo. Ejercito mi cultura y unos dicen que eso es arte, aunque yo opino que solo es pintura y literatura, y por encima de todo una necesidad personal para convencerme de que un día fui un ser pensante.
Afirmo que son “cosas no funcionales” que es parecido a decir “cosas inútiles” y lo afirmo convencido, aunque habría que dimensionar o acotar los conceptos, pues la RAE define lo “útil” como adjetivo de dos maneras: 1ª: Que sirve para algo. 2ª: Que proporciona provecho, comodidad, fruto o interés. Sin embargo “funcional” lo define también como adjetivo “Dicho de una cosa diseñada u organizada atendiendo, sobre todo, a la facilidad, utilidad y comodidad de su empleo”.
«Encantado de conocerte», óleos sobre lienzo, 100×80 cm
Cuando estudiaba mi carrera de Arquitectura, allá por los años 70, una de las lecciones que nos dieron se refería a la funcionalidad de un edificio, funciones y requerimientos. En una frase: ¿Para qué era el edificio? Teníamos que inventarnos una iglesia para 400 espectadores. El requerimiento más vital del edificio era permitir respirar con normalidad a las 400 personas que cabrían en el templo, y según los datos técnicos convencionales, cada espectador necesitaba respirar 12,5 litros se aire por segundo. Haciendo los cálculos pertinentes, el resultado fue que la altura del techo de la iglesia era suficiente con 6 m. para cumplir su función correctamente, ante lo cual me preguntaba ¿Entonces para qué se hacen catedrales con una altura, en su nave central, que sobrepasa a menudo los 20 m? Ese exceso de altura no aporta nada a la función esencial como lugar de congregación para participar en los oficios religiosos. Los primeros cristianos, en tiempos de la Roma clásica, los hacían en catacumbas, pero es evidente que esa sobreelevación es la responsable principal del “arte” de esas catedrales, pero para su cometido es innecesaria, no es “funcional”. Las catedrales más altas y significativas de Europa oscilan entre los 73 m de la de León y los 161 m de la de Ulm. Si cortáramos por un plano horizontal a 6 m. de altura, su finalidad se cumpliría satisfactoriamente y podríamos prescindir de todo lo superfluo que hay por encima de ese plano y ello conllevaría eliminar, por innecesarios, los contrafuertes, los arbotantes, los botareles, pináculos, capiteles, bóvedas diversas con sus múltiples nervios, ligaduras, terceletes, florones, desaparecerían muchas vidrieras que rasgan los paramentos laterales, no harían falta las saeteras, disminuirían las dimensiones de los retablos, las de las rejerías, muchos de los adornos vegetales y florales, y el diámetro de los rosetones. La mayor parte de lo que consideramos que da carácter artístico a una catedral, aunque seguiría siendo un lugar para escuchar el mensaje de Cristo En fin, habría que repensar el “arte” en la arquitectura, pero ¡Ay! El ser humano ha necesitado siempre materializar sus sueños y no cabe duda de que la belleza nos ha atraído desde el momento mismo en que vimos la luz nada más traspasar el útero materno.
“Arte”: Polisémico vocablo que, actualmente, puede cada uno interpretarlo a su manera, que en él cabe casi todo, algo así como el agujero de la nariz, en el que te cabe cualquier dedo de la mano y todos se ajustan a él perfectamente.
Lo que yo hago no me hace sentirme necesariamente feliz ni desdichado, simplemente tengo que hacer algo. Pintar y escribir es una manera, para mi confortable, de estar solo, de estar conmigo mismo, respondiendo a lo que mi ánimo demanda, en una soledad que yo no siento, porque vuelo entre recuerdos, mis mejores recuerdos; y aquí, en mi habitación que se asoma a unos jardines que enlazan con los del parque de La Fuente del Berro, sumergido en el silencio del pintor y el escritor, me dedico a recrear momentos del pasado o del presente, a traer muchas de las cosas bellas que he tenido en mi vida a mi mente, y desde ella a mi pluma o mi pincel para estar conmigo, y para estar yo con ellas. Y vuelo entre mis paisajes y mis seres queridos. Ye he dicho que ello no me hace feliz ni desdichado, pero sí que me trae una paz que necesito y que me invita a perdonarme mis errores. En mis pinturas y en mis escritos anidan esencias, voces, sabores y aromas de mis modelos, de mis personas, cosas y paisajes que han volado conmigo y, siendo yo el piloto de la nave, siento que casi consigo que vivan otra vez y tenerlas al lado. Vivo con sus ausencias, pero en mi mano y mi mente está la capacidad de traer al presente mi pasado. Me da lo mismo que no sea verdad porque lo importante es que a mí me parezca que sí lo es.
«My hearth belongs to daddy», óleo sobre lienzo, 100×80 cm
Últimamente he pintado a mis nietos, esos seres pequeños que atesoran su futuro y una parte de mi pasado, aunque ellos no lo sepan porque son analfabetos. Tienen solo tres y cuatro años, desbordan una vitalidad e ilusión contagiosas que a mí me maravillan pues me recuerdan que yo también las tuve. Me he estado dejando el alma en el empeño intentando conseguir, a través de mis pinceles, hacer tangible lo intangible, y casi creo que he estado pintando mi ilusión perdida observando la suya.
¡Que pocas veces nos detenemos a pensar en la magia de lo cotidiano! En, ¡cuántas cosas nos puede contar un gesto! Y en esto, esos seres pequeños son auténticos maestros, porque aún no conocen la vergüenza, que es prima hermana de la falsedad. Nosotros sí, sí la conocemos. A nosotros nos enseñaron a avergonzarnos, a controlar nuestras emociones, a ocultarlas para defendernos unos de otros, de nuestras envidias, de nuestras maldades. Somos seres especializados en ocultar nuestro cuerpo con las ropas y nuestras almas con los efugios y subterfugios, mientras nos maravillamos ante muchas cosas de los niños o los animales, nuestras mascotas, todos ellos seres desvergonzados que se comunican con nosotros con sus emociones y que sabemos que no nos engañan. La mentira no tiene cabida en una emoción porque su cauce es la palabra.
Resumiendo: En esta pintura he querido plasmar la emoción de un niño, mi nieto, al conocer a alguien que, evidentemente, le gusta, y la he titulado: “Encantado de conocerte”
Madrid 17 de octubre de 2.024
Alfonso Calle García