Firmas con sello de lujo: Tomás Paredes

El creador ante el desconcierto

 

“Egolatría”, 2022, óleo sobre lienzo, 200×200 cm, Alamá

 

Estamos, en tiempos desasosegantes, desconcertados. Y, aunque es generalizado, quiero referirme a los creadores: al pintor, al escultor, al compositor, al poeta, al pensador, todos en el erial. Los artistas miran el horizonte y ven un muro negro, intentan abrir una brecha y qué observan al otro lado: furtivos con cabeza de anuro, buitres disfrazados de banqueros, políticos inanes, ratas al violín, mitrados demoniacos, periodistas palmeros, azoreros inquietantes, también algún coleccionista, ciudadanos activos: una sociedad en manos del azar.

Pero, a los artistas nadie les ha obligado a escoger el camino que han preferido. Sea por el motivo que fuere – existencial, caprichoso, casual- han elegido y lo que no pueden ignorar es que han elegido una vida dura, difícil, en soledad. La imagen del triunfador que derrocha, malrota, y se convierte en un dios fulero, es una idea ensoñada, equívoca y fraudulenta, pues, en su mayoría, esas vidas son de plástico, de oropel, pura filfa.

Ya conocen – por cierto, ¿han leído algún poema de Yorgos Seféris?- a Seféris para quien el camino actual de lo que entendemos por arte lo han establecido los poetas, pero sin que tengamos que resignarnos y estar de manos cruzadas, porque: “…para el creador auténtico siempre hay otro camino”. No vale instalarse en el lacerante ostugo de la queja. Cuanta más oscuridad más obligados estamos a buscar la luz, a inventar caminos ¡No todo está hecho, quedan miles de respuestas maravillosas por decir!

Yorgos Seféris

La guerra no es un arte, ni ahora, ni nunca, da lo mismo leer a Esquilo, -que participó en las guerras de Maratón, Salamina y probable en Platea, 479 a. d. C.- a Polibio, que a Juan Ginés de Sepúlveda o a Valle-Inclán. La guerra es un fracaso, que saca lo peor del hombre. A un orbe en descomposición, se une el sadismo de una guerra inventada por Putin, un asesino de oficio, que el mundo padecerá si no se le lleva ante un Tribunal Internacional que juzgue sus crímenes, su destrucción y que la Federación Rusa pague.

¿Y qué puede hacer el artista ante este horizonte de desolación y barbarie? Pues, trabajar, crear, dar su respuesta, enseñar que el hombre que es un mendigo, una bestia cuando pierde la cabeza, también pude ser un ángel. Escribir, pintar, componer, dejar constancia de su espíritu, de su presencia, que es más duradera que el bronce, como sabia Horacio: Exegi monumentum aere perennius, Oda XXX, Libro III.

El arte es como el amor, una promesa de perfección, una aventura por la belleza, un oasis en el desierto, una cima a conquistar, a encontrar, valorar y disfrutar. El artista no está en una carrera, sino en un camino que hay que hacer, que dura toda la vida. Si no, es capricho momentáneo, que nada tiene que ver con el compromiso humano con la creatividad. No sólo vale ponerle corazón, porque no hay corazón sin inteligencia.

Maurice Ravel (1875-1937), el gran compositor francés, repetía: “La inspiración consiste en sentarse a trabajar todos los días a la misma hora”. Los griegos resolvieron este asunto, echando mano de la mitología. Apolo, dios de la creación, vivía en el monte Parnaso rodeado de las musas, que bajaban a insuflar a los mortales los secretos de la creación artística.

Las musas son nueve: Caliope, Clío,Erato, Euterpe, Melpémone, Polimnia (pantomima), Talía, Terpsícore y Urania(astronomía). En la antigüedad, Safo, c. 600 a. d.C., llegó a ser considerada la décima musa, Platón dixit; algo que sucedió siglos después, a Sor Juana Inés de la Cruz, nombrada “Fénix de América” y también “décima musa”.

Las musas eran hijas de Zeus y Mnemósine, titánide hija de Gea y Uranio, la memoria, que desciende a la tierra a susurrar ideas a los humanos para alentar su creatividad. A partir del romanticismo, las funciones de artesano y artista se separan. Desde entonces el prototipo de artista individual, que se realiza desarrollando su genio es Beethoven (1770-1827). Cien años después, Gustav Maher (1860-1911), exclamaba: “cuando se intenta concebir una obra colosal, uno es un instrumento en manos del universo”.

No quiero desviarme, pero me apetecería, a los terrenos pantanosos de la inspiración. Pretendo concienciar y que cada cual se pregunte, se examine, se mire al espejo y resuelva qué relación tiene con el arte, cuál su cometido, su misión, si es que la hay. ¡Quién tiene hambre, ha de comer, no puede perder el tiempo en bizantinismos!

En las entrevistas de Joaquín Soler Serrano, “A fondo” en TVE, años 70, participó Jorge Luis Borges, que afirmaba: “La tarea del arte es esa, es transformar lo que se nos ocurre continuamente. Transformar todo eso en símbolos, transformarlo en música, transformarlo en algo que puede perdurar en la memoria de los hombres. Es nuestro deber y tenemos que cumplir con ello, o nos sentiremos muy desdichados”.

El creador no puede trabajar pensando si se va a vender o no, si gusta o va a ser rechazado, el arte no es un tuit que se lanza, a la espera de un zasca o un me gusta. El arte es un destello de inteligencia, trufado de técnica, talento, sensibilidad; de toda esa amalgama de sensaciones, emociones y misterio que ahorman la entidad de un artista.

 

Odysséas Elytis

En Crónica de una década escribe Odisséas Elytis: “He aquí la misión del poeta, hacer sensible, aunque sea por un momento, la presencia de la poesía. En los siglos pasados, desde Heráclito hasta Sade y hasta Rimbaud, sin saberlo, lo habían conseguido”. No es seguro que los creadores ignoren el alcance de lo que hacen. Otra cosa es que puedan sugerir extremos en los que no habían pensado, pero Wagner sabe lo que busca, igual que Wallace Stevens, Falla, Luis Cernuda o Theo Angelopoulos.

En el transcurso de una conferencia sobre Dante, afirma T.S.Eliot: “La misión del poeta, hacer comprender al pueblo lo incompresible….”  Yo prefiero hablar de sentir, porque hay sensaciones que sentimos y no comprendemos y no sólo, como reacción intelectual, sino somática. El artista se implica por entero en lo que realiza, se vuelca en lo que consigue, luego tiene que distinguir la sensación del pensamiento, la emoción de la sensibilidad, lo hondo de la ocurrencia.

T.S. Eliot

El artista es humano y depende de sus circunstancias, el arte es la sublimación del ser, sin mitificación alguna, por eso cuando estamos en la tarea de hacer algo sublime, espléndido, no podemos estar pendientes de otras cosas, sino metidos de hoz y coz en lo que estamos ejecutando. Cuando nos emocionamos, nos sentimos desbordados, sin preguntas. Cuando nos encanta el trino de un azulillo pintado, ¿acaso nos preguntamos algo, o nos dejamos llevar por el placer? Cuándo leemos a San juan de la Cruz, ¿qué hay más importante que ese vértigo estuoso de misticismo y sensualidad?

Tiempos duros, que no excusan desorientación o pereza. ¿Para quién crea el artista? Para nadie y para todos, para si y para la eternidad. El enorme poeta ninguneado, el grandullón y mollar Jesús Hilario Tundidor, en el frontis de su libro En voz baja, 1969, coloca este poema, “Borrachera”: “Con los ojos/ rojos, escribo/ para la inmortalidad. / Con los ojos/ blancos, escribo/ para nadie. / He dado mi vida/ por la claridad. / Con los ojos/ rojos, escribo, / sin embargo, / también para nadie”.

Jesús Hilario Tundidor

Flaubert estaba obsesionado con la forma. En unos pensamientos recopilados por su sobrina, Caroline Franklin-Grout, publicados por Louis Conard, 1915, asegura: ”No siempre hay que creer que el sentimiento lo es todo. En las artes, nada existe sin la forma”. Cuando hay sensaciones por comunicar, siempre habrá nuevas formas para su expresión. Para Hugo von Hofmannsthal: “El tiempo en que se vive otorga determinadas formas. Franquear el círculo de la fascinación y obtener formas nuevas, tal es el acto creador”.

“Vulcano”, serie Red, 2019, óleo, esmalte y resina/tela, 200×200, Alamá

Todos conformamos la sociedad, pero cada uno debe ejercer su cometido. Y el de los creadores es buscar nuevas formas para decir lo que aún no se ha dicho de manera idónea. Nada es definitivo, en tanto la vida fluya, y mucho menos en el mundo de la cultura, en el pensamiento. La dificultad nos exige un esfuerzo que debemos hacer sin ambages. O dedicarnos a otra misión gregaria ¡Para deslumbrar hay que tener luz!

El Rey Planeta, Homenaje a Velázquez, Felipe IV a caballo”, 2017, mixta/lienzo 200×200., Alamá

No hay mayor fracaso para el artista que no realizar lo que sueña. O sí, no intentarlo. No puede distraerse con acciones ajenas, con sucesos que no puede gobernar, tiene que buscar dentro de si y dar lo que tiene, si no lo consigue, se sentirá “muy desdichado”. No vale culpar a las circunstancias, somos nosotros los dueños de nuestro destino, de nuestros aciertos o nuestra inoperancia. Lo que ven, lo que sienten, tienen que transformarlo en algo que nos conmueva, en “algo que puede perdurar en la memoria de los hombres”. Es innoble que las mascaradas del tiempo arranquen al ser de la gloria.

“Canto XXXIV, Lucifer”, 2021, t. mixta/tela, 200x200cm., Alamá.

“Canto II, Dante, Si volse a Retro”, 2021, t. mixta sobre tela, 134×89 cm, Alamá

Para acompañar estas palabras he pedido a Jordi Alamá, Granollers 1986, unas imágenes de su obra. El día 7 de abril, inaugura en Barcelona su recreación del Infierno de Dante. Alamá es un ejemplo de talento, de acierto y de trabajo. Un hombre de nuestro tiempo, joven, tenaz, luchador y decidido que está tocando con sus nudillos a las puertas de la eternidad.

 

                                                                                                                  Tomás Paredes

                        Presidente H. de la Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spain

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