Firmas con sello de lujo. Tomás Paredes

Julio Larraz: un maestro de incógnito

 

 

En Larraz, nada es lo que parece. Es un protagonista, pero él hace por quitarse del foco, de forma natural. No se anuncia, pero es un maestro que ha conseguido un idiolecto, un lenguaje propio que le identifica, un estilo ahormado en la concurrencia de varios estilos. Un pintor que hay que adivinar, porque habla de los otros con admiración y conocimiento. Un mago que intenta hurtarse, pero que no logra esconder la magia icónica de su mundo. Mece la pintura con mano de seda en el regazo de la comunicación.

Activista, vitalista, exergónico; simpático, empático, extravertido: un torbellino de sosiego, un sorbo de licor que embriaga y no marea. Habla, acciona, sonríe, como si nada. Fornido, sobrado, cuenta y no para, pero no es un charlatán, porque dice lo que siente y sabe lo que dice, descendiente intelectual de don Francisco de Quevedo.

Es, a un tiempo, irónico, satírico, onírico, enérgico o dulce como una canción de cuna, como una canción de Cuba. Un batiscafo de humor que emerge o se sumerge con naturalidad y que siempre acaba en un inmenso ramo de cariño. Diríase una ventolera, pero es una brisa que lleva implícito el arte, que lo ensalza, convertido en un eslabón de una tradición cultural. Es a la vez muy antiguo y muy moderno, secluso y familiar, ligero y contundente, nefelibata y realista.

Larraz. Exodo,2022

 

Fernando Fernán-Gómez -ese monumento a la ternura, que tan pocos saben- me invitó a conocer a Larraz en un encuentro familiar y sorprendente. Así, en la distancia corta, Julio es encantador, abierto, transparente, mollar. Y pasamos una velada estupenda, sin parar, hablando de esto y aquello, es decir, de la pintura, del arte, pero como si a él no le fuere nada en el envite. Se disfruta su amor por Dalí, su respeto por Bacon, su barniz florentino, su actitud, antes de contemplar su aptitud, su abierto corazón de agua clara.

Julio Larraz tiene exposición abierta en la galería Marlborough de Madrid, con rubro Paisajes alternos, un conjunto de obras, grandes formatos sobre todo, fechadas en el último lustro. Más que suficiente para saber por dónde anda y adonde alcanza su dimensión, cuál es su compleja técnica y su solercia en la fusión. Es como un viejo rockero que no deja de improvisar sin despegarse un ápice de lo que le marca su destino expresivo, de lo que tiene que decir.

¿Y qué es lo que dice esta pintura? Más de lo que dice. Ejerce de vigía, realiza una crítica social profunda sobredorada por la cortesía de su humor y su ironía. No es un pintor narrativo, pero no deja de contarnos cosas. Los objetos de los que rodea a sus criaturas son utilizados como símbolos del poder que ejercen mandamases y mandamales. Sus imágenes denuncian la prepotencia y la arrogancia de todas las estirpes narcisistas, de las patrias sobrevenidas por la artificiosidad.

Nada es gratuito ni fortuito en su iconografía. Para resaltar su oposición a costumbres intolerantes crea personajes, que se convierten en arquetipo de su liberalismo, como es el caso de la figura de Juana Campamento y Madrigales, esa pelirroja, que caricaturiza, como hiciera Valle-Inclán, para desnudar su realidad salpicándola de gracia, de guasa, de sorna, de la poética que inunda toda su iconografía.

Larraz, Miss-Campamentos-Rolls, 2020

 

Julio Larraz nace en La Habana, 1944, y con la toma del poder por Fidel Castro, su familia se traslada a Estados Unidos, donde se radicará, llegando a Nueva York a los veinte años. Allí comienza a hacer caricaturas políticas para The New York Times, The Chicago Tribune, Vogue Magazine, The Washington Post y otras publicaciones, donde llegó a ser un cartoonist de éxito con la firma “Julio Fernández”.

Autodidacto de inicio, luego asistirá a clases del caricaturista David Levine, del pintor Aaron Shikler, retratista de famosos y políticos, y de Burton Silverman, adquiriendo una formación que le permitiría hacer juegos malabares con la figuración, construir y deconstruir a modo; cantar, iluminar, mezclar las pinturas de otros y la propia en pro de la Pintura.

Desde su primera individual en Washington, 1971, Larraz ha realizado ciento veinte muestras personales y ha participado en numerosas colectivas en diferentes estados de EE.UU., en las grandes capitales de Sudamérica, así como en varios países de Europa: España, Francia, Italia, Mónaco…Logrando un prestigio que se pone de manifiesto en sus recientes antológicas de América y Europa y en los galardones recibidos.

Su relación con España, a pesar de tener cuatro abuelos españoles y de distintas latitudes, no ha sido amplia, pero si intensa. Su primera comparecencia la tuvo en ARCO’99, cuando lo exhibió con holgura, Luis Pérez de Miami, constituyéndose en un punto de atracción. Desde 1996 trabaja en exclusiva con la galería Marlborough, que lo presentó en Madrid, primavera de 2010, con una gran muestra de piezas inolvidables. Y ahora repite, maduro y liberado, ahondando en lo que sabe hacer con maestría: ironizar con sandunga sobre los excesos y las vanidades humanas, que nadie atesora como los políticos.

Larraz Official-Business 2022

 

Decía que, en su estreno en Marlborough Madrid, mostraba piezas memorables, nadie crea que es un adorno retórico. En aquella ocasión había notas brillantes de sus especiales tauromaquias, más metafísicas y dechiriquianas que explícitas. Ya señaló Edward Lucie-Smith el parentesco de sus plazas de toros con las piazze de Giorgio de Chirico.

Y exhibía una obra subyugante, extraña, exquisita, sutil, Salones para fumar, 2009, que recoge todo un mundo de pintura que va de los prerrenacentistas a la actualidad: es la belleza como un palacio secreto donde brilla la inteligencia, el deseo, la sutileza, la contemplación, la fineza, la elegancia. Ahí están el Giotto, Simone Martini, pero también Balthus y Mozart, bajo el tamiz larraziano.

Y estaban sus famosos bodegones. Me contaba, de viva voz, que cuando llegó a EE.UU. y se inició en la pintura, el conceptual y el minimal arrasaban y que, por ir a la contra, para protestar de aquella dictadura, se puso a pintar bodegones, inspirado en el Barroco español, pero con guiños a la actualidad. Y sus homenajes a Velázquez, a Goya; y sus esperpentos, modo Valle-Inclán, para poner en claro lo que diferencia el oro del oropel, la sencillez de la parafernalia de los dictadores y enfermos macarras del poder.

Sólo un hombre curioso, o sea, ambicioso en su expresividad, inquieto, estudioso de la tradición, zahorí del misterio del arte, puede pintar con tantos guiños a tantos autores como lo hace Larraz. Son homenajes, también lecturas de Andrew Wyeth, Hopper, Velázquez, Zurbarán, Sánchez Cotán, Goya, de Chirico, Dalí, Magritte, Bacon…Pero, cuando más impacta es cuando no recuerda a nadie, sino a él mismo, con esos coches imponentes en paisajes solitarios, con las caras desfiguradas para ahondar en su denuncia, con esas procesiones carnavalescas en las que se bendice a los tiranos, que generan adhesión a través del miedo que infunden.

Quiero hacer una salvedad, no estoy descubriendo nada, pues excepto entre nosotros- y puede ser pura ignorancia- en el mundo occidental ya saben que es un maestro cuyo quehacer ha provocado una bibliografía extensa y densa. Así, los libros, en folio mayor, de Edward Lucie-Smith, Skira, Milán 2013; Julio Larraz: The Kingdon We Carry Inside, de David Ebony, Rizzoli Electa, 2021; los textos de Donald Kuspit, Edward J. Sullivan, Ariel Larraz, Guillermo Solana, Madeline Murphy Turner.

En esta propuesta madrileña son varias las obras que llaman la atención por motivos distantes. Éxodo, 2022, esa elegía a la migración de los hombres en busca de libertad, con una imagen tan surreal, tan imponente, tan impactante, tan solitaria. Es una de las piezas más importantes, no por su precio- 250.000 euros- sino por su contenido emocional y fieramente humano. La decana y la Maestranza, con esa cita de Bacon de excelente imbricación; Official Business, la misteriosa Out to Lunch.

En Alternate Passages, 2013, la obra que da título a este conjunto, la composición recuerda el asesinato de John F. Kennedy: el revuelo del atentado, el Lincoln descapotable que se desmorona, la bandera americana, el traje ensangrentado, el eco expansivo de una imagen que retumbó en todo el país, en todos los pueblos del mundo, como una honda que se va alejando sin dejar de inundarlo todo, sembrando de silencio el paisaje.

Larraz, Out-to-Lunch, 2020

 

En el texto del catálogo, Madeline Murphy Turner concluye: “El artista entreteje los temas del poder y la memoria[…]Inyectando a sus composiciones agudeza, sentimiento y misterio, Larraz propone métodos para examinar la sociedad contemporánea, transformando su pintura  en un memento mori para recordarnos lo que la vida puede ser y lo que podemos perder. En este sentido, frente al conflicto global, el exilio y el aislamiento generalizado, Julio Larraz nos demuestra que todavía queda vida, incluso en la naturaleza muerta”.

Se trata de una sabia conjunción de vida y arte, un desparpajo plástico cabe una actitud intelectual optimista, una fusión de estilos y de tiempos en un presente, como ocurre en La tierra baldía, de T.S.Eliot, el ensamblaje del pasado y el futuro en un presente determinante. Pintura figurativa, fundacional, muy americana y muy personal a la vez, que logra universalizar lo local, que nos enseña una realidad por medio de hipérboles y sátiras, de ficciones que construyen un cosmos deslumbrante y genuino.

Cuando estuvo en Cabo Cañaveral para dar fe plástica del despegue de un cohete espacial estaba junto a Robert Rauschenberg; cuando Nixon dimitió dejó la caricatura y se puso a pintar cuadros de caballete; cuando murió De Gaulle, The New York Times le pidió una imagen y él hizo en 45 minutos un busto del General…

Norteamericano cabal cuajado de españolías, pintor, escultor, grabador, lector decidido y tenaz, como Pessoa, asegura tener dentro de si todos los sueños del mundo y pinta para hacer visible lo que sueña. Sabe vivir, eso se siente a su lado, se percibe, y al cabo es un maestro, no sólo del arte, sino de la vida.

                                                                                                                   Tomás Paredes

                                 Presidente H. Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spain

 

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