Firmas con sello de lujo. Tomás Paredes

 

El éxito y el fracaso

 

Voy a referirme al mundo del arte, a la vida del artista, a sus obras, en un escenario contemporáneo. El éxito es un fenómeno cultural, como el fracaso, sentimos a ambos a través de sensaciones y conceptos que la sociedad moldea, hay que situarlos en nuestro tiempo, al margen de lo que han significado en otras culturas y otras épocas.

Éxito es sinónimo de victoria, triunfo, fama, culminación, celebridad, proceridad, cada vocablo con sus matices. El éxito es subjetivo, sin dejar de ser un ramo de flores que desprende mil aromas distintos. Éxito se asimila a dinero, a tener o ganar mucho dinero. Y no es una causa del capitalismo, antes de que existiera ese sistema, el éxito ya era indicativo de opulencia, nombradía, prosperidad, feracidad. ¿Acaso Fidias era pobre o trabajaba gratis? ¿Y Horacio, cómo vivía hasta su destierro?

Hay un tremendo error en el que caen muchos artistas, porque siguen asimilando éxito y triunfo con dinero y fama. Y no, en arte eso no es así. Para un artista el éxito está en lograr la expresión que ambiciona, en la perfección de sus visiones; en hacer aquello que siente y quiere hacer con solercia, como emblema de su creatividad ante el mundo. Juan Ramón Jiménez, imploraba: ¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!

El poeta trabaja en los límites del lenguaje, buscando la palabra fundamental en el tiempo, la expresión que no admite otra forma de manifestarse. Así, para Borges: la poesía es el intento de expresar lo inexpresable. Y la escultura para el escultor y la pintura para el pintor o la música para el compositor: lucir el don de idoneidad. La obra que no se expresa por sí misma es trunca; la generada en un proceso industrial es eso, producto objetual de mercado, léase Okuda, dEmo y demás ralea.

“Reposo”, 1993, sierraelvira, 32x12x39 cm, ALCÁNTARA (colec. particular). ¡Quién consigue expresar, con esta sutileza, la ternura, la elegancia, la armonía, la dimensión oculta de la materia, en un proceso de talla directa en piedra, no puede ser sino un poeta de las formas, un naife en la oscuridad, que nos regala perfume de eternidad!

 

El éxito para el creador estético no es la fama, ni la alta cotización, sino lograr formas expresivas que identifiquen su dimensión, que le hagan sentirse dueño de su destino y articular el acmé de su idiolecto. Es calántica tibar de un proceso. Anhelamos construir un cosmos, si no lo logramos, no llegamos a conocer el paraíso. El arte es hijo de la soledad, del trabajo individual; los productos industriales, del colectivo y la tecnología.

Entre los nombres que suenan ahora, aquí: Javi Calleja, Pedro Quesada, Rafa Macarrón, Sierra, Ana Barriga, Secundino Hernández, Sixe Paredes, Eloy Morales, Yago Hortal, Al Pinya, Pantone, Alamá, Lacalle, Castiella, Lobera y más. Forman parte del batiburrillo de las listas, pero, ¿han triunfado? Para sus colegas, probable. Mas, hay quien está en el camino, otros descaminados, incluso alguno ofuscado en el resplandor del euro.

Ralph Waldo Emerson dijo que “el éxito consiste en obtener lo que se desea. La felicidad, en disfrutar lo que se obtiene”. Y es verdad, pero es que el artista, el verdadero creador no puede desear otra cosa que no sea la idónea expresión de su concepción genuina. Y, precisamente, cuando eso se produce, emerge la felicidad, disfrutar lo que se obtiene. No una felicidad sensual y social, sino la realización de un compromiso existencial, hacer las paces con uno mismo.

Muchos artistas de hoy, jóvenes o no tanto, no se plantean estas cuestiones. Quieren ser famosos, ricos y triunfadores como sea, sin valorar los medios para conseguir sus fines. Y está muy bien ambicionar riqueza y disfrutar de todos los caprichos, pero eso tiene que ver con el comercio, la industria y la diligencia para ganar dinero. La paradoja del arte es que hace rico a los otros. El artista es más estoico que epicúreo; lo contrario le deturparía.

“Esto fue desierto”, 2009, óleo/tela, 130×162 cm, ALBANO (colec. particular) ¡Quién pinta así a los veinte años, puede tener algún chasco, pero está en el camino de la dimensión, invitado a la ceremonia de la gloria! Su éxito no son los premios logrados, quizá el que más tenga a su edad, sino su capacidad de despertar los sentidos y el arcano.

 

Para el creador, el éxito no está en vender mucho y en ganar dinero, sino en arbitrar un lenguaje que exprese su sentimiento y la emoción de manera única. Esto no quiere decir que un artista no deba vender, claro que no. El artista tiene que vender, porque cuando vende se posa en el suelo, relaciona mejor su trabajo con lo que transmite y vive de lo que hace. Pero no debe fundamentar su obra en la sonrisa del mercado.

Los comerciantes, los comerciales, los especuladores, los usureros están modificando el proceso, el concepto del arte. Hay artistas con una intendencia detrás, un laboratorio de marketing, y trabajan como si fueren una fábrica de lavadoras. Pero, una lavadora no es una obra de arte, por muy bien que funcione. Al fundir cultura y espectáculo se pretende hacer del arte un producto de masas, de consumo masivo y eso es ajeno al arte. Los trucos confunden al mercado, lo seducen, no al arte. El creador es un resistente.

¡Y que no me vengan con monsergas puristas, el arte puro es el que mejor llega a los sentimientos humanos! Cuando no se sabe qué decir, hablamos de cantidad, como si resolviere algo; fijamos la importancia de un museo por número de visitantes, no por las personas que enriquece; valoramos la dimensión de una obra por la cantidad de <me gusta>. El mercado, con independencia de la calidad del arte, requiere marcas; el hombre, necesita arte; el artista, la ética de la estética.

En una entrevista de Giuseppe Cardillo, en 1969, Nueva York, al poeta Pier Paolo Pasolini, publicada ahora por Altamarea, p.99, afirma: “Dicen que el sistema se lo come todo, que lo asimila todo. No es cierto, hay cosas que el sistema no puede asimilar, no puede digerir. Una de ellas, por ejemplo, es precisamente la poesía: en mi opinión es inconsumible”. También lo creo, “la poesía no se consume”, y cuando digo poesía estoy diciendo arte. Se consume un best sellers, un partido de fútbol, un bocadillo de calamares; la poesía no, la leemos una y otra vez y siempre está presta, encendida.

“Toledo misterioso”, 2014, mixta sobre tabla, 81×100 cm, ROMERAL (colec. particular) Luego de contemplar esta vista mágica de un Toledo hechicero, henchida de emoción y misterio, ¿qué importa que su autor sea esto o aquello? ¿Qué más da lo que venda, lo conocido o ignorado que sea? ¡Si maravilla así, lo demás sobra!

 

Fracaso, de fracasar, es un sustantivo confuso que sugiere revés, caída, impopularidad, desacierto. Para el DRAE, “Caída o ruina de una cosa con estrépito y rompimiento. Suceso lastimoso, inopinado y funesto. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio”. Como se ve, una convención en la que el ruido agorero y el tinte mercantil están por encima de todo.

Fracasar, tr, es “destrozar, hacer trizas alguna cosa”. Como intr.: “romperse, hacerse pedazos y desmenuzarse una cosa”, referido a las embarcaciones cuando chocan. Aún: “Frustrarse una pretensión o un proyecto. Tener resultado adverso en un negocio”. No se alude a sensación espiritual o emoción, se habla de rotura de objetos o de fallidos proyectos. Fracasar es destrozar la rosa de cristal de la creatividad mollar o no hallarla.

El creador fracasa cuando no logra materializar lo que desea manifestar, cuando no acierta a decirse con su obra, cuando lo que hace carece de dimensión, cuando no emociona ni despierta las sensaciones preteridas. ¿Fracasó Van Gogh, porque logró vender un sólo cuadro? Emily Dickinson (1830-1886) escribió 1789 poemas, en vida solo vieron la luz seis. ¿Es una fracasada Emily Dickinson? Fue dueña de su soledad y de su creación, ¡cabe triunfo más evidente!

Hay personas prisioneras de su ansiedad, no se conocen, no saben qué pueden dar, no se realizan, no se buscan y, en consecuencia, viven en constante autodestrucción, en un ahogo permanente. Se aniquilan incapaces de ver la realidad. No debemos esperar en todo momento el elogio, el sahumerio, la lisonja, porque desvirtúa, anochece. Tenemos que ser compactos y formados para no caer en la queja perpetua y la conmiseración. Tampoco abrillantar nuestro ego hasta hacerlo insufrible, porque un ego desproporcionado conduce al narcisismo de los acomplejados.

John Kennedy Toole (1937-1969) se suicidó a los 37 años, tras una depresión al ser rechazado por los editores. Años después su madre logro publicar La conjura de los necios, que fue Premio Pulitzer de 1981. Giuseppe Tomasi de Lampedusa (1896-1957) murió sin ver publicado El Gatopardo, que tras editarlo Feltrinelli se convirtió en una obra de culto iluminada por Luchino Visconti. Hoy son dos clásicos universales.

“El centenario: Carlos Oroza”, 2022, carboncillo sobre lienzo, 116×89 cm, YURIHITO OTSUKI. ¿Fue muy conocido Oroza en vida? Fue un poeta entero, secreto, austero, secluso, que nos legó una joya deslumbrante más duradera que el bronce: su poesía. El único poeta que he conocido que vivió como tal: desnudo, sin nada, gigante, glorioso, sólo con la luz de su canción errante, en llama viva.

 

De inicio, saber dónde estamos y qué somos. Conocer nuestras virtudes y nuestros límites. Nunca dejar de intentar cumplir cada sueño, pero con los ojos abiertos. ¡Qué sería del hombre sin la capacidad de soñar! Una existencia aburrida y reductora, un muermo. Muchas veces, los contemporáneos no ven, ni descubren, porque no saben observar, envueltos en la capa de los intereses y la soberbia, Y se ciegan y dejan pasar la oportunidad de reconocer el talento ajeno. ¡La inteligencia está relacionada con la bondad y con el reconocimiento y con el conocimiento!

Oscar Wilde que fue un maestro en muchas actitudes y capitán de la melancolía, como Cervantes, nos dejó dicho: “los éxitos se los llevan los fuertes y el fracaso los débiles, eso es todo”. Un espíritu imbele siempre está en precario, a merced de circunstancias, pero quien cree en lo que hace, sobre todas las cosas, no puede fallar si hace lo que siente. En eso va a ser el mejor y ese impulso vital no depende del comercio, ni de nada que no sea él mismo y su fuerza. La debilidad nunca suma.

La poesía más reciente se ha convertido en un falaz manual de autoayuda y el arte, en sucedáneo inodoro, incoloro e insípido de consumo burgués, con honrosas excepciones. No extraña que muchos se sientan defraudados por la falta de respuesta ante lo que hacen. Pero, no fracasan los que hacen lo que deben, fracasa el impostor, el pelele. No fracasa el creador que abre ventanas al sentimiento y al pensamiento de sus congéneres. Fracasan los que no creen en lo que dicen creer, los que no lo intentan.

“Waiting on a padded abyss”, 2022, acrílico sobre lino, 250×390, cm, JOSE CASTIELLA.  ¿Lo conocen? Dentro de poco oirán su nombre por doquier. Está construyendo un cosmos fascinante, un idiolecto de excelencia. Ha ideado su propio código de símbolos que misterian, emocionan. ¿Qué dicen? Nos invitan a una fiesta en un oasis con músicas que desconocemos y nos hacen soñar y danzar muy agarrados al tiempo.

 

Las instituciones privadas son muy libres de hacer lo que crean conveniente. Pero los que gastan y derrochan dineros públicos deberían ser responsables económicos de la basura que compran, no a precio de saldo, sino a precio de obra maestra. Son responsables de que los centros culturales no funcionen, de que la información esté adulterada. Una sociedad que desdeña el arte se convierte en el patio de Monipodio, en un murmurio de albañal sin sueños, en masa aborregada y gregaria.

En un soneto hermoso y trágico, Paisaje agónico, sobre el penoso devenir del Tajo, a su paso por el topacio de Toledo, Antonio del Camino, en un verso, certifica la “imagen dolorosa del fracaso”. Aquel caudal que “glosara en altos versos Garcilaso”, es hoy “líquido reptil, verde y escaso”. Han fracasado, no el Tajo, sino los responsables de esta ruina cenagosa, los generadores de miseria. El agua, su vocación de limpidez, ha sido contagiada de abusos y de heces. La sociedad distraída por el ruido, ha dejado de oír la música. Fracasar es destrozar, hacer trizas una promesa o un sueño. Si no nos decidimos, nunca pasaremos a la otra orilla. “Anda-ven- vuela-¡da un salto por encima de la raya!-”, cantaba Oroza. ¡Si no han leído a Carlos Oroza, revisen su proyecto de vida!

Entre los que alcanzan la fama, que son exiguos, hay pocos artistas, ¿quiere eso decir que el resto ha fracasado? No. Picasso no sirve de ejemplo, porque es el más conocido y más creativo de todos. Ahora, un puñado de pusilánimes para disimular su minusvalía cerebral -y no estoy pensando en Patxi López, lo juro-, quieren cancelarlo, destruirlo, romperlo en mil añicos, pero al cabo los únicos derrotados son ellos, porque están produciendo el efecto contrario al que pretendían.

La palabra éxito procede de exitus, que vale por salida, final, muerte. ¡Acaso el éxito no sea más que un cameo fugaz con la gloria, un deslumbramiento que nos cita con el final, con la salida hacia lo desconocido, cuando no con la nada, ignífugo relumbrón! ¡Cómo nombrar lo que permanece si no es a través de su victoriosa determinante presencia!

«Niña jugando”, 2016, talla en madera, 55×50 cm, PEDRO QUESADA, cuando esculpir es acariciar ¡Ante un escultor con esta técnica, tenemos que preguntarnos algo? Dueño de un lenguaje, experimenta creciendo; está construyendo un monumento áureo, observémosle, acompañémosle con admiración hasta la cumbre, dejándonos invadir por la lisura de sus megueces.

 

Tomás Paredes

Presidente H. AICA Spain

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