Firmas con sello de lujo. Tomás Paredes

 

La impasible mirada del estoico

                                                                                     

Vivimos tiempos de conductas innobles, de arbitrariedad, de indecencia; de fragmentación, de adulación de derechos y olvido tórpido de obligaciones. Urge pensar, aplicar la impasible mirada del estoico, dedicando a los hechos análisis desapasionado y objetivo, impersonal. Como dice René Char: “No nos está permitido enloquecer en una época demente, aunque nos pueda quemar vivos un fuego cuyo igual somos”.

Los sistemas filosóficos que no son formas de vida son materia de manual, teorías que se transmiten como objetos de pensamiento, sin ser conocimiento. El estoicismo afirma la esencial universalidad y la unidad del hombre. Nace en la época helenística y permanece hasta la actualidad, porque no elabora doctrinas, sino que ahorma un estilo de vida. Más que idearios requiere conductas, nobleza, limpidez, transparencia.

Nobleza, condición de noble, nada que ver con castas interesadas en vestigios o fortunas hereditarias. La nobleza es una forma de inteligencia y de belleza. Noble es quien de forma natural exhibe conducta generosa, tolerante, empática, limpia, iluminada por la inocencia genuina del ser. Tengo el privilegio de conocer y tener cerca personas nobles; no hablo de oídas, sino de actitudes que justifican la mejor condición del ser humano. Nadie es más rico, más afortunado que aquel que es noble, pero la nobleza se conquista.

La mentalidad helenística es racionalista, pragmática, empírica. El siglo III a. d.C. es el del apogeo helenístico, cuando prosperaron las ciencias positivas. Época augural para la física, la matemática, la química, la astronomía, la medicina. Tiempo de Arquímedes, Eratóstenes, Erasístrato, Euclides. Evoluciona el pensamiento, el arte se hace realista, se impone la koiné, la política se hace práctica: el sistema de Ptolomeo II es el ejemplo.

En ese lapso glorioso emerge el estoicismo, el mayor agente activo revolucionario de los siglos III a.d. C. al II d. C. en el Mediterráneo. Aunque oficialmente el estoicismo acaba con la clausura de la Escuela de Atenas por el emperador Justiniano, año 529.

Tras centurias de confusión, de guadianismo, resurge y se sincretiza con el cristianismo, s. XVI: el humanista belga, Justo Lipsio/Joost Lips, publicó en 1584 De Constantia, la obra que lo fundamenta. El estoicismo ha sobrevivido hasta nuestros días, ¿acaso Borges no es un estoico? El jovencísimo nadador rumano, David Popovici, asegura que su fuerza para vencer y romper todas las marcas se la da el estoicismo, citando máximas de Marco Aurelio y Epícteto.

Zenón de Citio llega a Atenas el 311 a.d.C. y después de merodear varias escuelas, se decide por crear una que se denominó estoicismo, que toma su nombre de la Stoa Pecile, o puerta del lugar donde el maestro exponía sus enseñanzas a seguidores. Al principio se llamó también zenoismo. Zenón propone la primera Utopía de un estado universal en el que los ciudadanos estarán regidos por el amor, como única ley. Y también la igualdad de los hombres y su respeto mutuo.

Para su estudio, se periodizan tres etapas: el estoicismo antiguo, integrado por su fundador y sucesores Cleantes y Crisipo de Solos. El medio, con Diógenes de Babilonia y Antípater de Tarso, que difunde la filosofía por el Mediterráneo, contando con las figuras de Panecio de Rodas y Posidonio de Apamea, los Catón y Escipión el Africano.

Todos saben que, Posidonio de Apamea, Siria, 135-51 a. d .C, fue el gran polímata de su tiempo: político, historiador, astrónomo, geógrafo, filósofo y viajero, incluso estuvo en Gades y midió las mareas y su relación con los flujos, lunares. Figura más universal de la ciencia, después de Aristóteles. De familia acomodada siria, estudió en Atenas y se convirtió en un paladín de lo estoico y de la cultura universal.

Y tercera fase, el estoicismo nuevo o romano, la introducción del sistema en el mundo romano, con las figuras señeras de Séneca, Epícteto y Marco Aurelio, siglo II. Senequismo no es sinónimo de estoicismo, pero ya veremos que coinciden en puntos sustanciales. Y que Séneca bebe en Posidonio de Apamea.

Marco Aurelio, 121-180, fue uno de los grandes emperadores, su honestidad y sus principios estoicos condicionaron su forma de gobernar con éxito. Adriano le llamaba, aun joven, verisimus, el honesto. Marco Aurelio escribió unas Meditaciones, que se han convertido en una almaciga de citas. Persiguió a los cristianos, pero fue noble, digno y respetuoso de la justicia. Valen más sus acciones que su benevolencia.

El estoicismo apunta dos ideas generales: la universalidad y la unidad del hombre. Las grandes virtudes que adornan a los estoicos son: el conocimiento, templanza, justicia y la fuerza para mantener la claridad y la integridad. Sin conocimiento no hay elección, criterio; sin templanza no hay tolerancia; sin justicia no hay libertad, ni igualdad; sin integridad, sin ética, ninguna conducta tiene orientación.

 No estoy hablando de un sistema de autoayuda, tan manoseados y tópicos ahora, sino de un estilo de vida, de unas normas de conducta, de un comportamiento, fundamentado en la ejemplaridad, no en la propaganda. Nuestro desarraigo intelectual y espiritual nos ha hecho intolerantes, macarras, insolidarios. Y todo eso tiene mucho que ver con el resurgimiento de los nacionalismos excluyentes, torpes y salvajes, ignaros, alimentados por fanáticos, frenéticos y fantásticos, con muy poco en la cabeza y nada en el corazón.

Polibio de Megalópolis hace la recepción de las ideas estoicas en la historiografía antigua. La historia con Heródoto se proponía narrar; con Tucídides, enjuiciar; con Teopompo, declamar. ¿Qué ofrece el estoicismo a la historiografía? Comprender, demostrar y comprobar, o sea investigar. Será Polibio el que imponga “la noble objetividad”, la impasible mirada, el examen desapasionado e impersonal de los hechos.

Posidonio de Apamea, 135-51 a. d. C., facilitará el paso del helenismo a la época grecorromana. Las Historias de Posidonio contienen tres ideas: la ambición universalista, la igualdad de los pueblos y la voluntad de la razón cósmica, que es la idea providencialista en el porvenir. En él se inspirará Séneca, quien a su vez influirá en Floro, cantor de la paz romana. El poeta Lucano será otro estoico.

Arriano, de formación estoica, es autor de Anábasis de Alejandro, uno de los libros más hermosos de la antigüedad, allí podemos leer: “Aunque censuro en el discurso de esta narración algunos de sus hechos, confieso sin rebozo que soy admirador entusiasta de Alejandro”. Esta aseveración se ha repetido después y se ha adjudicado a distintos personajes de la historia sin citar a su autor. Los estoicos no fueron nunca proclives a Alejandro, pero Arriano le admiró profundamente y lo dice sin tapujos.

Algunas ideas que hoy nos resultan asimiladas y comunes, como la existencia de una historia universal, el hecho de que el género humano es sujeto colectivo de la historia o que los hechos trascienden la esfera de un pueblo, son ideas que expresa e impone Polibio y que afinan sus sucesores.

El discurrir de los césares, con sus adulteraciones, produjo una cierta decadencia, que se salva con la llegada al poder de Trajano. Hay unas páginas extraordinarias, Semblanza de Trajano, de don Santiago Montero Díaz, que hablan del gran emperador español y de su influencia de Séneca y del estoicismo. Esas páginas me sirven de guía para esta nota.

Para Montero Díaz: “Lo heroico se realiza según tres categorías. La épica, en las culturas que nacen: el héroe domina el destino. La histórica, en las culturas que culminan: el héroe es la expresión del destino. La trágica, en las culturas que se hunden: el héroe es vencido por el destino. En la primera y la última hay conflicto. En la segunda, no. A ella pertenece Trajano”. ¡Deduzca el lector dónde nuestro momento!

Después de su campaña germánica, es nombrado emperador y hace su entrada en Roma a pie- lo que nunca había sucedido-, con manifiesta sencillez y exclama: “Quiero tratar a los demás como yo quisiera ser tratado si no fuera emperador”.  Tácito alaba a Ulpio Trajano asegurando: “en su tiempo cada cual podía pensar lo que quería y decir lo que pensaba”.  Suena a música liberal, “brisas liberales” las llama Montero Díaz.

Trajano, el general de la Bética es un romano de rancio abolengo. Nace el año 53, es pretor, gobernador de la Tarraconense y de Germania. Adoptado por Nerva, será emperador a los cuarenta y cinco años. Trajano “coloniza para la eternidad”, conquista a partos y dacios, a los germánicos y gobernará guiado por el cálculo y la prudencia.

Según Eutropio, cuajó de arte Roma, España, África, Italia, Oriente, reconstruyendo la destruida Antioquía. Hizo edificios, puentes, calzadas, acueductos, fortalezas. Para él “el bienestar de su patria radica en la agricultura como base vital y en la guerra como destino colectivo”. Y a eso se dedica con mano de seda y autoridad de bronce.

El estoicismo, con su punto de acendrada rebeldía, incita a la crítica del estatus imperial, corroe las bases del estado, socaba las viejas jerarquías, porque contiene un sentido tan fuerte de autoridad como de nobleza. Firme con el poderoso y tolerante con el vulnerable. Trajano tan imperial y respetuosos de las jerarquías, jamás pasa los límites. No es un estoico puro, pero es generoso, leal al decoro del estado, senequista ejemplar, duro, vive con modestia, como su hermana y su mujer, inusual en un emperador.

Para Montero Díaz: “Trajano es, pues, un traductor de su propia grandeza a fórmulas escuetas, exactas, infalibles […] intérprete fiel del destino irrevocable y único de su tiempo”. Sobrio, austero, castrense, tenaz, fiel.  ¡Igual que los gobernantes actuales!

                                                                                                                    Tomás Paredes

                                                                                               Presidente H. de AICA Spain   

 

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