Firmas con sello de lujo. Tomás Paredes

Franz Kafka, ecuménico

 

Kafka es un amanecer sin plumas, sin abrigo, sin cobijo, al relente. Un solo de fagot que se eleva construyendo el silencio en el tumulto: ”No sabe usted cuánta fuerza hay oculta en el silencio”. Kafka es una colmena con cientos de enjambres de cartas que destilan la miel más transparente. Un naife en la iscenidad de los tiempos; una mina de oro sepultada por toneladas de ceniza. ¡La sorpresa de la poesía en el erial indigente!

Pocos son los autores, los científicos que han logrado que su nombre se convierta en una palabra común del lenguaje con el que nos comunicamos, aunque no siempre nos entendamos. Más o menos, todo el mundo sabe lo que quiere expresar cuando dice: platónico, dantesco, petrarquista, cervantino, velazqueño, gongorino, kafkiano, freudiano, borgiano, picassiano, azoriniano, lorquiano, ramoniano…

A veces se distorsionan los significados, pero ¡démoslos por buenos! El caso es que, Kafka se ha convertido en un nombre ecuménico y para referirse a un asunto absurdo, una situación angustiosa o una estructura agobiante, lo identificamos con la palabra <kafkiano>, admitida en el DLE. Franz Kafka muere en Kierling, Austria, el 3 de junio de 1924, en consecuencia. este año celebramos el centenario de su muerte: ”Un hombre que no comprende a otro no es terriblemente cómico, sino pobre, solo y desvalido”.

Para ello han concatenado esfuerzos distintas instituciones culturales, cuyo programa presentaron en el Círculo de Bellas Artes, el pasado jueves 21 de marzo. Presentación un tanto ñoña, tópica, que incidió más en leer actividades y en cuestiones baladíes que en el hurmiento de la obra del doctor de Praga. Ponerse a valorar si es más checo que austriaco cuando nació y vivió en el Imperio austrohúngaro, resulta tedioso.

Franz Kafka nace en Bohemia, 1883, en el seno de una familia judía de comerciantes. Estudia en un colegio alemán de Praga, se matricula en Química, luego en Filosofía e Historia del Arte- toda su vida será un apasionado del dibujo- y finalmente, por exigencia paterna estudia Leyes, sin entusiasmo, y se doctora en Derecho en 1960.

Tras varios y diversos empleos breves, en 1908 accede al funcionariado del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, que abandonará en 1920 con una baja por enfermedad. El 11 de agosto de 1917 padece un acceso de tos con sangre, que avisa de su tuberculosis, enfermedad de la que fallecería en 1924.

Tuvo cinco tentativas matrimoniales, quedó soltero. Se enamoró de la checa Julie Wohryzek, su padre se opuso de forma radical: este suceso ocasionaría su Carta al padre, publicada póstumamente, modelo universal de protesta contra el progenitor. Sus otras relaciones son: Felice Bauer, Grete Bloch, la traductora checa Milena Jesenká y la polaca Dora Diamant, que dejaron un reguero diamantino de correspondencia.

Grete Bloch y Julie Wohryzek

 

Casi todos sus exégetas pasan por alto sus estudios de Derecho. Aunque no tenía interés por la carrera y tampoco por el desempeño de la abogacía, estudiar Derecho te ordena, te normatiza, te estructura, te obliga a lo concreto, a la severidad formal. Pienso que ello tuvo mucho que ver con su estilo grave, óseo, seco, antirretórico, nada romántico.

Kafka escribía el alemán de Praga, aprendió checo y francés y entendía yiddish, más de lo que creía, en expresión propia. Detestaba su empleo de oficinista por las mañanas y dedicaba las tardes a escribir. En vida publicó tres libros: La condena, El fogonero y La transformación, que se ha publicado como La metamorfosis. A su albacea y amigo, el crítico Max Brod, dio orden de quemar sus escritos tras su muerte, éste desobedeció y editó con posteridad: El proceso, El castillo, de temática similar; El desaparecido, Carta al padre, En la colonia penitenciaria, sus cartas y hasta los papelillos encontrados en cualquier ostugo, con independencia de su oportunidad y valor.

De Kafka se ha publicado todo, incluso sus dibujos, que él llamaba “garabatos”. Sus conversaciones, sus aforismos, sus toses y sus escasas sonrisas. Ha poco ha aparecido: <Tú eres la tarea>Aforismos, El Acantilado, edición de su exigente biógrafo, Reiner Stach y traducción de Fernando Moreno Claros. En fin, un expurgo excesivo, porque llamar aforismos a muchos de esos fragmentos es una suerte de frivolidad.

La realidad es el conocimiento universal de la obra de Kafka, que lo ha convertido en un autor ecuménico. La figura de un hombre probo, estricto, asceta, exigente, con un claro sentido de la justicia no cuaja con este festival Kafka que editoriales y difusores nos quieren imponer, a mayor gloria de sus virtudes y bondades: “Cuanto más mejoran las técnicas gráficas, tanto más débiles se vuelven nuestros ojos”.

Dejó la senda de la novela tradicional y abrió un nuevo camino narrativo y expresivo. Logró un idiolecto reconocible, genuino, y creó personajes como Gregor Samsa, Joseph K., K., incorporados a nuestro lenguaje, al imaginario conversacional. Kafka es hombre secluso, un poeta que se anticipa a su tiempo y que lo retrata con precisión de relojero, en contra de todo, incluso del silencio, de su titubeo editorial. Nadie mejor que él ha cincelado la grisura de la administración austrohúngara, la sordidez del homus soviéticus y los sistemas aniquilantes, contrahumanos.

 

Franz Kafka

 

Kafka es La transformación/ La metamorfosis, ¡qué imaginación!, ese viajante, que solventa la economía de su casa, y se convierte en insecto y ya no puede y le dejan hasta su extinción. Kafka construye la figura de Joseph K. y la de K., dibujando ese ambiente desesperante en el que se ningunea y avasalla al ser y se hace de él piltrafa, pura filfa. Kafka es el cóndor impresionante que sobrevuela el mundo y lo observa y le advierte, sin que nadie le oiga hasta después de haber pasado todo, hasta luego de la tragedia.

¿Alguien duda de la talla poética de Esquilo? ¡El creador de la Eneida no puede ser más que un grandísimo poeta!. El autor de la Comedia, ¿no es un polímata gigante? ¿Quién, si no un enorme poeta, puede idear y escribir El Quijote? La transformación sólo puede configurarla y pergeñarla un excelso poeta. ¿Acaso puede cualquiera escribir Cien años de soledad, si no es poeta de gran calado?

Entre el 24/25 de enero de 1948, leído en la radio el 4 de febrero de ese mismo año, Cesare Pavese escribió, “Tienen razón los literatos”, en el que afirma: “Y no es una casualidad que el más auténtico poeta de la humanidad desarraigada por las persecuciones y el terror racial, Franz Kafka, escribiese ya en el tiempo de la primera guerra mundial”, Il pensiero dell’arte, Pesaro, 30.X.1948, Cesare Pavese.

Cuando leí esta consideración de Pavese, me puse a cavilar, pues, hasta ese momento nadie había definido así al arquitecto de Samsa. Entonces afiné las antenas y busqué y leí Conversaciones con Kafka de Gustav Janouch y vi como Janouch lo refiere siempre como doctor Kafka y como poeta. ¡Y cómo siente la poesía Kafka, determinante para él!

 

Dora Diamant

 

Entre los elementos que conforman la figura física y espiritual de Kafka, Janouch anota: hombre alto y delgado…pelo negro peinado hacia atrás, la nariz corva, unos prodigiosos ojos azul-acerados, bajo una frente más estrecha de lo normal…tímido e introvertido…sus finos labios lucían una leve sonrisa…una voz de barítono vibrante y velada, admirablemente melodiosa…manos grandes y fuertes…cada palabra era una piedra…se lavaba las manos a cada instante…soy jurista…Siempre quise saber dibujar. Siempre he querido ver y retener lo que veía. Esa es mi pasión…”

Gustav Janouch era hijo de un compañero de oficina de Kafka, quién lo presentó al autor de El Castillo, entablando entrambos una relación, que devino en amistad y frecuentación. Gustav anotó todos sus encuentros y conversaciones en lo que llamó “documento Kafka” y hoy son estas Conversaciones. Algunos han querido ver en esta obra un paralelo entre las mantenidas entre Goethe y Eckermann, no llega a tanto.

Jana Vachovec, esposa del compositor homónimo, insistió en la necesidad de publicar las notas, Kafka me dijo; Janouch se resistía. Jana le espetó: “La Poesía en mayúsculas, la que es relevante para toda la humanidad, exige la dedicación del hombre en todas sus facetas, y Kafka es un ejemplo perfecto. No hay un tabique insonorizado de hormigón entre el doctor Kafka consultor jurídico y el Franz Kafka poeta”. Ella transcribió las notas con erratas y errores, las enviaron y obtuvieron un mutismo severo, hasta que Max Brod envió sus correcciones y su impresión favorable a la publicación.

Franz Kafka y Felice Bauer

 

Pero, lo principal es leer al poeta, ver como florece su imaginación, observar la miseria innata del hombre y como el interés espurio todo lo modifica, todo lo pudre. Si no han leído La metamorfosis, poco a poco, se deslumbrarán con su rigor y actualidad; si la conocieren, encontrarán nuevos rincones sin auscultar. Al final los padres alquilan una habitación y cuando la inquilina toca el violín, Samsa insecto acude a su melodía….

“¿La poesía es mentira?, le pregunta Janouch. “No. La poesía es una condensación, una esencia. La literatura en cambio, es una disolución, una sustancia que facilita la vida inconsciente, un narcótico”, le responde Kafka. “¿Y la poesía?”, le siguen inquiriendo Janouch. “La poesía es justo lo contrario. La poesía despierta”, aclara Kafka. “¿Entonces la poesía tiende a la religión?”. Y remata Kafka: “Yo no diría tanto. Pero seguro que tiende a la oración”.

Hay una reflexión escalofriante del doctor Kafka: “El hombre ya sólo es un aparato de multiplicación de capital que ha quedado anticuado, un residuo de la historia cuya capacidad científicamente insuficiente pronto se verá reemplazada por autómatas cuya mente no presente dificultades”.

Judío heterodoxo, nunca habla de su práctica y si menciona la sinagoga es para elaborar metáforas de su inanidad. Quiso viajar a Palestina, en 1917; la enfermedad frenó este impulso. Estuvo a favor del sionismo. Sus tres hermanas fueron asesinadas en Auschwitz. ¡Horror!

Cuando se entra en este universo, orbe Kafka, uno se dignifica; cuando se sale de el por momentos y se regresa a nuestra realidad, embarrada y torpe, se siente la tremenda orfandad del desahuciado, del abandonado entre las heces, que antes no veía, hasta que limpia su mirada en estas ambuezas de sentido, de justicia y de belleza. Leer a Kafka es hoy lo subversivo, no hay otra celebración, sin intermediarios ni farautes. ¡Leedlo!.

                                                                                                                    Tomás Paredes

                                                                                                    Presidente H. AICA Spain

 

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