Firmas con sello de lujo. Tomás Paredes

Un ramo de rosas para Antonio Ramos Rosa

 

 

El próximo octubre hará cien años que nació, en Faro, António Ramos Rosa: poeta caudaloso, luminoso, estuoso, suríada, que tan bien conocía y amaba a España, en donde tanto se le ignora. Es clamoroso el desconocimiento de los españoles de la creatividad lírica sucedida y que sigue ocurriendo en Portugal. Pasó sin pena ni gloria el centenario de Jorge de Sena; el del maestro, pensador de abolengo, Eduardo Lourenço; el de Eugenio de Andrade, como el de Mário Cesariny de Vasconcelos.

Recuerdo a Ramos Rosa, en una residencia de mayores, en Belem. Apareció como un ampo, lampo descomunal y desvencijado, al fondo de un pasillo oscuro, limpio y lúgubre. Ambuezas de escombros con un halo nemoroso, que nimbaba la jerarquía suprema de su dimensión. ¿Ángel, santo, loco, profeta, criatura liviana y mítica creada para dar testimonio del ser? Su “torpe aliño indumentario”, lo formaban una chaqueta desmesurada y unos pantalones mal atados con una soga, que producían una infinita ternura. Enjuto. enteco, melena apostólica y la curvatura irredenta de la edad final.

Antonio Ramos Rosa

 

¡Un castillo de claridad, en el cuenco de una meguez! Desde los ostugos de su gloria, irradiaba misterio en sus ojos desvalidos, desorbitados, puros, píos, limpios ¡Celesti sumus omnes semine oriundi! Me abrazó, tal si fuere un manojo de sarmientos, y habitado de iluminaciones me hablaba de un resplandor lejano y de un tropel de caballos de fuego, con su voz de piedra que resonaba en el firmamento al ritmo de un solemne galope.

Me lo presentó la poeta Joana Lapa allá por el fin de siglo. Estuve en la presentación de su antología que editó Círculo de Leitores. En un encuentro fantástico, acompañado de João Prates, que le era muy cercano, y de Alcántara, zahorí de los planos fecundos de la piedra. Aquel día recitó poemas de Alberti, de Lope de Vega, de Unamuno y me pidió un libro de Juan Gelman, que le envié. Se conocía al dedillo a Antonio Machado. Le acompañé en una exposición que hizo de sus dibujos en la Galería de São Bento. Era mollar y blanco como una brazada de nireve, como un relámpago en la oscuridad, como un velamen albo en el océano.

En distintas ocasiones quise enviarle alguna cosa que le hiciera ilusión, que le diera placer y que rompiera aquella rutina cuartelaria, quizá precisa, pero rígida. Un libro tal vez, un poeta nuevo, nada más. Austero, sobrio, ascético. Le llevaba rosas, que miraba como el que recibe una bendición. Su mujer, Agripina Costa Marques, poeta, pasaba allí el día con él, pero se iba al atardecer a dormir a su casa lisboeta. Para María Teresa Horta era O Poeta, no un escritor, que estuvo propuesto para el Nobel, sino O Poeta.

En su ciudad natal no llegó a acabar el bachillerato, pero asistía a la Alianza Francesa, donde aprendió francés y tomó contacto con la cultura de la nación vecina. Tuvo que trabajar pronto en una oficina y luego como profesor de lengua, pero no se veía en esas funciones. Lo dejó todo y en 1960 se establece en Lisboa e intenta vivir sólo de la literatura, traduciendo, escribiendo en periódicos. “A poesía tem de romper com os discursos que  a sociedade produz”, Incisões Obliquas.

Dibujo de Ramos Rosa

 

Comienza a publicar poemas en 1945, su primer libro, O grito claro es de 1958. Fundador y codirector de revistas: Aevore, Cassiopeya, Cadernos do Medio-Día. Colabora en revistas extranjeras, traduce a Paul Eluard, Malraux, Foucault. E inicia una desenfrenada edición de ensayos y poesía, que le llevará a alcanzar la centena de títulos: “la verdadera poesía nos emociona siempre como la revelación de algo misterioso y evidente al mismo tiempo. La imagen poética que no sepa crear este movimiento de correspondencias será nula poéticamente”.

Su poética surge en un mundo pospessoano, en época del neorrealismo y surrealismo, pero su voz fue alcanzando una entidad personal, originaria, genuina, única. Un timbre de rotunda sencillez, desnudo, a la intemperie. Es el poeta de la claridad, de la luz, del sol…con palabras claves que se repiten en su discurrir: respirar, aire, viento, fuego, blanco, agua, cuerpo, tierra, árbol; encender, lumbre, escribir, caballo y su galope… Repetía que “lo esencial es el acto de escribir”.

Persona angelical, imbele, frágil, propenso a las enfermedades, una de ellas le afectó de modo determinante. En la última ocasión que le visité, veía sombras entre las llamas, oía voces que se despeñaban del cielo y contaba estrellas en un lejano horizonte envuelto en la grandeza del azul. Los ojos prominentes, anunciaba una calántica de sonidos dibujados por aguas indomables. De vez en vez, una enfermera le daba unas pastillas, que aceptaba, y exclamaba. ¡este es mi alimento!

Tapa del libro Vogal viva

 

De su obra ha escrito Eduardo Lourenço: “Todo cuanto miramos de frente se torna esfinge. Fue lo real mismo lo que Ramos Rosa contempló hasta no poder distinguir la visión de lo visto. Devorado vivo deja a los pies del monstruo la blancura incorrupta de sus poemas. Poeta de lo elemental sin serlo nunca del elementarismo”.

Sus ensayos tuvieron y siguen manteniendo interés cenital en la mirada a la realidad y a la poesía: Poesía, Liberdade Livre, 1962, y A Poesía Moderna e a Interrogação do Real, 1980. Sostenía: “Lo que pretendo en arte es la simple lectura de lo que me está aconteciendo”. Más que pintar, dibujaba. Hacia rostros femeninos, evocadores, lacerados o dolientes. Era muy generoso, en cuanto se sentía a gusto trazaba a línea una cara en la esquina de un folio y te lo regalaba: hay repartidas una gran cantidad de ellas.

Entre sus libros, ¡hay tantos!: Viagem através de uma Nebulosa, Voz inicial, Ciclo do Cavalo, traducción al español de Ángel Campos Pámpano, Pre-Textos, 1985; en Volante Verde está el poema “A Festa do silencio”, como una caricia; Nomes de Ninguem, Terrear, O libro da ignorancia, O aprendiz secreto, traducido al español por Clara Janés en Visor; Incerto Exacto, Em Torno do Imponderável. Para Vergilio Ferreira la voz de Ramos Rosa era “la voz de una presencia en los límites de un mundo estricto”.

Breve estatura, perfil quijotesco, virado hacia dentro, distraído, ensimismado, tímido, depresivo, torrencial: el hombre que amaba las palabras, les susurraba hasta hacerlas aromar en verso, florecer en la conversación. Adoptó posición antisalazarista y en 1947 fue encarcelado. No utilizó la política, era un civil comprometido. Recibió varios galardones, rechazó uno estatal, aun estando presionado por la falta de economía. El CPS publicó Vogal viva, con auxilio de sus dibujos y de María João Fernandes.

Su obra suscitó un venero de ensayos y de escoliastas. Sobre su poesía han escrito María João Fernandes, reconocida crítico de arte, poeta, amiga; María Leonor Nunes, Paula Cristina Costa, cuya tesis doctoral versó sobre el poeta. Antonio Carlos Cortez, Catherine Dumas, Hélia Correia, María Irene Ramalho Santos, María Graciete Besse, y el pensador por excelencia, su coetáneo Eduadro Lourenço.

Eduardo Lourenço

 

Hospitalizado, ya el pie en el estribo, pidió recado de escribir a su hija y anotó: “Estou vivo e escrevo sol”, su verso más repetido. Moría, a causa de una neumonía, el 23 de septiembre de 2013, a pocos días de cumplir 89 años. Con motivo de su deceso, J.L. publicó una serie de artículos y evocaciones, entre ellas un texto brillante de Eduardo Lourenço, con rubro: ¡Todo um poeta!

Analiza el Doutor Lourenço la poesía en Portugal, tras la eclosión de Pessoa y sin que nadie se libre de su sombra, dos poetas construyen una aventura universal y distinta: Herberto Helder y António Ramos Rosa, que “compensou a sua depresiva vida real com uma poesía simultáneamente celebrante dos seus misterios claros, tornados oscuros pela interrogação obsesiva dessa mesma claridade. Na verdade, o coração é a esséncia da sua poesía vertiginosamente ocupada pelos mistérios da realidade- de toda, da mais trivial à mais enigmática. Em suma, toda ela não foi mais do que uma conversa sem fim com o poema como sua esfinge”.

Veneraba a Federico García Lorca, como crítico ejerció un harto magisterio, por sus juicios, sus incontables lecturas, pero no todos los aromas están en su perfume. Le impresionó José Regio, aquel que se molestó con Pessoa, porque cuando le citó para conocerlo, llegó tarde fingiendo ser Álvaro de Campos y disculpando la ausencia de Pessoa. No entendió José Regio aquel juego y nunca más volvió a decir una palabra sobre el dios lusitano.

A parte de los portugueses, admiró con pasión a Drummond de Andrade, Paul Eluard, San Juan de la Cruz, Juan Ramón Jiménez, Juarroz, Claude Esteban, pero sin que deturpen su resplandor, no de estrella, sino de sol del Algarve, grito del sur, que es “un desierto que llora mientras canta”, como quería Cernuda.

Su figura impresionaba, su fragilidad de hierro, su cabeza de filósofo heládico, su inquisitiva mirada, que se demoraba con lisura hasta convertirse en una aparición arcana, en un yatagán de seda. Sobrecogía en contraste a la venustez de la leve desnudez de su poesía. Sería bueno que, João Prates, poeta de la imagen, de sensibilidad selenita, en su centenario, diera a la luz todas las instantáneas que conserva del poeta, en distintas celebraciones; enriquecería su acervo y a todos los que no tuvieron la dicha de conocer en vida a este ser para la alegría, energía de claridad, escanciador de dichas en el simposio de la trascendencia.

                                                                                                                    Tomás Paredes

                                                                                                    Presidente H. AICA Spain

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