Mª Dolores Barreda Pérez
Secretaria General
Secretaria Perpetua de la AEPE
Confieso que tengo miedo.
Todo está cambiando a una velocidad vertiginosa y nada podemos hacer al respecto. No depende de nosotros, pero nos afecta a todos.
Recuerdo siempre a mi madre decir que mi abuelo se quejó un día de lo mismo. El día en que Carrero Blanco estalló por los aires, ya vaticinó que nos quedaban cosas increíbles por ver, espantos que le helaban la sangre. A él, que había sobrevivido a una guerra civil.
Ahora soy yo la que piensa lo mismo. Me veo hablando y comentando las últimas noticias con el mismo tono con que imagino que lo haría él. No me reconozco. Manifiesto mi postura de incredulidad absoluta ante los acontecimientos que vivimos y me sorprendo cuando se me hace un nudo en la garganta presa de la inquietud y la zozobra.
Lo cierto es que no entiendo nada de lo que ocurre. O a lo mejor es que sé que todo se reduce, como ocurre siempre, a un único tema. El dinero.
Quienes nos manejan y mueven como hilos a su antojo, nos van dejando caramelos para entretenernos mientras llevan a la práctica su plan, perfectamente diseñado y ejecutado, en el que no tenemos nada que decir y mucho menos nada que hacer, que ellos ya no hayan previsto.
Lo malo es que esto ocurre en todos los ámbitos de la vida, no solo en el económico.
El sistema financiero está terminando de implantar su nuevo modelo, con la pérdida de libertades que conlleva, con el dirigismo total al que nos avoca y que determinará no sólo qué compramos, sino cuándo y dónde, qué vemos, qué opinamos, qué votamos, qué hacemos y en definitiva, ordenará nuestra existencia hasta casi decirnos con quién queremos y deseamos pasar nuestras vidas.
La política es, cada día más, un conjunto de mentiras con el que manipular a los ciudadanos para detentar el poder en beneficio de unos pocos. El despotismo ilustrado moderno se cumple a la perfección: todo para el pueblo, por el pueblo, pero sin el pueblo. Nada más que decir.
Cualquiera que me conozca sabe que soy una persona de acción, franca, directa, quizás por eso me consideren brusca, pero hay que ser resolutivo y hacer, más que hablar. La sociedad actual se esconde tras un completo y grandísimo eufemismo con el que disimular y mirar hacia otro lado con palabras menos dañinas que la verdad. No puedo con eso.
Asumir los problemas de la sociedad, los errores, edulcorándolos con palabras que no hieran la sensibilidad de nadie, no hace más que enmascarar la gran mentira en la que vivimos y con la que nos manejan.
Un negro es un negro, igual que un viejo o un gordo. ¿De verdad soy la única que piensa que al negro no tiene por qué molestarle que alguien le diga que es negro? Porque no hieren las palabras, sino los tonos y actitudes con que se dicen. Si el negro no se molesta porque se le llame negro, ¿A quién le molesta entonces? ¿Al blanco, al chino, al indio…? ¿Por qué hace falta disfrazar la palabra negro por otro término que no hiera?
Los inventores de eufemismos nos toman por idiotas. Creen que no podemos asumir la realidad de ser negro, o de ser gordo, o de ser lo que de verdad sea cada uno. Pero lo malo de todo es que en realidad, es verdad. No podemos asumir a los pobres que en cada semáforo nos ponen la mano para que les demos dinero (iba a decir para que les demos una ayuda, pero sería un puro eufemismo también porque lo que quieren es dinero).
Hemos llegado a un punto en el que la mentira se premia y se normaliza, de manera que la verdad no importa, como tampoco los valores, la ética y la justicia. No pienso hablar del conflicto catalán porque creo que en el mundo que conocía, no tendría cabida; en este es de lo más normal la amnistía, el referéndum, el insulto, la traición, la manipulación…
Y pensaremos, ¿Pero es que existe algún político que no mienta? Pues francamente, no. ¿Algún medio de comunicación que denuncie esas mentiras? Tampoco. Entonces, ¿Qué estamos viviendo? La gran mentira.
A todos los niveles y en todos los ámbitos.
Atónita me deja comprobar que hoy en día solo importa el éxito social, aparentar o parecer tener, el postureo, el hábito (conforme te veo, te trato)… no entiendo que un asesinato, que es un acto de maldad absoluta, cueste solo 15 años de cárcel, ni por qué sale tan barato matar, robar y asesinar; ni que lo que dicta la ley no sirva para según qué casos y quiénes; que los asesinos, delincuentes y corruptos lleguen a estar en el parlamento y sean representantes del pueblo y sean elevados a la categoría de héroes sociales; no entiendo que se vea todo a través del móvil, grabando cada detalle de una puesta de sol en lugar de disfrutarla en vivo y en directo; que bajo el pretexto de la comunicación, se esté generando un aislamiento cada vez mayor de las personas, que prefieren conocerse por una red social y chatear, antes que verse cara a cara; no comprendo la cultura de usar y tirar, el consumo desmedido, frente a la del aprovechamiento que todos hicimos desde niños, donde todo se reaprovechaba; no puedo con el egoísmo personalista frente al intelecto y los valores, la competitividad desmedida, la envidia, la mediocridad, la apatía de la gente ante el arte, la belleza, la música, la ciencia, la incultura plena; tanta y tanta incultura… no entiendo vivir en la molicie del ocio permanente a la que nos están llevando, la falsa felicidad que aportan las redes sociales o la que acaba en las tiendas y las compras, la cultura de la improvisación, la de que si haces algo mal, no pasa nada, no hay problema; la deslealtad, la infidelidad, la soledad a la que nos avocan las nuevas tecnologías, la desforestación, el aislamiento de pueblos y parajes, el falso feminismo incapaz de denunciar el maltrato de las mujeres sometidas en el nombre de dios, los cupos, las igualdades forzadas, no entiendo nada de lo que pasa a mi alrededor y me siento tan ajena a ella, que me parece estar viviendo en una serie de televisión o en una película cuya trama está de lo más interesante pero es terriblemente inquietante…
No entiendo las justificaciones de los bandos, ni cómo se mira a otro lado para no ver realidades para las que se inventan continuamente eufemismos.
La guerra duele. Por muy lejos que sea. Por muy lejana que la veamos. Ya sea en oriente o en occidente. Lo malo es que parece que solo duele porque a los de aquí nos toca el bolsillo, suben los precios de todo y eso sí repercute en nuestras vidas. Si no, la seguiríamos viendo como algo ajeno a nosotros. Pero ya se han encargado de explicarnos que sí nos afecta, por motivos económicos.
Quedarse solo en esta lectura es algo infantil y pobre. Con eso juegan. No son guerras únicamente económicas. Son mucho más. Son guerras que inciden directamente en un modo de vida y unos valores que son los que hasta ahora seguíamos y están desapareciendo. La ética, la moral, la justicia, la responsabilidad… todo queda ya como algo antiguo.
La guerra de Ucrania es en realidad una guerra contra Occidente donde se impone cada vez más la supresión de las libertades ciudadanas y los derechos civiles a favor de una tiranía dictatorial bajo la excusa de una patria.
La guerra de Israel es también una guerra contra Occidente, contra un estilo de vida, contra una religión, contra unos valores en los que la ley la imparten instituciones judiciales independientes y responsables (o al menos eso creíamos), no religiosos amparados en la doctrina contenida en su libro sagrado, ajustada en todo momento a la religión.
Impensable justificar la matanza de bebés decapitados, de rehenes de todo tipo, me da igual que sean ancianos, mujeres o jóvenes, como si son solo de hombres de mediana edad (otro eufemismo normalizado), de atentados sangrientos en nombre de dioses, de conflictos armados en los que sólo importa al final la economía. Veo en televisión a un señor pro palestino manifestándose en la Puerta del Sol de Madrid, que al ser preguntado por la matanza de los israelitas solo contesta: “¡Que se jodan!”. No me lo puedo creer. ¿A ese punto hemos llegado? A la infamia y la sinrazón.
Que se defienda a los animales con una fiereza exacerbada frente a la justificación de la muerte de seres humanos me trastoca, me hiere el pundonor. A mí, que consideraba a mi perro casi como a un hijo, otro gran eufemismo de la “gran sustitución”, con el que estamos suplantando a las personas con animales de compañía. El egoísmo implícito en esta acción global denota hasta qué punto la sociedad actual se ha rebajado y nos ha restado humanidad. Hemos humanizado a los animales y animalizado a los humanos. Nos molesta ver cómo matan a un toro, pero asistimos impasibles a una ejecución en vivo y en directo, sintiéndolo como algo ajeno a nosotros, distante y lejano, casi como una película.
Y todo esto que ocurre a nuestro alrededor, que vemos lejano, pese a que nos afecte, está cambiando el mundo y no lo hace poco a poco, sino con una vertiginosa aceleración que a mí, personalmente, me causa asombro, miedo, duda, incredulidad, que me preocupa y exalta hasta caer en la cuenta de que, tras 21 siglos de historia más o menos conocida, ahora recontada y reescrita…. nada cambia en el mundo y que el dinero sigue siendo el motor de la vida. Yo lo fiaba al amor, pero la realidad, la cruda realidad, se impone.
Pero una vida y un estilo de vida que hay que defender. La Occidental, donde gozamos de mayor libertad comparada con otros lugares y continentes culturales del mundo. Y aunque nos guste siempre criticarnos y queramos ser solidarios con otros pueblos, se nos olvida que ellos vienen a nuestra cultura a imponer sus valores y a aprovechar lo que de ellos puedan, pero no a integrarse en una convivencia pacífica y civilizada, ya que su idiosincrasia cultural-política-económica-religiosa choca de plano con nuestra estructura democrática y social.
Me da la impresión de estar viviendo en una serie de ficción que nunca acaba, con infinitas temporadas de capítulo cortos y a cada cual más increíble.
Y si hablamos de arte, pasa tres cuartas de lo mismo. Las galerías se ensañan con los artistas, sólo buscan su dinero. Les exprimen hasta la última gota montando negocios que hacen pasar por galerías de arte, inventando exposiciones multitudinarias, montando ferias vanas y huecas en lejanos países donde nadie va a comprobar la digna exhibición de las obras, cobrando por adelantado, alquilando por metros cuadrados un espacio compartido hasta en las sillas que de tan efímero, no dura más allá de la inauguración, a la que asisten sesenta, setenta personas que no son más que los artistas y sus acompañantes, reunidos todos en minúsculos recintos abarrotados de mercancía.
Al día siguiente, la exposición habrá pasado sin pena ni gloria, sin inversores ni crítica especializada. Se habrá convertido en un renglón más del curriculum de cada expositor, olvidando que un artista no se mide por líneas o exposiciones. Conozco yo a más de cuatro que ni siquiera exponen porque la obra va directa a los particulares sin mediar una sola muestra expositiva.
Los actuales alquilaparedes vienen solo así a apaciguar el ego artístico, de ese que precisamente sobra en este gremio, y se aprovechan de las ilusiones de quienes ven en la exposición una forma de hacerse visibles al público. Nada más lejos de la realidad. Exponer en estos negocios no hace más que llenar los bolsillos de algunos por precios que rozan la extorsión.
Esos negocios no mueven clientela como lo hacían las galerías de toda la vida. No mueven contactos, no invierten en promesas, jóvenes valores o talentos futuros, no suelen mover un dedo más allá de colgar las obras en las paredes, que a veces ni eso hacen, y es el propio artista quien debe afrontarlo además de pagar por hacerlo.
Es como abrir un restaurante esperando que el cliente venga con todos los ingredientes y cocine allí mismo su receta, y además luego, pague la cuenta y deje todo limpio. No tiene mucho sentido, ¿no? O es que soy yo sola la que ve otra gran mentira en ello.
Mezclar estilos, técnicas y autores en un mismo espacio sin ningún tipo de nexo común, solo responde a un gabinete de antigüedades en el que todo vale y todo se cuelga mientras se pague, y no vamos a darle más vueltas ni pedirle peras al olmo, que lo mismo ni los que alquilan entienden de arte y solo ven en el arte el negocio que cada quince días les da de comer.
Respetable negocio, por supuesto, cada uno se busca las lentejas como puede, pero no para llamarlo entonces Galería, al menos no el concepto que de ella teníamos antes de esta Gran Mentira.
Y con las galerías virtuales que también proliferan, ocurre lo mismo, ofrecen visibilidad online a precios desorbitados, asegurando la venta de obras que de ningún modo resultan venderse, y tanto más ocurre con el nuevo descubrimiento que alguien ha hecho para cobrar cantidades ingentes de dinero por exhibir durante unos segundos tu obra en Picadilly o en Times Square, o en cualquier gran pantalla de una gran ciudad, cuando gestionarlo uno mismo cuesta solo 38 euros.
Sería mejor que lo llamaran sala de exhibición en lugar de galería, pero como todo está al revés de como yo lo entendía, pues así vamos.
En la Asociación Española de Pintores y Escultores ofrecemos visibilidad clara y diáfana.
En primer lugar, los socios pueden participar en certámenes y salones diseñados para todos los estilos y técnicas, con reconocimientos honoríficos de prestigio. Si no recibes uno, puedes estar seleccionado para participar con tu obra en la exposición, por el módico precio de 15 euros. La exposición física, conlleva un catálogo digital que se puede descargar online y que ven miles de personas, las que a diario entran en nuestra web que se enorgullece de no contener publicidad y tener una permanencia media de 12 minutos por sesión. Todo un logro.
En cada certamen, con su correspondiente entrada en la web, se detalla el nombre de los seleccionados y ganadores, se publica una nota de prensa de la inauguración y, además del catálogo, se presenta una galería de obras de la convocatoria.
La exposición pasa después a engrosar la entrada que la AEPE mantiene en Google Art and Culture, dando mayor visibilidad a los participantes en una plataforma única y reconocida a la que muy pocos acceden.
Además, cualquier socio nos puede remitir información acerca de sus exposiciones, que requiere de una redacción y tratamiento que hacemos de forma totalmente gratuita al publicarla y que aporta también visibilidad al artista.
Y por si fuera poco, mantenemos en la web una Galería virtual en la que los socios que así lo desean, publican diez obras que ofrecemos al mundo, literalmente, puesto que la Galería virtual es una de las páginas más visitadas de nuestra web.
En los últimos años, estamos logrando que nuestros socios realicen exposiciones en centros culturales relevantes, intentando conjuntar las disciplinas de pintura y escultura, posibilitando que sean más artistas los que puedan disfrutar de las mismas. Nos ocupamos de la organización, les aportamos carteles, catálogos virtuales, invitaciones… servicios que costarían una gran cantidad de dinero y que a ellos les resulta totalmente gratuito.
Y encima, ofrecemos también otros servicios, gratuitos, como asesoramiento jurídico, la utilización de tórculos, conferencias, presentaciones de libros, exposiciones de socios en nuestra Sala “Eduardo Chicharro”, y nos da para restaurar nuestro patrimonio, para mantener cuatro puestos de trabajo con los que llevar adelante toda esta actividad, y apoyar incondicionalmente a cuantos a nosotros acuden buscando mil formas de hacer arte.
Pero muchos prefieren, como digo, sumar líneas al curriculum por precios desorbitados.
No entiendo al mundo actual, nada, de verdad… y hoy, ni ganas tengo de entenderlo.
“Están locos estos romanos”…