Incultura

Mª Dolores Barreda Pérez

Secretaria General

Secretaria Perpetua de la AEPE

 

En esta época tecnológica en la que cada vez más está al alcance de cualquiera “tener cultura”, entendida ésta por un mayor acceso a la educación y por los valores en los que se cimenta como son las tradiciones, las normas y sanciones, las creencias, los símbolos, el lenguaje y la tecnología, justo ahora, como decía, vivimos un proceso de incultura supina que asombra a cualquiera que atienda a los medios de comunicación visuales (por supuesto, no incluyo los escritos, que ya nadie lee) y redes sociales y sensacionalistas.

La desgracia que antaño producía ser analfabeto, es hoy una moda y un pensamiento, es simplificar la ignorancia y trivializar la vida hasta extremos nauseabundos.

Hemos superado el listón de saber leer y escribir, algo es algo, pero el resto lo fiamos a San Google, a Alexa, Siri, Bixby… que lo saben todo por nosotros y nos libran de la tarea de pensar y razonar. Uffff, qué rollo…

Hablamos de una ignorancia voluntaria que nos embrutece y nos amordaza y esclaviza.

El genial Forges

 

Nos quieren incultos, manejables, manipulables. Nos dan circo, pan y toros, que en lenguaje actual sería algo así como programas de corazón, subsidios y fútbol, en una gama amplia de entretenimiento con la que nos tienen distraídos para no mirar y ver realmente lo que pasa.

Estoy cansada de escuchar la imposibilidad de las familias para llegar a fin de mes y su contra, es decir, la ocupación hotelera total en puentes y mini vacaciones de una España que sin tener dinero, se echa a la calle, al monte, a la playa, a gastar lo que no tiene.

La propiedad privada no se respeta, porque es tan injusto tener dos viviendas, que es normal la ocupación y la ruina y se genera el mensaje de odio hacia todo aquel que pretende disponer de sus bienes como le plazca.

La censura en los medios es más que evidente, porque total, si no lo oyes y no lo ves, es que no existe y no ha pasado, y es así más fácil tener a todos al margen de las barbaridades políticas, sociales y económicas que se están haciendo.

Ya no valen los estímulos ni las conductas éticas asociadas. No se premia el esfuerzo, se tiende a la mediocridad para igualarnos y medirnos a todos por el mismo rasero. Todos iguales de burros, pero tan contentos. Una sociedad igualitaria en la que todos tienen la misma educación, todos arrastran la misma incultura y embrutecimiento… pero todos iguales, ya digo.

La pérdida de valores que atravesamos es la base fundamental de esa incultura que nos gobierna. El pilar de la sociedad, la familia, está herida de muerte. Los valores con los que se asocia, están en peligro de extinción, porque es en la familia donde se transmiten y aprenden valores y principios morales que guían el comportamiento de los individuos.

Es en la familia donde uno aprende educación, amor, respeto, lealtad, honestidad, responsabilidad, empatía, diálogo, comunicación, gratitud, perdón, justicia, humanismo y otros miles de valores y principios morales que nos hacen ser una sociedad avanzada.

La forma en que los padres nos educan, la forma en que se comportan, hablan y tratan a los demás, influye en nuestra moral y en cómo percibimos el mundo que nos rodea, en cómo seremos de mayores y los principios que regirán nuestras vidas.

Ética y moral no son lo mismo, pero son necesarias para establecer normas y límites en una convivencia familiar. Y lo más importante de todo es que son valores universales, independientemente de la cultura y la religión, con los que enfrentar la vida desde niños.

Robar es una acción condenable por cualquier sociedad, religión, ética, moral… ya lo decía Aristóteles con sus seis “absolutos morales”, acciones y pasiones que son malas sin importar el cómo o el cuándo o el a quién. Son valores mundiales sobre el bien y el mal y sobre lo correcto e incorrecto que con cultura o sin ella, son entendibles por todo ser humano.

Pero es en la familia donde uno adquiere los primeros valores morales, personales y sociales que constituirán la base de una sociedad avanzada.

En España se está destruyendo esa base sólida que es la familia. Al gobierno no le conviene apoyar esta institución porque supone un riesgo que hace peligrar el estado de atontamiento con el que nos controla. Aquí la promoción de la familia se entiende como la promoción del control de la natalidad, lo que pone además en riesgo el futuro económico y social de España.

La pérdida de esa base que es la familia, acarrea una conducta irrespetuosa de valores y un aumento de conductas antisociales y deshumanizadas, repletas de odio, egoísmo, violencia e indiferencia ante el prójimo, basadas en individuos agrupados por el uso de la tecnología, que se ha olvidado de la convivencia real con sus semejantes.

Esto es palpable a todos los niveles y aspectos de la vida, en el modo de hablar, de relacionarnos, de vestirnos, en nuestra forma de ser y en cómo nos comportamos acumulando no solo posesiones materiales (compras compulsivas, accesorios sin necesidad más que para el postureo…), sino información o gente (likes en redes sociales, amigos…). Y cuanto más acumulamos, más vacíos nos sentimos, porque el consumismo nos aleja de los valores y principios morales que son la base de nuestra existencia.

Una crisis de valores en la que ya no hay una actividad cerebral plena, acumulando información visual únicamente y dejando de lado el análisis de la misma, que conlleva además, la introspección, el egoísmo y la indiferencia, el escaso desarrollo de las emociones, alteradas continuamente por conductas que cada vez más se “normalizan”.

La falta de respeto existente en la actualidad a todos los niveles, nos empobrece. Falta de respeto a mayores, a la autoridad, a las personas en general por la falta de educación normalizada, llámenla si quieren urbanidad. Voy en el autobús y una madre sentada junto a su hijo, es incapaz de explicarle que dar patadas al asiento delantero significa molestar a quien allí está sentado, porque el móvil es más importante que esa pequeña lección moral de urbanidad. Me imagino al chaval en su adolescencia, pateando lo que se le ponga por delante con plena normalidad en su acción y lo extrapolo a cualquier ámbito real y tiemblo… porque esa es la sociedad que estamos haciendo.

Por favor, que alguien le diga algo a ese señor que hablando por el móvil es capaz de callar a un autobús entero con sus voces… y a ese pollo que se ha sentado en los “asientos reservados a personas con movilidad reducida”, qué bonito eufemismo para llamar a viejos y embarazadas, y no deja que un señor con muleta pueda sentarse…

Hemos normalizado los insultos y palabras malsonantes frente a la extrema censura de actitudes y formas de manera desproporcionada. Por eso, llamar h..de p… a cualquiera, ya no ofende, pero sí lo hace llamar “mono” a un jugador de fútbol; la demencial justificación de un partido político que llama a “normalizar” el insulto porque es algo de lo más normal que está en redes sociales me parece infame, sobre todo ahora que como vemos en el Congreso de los Diputados, nuestros representantes lo han institucionalizado. Ellos, que deberían ser un ejemplo de ética y moralidad para todos los ciudadanos (me niego a decir la ciudadanía), usan y abusan de actitudes que solo refuerzan el acoso y nos llevan a una mediocridad indecente, que es en la que está envuelta la sociedad.

Del insulto se pasa a la definición de actitudes, y luego nos echamos las manos a la cabeza para escandalizarnos con esas conductas, pero las incluimos en conversaciones normalizadas que vemos a diario en televisiones como si fuera lo más normal del mundo.

No es rebatir ideas y argumentos, es reforzar las pobres opiniones que se exponen con insultos que buscan someter y dominar, acallar tus convicciones por medio de la coacción. No hay debate en el que esta norma no se vea y lo malo es que lo trasladamos a nuestra vida diaria a la hora de hablar con cualquiera, desde la familia hasta los amigos y conocidos. Bueno, siempre que sea hable, que ahora lo normal es chatearlo y poner de hoja perejil a cualquiera con el que se tenga una discrepancia.

Y todo ello y muchísimo más, es consecuencia de la incultura manifiesta que vivimos. Pero qué podemos esperar de quienes tendrían que ser nuestro ejemplo, cuando la mayoría no solo no lo son, sino que presumen de su incultura…

El mundo entero se mueve para esta nueva clase social, para esta nueva mayoría donde todo es superficial, frívolo, elemental, primario, falto de gusto y con morbosas reglas. Presumir de incultura ayuda a triunfar. Una sociedad que se dedica a hacer reiterada apología de la ignorancia solo genera ignorantes vocacionales, los que disponiendo del ilimitado acceso a la cultura que vivimos, renuncian voluntariamente a todo aquello que tenga que ver con la ilustración.

No hablamos solo de faltas de ortografía o del uso criminal del lenguaje. El problema es mucho más serio y tampoco cabe confundir sabiduría con conocimientos. Porque bajo la banalidad del lenguaje habita la banalidad del pensamiento. La cultura y la educación enseñan a contemplar, despiertan la consciencia y el espíritu crítico, abren camino a la sensibilidad, a la comprensión de otras realidades, al conocimiento del dolor, de la felicidad, de la existencia…

Y esa primera cultura que incluye una mínima educación, se adquiere en la familia. Si los padres leen libros, es más fácil que los hijos encuentren normal leerlos, si además hacen deporte, los hijos serán también activos… como esponjas que son, absorberán todo lo que vean y escuchen y hasta tendrá cabida en ellos la cultura.

Sigo a un tiktoquero llamado Charly Okei, conocido como “Super-Geografía”, que me hacía reír muchísimo poniendo a prueba a los jóvenes con preguntas sobre geografía básica. Después, la gracia se transformó en preocupación y en la actualidad es una pura lección de la incultura de nuestra sociedad y de hasta dónde nos han llevado los planes de estudio de los gobiernos que se llaman “progresistas” en los últimos 30 años.

La familia, esa base de nuestra sociedad occidental que se está perdiendo con la guerra de Ucrania y con la guerra de Israel, está herida de muerte. Lo estamos viendo en países que siempre fueron el ejemplo de sociedad moderna y avanzada a los que ya se les ha ido de la mano su estilo de vida, sus valores, sus libertades, su religión, su mundo.

En Dinamarca, hasta la heredera al trono se ve amenazada por el crimen organizado, que se ha adueñado del país gracias a las políticas de integración multicultural y racial predicadas en los últimos 50 años, donde la llegada de inmigrantes (me niego también a llamarlos migrantes porque es otro eufemismo) africanos y asiáticos, con su propia cultura y religión, ha terminado por hacer de grandes ciudades, auténticos guetos infranqueables para las fuerzas de seguridad del estado.

De estos hechos nadie hace una lectura política ni social, porque de hacerla, la tacharían de racista, sin querer ver que el estilo de vida de Europa agoniza ya ante la falta de valores.

Es España asistimos también a la falta de ética y de moral que se está adueñando poco a poco de todos los sectores sociales. Partiendo de la política, en la que ya es de lo más normal la mentira, hasta en la educación, la historia, la sanidad, la economía… todo está ya controlado por la pérdida de valores que deriva de la incultura. Una salvaje y aberrante incultura nacional que condena ya a tres generaciones de españoles a un sometimiento y esclavitud asqueroso y que poco remedio tendrá ya.

Mientras haya problemas más importantes de abordar, como son por supuesto la amnistía, el restablecimiento de la imagen de los herederos de Bildu, o el referéndum de autodeterminación, la reforma de la educación será una tontería que para qué vamos a afrontar, ya si eso… mañana… como decía Larra, porque este país, explicaba también, no tiene remedio.

Y ante esta perspectiva, ¿cómo vamos a pedir que la sociedad vea y entienda el arte? Que conozca a los artistas, a las glorias nacionales que ha tenido España, que conozca a las promesas actuales que triunfan fuera de nuestras fronteras y que aquí son ninguneadas? No seré yo quien pida peras al olmo, que bastante tengo con pelear a diario con la falta de educación y urbanidad en la que vivimos.

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