Mª Dolores Barreda Pérez
Secretaria General
Secretaria Perpetua de la AEPE
La ideología woke nació de los que se creen iluminados, unos cruzados de la justicia social movilizados por cuestiones de raza y género, dispuestos a emprender un juicio definitivo, extremo y fanático, contra el hombre blanco, en el convencimiento de tener el monopolio de la verdad, la justicia y el bien.
Sus líderes hacen ver que el pueblo está sumido en las tinieblas del pasado y necesita multiplicar las tensiones de la sociedad para que despierte una nueva era nacida de la corrección política de la que algunas veces ya he hablado a través de estas páginas.
Para ellos, Platón, Shakespeare, Cervantes, Goya, Velázquez… no llegan a las minorías de la sociedad y entonces se hace necesario una revisión epistemológica y política de todo lo conocido hasta la fecha.
Los conceptos a los que acuden a través de un vocabulario mediático y el discurso político, han triunfado y se han normalizado en la sociedad, han colonizado todas las esferas de poder, desde el mundo político, al empresarial y social.
Una izquierda religiosa fanática que cae incluso en la incompatibilidad democrática mediante la manipulación del lenguaje, inventándose vocablos y utilizando palabras a las que asignan una nueva definición en acciones cotidianas que a todos nos afectan pero de las que no nos damos cuenta, ni caemos, hasta reflexionar como hago yo ahora, y descubrir la trampa.
Las redes sociales nos machacan a diario con ellas, los medios de comunicación las utilizan de forma indiscriminada, los discursos políticos se basan en ellas y las retuercen torticeramente hasta que terminamos asimilándolas y aceptándolas por completo.
Ejemplos hay miles, ya se trate de racismo, de feminismo, discriminación o del discurso del odio, pero quizás el más común de todos sea simple, ya no usamos la palabra “ciudadanos”, ahora decimos “ciudadanía”.
En España el discurso racial no terminaba de calar, teniendo en cuenta que no hay una población negra numerosa al estilo de Norteamérica, por eso hubo que incidir en el feminismo, en el odio político exacerbado nacido de la guerra civil y en el ataque sistemático a la religión cristiana, base del origen mismo de Europa.
Lo que tenemos así, es el resultado de un sistema ideológico que funciona invirtiendo el significado de los conceptos que reivindica, teniendo como principal enemigo al hombre blanco, al que hay que reeducar en todos los aspectos mediante la autocrítica permanente.
La ideología woke afecta a todos y en todos los sentidos de la vida, viralizándose entre los más jóvenes mediante impulsos ideológicos violentos, generaciones que ya no conocen otro lenguaje y son adeptos al sistema dominante.
Oponerse a lo woke es recuperar el sentido común y los principios fundamentales sobre los que se apoya nuestra civilización. Es recuperar la educación, la moralidad, la urbanidad, la razón, la historia, la cultura, el arte…
El arte woke se ha impuesto. Mejor dicho, nos lo han impuesto desde las élites políticas.
Antes de nada, debemos entender que woke no es cultura, no es arte. Se trata de una ideología y de una ideología autoritaria además, peligrosa por cuanto no deja espacio al debate libre y es además totalitaria, porque abarca la totalidad del espacio público.
Un totalitarismo velado, sibilino y que se impone y destruye cuanta belleza ha hecho el hombre a lo largo de la historia. Por eso es un totalitarismo perfecto, porque no lo percibimos de forma evidente, ya que se presenta como una corriente tolerante que busca la concordia y la fraternidad para enfrentar a la sociedad y dividirla con la intención de dinamitar el sistema político-mediático.
Así que el lenguaje se convierte en una herramienta de manipulación, inventando términos que en muy poco tiempo, se incorporan al lenguaje diario. Ahí va la prueba: fachosfera, ultraderecha, antisistema, conspirativo, antiinmigración, racista, antimusulmán, antisemita, negacionista, antifeminista, antiLGTB, machista… y estas otras ya asimiladas:
Fachosfera. Pedro Sánchez la utiliza para descalificar a los que no piensan como él. La define como una conjunción de «ultraderecha» que genera «crispación» y «huele a naftalina».
Lawfare. Consiste en emprender acciones judiciales para desacreditar o destruir a un adversario político. El término irrumpió en las negociaciones de la Ley de Amnistía para tratar de desacreditar a los jueces que investigaron o condenaron los delitos que se cometieron durante el proceso separatista. Sánchez también lo utiliza y se define como una víctima de esta supuesta práctica.
Hitos. Casi todos los martes, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, los miembros del Gobierno utilizan la palabra hito para referirse a cualquier decisión o medida aprobada dentro de la rutinaria Administración del Estado. Venden como algo excepcional decisiones ordinarias.
Micromachismo. Cuando no se puede calificar un hecho de machismo, porque sonaría exagerado, se habla de micromachismo. Por ejemplo, si un camarero sirve sin preguntar la cerveza al hombre y el refresco a la mujer puede tratarse de un simple error, pero ellos lo llaman micromachismo y hacen creer que todavía en España hay mucho camino por recorrer para alcanzar la verdadera igualdad entre el hombre y la mujer.
Pseudomedios. Utilizada por el presidente del Gobierno para tratar de descalificar a los medios de comunicación incómodos, independientes o críticos que discrepan de su forma de gobernar y a los que busca asfixiar financieramente.
Fango y lodo. Tienen como objetivo desacreditar cualquier información que resulte molesta al Gobierno.
Nuevas masculinidades. Muy utilizadas por Cooperación Española, que se define a sí misma como feminista, llegándoselas a inculcar a las indígenas mayas de Guatemala en los talleres y actos que financia el Estado español. Se utiliza para definir al «hombre bueno» con las mujeres, según las feministas.
Migrante. Frente a emigrante (la persona que parte al extranjero o a otra región para mejorar su forma de vida) e inmigrante (el extranjero que viene a España), se han sustituido por la palabra migrantes, que es la que utilizan las organizaciones internacionales de una forma neutral. En España, la diferencia entre unos y otros es enorme: hay 8,6 millones de inmigrantes frente a los 2,7 millones de españoles que viven en el extranjero.
Latinoamérica. Término acuñado en Francia, a modo de arma propagandística para devaluar la influencia española en América. Por lo tanto, los españoles que están orgullosos de su pasado utilizan el término Hispanoamérica.
Descolonizar. Utilizada para justificar la revisión que se quiere hacer de los museos españoles. Pero en España no hay nada que descolonizar porque sus territorios en ultramar no eran colonias, sino provincias españolas.
Hermanos y hermanas. Pedro Sánchez la utiliza de forma conciliadora e Irene Montero recurría a este término con el famoso «hermana, yo sí te creo» y Nicolás Maduró la usó para pedir el voto a los «hermanos de la clase obrera».
Resiliencia. La favorita de Pedro Sánchez, usada como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a una situación adversa. El presidente del Gobierno se ha construido a sí mismo una imagen de hombre que renace de sus cenizas y con capacidad de superación, pero lo cierto es que encaja muy mal la crítica y la frustración.
Empoderar. Significa hacer poderoso o dar autoridad a alguien. Aunque ya existía en español la palabra apoderar, el feminismo ha preferido hacer suya esta nueva versión, que es una traducción literal del inglés empower.
Inclusivo. Según el diccionario de la Real Academia Española, significa «que incluye o tiene capacidad de incluir». Pero esta palabra no es tan inocente como parece, porque su aplicación radical está destrozando el idioma español, al tratar de feminizar palabras que suenan a masculino sin serlo (por ejemplo, miembro) y porque niega la naturaleza neutral del masculino (por ejemplo, los espectadores).
Paridad. Esta palabra solo significa igualdad o semejanza, pero su aplicación real discrimina al hombre. Por ejemplo, la ley de Paridad aprobada en junio por la izquierda en el Congreso de los Diputados permite que el 100 % de los miembros de los Consejos de Administración y altos cargos de instituciones y grandes empresas sean mujeres. Sin embargo, los hombres no pueden superar el 60 %.
Sororidad. Se refiere a «la solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento». La Real Academia Española la incluyó en el diccionario hace seis años a petición de un grupo de mujeres de Podemos.
Y en materia de arte, ¿Cómo nos afecta? Pues el discurso woke busca destruir el arte, la verdad, lo bello, discriminando obras de arte clásicas, censurando libros, modificando su lenguaje o advirtiendo del contenido inapropiado de películas clásicas.
El arte es arte porque busca expresar la belleza, y lo bello lo es porque es un reflejo de la verdad, siendo la ideología woke todo lo contrario, la expresión de la mentira y hacer de la mentira una verdad. Y por eso las obras de arte woke consisten en destruir, ridiculizar y caricaturizar las verdaderas obras de arte.
Ejemplos hay, y muchos, pese a que parezca que hayan pasado desapercibidos. Como la exposición que acogió el Museo del Romanticismo en la que se exhibieron unas fotografías donde la fealdad, chabacanería y vulgaridad, contrastaban con el preciosismo, delicadeza y belleza de la colección de obras del museo. Una exposición aberrante con relato feminista y woke, en una instalación performática que puede quedar como anecdótica si no fuera por todo lo que llevamos visto hasta la fecha. Como aquella otra performance con cajas de cartón entre las grandes obras universales del Museo del Prado…
Un revisionismo woke que pretende hasta adaptar la obra del inmortal Cervantes a nuevos formatos más acordes a la sociedad actual, la de Goethe, la de miles de autores que asisten a un revisionismo sobre la raza, clase y género en las obras más importantes de la literatura universal.
Un revisionismo antidemocrático al que debemos exigir respeto a la creación e integridad de la obra, impidiendo alteraciones, modificaciones o atentados contra ella que puedan ocasionar un perjuicio a sus legítimos intereses. Una máxima aplicable a cualquier obra artística que evite la censura en el arte para ajustarlo a lo que se considera “políticamente correcto” hoy en día.
Por eso la ideología woke es una amenaza para la libertad de pensamiento y creación, llegando a extremos como la censura de los desnudos artísticos de los que ya he tratado en otro artículo en esta misma tribuna, tildándolos de pornografía y haciendo de la belleza del cuerpo humano un ridículo debate puritano que no se sostiene por mucho que sigamos sufriéndolo a diario.
Y con todo ello, concluyo que esa ideología woke, esa cultura que no duda en usar la censura y el revisionismo, toma al público por idiota e ignorante, más aún, por incapaz de diferenciar un contexto, el autor y la obra, y francamente, no me gusta que me tomen por estúpida ni se arroguen el derecho a adoctrinarme en mi ignorancia, dictar mis gustos y preferencias y menos aún a juzgarme por ellos, por las obras nacidas de mi mano y fruto de la diversidad en la información.