El falso puritanismo en la sociedad y en el arte

 

Mª Dolores Barreda Pérez

Secretaria General

Secretaria Perpetua de la AEPE

 

Buscaba motivos para inspirarme en el cartel anunciador de la exposición “Desnudos”, tema elegido por la Junta Directiva para realizar una muestra de la Asociación Española de Pintores y Escultores para el próximo año 2024.

Pensé que el desnudo más universal de la pintura española, entre otros muchísimos, por supuesto, era la Maja desnuda de Goya, y así la busqué en internet, en imágenes.

Imposible, no aparecía ni una sola imagen del famoso cuadro. Todas las fotografías mostraban a la Maja vestida.

No me lo podía creer, entre los aproximadamente 254.000 resultados obtenidos, no se encontraba imagen alguna del famoso cuadro.

Eso sí, encontré a Penélope Cruz a lo Maja vestida, a Rosalía, de igual pose, y fotogramas de series españolas que recrean la escena… pero vestidas, claro.

Otra búsqueda. En seguida pensé en el cuadro de Sorolla titulado “Desnudo de mujer”, una maravilla inspirada en la Venus del espejo de Velázquez, en la que la esposa del pintor aparece en la cama sobre un impactante edredón de raso color rosa.

Nada. No aparecía la imagen del cuadro. No lo podía entender.

Probé nuevamente con la Venus del espejo de Velázquez. Ni una imagen oiga. La cosa se ponía ya entretenida.

Entonces quise abarcar el tema completo y busqué “famosos desnudos en la pintura”, y de entre todas las imágenes que aparecieron, sólo dos contenían desnudos realistas: El nacimiento de Venus, de Botticelli, considerada una de las diez pinturas más famosas del mundo, y La Creación de Adán, de Miguel Ángel, el famoso fresco de la Capilla Sixtina.

Junto a ellos, aparecía el famoso desnudo moderno abstracto de Matisse, monocromo, un Autorretrato con perro de Lucian Freud, en el que el artista aparece con unos pantalones, y una pintura tildada de “pornográfica” de Egon Schiele. Y ninguna más.

Nada de la Olympia o el Desayuno sobre la hierba de Manet, de la Venus de Urbino de Tiziano, ni Las tres Gracias de Rubens, por poner solo unos ejemplos.

Y ya entonces ni hablamos de las Venus prehistóricas, de las representaciones egipcias, nada de los suaves desnudos de Praxíteles o la famosa Afrodita (Venus de Cnido), de las pinturas de los lupanares de las casas de Roma o Pompeya, de las Evas de los códices medievales, o la Vanidad de Memling, los desnudos de El Bosco, de Fragonard, Bouguerau, Coubert, de Ingres, Delacroix, Degas, Renoir, Toulouse-Lautrec, del erotismo de las odaliscas de Fortuny, Pinazo, Rosales, ya lo hemos dicho de Sorolla y tampoco, y para qué decir nada de Gauguin, Klimt, Tamara de Lempicka, Otto Dix, Magritte, Dalí, Picasso, Miró…

¿Por qué entonces no aparecen fotografías de sus desnudos? Porque un desnudo artístico, en un lienzo o en una escultura, es una interpretación de la belleza en la que podemos recrearnos y es un puro gozo para la sensibilidad de quien lo aprecia.

Busqué entonces en el Museo del Prado, donde se pueden ver a gran resolución las obras maestras que atesora la pinacoteca. Y allí sí que la encontré. La imagen del famoso cuadro por fin aparecía ante mis ojos.

Sin embargo, al igual que en otras obras se puede ampliar con el zoom para observar los detalles, en la Maja desnuda no hay más que un único aumento, mientras que en otras, el zoom nos muestra detalles exquisitos.

 

La maja desnuda, de Francisco de Goya

 

Esto me hace preguntarme a qué viene este puritanismo artístico en la sociedad en la que vivimos, plagada de mensajes y de imágenes explícitas de desnudos, sexo y violencia.

Enciendo la televisión, en esas escasas veces que la veo por analizar las informaciones que nos depara, y me impactan una serie de imágenes explícitas y escatológicas que hieren cualquier sensibilidad, aunque aún no he oído a nadie quejarse de ello.

Entonces recuerdo el asunto de 2017 de The Met Museum, cuando una recogida de firmas solicitó al Metropolitan de Nueva York la retirada del cuadro Thérese Dreaming de Balthus, donde se ve a una adolescente sentada en una silla que deja al descubierto sus bragas. Me acuerdo en este preciso momento de un anuncio en el que nos enseñan la absorción de unas compresas, en las que un líquido rojo hace las veces de menses, en una imagen escatológica que daña más que las bragas blancas de una adolescente.

En aquel momento se dijo que algunos espectadores encontraban ofensiva esta visión. ¿En serio? ¿Ofensivo ver unas bragas? Qué pensarían entonces de este anuncio de compresas… no me lo quiero ni imaginar.

Pero claro, es que no debe ser lo mismo. Vivimos en una época en la que impera lo políticamente correcto, y debe ser que tenemos que normalizar ver menses en lugar de bragas. Feminismo contra realismo de pretendido “mensaje subliminal”.

En 2021 el Museo del Prado inauguró la exposición Pasiones mitológicas, plagada de cuerpos femeninos desnudos, cuadros sublimes que representaban el ideal y la perfección que el cuerpo femenino ha supuesto para los creadores, y en esta ocasión se repitió el incomprensible pero cierto intento de censura de obras de Tiziano, Rubens o Velázquez, justificado en el valor político y moral del arte como beneficioso para la sociedad.

Ataques con los que se busca imponer un ideario obligatorio para la sociedad en el que no caben imágenes estéticas y artísticas de ningún tipo, y menos aún si éstas son del pasado.

En cambio, no hay problema alguno en difundir imágenes de una Drag Queen en las que se blasfema contra la Santísima Virgen y contra Cristo crucificado. Al contrario, se tienen como ejemplo de revolución artística y como una faceta más del arte actual que es transgresora, tiene carácter perturbador o sirve de denuncia.

Eso sí es políticamente correcto. Pero nadie piensa entonces en cómo esas imágenes atentan contra la libertad religiosa de una parte de la sociedad española, del mundo, y la falta de respeto que suponen para sus practicantes, mientras nos llevamos las manos a la cabeza y nos parece impensable hacer lo mismo con otro tipo de cultos por los que ya en Francia, murieron multitud de personas en un ataque sin precedentes a la revista Charlie Hebdo.

La sombra de lo políticamente correcto, que es lo que en la actualidad vivimos incluso en el mundo del arte, se impone en detrimento de la calidad de lo que se nos muestra, siendo el resultado un arte que evade, pero no ofende. O eso creen quienes así lo defienden.

Censurar Las tres gracias, El rapto de Europa o Dánae recibiendo la lluvia de oro resulta para mi aberrante, y que en redes sociales se censuren sus imágenes por “contenidos explícitos”, que se les ponga una estrella o una tira negra a los pechos de las mujeres, a su pubis, me resulta inconcebible, pero es el resultado de la sociedad que estamos haciendo, una sociedad repleta de grandes eufemismos donde triunfa el “buenismo” que alguien se encarga de determinar que es el correcto y adecuado para la época que vivimos.

Eso nos empobrece. Los regeneracionistas de principios del siglo XX tienen en común con los idearios políticamente correctos actuales, que ninguno quiere echar la vista al pasado para glorificar lo vivido. Lo anterior no vale, no sirve de ejemplo, no es moralizante ni bien visto por el buenismo imperante.

El pasado nos hace grandes, nos ha hecho grandes siempre. España sigue viviendo de la grandeza de Velázquez, y en eso parece que no hay reparos. De momento… Pero no está dispuesta a claudicar con el resto de artistas. No, sólo vale lo actual como fuente de conocimientos imprescindible que aportan a la sociedad una imagen falsa de belleza basada en selfies y el postureo, que nada tienen que ver con el arte con mayúsculas.

Hay que educar en valores. Hay que educar en arte. No es lo que el artista hace, sino la mirada de quien lo ve de forma perturbada y retorcida, haciendo de ese arte algo incómodo y ofensivo.

La Inquisición ha vuelto a nuestras vidas. Quizás no lo creamos, pero por mucho menos se quemaba en las hogueras que tanto critica la revisión histórica que se está forjando. No lo vemos, pero existe esa medida inquisitorial a todos los niveles de la vida, dictada por no sabemos quién, para que solo veamos el todo que quieren que veamos y no más allá.

 

Desnudo, Joaquín Sorolla

 

No soy mucho de pensar en teorías conspiratorias, pero en el arte, en la vida actual, todo lo que está pasando, va mucho más allá de lo imaginable.

Hay una panda de Braghettones que nos están condicionando la forma de ver las cosas, la forma de apreciar el arte, dictaminando cómo debe ser todo, lo que debe ser el arte, en una línea que no pienso cruzar porque entra directamente en el campo de la censura, y como periodista que soy, me hiere profundamente esa práctica que parecía haber quedado en ese pasado que nadie quiere revisar y al que, necesariamente, debemos echar mano cada vez con más frecuencia.

Cuando una institución como la Unesco, censura los desnudos de esculturas con tangas y braguitas de Stéphane Simon, para no ofender, pero se permite que en horario infantil se puedan ver películas con contenido sexual, con escenas sexuales que pueden herir más que el cuerpo desnudo de unas esculturas, es que algo gordo está pasando en el mundo del arte.

Cuando se critica tanto que una cantante pueda desnudar su busto en un concierto, en aras de la libertad, y convertirse en noticia global que sale en telediarios y programas de opinión y tertulia en horarios de todo tipo, pero se censuran los pechos de Las tres gracias y se tapan con un rectángulo negro, es que algo se está haciendo mal. Muy, muy mal. A no ser que el hecho censurable no cuadre con el ideal de belleza actual… que denuncio como afectada directa por semejanza a las mujeres de Rubens, aunque eso ya sea otra historia y entraríamos en otro jardín…

A esos modernos Braghettones que quieren censurar el arte les gusta además censurar libros, ideas, pensamientos, acciones, hechos y la historia, avocándonos a una revisión del pasado con ojos del presente que es imposible de analizar sin tomar en cuenta las circunstancias de la sociedad del momento.

Gracias a programas como el de Iker Jiménez, conocemos de primera mano esa censura de libros que, estoy convencida, se da en otras muchas ramas del saber y la vida cotidiana. Mi amigo Javier Sierra, maravilloso estudioso del arte y sus mensajes ocultos, podría llenar páginas enteras sobre el recato y lo pecaminoso de las obras de arte… incluso de las actuales.

Ya he leído en algún comentario de opinión que vivimos en una época puritana gobernada por imbéciles. Lo suscribo.

Me reafirmo cuando veo que la presentación de una obra de arte no escudriña el arte mismo, sino el impacto, el debate y la polémica que genera. Muy próximamente volverá a pasar en ASCO. Uy, perdón, en ARCO.

¿Es eso arte? ¿De verdad? ¿Es bueno un #MeToo llevado al puritanismo tan extremo que exige la censura del arte?

El falso puritanismo de la sociedad actual, del arte actual, solo nos lleva a la hipocresía, a los atroces eufemismos y a la prohibición y la censura. El progresismo actual, ¿no defiende precisamente acabar con el puritanismo y la censura?

Como diría un clásico, “Están locos estos romanos”…

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