ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. Agustín López González, autor del cartel del I Salón de Otoño

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO

Agustín López González

Autor del cartel del I Salón de Otoño

de la Asociación Española de Pintores y Escultores

Por Mª Dolores Barreda Pérez

 

LOPEZ GONZALEZ, Agustin  1876  MADRID  MADRID  1935

 

El-dibujante-Manuel-Agustin-Lopez-en-1912-por-Carlos-Verger-Fioretti.

Agustín López por Carlos Verger Fioretti, 1912

 

Cartel anunciador del I Salón de Otoño de 1920

 

Agustín López González Nació en 1878, en Madrid.

Firmaba sus trabajos como “Agustín”, siendo así conocido por todo el ambiente artístico nacional.

Destacado alumno de la Escuela de Bellas Artes, fue oficial en algunos talleres de pintores decoradores, muy de moda en el ambiente de la alta sociedad de la época.

La facilidad con que dibujaba de memoria le llevó a colaborar en los más importantes periódicos ilustrados del momento.

Comenzó a ser conocido en los círculos artísticos por sus ilustraciones de la Primera Guerra Mundial, que publicó en La Tribuna.

Ilustraciones de En la guerra, de El Cuento semanal

 

Estos le abrieron las puertas para trabajar en otros medios como España Nueva, El Heraldo de Madrid, España Libre, El Imparcial, Vida Nueva, ABC, Blanco y Negro, Ahora, Estampa,…

Participó activamente en la serie El Cuento Semanal, siendo uno de sus ilustradores más prolíficos, realizando numerosos dibujos en las páginas interiores de los números de esta colección literaria.

Ilustraciones de En la guerra, de El Cuento semanal

 

Como pintor presentó obras a distintas Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Como cartelista obtuvo algún premio en los concursos del Círculo de Bellas Artes, logrando también el primer premio en el concurso abierto por la empresa del nuevo diario La Jornada en 1917.

Un año más tarde logró el primer premio del concurso de carteles del Baile de Niños del Circulo de Bellas Artes, y según la crítica …”el cartel de Agustín López, que es bello y original, pero un poco tímido para la calle. Es, no obstante, uno de los mejores que ha hecho el notable artista, y uno de los más interesantes de la Exposición”.

En la Escuela de Artes y Oficios desempeñaba una auxiliaría de dibujo.

Asistía diariamente a una tertulia de pintores, escultores y escritores en el Círculo de Bellas Artes.

Portada de El cuento semanal para El último Abderramán, de Francisco Villaespesa

 

En 1930, y como curiosidad, el diario Ahora comunicaba que …“el dependiente ha dado una participación de una peseta al dibujante de Ahora y Estampa Agustín López, que ha sido favorecido con el segundo premio de la Lotería nacional de Navidad”.

Al XI Salón de Otoño de 1931 presentó en la sección de Arte Decorativo una serie de Carteles.

A consecuencia de una penosa enfermedad, que soportó con resignación, pues venía padeciendo una faringitis de carácter tuberculoso, falleció en su domicilio de la calle Mira el Sol, 10, del popular barrio madrileño de Lavapiés, el 24 de noviembre de 1935, a los 59 años.

Quien le conocía afirmaba que era un hombre bueno, lo que se dice bueno, y todo lo que fue en su vida se lo ganó con esfuerzo constante.

Portada de El cuento semanal para La buena fama, de Pedro de Répide

 

La obra de Agustín encarnaba el Madrid de los barrios bajos, con su ingenio castizo y un archivo de noticias acerca de las transformaciones que ha sufrido durante 50 años la capital de España.

A su muerte, los diarios recordaban que era …”Aficionado excelente y maravilloso dibujante caricaturizó en su época al Gallo, Pastor, Joselito, Gaona, Belmonte y Sánchez Mejías, siendo sus caricaturas celebradísimas”.

Caricatura aparecida en El Imparcial, de Pellicer

 

Ramón Pulido escribió sobre él en 1916, que …“Agustín es un luchador digno de mejor suerte, de grandes conocimientos como decorador; en el arte del cartel ha tenido aciertos grandísimos; dibuja admirablemente; sabe identificarse con los asuntos que trata de expresar y es original no sólo como pensador, sino en la forma de concebir las tonalidades, siempre armónicas y sugestivas”…

La Voz, 1935

 

Luis Gil Fillol, crítico de arte y escritor que llegó a ser Vicepresidente del Patronato del Museo Nacional de Arte Moderno, publicó a los dos días de fallecer el artista, un extenso artículo en el diario Ahora, que reproducimos íntegramente:

EL DIBUJANTE AGUSTÍN LOPEZ”. Ha muerto él gran dibujante «Agustín». Pocas veces se emplea el adjetivo con tanta propiedad y justicia. Agustín López «Agustín», como se le conocía en los medios artísticos, fue, en efecto, un dibujante grande. Grande en capacidad, en perfección técnica, en hombría de bien. Era pequeño, en cambio, en ambiciones. Su cuerpo desmedrado, enjuto, minúsculo, se había llenado de bondad, y difícilmente cabían en él otros sentimientos que no fueran los propios de su espíritu generoso y comprensivo. ¡Extraño caso de modestia el suyo!… Cuesta trabajo imaginar cómo se pueden poseer dotes artísticas tan eminentes, dibujar de la manera primorosa y correcta que «Agustín» dibujaba, dominar con facilidad excepcional los más vidriosos problemas de la técnica, tener una cultura tan arraigada y ser, al mismo tiempo, tan tímido y huidizo. Porque «Agustín» huía, materialmente huía, de todo lo que pudiera significar alabanza, aplauso o simplemente comentario. Sus amigos recordemos anécdotas que tal vez no puedan comprender los que no le trataron. De tarde en tarde—porque era incapaz de entablar competencia con otros artistas o de buscarlo directamente—-recibía un encargo: unas Ilustraciones para un libro, una orla para un diploma, una viñeta de periódico… Nadie podía hacerlo como él. Nadie lo hacía mejor en realidad… El cliente, más que satisfecho encantado con el dibujo, acudía a su casa, la casa de la calle de Mira del Sol donde «Agustín» había comenzado a dibujar trazos ingenuos en las paredes, donde después, a las órdenes da un maestro pintor de brocha gorda, embadurnaba puertas; donde por último se deslizaba pacífica y humildemente su trabajosa existencia de dibujante ilustre… Mira el Sol, 10. Desde la misma acera carcomida, apenas adivinada por una puertecilla estrecha, arranca la escalera de hormigón, cuesta arriba, serpenteando entre muros desconchados y sucios… Ya en el primer descansillo, a la entrada de un corredor oscuro con puertas alineadas como en una cárcel, el cliente consulta sus notas.

No se ha equivocado: Mira el Sol, 10. Aún tiene que subir dos o tres pisos más. Durante la ascensión, el ánimo y los propósitos del cliente van descendiendo. Pensaba ofrecerle quinientas pesetas. Ahora cree que tal vez doscientas cincuenta sean bastantes… «Agustín» espera de pie, junto a una cómoda, con las manos en los bolsillos de la chaqueta, demasiado larga, y el cuello envuelto en una bufanda de algodón. —Vengo a pagarle su trabajo, que me ha gustado muchísimo. Usted dirá qué debo darle. —Lo que usted quiera. Es cosa que no tiene importancia. Y, además, lo he hecho de prisa… Al correr de la pluma… El cliente reflexiona, mientras extiende la mirada por la estancia modesta. —¿Le parece bien… (vacila aún) 150 pesetas? «Agustín», sorprendido, abre mucho los ojos… No está seguro de haber oído con claridad. —¿Ciento cincuenta pesetas?… No, no, señor. Yo no debo cobrar por «eso» arriba de quince duros… Y en conciencia valía más, mucho más de las quinientas pesetas que el cliente tuvo la tornadiza intención de pagarle. Porque algunos dibujantes españoles podían hacerlo casi tan bien como «Agustín». Mejor, ninguno. Nadie como él manejaba el lápiz y la pluma con un concepto tan elevado de la dignidad artística. Nadie como «Agustín» componía y movía- con tan auténtica emoción esas escenas de combates, donde se confunden en una sola masa soldados, caballos y cañones. Nadie hacia vibrar los apuntes militares con tan bizarra gallardía. La guerra europea fue el apogeo de su arte de dibujante. Trabajaba conmigo en «La Tribuna» y le vi muchas veces traducir en línea, con la limpieza y agilidad de quien conoce el idioma a perfección, los partes oficiales. Imposible superar la expresión dolorida de hombres y bestias acosados por el fuego enemigo, el movimiento de los ejércitos en fuga, el júbilo de las tropas victoriosas, la angustia de las prolongadas vigilias en las trincheras, el espanto de las ciudades invadidas cuando sólo quedaban escombros humeantes de sus tasas.. . Cada lámina de «La Tribuna», cada una de las viñetas que ilustraban la información la Gran Guerra, merece los honores de un cuadro, porque así eran en cuanto a concepto y elevación artística.

Tampoco nadie ha igualado a “Agustín” en la minuciosidad caligráfica y la gracia compositiva de orlas, pergaminos y decoración en general. Ese sentido barroco de la línea que tan pronto se estiliza en las hojas de acanto o laurel, como se repliega para modelar difíciles escorzos de angelillos desnudos y holgadas túnicas de matronas simbólicas, le creó una especialidad en la que no es frecuente estimar otro mérito que el de la paciencia benedictina. “Agustín “ fue ciertamente para esta clase de trabajos un celoso miniaturista, como pudieran serlo los monjes ilustradores de códices de la Edad Media. Pero fue, además, un gran artista con excelencia, que sacó este género de dibujo del ambiente mercenario de los talleres a la luz libre y esplendorosa del Arte verdadero.

Sin su modestia inexplicable, sin su timidez incomprensible, y en un clima artístico más benigno, menos riguroso para los que quieren vivir en el Arte y de Arte, Agustín López no hubiera muerto en esa casa sórdida de la castiza calle de Mira el Sol… Pero “Agustín” no quiso sonreír a la vida, que aceptaba sin gozo y sin pedirle nada, y la vida fue con él cruel unas veces, fría e indiferente otras”.

El cuento semanal

 

Unos días después, Bernardo Giner de los Ríos publicaba en La Libertad otro artículo titulado In Memoriam, que también reproducimos:

Las artes están de luto. jHa muerto «Agustín»! Desaparece con él una época. Los dibujantes españoles han perdido un maestro. Pero… con ser esto mucho, algo más hemos de llorar: ¡Ha muerto un hombre!… Agustín representaba moralmente ese tipo que Galdós destacó, extrayéndolo de ambientes humildes, en los que por atavismo, esta raza española —ella y sólo ella—produce: el hidalgo, con todo lo que esto quiere decir de dignidad, de modestia profunda-confundible por los que no la comprenden con soberbia—, corazón de oro, alma fuerte, forjada en la lucha, en el sacrificio y en la privación. Al amparo de su insignificancia física existía en él un prurito de obscurecer sus condiciones extraordinarias. ¡Vano esfuerzo! Nadie que disfrutara de su Intimidad pudo dejar de ver aquel espíritu selecto y aquella bondad rezumante, e través de un exterior que quería aparecer más que fuese adusto y hasta huraño. Pertenecía Agustín a esa legión de hombres dignos de ser reverenciados, que produjeron su arte robando el tiempo al sueño y al descanso, después del agotador esfuerzo cotidiano de un oficio. Y, sin embargo, su obra, conocida, pero poco resaltada, su asombrosa facilidad y su personalidad Indiscutible se caracterizan por lo jugoso de la expresión, típica del que ha creado sin esfuerzo y sin fatiga. En estos últimos tiempos, rendido ya por aquel esfuerzo de toda su vida, cuando en el grupo de sus amigos él relataba lo penoso de su pasado, habla en la descripción un dejo de legítimo orgullo, y únicamente el gesto delataba muchas veces la intensidad del sacrificio y el esfuerzo de tantos años de lucha con tenacidad Invencible. La evidente injusticia de la suerte habíale dejado un dejo amargo de escepticismo. No podía escapar a su espíritu de justicia el diferente trato de que es objeto frecuentemente el valer positivo y el favor y la suerte de otros. Nunca, sin embargo, le oímos una queja. Por el contrario, le producía asombro sincero y satisfacción infantil el que se elogiara su labor, que él, modesto absoluto, calificaba de mediocre… Últimamente, el hombre que prodigó dibujos (especialmente aquellos Inolvidables de la guerra europea), no cogía el lápiz sino para expresarnos a sus amigos lo que por recato y por timidez silenciaba, y que con sus dibujos, sin embargo, nos decía. Por un subconsciente más fuerte que él mismo, en estos meses, temas del caballero cervantino eran sus preferidos. «Te visitará un amigo—me decía hace poco—de mi parte. Recíbelo y sé benévolo con él.» Y, en efecto, una maravillosa cabeza de D. Alonso Quijano vino a decirme—con sus ojos penetrantes, su faz cetrina y demacrada, toda espíritu—, con la misma fiebre en la expresión que la que ya entonces devoraba al autor, igual de cuerpo y de alma que el héroe, todo lo que él, sobrio de expresión y tímido en el decir, no era capaz de expresar… iLas artes están de luto! ¡Hemos perdido un hombre de los que rara vez en la vida se cruzan en nuestro camino, expresión fiel de esta raza española y madrileña que cuando se da con matices de sobriedad y de hidalguía, alcanza límites insospechados!”.

Agustín López González y la AEPE

Presentó obra al I Salón de Otoño de 1920:

429.- 1918, óleo, 0,73 x 1,09

Al XI Salón de Otoño de 1931 presentó:

440.- Cartel

1918, obra presentada al I Salón de Otoño de 1920

 

Distintas ilustraciones aparecidas en El cuento semanal

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