La agonía del cuarto poder

Mª Dolores Barreda Pérez

Secretaria General

Secretaria Perpetua de la AEPE

 

La prensa tradicional española ha vivido muy bien amparada por el poder político.

Los medios de comunicación tal y como hasta hace poco los conocíamos, prensa escrita, radio y televisión, han subsistido gracias a la publicidad institucional, que solo exigía vender su independencia al poder político.

De esta manera, y de forma lenta pero inexorable, en lugar de fiscalizar y controlar al poder, la prensa pasó a vocear lo que el poder imponía.

Fueron pocos cambios al principio, débiles pero firmes. En televisión, nos acostumbraron a escuchar A Coruña o Girona, o Xativa… pero no Niu York o Mochba… cuando en castellano sería La Coruña, Gerona o Játiva, Nueva York o Moscú. Ejemplos tímidos que se consolidaron por ley y comenzaron a minar los cimientos de todo cuanto conocemos hasta el día de hoy.

Todo iba bien porque el control sobre la prensa y los medios de comunicación estaban supeditados a las subvenciones y permisos de emisión, pero la aparición en escena de las redes sociales supuso un tremendo problema que como una bola de nieve, cada vez se hace más grande.

Las noticias “oficiales” y “oficiosas” ya no son creíbles, sobre todo cuando en redes sociales y plataformas comienzan a cuestionar las informaciones y a poner en evidencia la neutralidad de los medios y sus opiniones, sus propias noticias y planteamientos.

De esta manera, una sola persona con un móvil en la mano genera más impacto en la sociedad que un medio estructuralmente organizado a la manera tradicional y que cuenta con editores, redactores, jefes de sección, columnistas, informadores, corresponsales, platós de radio y televisión millonarios que todos pagamos…

Hablamos de credibilidad. La que han perdido los medios tradicionales al enfrentar sus informaciones con las de los nuevos comunicadores libres de clientelismo político.

Credibilidad y falta de control sobre la información. Así se resume la situación que vivimos. De ahí que los medios de comunicación, las plataformas españolas, se hayan unido para entablar una lucha feroz contra las redes sociales libres en España.

Hemos oído el próximo cierre de Telegram, atribuido casi en exclusiva a un asunto que choca con los términos de la propiedad intelectual. Una falsa excusa para llevar a cabo la censura de canales informativos, el cierre de negocios, de canales de venta de pequeños autónomos y de cientos de trabajadores.

Porque como la agonía de los medios de comunicación tradicionales es lenta, intentan desesperadamente subsistir y hacerse hueco y ante la degradación periodística que contemplamos, prefieren centrar sus esfuerzos en censurar aplicaciones, que sale más a cuenta y de paso, terminan con la competencia. Todo, antes que cambiar el modelo de sumisión.

Por si fuera poco, los medios tradicionales deciden qué es noticia y qué no es noticia, de manera que si fuera por la prensa de siempre, no nos enteraríamos de cómo Mediaset ha vetado la intervención de un analista en el Cuarto Milenio de Iker Jiménez, el último guardián televisivo de la libertad de expresión, o de cómo el gobierno ha aumentado un 66% el coste del catering del Falcon, pasando de 80.000 a 200.000 euros y contando además con 18 menús; sin hablar de los últimos enchufes y puestos creados para amigos del gobierno, ni de los escándalos de las mascarillas, ni de tantas y tantas noticias que si es por la prensa, terminarían quedando en puras anécdotas.

La prensa pues, lidera el poder en lugar de fiscalizarlo. Aúpa y derriba partidos, capitanea las absurdas ideas de la Agenda 2030 y se encarga de idiotizarnos a diario, adoctrinándonos, para que recordemos o no, según sea el caso y convenga, un escándalo u otro.

Seguimos enfrentados y a vueltas con las dos Españas. Zapatero tuvo el honor de abrir el melón que según dicen los progres, es para cerrar heridas, pero que agitan continuamente para que nadie olvide esa división y ese confrontamiento, porque así les conviene. El miedo siempre ha sido una buena arma política.

Lo grave de todo es que la propia prensa ha aireado datos personales protegidos por ley, amparados por el poder político, y en lugar de censurarlo, lo han magnificado, de forma que es una perversión de la información que está incluida en el código deontológico al que ya no se mira.

Es grave que no se puedan ver imágenes de presuntos delincuentes si son de otra raza, ni se sepan sus datos personales, ni de qué administración cobran o quién les ha traído a España, pero sí podamos ver el historial completo de presuntos defraudadores de hacienda, con todo tipo de datos escabrosos y sin condena firme. No funcionan en la misma dirección las cosas, solo funcionan en un lado si es para beneficiar al poder político gobernante, nunca para proteger a los particulares.

Los medios de comunicación han perdido la credibilidad.

Sin querer entrar en la atroz y deplorable corrupción política que presenciamos, si la prensa ejerciera su trabajo como debiera, habrían caído gobiernos y políticos que hoy en día nos dirigen y que cuentan con el beneplácito de la prensa.

Se nos han olvidado ya los ERE, el caso Filesa, el caso Roldán, el caso Malaya, el caso Pujol, la Gurtel, el caso mascarillas, el caso mediador, el caso Mercasevilla, Astán y los miles de casos de corrupción política…. Y mientras, ¿Qué hace la prensa? Mantener una guía de comunicación inclusiva, cordones sanitarios, cebarse con casos puntuales de corrupción de otras tendencias políticas….

Pero si hay algo que me enerva y hiere especialmente, es el poco corporativismo de los propios periodistas que dejan que un político no responda a determinado periodista acreditado, insultándole y llamándole fascista, negándose a dejar que termine de hacer su pregunta, haciéndole el vacío. Me duele ver que ningún compañero de profesión salga en su defensa, que ninguno diga ya está bien y que todos se planten dejen allí mismo a quien se cree por encima del bien y del mal y decide quién es bueno para preguntar y quién no.

Eso sólo confirma que la degradación de la profesión es tal, que no importa la libertad de expresión, que es lo que ese periodista representa. Que ninguno le dé importancia a esta situación no hace más que agravar el problema, porque hoy empiezan con uno, pero no sabemos si algún día nos llegará el turno a nosotros en esta censura y cordón sanitario al que ya  nos tienen acostumbrados.

Lo grave es que aquí nadie dice nada.

Esta actitud de los periodistas no sólo dice mucho de lo insolidarios que son, sino que el código deontológico se ha olvidado y ya no se respeta ni a quien intenta hacer su trabajo de forma honesta.

Los periodistas pueden tener su propia opinión, faltaría más, su propia ideología, es lo normal, pero en el desempeño de su trabajo deberían dejarla a un lado para intentar ofrecer a la sociedad las versiones tan distintas y dispares, los puntos de vista que puedan interesar, en aras de la búsqueda de la verdad y en defensa de su credibilidad.

Pero en lugar de eso, y pese a la interpelación respetuosa de aquellos a los que no les dejan hacer su trabajo, miran hacia otro lado y se suman así a la censura silenciosa en la que vivimos, hiriendo de muerte la libertad de expresión en España.

Aquí todo funciona bien si es para bien mío, pero para otros no funciona… damos patente de legitimidad a mayorías conformadas por la suma de un voto más, frente a otras mayorías que se tacha de fascistas… ¿Por qué una es más legítima que la otra? ¿Quién determina esa legitimidad? ¿Por qué?

Lo que no puede ser es que una mayoría sea el coco, porque no me gusta, y la otra sea lo mejor de lo mejor…  porque entonces cabe preguntarse, y los que han votado a la mayoría que no me gusta, ¿Qué son? ¿Idiotas?

A ello ha contribuido la generación constante y continua de eufemismos que no han hecho más que disolver las situaciones y hacerlas tan nimias y absurdas, que ya todo nos parece una tontería.

Nos han hecho creer que la cruda realidad no es tan cruda. Y por eso, la prensa ha dejado de cuestionar, de preguntar, de vigilar y fiscalizar al poder. Por eso la prensa ha perdido toda su credibilidad. Por eso mismo, la prensa tradicional ha dejado de ser el cuarto poder.

Una mentira tapa un escándalo, que tapa un cotilleo, que tapa otra mentira y así infinitamente de forma que pasa el tiempo y nos quedamos solo con las anécdotas a modo de curiosidades, pero, aquí nunca pasa nada.

Lo malo es que los ciudadanos estamos inmersos en una dinámica en la que la aceptación continua de la mentira política se ha convertido en una rutina, en el pan nuestro de cada día, aceptando todo lo que  nos echan.

Las personas que compartimos un contenido disidente tenemos más herramientas que nunca para esquivar la censura, pero no es lógico que la prensa tradicional continúe vendida al poder político y no ejerza sus funciones. La prensa ya no es el cuarto poder.

Legiones de individuos cargados con un simple móvil, con un mínimo cupo en redes sociales, con seguidores de todo tipo y a quien todos pueden ver sin ningún tipo de censura, están haciendo la función de fiscalizar al poder, mientras la prensa tradicional ha fallado en el ejercicio de esta función, convirtiéndose en una parte más de la casta política.

El cuarto poder agoniza.

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