La aldea gala: los irreductibles

Mª Dolores Barreda Pérez

Secretaria General

Secretaria Perpetua de la AEPE

 

Bajo el gran telón de la solidaridad y sostenibilidad que tan de moda está ahora en esta bendita España, se dirigen a nosotros infinidad de instituciones de todo tipo con ideas peregrinas en las que solicitan nuestra colaboración, y por supuesto, la de los artistas a los que representamos, en aras de lograr una obra artística innovadora, de mejora, sostenible y solidaria, sensibilizando sobre el deterioro del medio ambiente y el cambio climático, cuyo fin último sería una subasta solidaria de las obras, que se exhibirían en algún restaurante…

Lo pienso y recapacito, y con inmensa tristeza pienso que ya no saben cómo degradar y sangrar más a los artistas.

Para la sociedad actual no importan más que los conceptos y acciones de esta nueva religión, humillando la obra artística hasta extremos insospechados, rozando incluso la malicia, puesto que amparados bajo el paraguas de la solidaridad, se busca llevar a cabo actividades a coste cero, pero muy a la moda del postureo que impera.

Me pregunto si le pedirán a un cocinero que haga lo mismo y done después su comida, su esfuerzo, su trabajo, para deleitar al público de manera innovadora, sostenible y solidaria.

También nos escriben para mostrarnos espacios fabulosos para eventos de todo tipo, solicitando que así se lo hagamos llegar a nuestros asociados, a módicos precios de escándalo, con todo tipo de servicios asociados, excepto los de una cartera de clientes al modo en que de toda la vida han tenido las verdaderas galerías de arte.

Cuelgacuadros, como venimos ya conociéndolas, con otras ideas peregrinas en la asistencia a ferias y exposiciones en países muy interesantes, también a módicos y desorbitados precios, de a metro cuadrado la exhibición.

Constituidas como fundaciones, asociaciones o empresas, estos nuevos salvadores del arte y los artistas pretenden hacer su negocio.

Es lícito. Como liberal que soy, defiendo la iniciativa privada y el libre mercado, la propiedad privada, la justicia… pero me pongo a pensar en todos esos cargos de una fundación cualquiera, que se nutre de los fondos del estado y de las subvenciones que acumula por dedicarse a enaltecer la agenda 2030, en los empresarios que sin pudor deciden alquilar sus espacios a precio de oro sin más actividad que la de contar con unas lindas paredes, bajo el dosel de galerías de arte, y en aquellas otras empresas que nacen al rubor de los sueños e ilusiones de los artistas, y que envueltos en un aire de modernidad, aluden a la digitalización y universalidad de internet para acometer exposiciones peregrinas en galerías inexistentes, como una oportunidad de negocio no explorado bien aún en España, que comienza a ser ya calado por cuantos incautos han tenido la desdicha de caer en sus patrañas.

Todos ellos, cobran sueldos de escándalo, en sus debidas proporciones. Todos ellos se nutren de la ilusión y el trabajo de artistas que siguen sin percibir ni un solo estímulo por su esencia creativa y a los que la sociedad, o quienes vertebran ese sociedad, piden más cada día.

Hablamos siempre de manera hueca y banal de cómo la sociedad necesita del arte y los artistas, de que son imprescindibles porque el arte es universal y trasciende barreras, porque tiene la capacidad de provocar cambios sociales y políticos, porque ayuda a construir identidades, sin olvidar su impacto económico…

Palabrerías nada más. Pueden decirlo como quieran, pero el arte hoy en día es solo un medio más para lograr modificar las ideas y pensamientos de generaciones enteras, de forma que se convierta en algo anecdótico y nimio, puesto que en la sociedad actual, todos son pintores, todos escultores, todos fotógrafos, todos chefs, todos músicos, todos… y ninguno…

No somos solidarios. Vivimos de nuestro trabajo, que en algún momento puede prestarse a apoyar causas y acciones, pero que en ningún caso nos da de comer. La prueba es que la mayoría de los artistas tiene un trabajo que soporta su pintura.

Según nos afean algunas entidades subvencionadas, en la AEPE no somos igualitarios, porque nuestros premios no contemplan la igualdad de género, es decir, deberíamos elegir las obras según su autor, no por ellas mismas.

No somos inclusivos. Pese a que mantenemos una prestigiosa Medalla de Pintura Down Madrid en el Salón de Otoño, creada expresamente para este certamen en el que se da así la oportunidad a un artista de este colectivo, de exponer su obra junto a la de profesionales. Pero claro, tampoco elegimos las obras preguntando por el sexo del autor discapacitado.

No somos sostenibles, que visto así, nuestro trabajo debería reutilizar cada lienzo y cada tablero, por las dos caras a ser posible, para evitar daños al planeta… también se puede morir de belleza entonces…

No somos reciclables… ni ecológicos, ni nuestras obras son de mejora para el medio ambiente y el cambio climático…. Cachis…

Y por eso no entramos en la oficialidad de instituciones que hacen de estas iniciativas su modo de vida y razón de ser.

Somos antiguos, muy antiguos. Creemos en la belleza por sí misma sin necesidad de innovar el acto creativo… las innovaciones en el arte hoy en día, se centran en exposiciones inmersivas donde prima la imagen y se confunde el arte con el ocio y entretenimiento, intentando reinventar la relación del público con las artes plásticas.

Las nuevas tecnologías vienen a crear atmósferas mágicas en torno a la contemplación de cuadros para que el visitante participe en el hecho creativo, frente a la contemplación serena de una obra ideada para ser vista en un ambiente específico.

Las llaman experiencias sensoriales, multidimensionales e interactivas más cercanas al cine y la televisión, a los vídeos de redes sociales, cuyo presupuesto millonario se invierte en comunicación y publicidad exterior.

Pero no puedo dejar de pensar que nada hay que pueda sustituir la contemplación directa de una obra de arte. Nada. El consumo fácil, el entretenimiento, el ocio y la rutina a la que nos lleva esta cultura de lo inmediato, entontece al público y lo aleja, cada vez más, del Arte con mayúsculas.

De ahí que fundaciones y entidades abusen de los artistas, pidiendo su participación en acciones solidarias en favor de causas sostenibles, reciclables, igualitarias…

Se ha perdido el respeto por los artistas. Y la culpa también es de los propios artistas, aceptando como arte y declarando obra artística instalaciones de plátanos en una balda o escaleras apoyadas en paredes o medio vaso de agua, la exposición de productos de desayuno comprados en un supermercado, performance donde una mujer vestida de flamenca simula morir, cuadros hechos con bragas, una bandera grafiteada…

Si eso es lo que la sociedad va a entender como arte y además se le ofrece como una experiencia inmersiva, resultará imposible que ver un cuadro o escultura “normal” llegue a ser contemplado como una obra de arte en toda regla.

Para las generaciones actuales, el concepto de artista se ha devaluado tanto que sólo se reconoce como tal a quien vive de las industrias  creativas. Pocos afortunados son.

Entre tanto, en la AEPE seguimos capeando las solicitudes de colaboración basadas en acciones solidarias con entidades recién nacidas al amor del dinero que todos ponemos al pagar nuestros impuestos.

Me acuerdo ahora de Goscinny y Uderzo y de aquello de… toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor…

Esa es nuestra lucha, y nuestros valores. Creemos en el arte auténtico, y esa fe es nuestra poción mágica que prepara con esmero nuestro druida, nuestro Presidente, José Gabriel Astudillo, en el convencimiento de que no se puede seguir exprimiendo a los artistas en aras de agendas comercializadoras de formas cada vez más inapropiadas y humillantes.

No se puede confundir el Arte con el nuevo estilo de vida que nos venden como arte, a través de vías rápidas y masivas que alimentan negocios que en nada benefician al creador.

El Arte no puede morir. Y de nosotros depende velar también porque no muera.

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