Obras, artistas, socios, pequeñas historias…
Por Mª Dolores Barreda Pérez
Bibelot y tanagra
Bibelots: todos tenemos alguno en casa
Objeto pequeño y decorativo de escaso valor, como los muñecos o estatuillas con figura humana.
Según el diccionario de la RAE, es una figura pequeña de adorno presente en la lengua francesa desde el siglo XV, que se formó por una repetición expresiva de “bel-bel”, doble apócope de beau, que significa bello.
Hablar de bibelots es hacerlo de ciertos objetos inclasificables para la historia del arte, que se dejaron de lado por considerarlos triviales, cotidianos, populares o producidos en serie. Todos los tenemos en casa puesto que son juguetes, platos, vasijas, bordados, tapices, estatuillas, amuletos, bichos embalsamados y miniaturas varias que se agrupan bajo el concepto de bibelots.
Concebidos sin ninguna función específica más que la decorativa, concentran gran parte de la cultura material y visual desde el siglo XIX y por eso ya desde algunas décadas se han convertido en “bisagras” para el arte, revirtiendo significados, expandiendo horizontes.
Bibelots viene de bibelo, “término francés adoptado para referirse a pequeñas copias de porcelana y esculturas de todo tipo, objetos esmaltados y cosas extrañas que son difíciles de clasificar”, según Alfredo Kell definió en 1905.
Son a fin de cuentas objetos banales que, involucrados en el arte, adquieren una potencia poética.
Se caracterizan por ser pequeños objetos de uso cotidiano con ornamentaciones de la época. Posteriormente, sus dueños, optaron a que sus compras fueran colocadas en las galerías de arte como parte de la distinción y prestigio que les generaban. No obstante, poco a poco fueron, aunque por tiempo limitado, allanándose los límites entre las piezas producidas en masa y las verdaderas obras de arte. De esta manera, los artefactos cotidianos generaron una función simbólica, que los hacía capaces de ser inmortalizados en un museo como un objeto meramente estético, para así formalizar el valor contextual a la que pertenecían.
Un bibelot además de su uso general como sinónimo de baratija, puede referirse específicamente a un libro en miniatura de elegante diseño como los realizados por Tiffany y Fabergé. También aparece regularmente en nombres de cosas tan diversas como restaurantes y perros de exhibición.
La edad de oro del bibelot, del que es testimonio la invención de la estantería con vitrina en la década de 1830, significó en principio la puesta en escena del coleccionista, ese individuo cuya sola acción dio sentido al conjunto de objetos reunidos.
El Romanticismo en el mobiliario y la decoración de interiores, que se expresaba con un recargamiento heredero del arte barroco y el rococó, se popularizó cuando la burguesía impuso sus gustos, que tendrían a ser interiores muy recargados, confortables y acogedores, repletos de pequeños objetos decorativos llamados bibelots, así como numerosos elementos textiles como cortinas, alfombras y cojines de ricos coloridos.
Con el tiempo, todos los pequeños adornos que pululaban por las casas señoriales mostrando de manera “casual” el poder adquisitivo de cada uno, se exhibieron en lugar de vitrinas o aparadores sobre mesas pequeñas dispersas por los lugares a los que accedía el visitante.
A principios del siglo XX el arte de la figurita decorativa o bibelot se popularizó más aún con el Art Nouveau más corpóreo, encontrándose en muchas casas particulares a modo de modestas jardineras y bibelots de todo tipo con el estilo que hizo tan famoso el escultor Lambert Escaler, que las producía masivamente desde 1903, ejemplo que fue seguido durante un tiempo por muchos otros modelistas.
A finales del siglo XIX el escaso grupo de coleccionistas, con centrado en las grandes capitales, tendió mayoritariamente a la pintura antigua pues era continua la llegada de estas piezas al mercado, y también se decantó por la compra de todo tipo de objetos decorativos (antiguos o modernos), como la cerámica, la porcelana, el mobiliario, los esmaltes, textiles o bibelots, piezas que las exposiciones universales se habían encargado de sobrevalorar, y que formaban parte del retrato común del coleccionismo europeo.
Así, las posibilidades de los creadores españoles para encontrar un hueco en la península eran muy escasas. Competía con el prestigio de los grandes maestros y estilos del pasado, con la reputación de la arqueología y se enfrentaba al diletantismo de unas nuevas fortunas españolas que buscaban emular los hábitos de la antigua nobleza. Los encargos privados solían limitarse al retrato, la decoración de interiores o el paisaje y las instituciones (estatales o provinciales) no tenían la fuerza económica suficiente como para demandar la ingente oferta producida en el mercado español.
Monsieur Loo fue el marchante de arte asiático más importante de principios del siglo XX, puso de moda el arte oriental en un momento en el que Occidente sólo conocía las chinoiseries, aquellos bibelots de estética más bien extravagante y decadente. Loo supo crear un nuevo gusto, descubriendo a los adinerados coleccionistas y curadores de museos de Europa y Estados Unidos los tesoros del verdadero arte chino, desde las grandes estatuas hasta las miniaturas de jade, pasando por los frescos budistas y los bronces arcaicos.
Bibelot Art Nouveau
Bibelot de Faberge
Bibelots en bronce
Bibelots orientales
Bibelots de porcelana
Tanagra y tanagrina: los suvenires de la antigua Grecia
Al noroeste de Atenas, en la región griega de Beocia, se encontraba situada la ciudad de Tanagra, arrasada por los tebanos en el 370 a.C. y reconstruida con posterioridad.
Fue el escenario de batallas como las de los años 457, 426 y 423 a.C. ya que se trataba de una ciudad importante, con murallas, torres, acrópolis y teatro, templos y barrios habitados, en donde se decía que estaban enterrados el gigante mitológico cazador Orión y la poetisa Corina, contemporánea y competidora de Píndaro en concursos de odas para acontecimientos atléticos, que llegó a ganar siete veces.
Corina de Tanagra. Frederic Leighton
Una ciudad rica de la antigua Grecia, con una necrópolis fabulosa que ha llegado hasta nuestros días, con más de 8.000 sepulturas, y cuyos restos fueron expoliados masivamente desde mediados del siglo XIX.
Entre los siglos IV y III a.C. estaban de moda en el mundo griego una serie de figurillas hechas de terracota, llamadas “tanagrinas”, hoy conocidas también como “Tanagras”, de un arte refinado, que eran ofrendadas en los santuarios y acompañaban a los muertos en su tránsito al más allá en ajuares funerarios.
Estatuillas que se habrían fabricado en talleres atenienses, reconociendo en ellas la crítica actual a la escuela de Praxíteles, por el estilo de las cabezas, “con rostros de expresión dulce y lánguida”.
Su abundancia en los cementerios de Tanagra, las hicieron mundialmente conocidas en la época romántica, si bien la cerámica de Tanagra era ya conocida en la antigüedad por su excelente calidad.
A finales de 1860, los campesinos que araban la tierra dieron por casualidad con varios antiguos enterramientos. A falta de ricos ajuares funerarios, lo que mayor interés suscitó fueron los cientos de pequeñas figurillas femeninas de terracota que afloraban por doquier.
El hallazgo revolucionó la zona y pronto comenzó el saqueo, falsificación y mercado de figurillas bajo la supervisión del saqueador de tumbas Yorgos Anifantes.
La zona donde antiguamente se alzara la ciudad de Tanagra se agujereó de forma despiadada a la búsqueda de tesoros y la rapiña fue tan considerable que las autoridades griegas enviaron al arqueólogo Panayiotis Stamatakis para que llevara a cabo las primeras excavaciones legales, que fueron apresuradas y sucintas.
No fue hasta 1911 cuando empezaron a realizarse las excavaciones de forma más rigurosa, y ya en 1970, los trabajos se llevaron a cabo con una metodología estrictamente científica.
Desde el mismo momento del descubrimiento comenzaron a circular estatuillas falsas, imitaciones a veces burdas y otras más conseguidas de las auténticas tanagras, que los lugareños vendían sin titubear a un precio cada vez más desorbitado.
Tanagras que alcanzaron una popularidad asombrosa en la Europa de la Belle Epoque, ya que las figurillas femeninas guardaban una sorprendente similitud con la moda de aquel período, propiciando además una nueva oleada de neoclasicismo en la estética y el gusto modernista de aquel entonces.
Tanagras que inspiraron a grandes artistas como Jean-Léon Gérôme, Childe Hassam o Alphonse Mucha. Y como no, a artistas españoles como al Socio de Honor, el escultor José Chicharro Gamo, que en el VII Salón de Otoño presentó una escultura titulada “Tanagra” (estudio), cuya fotografía acompaña este artículo.
Tanagra (estudio), de Chicharro Gamo
Las delicadas figuras de Tanagra revelan la maestría de los griegos en el arte del modelado del barro (coroplastia).
Las piezas se elaboraban mediante moldes bivalvos, y tras la cocción se coloreaban al fresco, esto es, sobre una capa de cal; incluso existen casos en los que se añadía pan de oro.
Las tanagras representaban dioses, chiquillos, efebos, personajes de teatro y hasta animales, aunque las más abundantes son las mujeres: desde recatadas matronas cubiertas por completo hasta contoneantes bailarinas veladas o doncellas jugando…
Más allá de su valor estético, representan una valiosísima fuente de conocimientos para ilustrar la vida cotidiana que muchas veces no se refleja en la literatura de su tiempo.
Algunas de las Tanagras más conocidas –como la Dama en azul o la Sofocleana– están inspiradas en grandes estatuas de maestros como Praxíteles o Leócares, algo que ha inducido a pensar que eran réplicas en menor tamaño, una especie de souvenirs que se adquirían por puro deleite estético y admiración del arte por el arte, una práctica que desarrollarían posteriormente los patricios romanos al ornamentar sus residencias.
El centro cultural BANCAJA, en Valencia, dedicó en 2010 una exposición a las “Tanagras, figuras para la vida y la eternidad” en colaboración con el Museo del Louve.
Mujeres, en el Museo Británico
Rapto de Europa
Paposileno, Louvre
Sofocleana, estatua sofocles tanagra
Dama azul policromada, en el Louvre
Tanagras de distintos museos del mundo