Recordando… Sorolla en el XII Salón de Otoño de 1932

Obras, artistas, socios, pequeñas historias…

Por Mª Dolores Barreda Pérez

 

Joaquín Sorolla y Bastida en el XII Salón de Otoño de 1932

SOROLLA Y BASTIDA, Joaquín    P      1910(F070)        27.feb.1863       CERCEDILLA      MADRID         10.ago.1923

 

Socio Fundador Nº 70

Presidente de la AEPE

 

 

En 1932, la Asociación Española de Pintores y Escultores tuvo un gesto digno de admiración al consagrar una sala al recuerdo de quien fuera su Presidente, Joaquín Sorolla, y uno de los Socios Fundadores de la entidad.

En otra sala, se exhibía la obra de Mariano Benlliure, Fundador igualmente de la AEPE, ambos genios creativos, valencianos y revolucionarios del arte. Porque Benlliure fue a la escultura española lo que Sorolla fue a la pintura.

La iniciativa del homenaje a Sorolla sin embargo, no obtuvo la resonancia y el eco esperados pese al tesón de los iniciadores, al esfuerzo de los organizadores, ni al deseo entusiasta de los deudos y amigos del insigne artista.

Con innumerables dificultades e incontables vicisitudes, la AEPE logró reunir algunas de sus obras, pese a que no fueran las más famosas hoy en día, ni las que más honda huella han dejado de su influencia en el arte contemporáneo.

La obra reunida alcanzaba las postrimerías del siglo XIX, cuando el impresionismo aún no había logrado cuajar en el temperamento nacional y se consideraba más como una moda de la corriente artística española, periodo de experimentación de un maestro que aún no había creado el placer de pintar libremente, que con tanto afán gustó al valenciano junto a las playas de Levante.

Sin embargo, de sus pinturas decimonónicas al esplendor de la luz de sus más famosas obras, hay un salto tan tremendo que deja atrás a los impresionistas franceses, que se debatían aún contra el sombrío academicismo de David, Courbet y Manet, que anticipaban a Cezanne, Pizarro y Degás, pero a los que aún asustaban los paisajes soleados, las escenas al aire libre, los colores frescos sin la previa preparación en la paleta.

En España, Goya había dejado sucesores estimables como Vicente López, Alenza, Esquivel, los Madrazo… Los maestros de Sorolla, Muñoz Degrain y Pradilla, entre Fortuny y Rosales aún, sentían la luz y querían llevarla al natural, cálida y vibradora, a sus retratos, a sus cuadros de género, compuestos aún en talleres y estudios.

Así empezó Sorolla, que tamizó la luz fría y la hizo desbordar en llamaradas hasta lograr una atmósfera de sol. Un sol y una luz que avivaron la hoguera del color que tan excepcionalmente manejaba. Lo interesante en su obra, además del sol, era su lenguaje, el dominio y el alcance de su expresión plástica.

Joaquín Sorolla, pintor de retina maravillosamente dotada para la percepción de la luz en su amplísima variedad o temática, allí donde plantaba el caballete, allí hacía un «asunto», fuera éste no más que una nota de color. “Lírico cantor del sol de España, compuso el vasto poema que celebra a nuestro cielo y a nuestro suelo desde el Museo neoyorquino de la Hispanic Society”.

Algunos de los retratos de Sorolla reunidos en el XII Salón de Otoño, tenían aún una luz tímida y opaca, se presentía en ellos, pero no triunfaba aún. Son obras a la par de sus coetáneos Emilio Sala y Cecilio Pla.

Tras esa etapa, Sorolla salió del estudio y fue en busca de la luz, del sol, de la playa… dando a la pintura impresionista una calidad y una fuerza lumínicas que nadie pudo sospechar. Como él mismo sentenció con una frase, en un cuadro “el principal personaje es el sol”.

Joaquín Sorolla tuvo un gran éxito en vida; era de los que más cobraba y quien más encargos recibía. Pero poco después de morir, cayó en el olvido, dejó de ser considerado un gran pintor y desapareció de los libros y del mundo del arte.

Así viene ocurriendo en el mundo cultural de España, donde nadie quiere volver la vista atrás más que para réditos políticos; donde no se reconocen figuras, maestros ni genios; donde todo ocurre y pasa por las modas y el postureo.

Sorolla triunfó en Estados Unidos, en Nueva York. Si fuera un actor, diríamos de él que conquistó Hollywood, pero sólo fue un pintor y durmió en el olvido hasta que recientemente fue rescatado por la proximidad de su centenario.

Se ha trabajado bien, se ha querido engrandecer su figura y su obra, se van a rendir homenajes y se completará con actividades y documentales. Pero nunca será bastante.

¿Habrá que esperar siempre a que se cumplan centenarios para que los grandes maestros del siglo XIX y principios del XX españoles, sean rescatados del olvido en el que duermen?

Eclipsados continuamente por el impresionismo francés, los críticos han despreciado la pintura española del XIX y principios del XX, condenando al ostracismo a pintores fabulosos que no terminan de encontrar hueco en el Museo del Prado, ni por supuesto entrarán jamás en el Reina Sofía, pese a ser los excelentes representantes de la pintura nacional del XIX y de la pintura entresiglos.

Lucas Velázquez, Rosales, los Madrazo, Fortuny, Carlos de Haes, Alcalá Galiano, Alenza, los Bilbao, Beruete, los Benedito, Casado del Alisal, Casas, Checa, Chicharro, Domingo Marqués, Espina y Capo, Falero, Alejandro Ferrant, Fernanda Francés, Garnelo, Gessa, Iturrino, Jiménez Aranda, Llaneces, Flora López Castrillo, Joaquín Mir, Muñoz Degrain, Palmaroli, los Pinazo, Pla, Marcelina Poncela, Pradilla, Romero de Torres, Rusiñol, Emilio Sala, Marceliano Santamaría, Soria Aedo, Segrelles, Sert, los Urgell, Vázquez Díaz, Gutiérrez Solana, Rafael Botí, Alejo Vera, Villegas Cordero, los Zubiaurre, los Zuloaga…

Todos están esperando su centenario, todos esperan su reconocimiento, su gran exposición retrospectiva, una gran muestra inmersiva, aún a riesgo de que su arte se ponga de moda y devore el arte mismo, y que esa moda termine con la temporada y quede solo en saldos y liquidaciones.

Su recuerdo es una muestra de respeto, de ese que no siente la sociedad española por el arte, de ese que no abarrota los museos y solo crece en las exposiciones interactivas diseñadas como un entretenimiento, como un plan de ocio que apenas roza el interés cultural. Diseñadas al milímetro para hacer de ellas una experiencia sensorial, multidimensional e interactiva, más próxima a un videojuego que a una exposición de arte, se proclaman como las inventoras de la relación del público con las artes plásticas, como una nueva fórmula mágica de contemplación del arte, olvidando cómo las proyectó el propio artista, para ser vistas con determinadas dimensiones y muchas veces con establecida espacialidad.

Ideas para nuevas muestras interactivas podríamos dar miles. Se imaginan las flores de Gessa, las mujeres de Romero de Torres, los jardines de Rusiñol, los paisajes de Beruete… ¿Se imaginan reunir a todos estos artistas, y muchísimos más que harían cortas estas páginas, en exposiciones itinerantes por toda España? ¿Que además de Picasso, Dalí y Sorolla, todos conocieran a Soria Aedo, Zuloaga o Pradilla?

Gracias a Dios, ahora está de moda Sorolla… y ojalá dure muchos años.

Mientras tanto, nos toca esperar que alguna moda nos devuelva a tanto maestro del arte en España que duerme el sueño del olvido.

Fueron un total de 32 los óleos de Sorolla expuestos en el XII Salón de Otoño de 1932, tres marinas, una figura, un paisaje, tres bocetos, tres estudios, cinco apuntes, una Cabeza de niño, un Desnudo de niña, Boceto para el cuadro La barca, Boceto para el retrato de D. Manuel de la Torre y once retratos más: del Sr. Beruete, otro del Sr. Beruete, de la Sra. Marquesa de Moret, de D. Silverio de la Torre, de la niña Laura de la Torre, de Lucrecia Arana, de José Luis Benlliure y Arana, del Sr. Conde de Gimeno, de la señora de Gutiérrez –Gamero, de Laura de la Torre y de Félix de la Torre.

Retrato del Sr. Conde de Gimeno

 

Retrato de D. Silverio de la Torre

Retrato de Lucrecia Arana

Retrato de la Marquesa de Moret

Retrato de Laura de la Torre

Retrato de Félix de la Torre

Retrato de Aureliano de Beruete padre

Retrato de José Luis Benlliure y López de Arana

 

 

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