ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. El nacimiento del Salón de Otoño

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO.

 

El nacimiento del Salón de Otoño

de la

Asociación Española de Pintores y Escultores

Por Mª Dolores Barreda Pérez

 

Toda la historia del arte de España ha pasado por el Salón de Otoño

Cuando contaba con diez años de vida, la Asociación de Pintores y Escultores convoca, por iniciativa del artista Juan Espina y Capo, el Primer Salón de Otoño.

El nombre de Salón de Otoño es, en su origen, francés. Se llamaba así una de las Exposiciones más famosas que se celebraban en París: el Salón de Artistas franceses, el de la Sociedad Nacional de Bellas Artes, el Salón de Otoño y el Salón de los Independientes.

El Salón de Otoño tenía en París un carácter de arte avanzado, de última palabra en estética. Durante mucho tiempo fue lo más audaz y lo más nuevo, lo más renovador y revolucionario. Después, este espíritu de juventud del Salón de Otoño fue superado por el Salón de los Independientes, que pasó a ser, desde entonces, el marco de las más atrevidas creaciones y de las más desconcertantes audacias.

Las Exposiciones de Independientes, lo mismo en su origen que después, no tuvieron otro significado que el de un bello gesto de protesta y desprecio contra los figurones que creían que todo consistía en premios, títulos y cargos.

El Salón de Otoño español, sólo en su nombre, recordaba al de París. Porque no tuvo, desde el primer momento, aquel espíritu de desenfado y de innovación que caracterizaba a su homónimo de Francia. Su espíritu, en general, ha sido más bien apacible y conservador. Sólo de modo excepcional ha aparecido en él lo revolucionario.

Juan Espina y Capo trabajó mucho en la organización de aquel Primer Salón español de Otoño, que se inauguró, en octubre de 1920, en el Palacio de Exposiciones del Retiro. La Exposición fue un éxito de concurrencia, ya que a la misma se presentaron 959 obras.

En la hoja inicial del Catálogo de aquel Primer Salón de Otoño se decía al público y a la Prensa: «Respetables jueces: la Asociación de Pintores y Escultores va a someter a vuestro excelente juicio un acto de carácter artístico lleno de ilusión y de confianza. Supone algo que no se parece a nada de lo acaecido en España en materia de Bellas Artes: El Arte todo regido por los mismos artistas. Los ideales de cada uno conciliados en uno sólo. El paso a las modernas y necesarias orientaciones. El respeto a la gloriosa tradición.»

 

El nacimiento del Salón de Otoño

La primera noticia que tenemos es la aparecida en la Gaceta de Bellas Artes del 15 de marzo de 1920, donde se anuncia el SALÓN OTOÑAL DE ARTISTAS INDEPENDIENTES.

Con el subtítulo de “Propósitos y fines”, se advierte de que Madrid “merece y necesita algo más de lo que viene verificándose en ella acerca de la difusión y bien de las Bellas Artes”…

Y es que en Madrid solo se celebraba una Exposición oficial de carácter bienal, careciendo de sitios y medios adecuados de “exhibición honrosa de obras de arte” del tipo que existían en otras grandes ciudades.

En una actividad oficial tan restringida, la Exposición Nacional de Bellas Artes era la única manifestación colectiva de alguna entidad y significación representativa de carácter artístico que existía en España.

Pero la Exposición Nacional de Bellas Artes, que había nacido en 1853, arrastraba tremendos problemas en torno a la elección de los jurados, a los procesos de admisión y colocación de obras y a la concesión de la Medalla de Honor y otros premios y recompensas oficiales, como las adquisiciones del Estado.

Después de haber sido uno de los pilares fundamentales de la cultura artística contemporánea y parte excepcional de las transformaciones artísticas españolas, en los años veinte estaban ya sumidos en la decadencia.

La tutela del estado y el control institucional que éste ejercía sobre las actividades artísticas, terminaron haciendo de esta cita una reunión malsana de competitividad en la que artistas de menos calidad lograban favores no merecidos, gracias a voluntades y amiguismos que emponzoñaron la inicial misión impulsora de las Exposiciones.

La Asociación Española de Pintores y Escultores, que venía colaborando en la realización y desarrollo de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, consciente de todos sus vicios, albergó durante años la idea de una exposición pura y aséptica en la que no hubiera más opinión ni críticas que la del público soberano.

Por eso, la AEPE proclamaba en esta presentación, el desinterés de las instituciones oficiales por el arte y los artistas, ante el cual, proponía una gran cita artística en la que se admitirían obras de pintura, escultura y grabado sin previo examen, siendo esta la base y solo teniendo en cuenta como limitación, la que impusiera el local, en relación a las obras presentadas.

La idea era huir de instalaciones tipo almacén y presentar el arte actual que se hacía en la España del momento. Presentar la obra por sí misma y que por sí misma se condenara o glorificara ante el público y la crítica.

Se buscaba huir del calvario que sufrían los artistas jóvenes, de la esclavitud que suponía toda autoridad, todo jurado y examen previo, para facilitar que todos los artistas fueran jueces independientes y desinteresados.

Esta era la síntesis de la idea que de proyecto, se convertía en realidad con la creación del Salón Otoñal de Artistas Independientes.

Una idea impulsada por Juan Espina y Capó, que la Junta directiva de la AEPE, de la que era secretario, y encabezada por su Presidente, Álvaro Alcalá Galiano, elevó al Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en una instancia que reseñaba que …”en su continuo afán de que las Bellas Artes y los artistas españoles tengan medios fáciles de darse a conocer, abriga el propósito de que todas las manifestaciones artísticas  tengan su palenque de noble y natural lucha. En la época que estamos atravesando constituye esto la necesidad de ser conocidas, estimadas y juzgadas públicamente, sin que las preceda examen previo de ningún género para tener el honor de combatir… Es necesario, siguiendo el ejemplo de las demás naciones, hacer, independientemente del Estado, una manifestación anual en la que se proporcione al talento, a la juventud, a la novedad… medios que proclamen el mérito o el desengaño… De todo quedaría encargada la Asociación de Pintores y Escultores para lograr el fin que se propone… siendo notorios sus deseos de contribuir a toda iniciativa que sin gastos, a ser posible, por parte del Estado, tienda al prestigio y desarrollo de cualquier manifestación de cultura… Suplica disponer de local amplio, suficiente y digno para crear el Salón Otoñal de Artistas Independientes, y por no existir otro, se le otorgue el Palacio de Bellas Artes, sito en el Parque del Retiro, con su adjunto el de Cristal, para celebrar en él dicho Salón durante los meses de octubre y noviembre”…

La fecha escogida para la celebración del Salón Otoñal era la opuesta a la única cita artística con la que contaba la capital, que celebraba las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de manera bianual en la primavera y en el mismo lugar, el Palacio de Bellas Artes del Parque del Retiro, que hoy conocemos como el Palacio Velázquez, con su adjunto el de Cristal.

De forma oficial, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, a través de la Dirección General de Bellas Artes, ya venía solicitando a la AEPE, desde su fundación en 1910, su colaboración en la realización de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Como decíamos, la AEPE no estaba de acuerdo con algunos criterios fijados por esa Dirección General relativos a la selección de obras, al Jurado, los premios y sobre todo, al local donde se celebraba, lo que motivó que la Asociación de Pintores y Escultores se decidiera a la creación un Salón Independiente, lejos de los criterios institucionales que marcaban la participación en las Exposiciones Nacionales.

La principal queja de la AEPE se centraba en las urgentes y necesarias obras de reparación,  decorado y conservación del Palacio de Bellas Artes del Retiro, que año tras año sufrían un estado de abandono humillante para los artistas, al ser cedidas de forma continuada por concesiones que no reparaban los desperfectos tras el uso.

La AEPE logró que a fuerza de repetir las quejas, la Dirección General de Bellas Artes dictara una Real Orden en la que se disponía que el Pabellón de Pintura (Palacio de Velázquez) y el de Escultura (Palacio de Cristal), se destinaran únicamente a la realización de Congresos científicos, Asambleas de interés nacional Certámenes de orden artístico u otro acto de carácter académico, “entendiéndose que todos los gastos que con tal motivo se originen por arreglos interiores o exteriores en el edificio serán siempre de cuenta de la entidad u organismo que pretenda la concesión, quedando asimismo obligado el solicitante a reparar los desperfectos que se produzcan en las salas y a dejar éstas limpias y en el mismo estado de conservación que las reciba”.

En la Gaceta de Bellas Artes de abril de 1920 encontramos más datos, ya que se dice que la AEPE ha elegido el otoño para la Exposición de referencia, huyendo de la primavera, …“Sin recompensas, sin presiones, sin apasionamientos, sin envidias ni prejuicios, el próximo Salón Otoñal ha de ser, no el campo de batalla o de odiosas comparaciones, sino el santuario en el cual cada manifestación, cada destello tenga su propio altar, su merecido respeto y sus creyentes, todo en un ambiente de paz, de dulzura y compañerismo, que haga de ella en los años sucesivos el lugar consagrado a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad de los artistas y sus admiradores. ¿Responderán nuestros compañeros a esta idea de la Asociación de Pintores y Escultores, en la cual se respetan y admiten todas las maneras, todos los diferentes criterios del Arte?… No puede dudarse que contará con cuanto sea preciso para que la fundación de que se trata nazca de entre los esplendores y simpatías de todos, dejando un recuerdo imperecedero, una gloriosa fecha, a partir de la cual las Bellas Artes españolas cuenten con un nuevo medio anual de vida, de exhibición y de conquistar noblemente gloria y provecho”.

Junto al texto, se incluía la imagen visual del Primer Salón Otoñal de Artistas Independientes  que adoptó un sencillo dibujo que reproducía la fachada del Palacio de Velázquez, con el que también anunciaba la Exposición Nacional de Bellas Artes.

La primera imagen visual del Salón Otoñal de Artistas Independientes

 

Pero el Salón Otoñal de 1920 tuvo su propio cartel anunciador, obra del pintor, cartelista y socio de la AEPE, Agustín López, que lo firmó con un anagrama y representó el triunfo del arte universal con una imagen de la Victoria de Samotracia, como escultura mundialmente reconocida, tras la que se esbozan dos figuras femeninas y una enorme paleta de pintor con una estética muy del gusto de la época.

En La Tribuna del 20 de octubre de  1920 se leía: …»De Agustín es también el cartel de la Exposición de  Otoño. Conviene recordarlo ahora que acabamos de hablar de interpretaciones coloristas. El cartel es como tal cartel, aparatoso- y deslumbrante de colores».

Anagrama de la firma de Agustín López en el cartel anunciador del I Salón de Otoño

 

La Gaceta de Bellas Artes de abril de 1920 publicó entonces el reglamento por el que se regiría la convocatoria. El primer artículo decía que “la Asociación de Pintores y Escultores tratará por todos los medios posibles, que el Salón de Artistas Independientes se celebre todos los años durante los meses de Octubre y Noviembre”. 103 años después, así seguimos haciéndolo.

Desde el principio, se establecieron tres secciones: pintura, escultura y grabado, reservando una sala para “Apuntes de viaje”, en las que podían participar cualquier artista español o extranjero, incluyendo unas fechas de entrega de obras y de fotografías que aportaban los artistas, si es que estos querían que figuraran en el catálogo.

Era necesario además consignar el nombre y apellidos del autor, lugar de nacimiento, su domicilio y el precio de la obra, colocándose las mismas según criterio de la Comisión y cinco expositores designados por sorteo, que acomodarían las obras atendiendo a las limitaciones del local.

La entrada solo era gratuita para los expositores y asociados a la AEPE, a quienes se proporcionaba un carnet, además de para el público general solo los días festivos, siendo su precio habitual variante entre una y cinco pesetas.

En la Gaceta de Bellas Artes de junio de 1920 se publicaban los “Propósitos” del Salón, destacando que a pesar de ser una empresa difícil, la AEPE es “conocedora de que la convocatoria levantará críticas exacerbadas y será un efecto llamada para artistas aficionados ajenos a la vida profesional… Pero también es consciente de que algún día se logrará que el porvenir y la existencia de las Bellas Artes se vea regida por quien sobre todos y todo, tienen derecho a ello: por la pública opinión”.

El escrito declara que a la AEPE solo le guía el desinterés y el altruismo, sabiendo que esta hazaña conlleva censuras y críticas, despectivos gestos que ha sufrir pero también aplausos y agradecimiento de artistas jóvenes que entiendan los principios de libertad que el Salón proclama.

También se publicaba bajo el subtítulo de “Lo que se trata de estudiar y modificar”, que el Salón llevará al público las maneras, coloraciones y puntos de vista de cada artista y que son propias y distintivas de cada región, y que por ello se intentará agrupar a los mismos bajo ese criterio, teniendo especial cuidado en lo posible, de espaciar lo suficiente cada obra para que no se perjudiquen unas a otras.

En junio de 1920, aparecía el primer anuncio del Salón. Esquemático, simple, sencillo.

 

El primer anuncio del Salón de Otoño

 

La Gaceta de Bellas Artes de agosto de 1920 detallaba el programa exacto de la exposición, con las actividades que se realizaban cada día. Así, el día 14 se realizaba el barnizaje, amenizado con un sexteto de música. El barnizaje era el día final en el que con las obras ya colgadas, los artistas podían darles los últimos toques antes de la inauguración oficial. Era un día de nervios, de primeras críticas, impresiones y primeros comentarios de la prensa que se publicaban al día siguiente.

El día 15 de octubre sería la inauguración oficial con asistencia de SS.MM. los Reyes y el Gobierno; mientras que el resto de días, el Salón era amenizado por música clásica, piano, orquesta, conciertos y banda militar…

En la Gaceta de Bellas Artes de septiembre de 1920, se dice que “con el objeto de abreviar el epígrafe de la Exposición llamada Salón Otoñal de Artistas Independientes, la designaremos de aquí en adelante con el fácil y breve de Salón de Otoño”.

El llamamiento que se lanzaba también insistía en que los artistas, hoy igual que ayer, fueran puntuales a la hora de llevar sus trabajos, para que no los remitieran en el último momento como era habitual en las Nacionales, e incluía como curiosidad actual, la posibilidad de llamar por teléfono al número del Palacio, que era el 16-47.

Concluía el escrito consignando que “No seguiremos la costumbre de publicar largas listas de nombres como garantía del éxito, porque tratamos de dar un carácter al Salón amplio, general, libre, y toda indicación mixtificaría nuestro propósito. Íntegro, sin prejuicios, en apretado haz, los artistas españoles le inaugurarán, entregándole al juicio público, al de la prensa y a los altos poderes de toda clase, de quienes esperarán tranquilos el fallo”.

En la Gaceta del 15 de septiembre se publicaban las bases del Concurso musical del Salón de Otoño, que corría paralelo al del artístico, con el que los fundadores querían “dar la mayor amplitud e interés al primer Salón de Otoño… y estimando que la Música debe tener en este certamen tanta importancia como la Pintura, la Escultura y el Grabado”… por lo que se organizaron seis conciertos a cargo de la Orquesta Benedito, que se celebrarían en el Palacio de Cristal.

Al concurso podrían presentarse compositores y concertistas españoles, con el deseo de “proporcionar a los músicos, como hace con los demás artistas, campo abierto donde demostrar sus aptitudes, realzar sus méritos y en el que con las menos restricciones posibles puedan realizar sus aspiraciones y hallar posibilidades para su porvenir artístico”.

Se podían presentar partituras de obras para orquesta que durarían un máximo de veinte minutos, de asunto, motivo o tema y forma libre.

Además, los concertistas de piano, violín y violoncello podían participar para interpretar con acompañamiento de orquesta tras una audición en la que se seleccionaría a los mismos.

En la Gaceta de Bellas Artes del 15 octubre de 1920, se comunica que ya se han colgado las obras presentadas. Un trabajo ímprobo si pensamos que se presentaron 959 obras y que el Palacio de Exposiciones (de Velázquez), es reducido y estaba mal acondicionado. El propósito inicial se había cumplido: ni una sola firma fue desechada, ni una sola obra presentada fue excluida.

La autocrítica llegaba asegurando que fruto de la experiencia, en próximas ediciones se solicitaría a los autores no llevar tanta obra para posibilitar su exhibición más decorosa.

Cerraba el artículo la contundente frase: “Ahora, el público tiene la palabra”, relacionando después los nombres de los expositores y dos salas especiales, la del Círculo de Bellas Artes y la Sala denominada “Recuerdos”, que logró reunir obras de Gustavo Adolfo Bécquer, Domingo Marqués, Sebastián Gessa, Eugenio Lucas, Raimundo Madrazo, Eduardo Rosales, Casimiro Sáinz, Modesto Urgell y Diego Velázquez.

En la Gaceta de Bellas Artes de noviembre de 1920, reflexionaba Juan Espina y Capo sobre cómo era el Salón de Otoño que se estaba celebrando aún:

…“El salón ha puesto de relieve que es posible hacer exposiciones sin la concurrencia de los autores más consagrados, porque con su ausencia desaparece la rutinaria costumbre de establecer las siempre odiosas comparaciones, resultando consagrados algunos que no lo hubieran sido fácilmente cometiendo gran injusticia al negarles la consagración. También ha puesto de relieve que existe un número no pequeño de artistas que ha acudido al llamamiento del salón dando pruebas inequívocas de pasión, de amor extraordinario a la gloria propia y a nuestra patria.

Admirable, porque pagándose los portes, exponiéndose a la pérdida o deterioro de las obras, sin opción a premios en metálico ni compras oficiales, sin esperanza en el apoyo de los poderosos; seguros además de ser atacados despiadadamente por plumas desconocidas y olvidadas.

Que en una palabra, han acudido sin ninguno de aquellos alicientes que excitan el egoísmo, la inmodestia y la adulación; sin ninguno de aquellos móviles que bien manejados elevaron a algunos de los hoy consagrados ausentes.

Que han acudido, repito una y mil veces, al Salón de Otoño, contribuyendo con su ejemplo, con el cerebro lleno de ideales, con vocación de mártir, a que el Salón sea en el porvenir lo que se pretende que sea: el palenque sincero de combate noble, recio, sin tregua ni cuartel; combate que teniendo por buenas únicamente las armas del ideal, y por amor y dama la belleza, otorgue o niegue el triunfo sin ambages ni miserias; abra la puerta del recinto a cuantas manifestaciones es capaz el humano ingenio de dar forma, a cuanto quiera contribuir a la ilustración y la enseñanza de los analfabetos del Arte”….

En la Gaceta del 15 de noviembre continúa su reflexión Espina y Capo preguntándose …”¿Qué sucederá ahora si, como es de desear, perdura el Salón de Otoño, como es propósito resuelto de la Asociación? … Sucederá que se normalizará y pasado el tiempo, con la gloria y prestigio público y libre, llegando a ser la consagración artística una verdad, por cualquier lado que se la mire… el artista llegará a la consagración por los laureles obtenidos en el Salón de Otoño, por la emulación del veterano, pro una porción de causas y concausas que atarán su opinión y sus resoluciones a principios de una justicia que respira y vive en el ambiente de la voz pública, conjunta de opiniones, controversias y, sobre todo, buena fe, porque nada la va ni la viene en el asunto, y después de todo, cuanto de humano existe, desea, sea comoquiera, verse elevado, aplaudido y patrocinado, porque lo que todos suponemos juntos, todos lo deseamos en particular”…

La Gaceta de Bellas Artes de diciembre de 1920 informaba de que el Rey había visitado la exposición, que le causó honda “satisfacción de esta primera manifestación de los artistas, hecha tan espontáneamente y con tanta fortuna, en materia que constituía una verdadera honra fuera de España… y cuya gloria se repartiría entre todos los españoles”.

También visitaron la exposición miembros del gobierno, el Ministro del ramo y el Director General de Bellas Artes, que mostraron su “extrañeza de ver que algo tan difícil se haya logrado”, felicitando a la comisión organizadora y a la AEPE, para la que tuvo frases de encomio y admiración que se verificaron al comprar, a título personal, distintas obras expuestas.

En la del 15 de diciembre de 1920, como Secretario General de la AEPE, Juan Espina y Capo presentaba la Memoria anual diciendo …“Los poderes públicos son completamente refractarios a las Bellas Artes. Los recursos del Estado y las iniciativas oficiales son insuficientes para atender a esta manifestación de la cultura y lo que es peor y más doloroso, que los propios artistas conspiran y mantienen la doctrina de que la pintura y la escultura no merecen una consideración pública, haciendo que veamos esta lucha que mantenemos como algo inútil, pese a que continuemos denunciando que estamos desatendidos frente a incomprensibles manifestaciones artísticas de cifras astronómicas y desorbitadas que en nada ayudan a la difusión del arte… La vida de la AEPE está constituida por una existencia artificial; respira milagrosamente gracias a la inyección en sus venas del tremendo trabajo de su Junta Directiva, de su Secretaría General, a quien no se compensa su labor altruista, de buena fe y entusiasmo… Si lo extraordinario es posible algunas veces, lo que no lo es, es vivir continuamente del favor y de la misericordia, es preciso que nos busquen, hay que abandonar la idea de buscar a los demás. La Asociación debe velar porque el Arte y su dignidad se salven por su propio valor”…

Específicamente, se refería Espina y Capo a que el Salón debería ser “fuente segura de ingresos, modestos, pero seguros, reformándose el reglamento con arreglo a la experiencia adquirida… establecer una inscripción más baja a los socios… y el 10 por ciento de la venta de obras, no cabe dudar del éxito del Salón, máxime si se tienen en cuenta los ingresos auxiliares, como la bastonera y venta de catálogos, sin necesidad de fundar la esperanza en subvenciones o donativos”…

Y también añadía que …”suprimiendo todo lo que no sea pura y simplemente el Salón de Otoño, se puede, sin riesgo, pensar en la realización del próximo y siguientes, en la seguridad, como auguro en esta Memoria, de que ha de ser una fundación importantísima para gloria de los artistas e incremento de la fuerza moral y económica de la Asociación… En la Exposición Nacional de Bellas Artes no se ha vendido ni una sola obra; y en nuestro Salón, se ha dado lo que podemos llamar la voz de alarma en este sentido, porque sin buscarlo, sin solicitarlo, sin ninguno de aquellos medios que existen para vender con más o menos gallardía lo que es tan grande y hermoso como al producción artística, hemos llegado, aunque modestamente, a dar esa voz a que me refiero, logrando interesar por primera vez al público, que se ha servido adquirir… 23 obras

El éxito del primer Salón de Otoño hizo que a instancias de los artistas y de la Junta Directiva de la AEPE, se le rindiera un sentido homenaje a su creador, Juan Espina y Capo, a quien se le entregó una Medalla de Oro, modelada y generosamente donada por Mariano Benlliure, que los amigos y expositores dedicaron al Secretario General como tributo de gran afecto y fraternal compañerismo.

Acompañó a la exquisita Medalla de Benlliure un cuaderno de pergamino con una preciosa cubierta de Agustín, en la que figuraban las firmas de los asistentes al homenaje.

Espina y Capo agradeció las muestras de cariño y leyó allí mismo la autorización solicitada al gobierno para celebrar el segundo Salón de Otoño en 1921 y la concesión de una modesta subvención y el decidido apoyo recabado para la construcción en Madrid de un Palacio de Bellas Artes y Exposiciones.

La Medalla a Juan Espina modelada generosamente por Mariano Benlliure

 

En la Gaceta de enero de 1921 decía Mariano Benlliure: …”El Salón de Otoño, inaugurado este año, ha sido una de las notas más salientes y acertadas del año artístico nacional, y aunque solo se ha hecho a guisa de ensayo, ha sido un éxito y una  promesa de superación”.

 

 

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