Por Mª Dolores Barreda Pérez
Los antecedentes de la Asociación Española de Pintores y Escultores
La fundación de la Asociación de Pintores y Escultores se fraguó según una idea original de Mariano Benlliure.
Desde muy joven, Benlliure estableció contacto profesional y personal con artistas nacionales y extranjeros, avalado por su personalidad abierta y franca y por la calidad de su trabajo.
Las buenas relaciones que mantenía con sus compañeros artistas, su afabilidad, y el deseo de agradar a la reina María Cristina, le hicieron aceptar en 1902, la dirección de la Real Academia de España en Roma, un nombramiento muy celebrado en el entorno artístico español, pero que se convirtió en un gran quebradero de cabeza para el escultor.
La vida en la Academia estaba rodeada de tareas burocráticas y se encontraba ahogada económicamente ante la desidia de Madrid. Sin dotación, con escasez de medios y sin sede propia, el apoyo institucional de España hacía la gestión desesperante y tediosa. Únicamente le motivaba ese contacto estrecho con los artistas.
Lo ingrato de la gestión y la desatención de sus asuntos propios, con encargos cada vez más numerosos por todo el mundo, le llevaron a presentar su renuncia irrevocable y elegante, “por motivos de salud”.
Y es que Benlliure siempre se esforzó a nivel personal y profesional, por dignificar la profesión artística.
Su peso en el mundo artístico español, su lucha, junto a la de Joaquín Sorolla, por construir en Valencia un local donde los artistas pudieran exponer, son solo un ejemplo de la gran preocupación en la que se implicó muy activamente a lo largo de toda su vida.
Fue un artista comprometido con la proyección del arte español y de sus artistas, interesado en el arte internacional, con un prestigio consolidado por su profesionalidad y con una lealtad total al orden y la responsabilidad.
Por eso en 1904, en el transcurso de un banquete celebrado en el Parque del Retiro, en honor de los artistas premiados en la Exposición Nacional de ese año, propuso ya la “formación de una Sociedad de Pintores y Escultores Españoles, aún residentes en el extranjero, con objeto de defender sus intereses materiales y artísticos,… fomentar todas las manifestaciones del Arte por medio de Exposiciones en España y en el extranjero, crear una Caja de socorros y pensiones… y la instalación de un salón permanente donde los individuos que pertenecieran a la Asociación pudiesen exponer sus obras, dando así mayores facilidades al público y a los artistas para la venta”.
Ideas bien acogidas por todos los presentes, y los ausentes cuando las conocieron, con unánime aplauso.
El estrecho contacto con sus compañeros, el haber compartido penurias en sus comienzos artísticos y conocer de primera mano las situaciones tan difíciles que vivían muchos artistas, le hicieron proponerlo.
Seguramente Mariano Benlliure ya llevaría tiempo pensando en esta posibilidad, sobre todo teniendo en cuenta que también mantenía contacto con otros compañeros artistas europeos, que se agrupaban y amparaban en sociedades artísticas que defendían sus derechos e intereses, por lo que la idea le rondaría la cabeza y con toda seguridad, hablaría de ella con sus compañeros de profesión.
De momento, en aquel banquete de 1904, la idea quedó lanzada sobre la mesa… y en 1906, ya hubo un tímido intento de llevar a cabo el digno propósito.
Desde el año 1905, quizás incluso desde el mismo momento de aquel banquete de 1904, los artistas manifestaban, comentaban y discutían acerca de la necesidad de defender sus intereses, de cambiar muchas cosas relacionadas con el arte, a nivel profesional y a nivel administrativo. Las pensiones, becas, premios y galardones, pero también las condiciones en que se encontraban las distintas salas donde el estado llevaba a cabo las exposiciones. En definitiva, una situación en la que España se encontraba en clara desventaja frente a otros países como Francia o Italia, en los que el estado protegía y cuidaba las bellas artes.
Había que hacer algo.
Mariano Benlliure había lanzado una propuesta para dar con una posible solución.
Durante el resto del año 1904 y 1905, la propuesta iría tomando forma, se iría perfilando, rondaría en las reuniones y estudios de los artistas, y algunos de ellos, más implicados y conscientes, más involucrados en la situación del arte español, quizás por conocer y contrastar esa situación con la de otros países, se pusieron manos a la obra.
La revista Arquitectura y construcción correspondiente al mes de enero de 1906 publicaba una noticia bajo el título de “Sociedad de Artistas”, en la que se recogía que “Desde hace tiempo se agita entre los pintores, escultores y arquitectos residentes en Madrid, la idea de asociarse para la defensa del arte y de los intereses que crea, no sólo en lo relativo a las Exposiciones y en general a las relaciones con el Estado, sino también para establecer, hasta donde sea posible, la distinción conveniente entre los profesionales de reputación sancionada por el público y la multitud que por descuido y falta de organización artística invade el campo del arte en perjuicio de los verdaderos artistas”…
Y es que a principios del mes de enero de 1906, trece artistas se reúnen con la firme determinación de crear una entidad “cuyo objeto será la de proteger los Intereses morales y materiales de los artistas que soliciten su ingreso en la Asociación, siendo condición para pertenecer a ella no ser socio efectivo ni honorario de ninguna otra Sociedad análoga”.
La reunión tiene lugar en el estudio del pintor, periodista y crítico de arte Alejandro Saint-Aubin y Bonnefon, y congrega a Antonio Muñoz Degrain, Aureliano de Beruete, Agustín Lhardy, Joaquín Sorolla, Ramón Casas, Manuel Ruiz Guerrero, José Moreno Carbonero, Enrique María Repullés y Vargas, Emilio Sala, José Villegas Cordero, Cecilio Pla y a Mariano Benlliure.
El primer paso, estaba dado ya.
LOS TRECE

Alejandro Saint-Aubin y Bonnefon

Antonio Muñoz Degrain

Aureliano de Beruete

Agustín Lhardy

Joaquín Sorolla

Ramón Casas

Manuel Ruiz Guerrero

José Moreno Carbonero

Enrique María Repullés y Vargas

Emilio Sala

José Villegas Cordero

Cecilio Pla y Gallardo

Mariano Benlliure
La inquietud de los artistas de principios de siglo así lo exigía de forma más clara. Se trataba de unir a todos aquellos que vivían del mundo del arte, pintores y escultores, fueran o no ya prestigiosos y reconocidos, y crear una “cooperativa y montepío artísticos, asunto de interés capital y generalísimo a que se ha consagrado la Asociación, y que proyecta realizar… para que encuentren amparo en tan benéficas instituciones cuantos del Arte viven, si bien a mi juicio, ¡oh dolor!, sean forzosamente necesarias algunas exclusiones”.
Bajo el nombre de Asociación de Artistas Españoles, se convoca a otra reunión a la que son invitados, además de los trece artistas mencionados, Francisco Pradilla y Agustín Querol, y de la que sale el reglamento de la nueva sociedad… y la protesta de algún concurrente.
Tras la reunión, en la que ni Pradilla ni Querol afirmaron, negaron o cuestionaron nada, comienza a correrse el rumor entre el resto de artistas, de que la sociedad ya ha comenzado a realizar algunas gestiones con los poderes públicos “para intervenir en alguna manifestación de interés general para el arte”.
Pero es entonces cuando otro grupo de artistas, enarbolando como excusa la supuesta protesta realizada por Pradilla y Querol, que oficialmente aún no habían dicho nada, recogen firmas con el propósito de que todos los artistas conozcan los hechos.
En sus escritos, que son enviados y publicados por la prensa del momento, destacan que “los demás pintores y escultores de reputación sancionada por el público que no hubieran asistido a la reunión, no extrañaron la iniciativa de sus compañeros, pues reconocen la necesidad imperiosa de unirse en beneficio de los mutuos intereses y de los más sagrados del arte nacional”.
Según explicaban, lo que de verdad les molestaba era que esas quince personas, “por muy significadas que fueran, se atribuyeran la representación exclusiva del arte nacional en lo relativo a Exposiciones y a las relaciones con el Estado”…
Y aseguran que “Pradilla y Querol, interpretando rectamente la voluntad general de los profesionales, han rehusado atribuirse la representación que no tienen, y se han apartado de la naciente asociación”.
ARTISTAS DEL BANDO DE PRADILLA

Francisco Pradilla

Agustín Querol

Alejandro Ferrant

Eugenio Álvarez Dumont

Gonzalo Bilbao

Luis Menéndez Pidal

Salvador Viniegra

Francisco Maura

Martínez Cubells

Julio González Pola

Eduardo Barrón

Juan Vancells

Antonio Garrido
El cisma provocado fue mayúsculo en el sector artístico español, formándose como es tradicional ya en España, dos bandos que dividieron no sólo a los artistas, sino incluso a la opinión pública general y a los medios de comunicación, que veía en estas lides, una antesala de la polémica que prometía la Exposición Nacional de 1906, que en breve se inauguraría.
Los rumores y dimes y diretes hacen que Saint Aubin escriba una columna en El Heraldo de Madrid el 12 de marzo, en la que con cierta sorna, informa de que efectivamente, el grupo de fundadores se ha dirigido a los poderes públicos, específicamente al presidente del Consejo de ministros, para solicitar la repatriación de Gandarias, como un rasgo de compasión y fraternidad.
Y es que por esas fechas, se hablaba en el Congreso del caso del escultor Justo Gandarias, formado en París, premiado en la Universal de Viena de 1878, Medalla de Plata en la Exposición Universal de Barcelona, Gran Medalla de Honor en la Exposición Literario-artística madrileña de 1884, con dos Medallas de Segunda y una de Tercera clases, así como Diploma de Honor, en las Exposiciones Nacionales de España.
Gandarias se había ido a Guatemala a organizar y dirigir la Escuela de Bellas Artes, sufriendo allí todo tipo de atropellos, ya que al reclamar sus honorarios, no solo no fue atendido, sino que se le encarceló y obligó a barrer las calles de la población vistiendo el traje de presidiario.
El español se vio completamente abandonado por el representante de España en un momento tan crítico, teniendo que recurrir a solicitar apoyo a otra nación extranjera.
Tema candente en la opinión pública que con toda seguridad, dolería a los artistas reunidos, que comentarían el tema y las gestiones que por su cuenta y riesgo, intentaban del estado para lograr la repatriación del escultor.
En su escrito, Saint Aubin asegura que hay artistas que niegan que hayan firmado esa propuesta, “por no haberla firmado ni autorizado a nadie para extender el nombre”.
El 15 de marzo, noventa y seis pintores y escultores firmantes de la protesta, según informaba la prensa, se habían reunido en el estudio de Pradilla, donde leyeron unas cartas que habían cruzado la naciente asociación y el maestro aragonés, donde éste planteaba cuestiones de interés general artístico, tomando finalmente todos los firmantes la determinación de ingresar en bloque en el Círculo de Bellas Artes, que “acogerá con cariño todas las tendencias artísticas y será como un hogar artístico para los cultivadores de la pintura escultura y arquitectura sin excepción de categorías escuelas ni procedencias”.
Un día más tarde, Saint Aubin, en representación de la asociación y referente al “Pleito”, como así lo bautizó la prensa del momento, explicaba que hay un interés malsano por parte de algunos artistas firmantes de la protesta, en querer presentar a la naciente Asociación de Artistas Españoles en guerra con el Círculo de Bellas Artes.
Desmentía en su escrito el fundamento de las protestas y la separación de Pradilla y Ferrant, porque ya no se vuelve a mencionar a Querol, de la Asociación de Artistas Españoles, que de manera injusta “enfrentaban a alumnos contra sus maestros, padre en el arte y hermanos en la familia muchos de los que la suscribieron personalmente”.
Negaba tajantemente la acusación de la suplantación de firmas y aseguraba que la entrada en el Círculo de Bellas Artes de los firmantes, no les suponía beneficio alguno, ya que los cientos de personas del Círculo, “no son pintores ni escultores o arquitectos y grabadores, y tienen en sus manos, por fuerza del número, una influencia decisiva en asuntos de arte. A tal situación se someten los mencionados artistas, en tanto que los de la nueva Asociación se lanzan por los derroteros de la independencia con medios humildes, tal vez de pobreza, pero con espíritu levantado, y sin que nadie pueda juzgar que en su empresa, seria y meditada, se trata el Arte como cosa de juego”…
Y finalizaba Saint Aubin recordando que “los que airadamente protestaban en la pasada Exposición por la concesión de alguna medalla, están estrechamente unidos con los que las concedieron y enfrente de los que las negaron”.
Es decir, que aquí ya entraban en juego las disputas personales que los artistas pudieran mantener con otros compañeros de profesión, las amistades, los favores y las animadversiones que en todos los campos de la vida existen, pero no se trataba en realidad y únicamente, de la nueva asociación, sino que la situación endémica venía de hacía tiempo.
El “Pleito” continuaba resonando día a día en la prensa, que se limitaba a publicar los escritos de los artistas que protestaban, hasta que algún que otro periódico terminaba comentando que “¿No sería más lógica una perfecta unión entre todos los artistas españoles? ¿Qué fuerza tendrán las Asociaciones creadas por los artistas para defenderle si entre ellos mismos se atacan? Y si no quieren unirse todos, defiéndanse los artistas individualmente, pero nunca por grupos que no logren más fin práctico que las discordias entre los artistas y el tiempo perdido en las discusiones. Los artistas deben defenderse con obras: así se lucha. La Exposición está próxima: vayan a ella los artistas y demuestren allí su mérito en sus logros. Déjense las discusiones para los políticos, que no tienen otras cosas que hacer”.
Una semana más tarde, nuevamente los firmantes de la protesta dirigen escritos a los medios en los que incluyen las cartas que a estos artistas les han hecho llegar Pradilla y Alejandro Ferrant. Pradilla argumenta que se ha separado de la nueva asociación por “no estar de acuerdo con el reglamento sobre la base de socios fundadores en número limitado e irreemplazable y socios de número… y que ha conocido la noticia de que el reglamento ya se ha sometido a la aprobación del gobierno, quedando constituida la asociación a los 16 socios fundadores irreemplazables”… y que si la misma “persistía en sus propósitos de intervención en asuntos generales propios de la entera colectividad artística sin existir representación o mandato de la misma, se vería precisado a retirarse de la Asociación”. Agradecía por último, el compañerismo demostrado por los firmantes y su adhesión, lo que le obligaba a explicar su postura.
Pero todo ello, lo hacía una semana después de que se publicara la protesta.
Por su parte, Alejandro Ferrant explicaba que su intención era haber invitado a todos los artistas a la asociación, pero al ver que los socios fundadores eran los que eran y no eran más que esos, desistió de su idea inicial de asociarse y descargar así su conciencia.
Después, el mundo artístico volvió con los dimes y diretes, con las especulaciones, falsos testimonios respecto a las firmas que maliciosamente se habían omitido, cuando en realidad eran problemas de transcripción de ciertos apellidos, y malentendidos provocados por el acaloramiento del “Pleito”.
El mismo día de la publicación del escrito anterior, Saint Aubin contestaba, imaginamos que en la edición de la tarde, por la que sabemos que el Presidente de turno de la Asociación de Artistas Españoles era Aureliano de Beruete. Argumenta Saint Aubin que según manifiesta Pradilla, debía esperarse a que todos los artistas estuvieran de acuerdo para tomar una iniciativa de ese calibre, y que de ser así… “podremos esperar sentaditos a la consumación de los siglos”. Para los miembros de la naciente asociación, es ilógico pensar que no pueda llevarse a cabo una iniciativa que beneficia al arte y a los artistas por no contar con la aquiescencia de toda la profesión, porque llegaríamos a situaciones en las que “Queda prohibido por la ley a todo periodista ocuparse en materia de Arte sin previa autorización de todos los artistas, con el Sr. Pradilla al frente. No podrá alzar su voz en el Parlamento ningún soñador o diputado para tratar asuntos de Arte sin consentimiento de los artistas. Ningún publicista escribirá libros de Arte sin permiso de los artistas”…
Es lógico pensar que los fundadores quisieran lograr el beneplácito y visto bueno de la profesión artística, pero bien es sabido que como en cualquier otro ámbito, nunca llueve a gusto de todos y siempre habrá alguien a quien no le acomode un punto u otro, o no esté de acuerdo con ciertas exigencias o actuaciones.
No se puede dar gusto a todos. Eso lo vemos incluso a día de hoy. Casi dos años después de que Benlliure planteara esta asociación de artistas, lo que quedaba claro es que si no lo hacían los que no dejaban de darle vueltas al asunto, nadie más lo haría, como así sucedió.
El 27 de marzo, los fundadores de la Asociación de Artistas Españoles remitían un escrito a El Liberal en el que declaraban que los rumores que se vienen haciendo acerca de las gestiones con los poderes públicos, no son ciertos, igual que otros muchos que se vienen difundiendo y que “no merecían contestación”. Les resulta incomprensible que Pradilla asistiera a las reuniones de la asociación, aceptara que el reglamento exigiera la renuncia de ser socios honorarios del Círculo de Bellas Artes, pero él mismo no lo hiciera, y que afirmara después que la asociación debió cambiar repentinamente de propósito en su constitución, mientras que en la reunión preparatoria nada dijo ni manifestó, como publicó después de cinco días, sin hacer en el momento observación alguna.
Desvelan los fundadores de la Asociación que lo que sí hizo Pradilla fue expresar que “debíamos llamar para compartir nuestras tareas, no a todos los artistas españoles, como manifiesta en su carta de EL LIBERAL, sino a uno tan solo de ellos, amigo y compañero nuestro muy respetable, pero cuyo ingreso en la Sociedad hubiera obligado a dar cabida en ella a otros no menos dignos de consideración y de méritos análogos al artista indicado preferentemente por el Sr. Pradilla, lo cual desnaturalizaba nuestro definitivo propósito de no ampliar el número de los asociados”.
Y ya puestos a reprochar, recuerdan al Sr. Pradilla que “el himno que canta al final de su carta de la unión de los artistas españoles, se armoniza mal con su conducta en este asunto, pues ella ha producido la escisión más honda y la división más completa entre los que nosotros tratábamos de unir con lazos de amistad”.
Unos días más tarde, Pradilla contesta en El Liberal que “la cuestión sustancial no es más que una: “Que los señores que iniciaron la citada Asociación lo hacían con el propósito de entender en asuntos de Arte y de los Intereses que crea. Para lograrlo, se proponían contar desde luego con los demás artistas; pero al fin dieron a luz su Asociación, convertida en una especie de monopolio artístico administrativo, reducida como quedaba a sus 16 socios fundadores insustituibles, pero conservando sus primitivos propósitos”.
Según explica, el número de adhesiones a la asociación en forma de socios de número, aumentaba, pero se informó de que la constitución de la misma estaba ya cerrada, y que la admisión de nuevos socios hubiera obligado a dar cabida “a otros no menos dignos de consideración”.
Insiste Pradilla en que “los fundadores podían haberse integrado en el Círculo de Bellas Artes, no queriendo hacerlo, y que con esa actitud han provocado el disgusto de muchos artistas de Madrid y de provincias, quedando así claro que el “Pleito” se resume en la obstinación de los fundadores en mantener sus primitivos propósitos de intervenir y dirigir asuntos e intereses que afectan a toda la colectividad artística”.
Tres días después, los fundadores contestan la carta de Pradilla, al que culpan de ser el único causante del “llamado pleito de artistas”, ya que, consideran, que si tanto él como Ferrant “hubieran puesto en claro la falsedad de los rumores que se vertían sobre la naciente asociación, la protesta no hubiera prosperado”, y respecto a la declaración de ser una sociedad particular, le recuerdan que “Sociedad particular es la nuestra y no otra cosa son también la del Círculo de Bellas Artes y las demás sociedades análogas”.
Paralelamente, se conoce la noticia del nombramiento como Consejero de Instrucción pública por la sección de Bellas Artes, del ex ministro y abogado Augusto González Besada, a quien se reprocha en los medios profesionales ser lego en materia de bellas artes, lo cual reafirmaría la idea en los fundadores, de la imperiosa necesidad de la existencia de su Asociación, para evitar afrentas de este calibre.
Por sabia precaución y para evitar más críticas, los “fundadores” renunciaron a formar parte del Jurado de la Exposición Nacional de ese año, no así los del bando contrario, que votaron masivamente por el bando de Pradilla el 22 de abril.
De esta manera, el Jurado de la sección de Pintura quedó formado por Francisco Pradilla, como Presidente, y Eugenio Álvarez Dumont como Secretario, siendo los Vocales los artistas Gonzalo Bilbao, Luis Menéndez Pidal, Salvador Viniegra, Francisco Maura y Enrique Martínez Cubells. Es decir, en el Jurado había cinco artistas pertenecientes al bando de Pradilla, firmantes de la protesta que da lugar al “Pleito”.
En la sección de Escultura, el Jurado estuvo formado por Agustín Querol, como Presidente, Julio González Pola, de Secretario, y por Eduardo Barrón, Juan Vancells y Antonio Garrido como Vocales, es decir, por cuatro artistas del bando de Pradilla.
Curiosamente, las Medallas de Primera Clase de Pintura de aquella Exposición Nacional, recayeron en Álvarez de Sotomayor, Manuel Benedito, Fernando Cabrera Cantó y Eliseo Meifrén, todos ellos firmantes de la adhesión de Pradilla.
En la sección de Escultura, solo se otorgaron dos Medallas de Primera Clase, que lograron Miguel Oslé y Cipriano Folgueras, éste último, del bando protestante.
Medallas de Primera Clase de Pintura y de Escultura de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1906, todos ellos firmantes de la adhesión de Pradilla, excepto Cipriano Folgueras

Álvarez de Sotomayor

Manuel Benedito

F. Cabrera Cantó

Eliseo Meifrén

Miguel Oslé

Cipriano Folgueras
Los tres rechazados por inmorales

Romero de Torres

Antonio Fillol

José Bermejo
Sin desmerecer las obras presentadas ni a los autores, quedaba claro que algo pasaba en el mundo artístico que no invitaba a la unión de los artistas bajo el ideal de la defensa de sus intereses.
Los partidismos, las amistades interesadas y todo tipo de injusticias notorias, justicias estrictas, escandalosos favoritismos, sañudos menosprecios, olvidos incalificables, venganzas, buena fe e ignorante, actitudes de insobornable honestidad… la vida misma antes y ahora, endemias que siempre han sobrevolado el mundo del arte, como cualquier otro mundo, a veces de forma despiadada.
Hasta la prensa reprochó, incluso antes de saber la composición del jurado, que el escándalo del bando protestante no era más que “una maliciosa manera de conseguir un fin determinado”.
Para el mes de mayo, el escándalo protagonizado por las críticas que supuso el rechazo de cuatro obras de Julio Romero de Torres, Antonio Fillol y José Bermejo, con tacha de inmorales, dio origen a innumerables críticas de la opinión pública, recogidas en la prensa, que hicieron que se olvidase el tema de la “Asociación de los TRECE”.
Con la publicación de los premios, los descontentos aumentaron, y más aún cuando la Medalla de Honor, votada por los propios artistas días más tarde, no por el Jurado de la Exposición Nacional, recayó en Agustín Querol, Presidente del Jurado de la sección de Escultura, más que nada por el procedimiento seguido para su consecución.
Según publicaba en una columna firmada por MIS-TERIOSA, La Correspondencia militar del 25 de mayo de 1906, un diario de la noche había publicado una carta-circular que decía: «Señor Don… Distinguido amigo y compañero: Hoy jueves, de dos a seis se verificará en el Palacio de las Artes la votación para conceder la medalla de Honor. Aspira a ella, y, como candidato único, don Agustín Querol. No hemos de hacer en este momento su elogio, sólo creemos que ninguno, entre todos los artistas españoles, reúne tal número de méritos y tan importante labor artística. Es un deber de verdadera justicia el asistir a esa votación, y, por lo tanto, le invitamos a ella. En la segundad de su asistencia, le anticipamos las gracias, y quedamos suyos afectísimos amigos y compañeros: Julio González Pola, Cipriano Folgueras, Manuel Carretero, Manuel Menéndez y Manuel Castaños. De los señores que firman esta carta, la casualidad ha hecho que uno de ellos haya obtenido primera medalla, otro una segunda (siendo el recomendado presidente del Jurado de Escultura) y los tres restantes, personas muy allegadas al agraciado y que merecen del periódico que da la noticia, un calificativo que no quiero reproducir en estas columnas”…
Es decir, tres de los cinco firmantes de la carta pertenecían al bando de Pradilla.
Los resultados de la Exposición Nacional, los escándalos desatados con el rechazo de cuatro obras, de los premios otorgados y de la votación de la Medalla de Honor, terminaron por diluir la polémica del “Pleito”.
La actuación del Jurado, analizada por los medios especializados, fue vergonzosa, al pedir al ministro que reformara el Reglamento para poder expulsar “las indecencias”. El ministro, que se negó, recordó al Jurado que tenía amplia libertad para rechazar o admitir obras y finalmente, las rechazó.
José Francés reconocía la gran injusticia realizada con Rusiñol al no serle concedida la Medalla de Honor.
Y desencantados con sus compañeros, viendo tan divididos los ánimos entre los artistas, aunque con la seguridad de saber que era más que nunca necesaria la unión de la profesión, los “trece” dejaron correr las aguas y aparcaron, de momento, sus intenciones a la espera de una situación más propicia para acometer la empresa.
Cuatro años más tarde, en 1910, con igual necesidad y atravesando idéntica penuria, aparece en escena Eduardo Chicharro, que fuera discípulo de Sorolla y con quien mantuvo una afinidad artística y personal que terminó fraguando una estrecha amistad.
Eduardo Chicharro era un “hombre sencillo, enemigo de exhibiciones, sin aparato social ni protocolario, de vida solitaria e íntima, con gustos al margen de la vulgaridad. Entre las pasiones que absorbieron sus años de artista destaca su ilusión por la pintura, las antigüedades y los libros… junto a estas pasiones de su alma, siempre con sed de cultura, de conocimientos, de descubrimientos de nuevas cosas relacionadas con el arte, que le elevaron a la cumbre de la autoridad técnica e histórica, tuvo también ilusiones magníficas con la misma fuerza y hondura que tienen unos amores humanos. Una de ellas fue la Asociación de Pintores y Escultores de España. Él la fundo, a ella consagró sus años, por ella luchó y sufrió, con ese fanatismo y adhesión con que se mira al hijo del amor”…
Teniendo muy presente la experiencia de la “Asociación de los Trece”, y analizando cómo se desarrollaron los acontecimientos en 1906, para evitar caer en los mismos errores que dieran al traste con el proyecto, Chicharro trabaja en un primer momento con el escultor Miguel Blay y el pintor Cecilio Pla, con quienes redacta el Acta Fundacional y los primeros borradores de los Estatutos, en los que también colaborará Manuel Villegas, y que firman en su estudio de la calle Ayala de Madrid, el 15 de abril de 1910, curiosamente, el día del nacimiento de Leonardo da Vinci, el mejor pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista de todos los tiempos.
A continuación, los cuatro promotores, convocan a los más destacados artistas en el mismo lugar, para celebrar una Junta General Constituyente, que tendrá lugar el día 24 de abril.
En aquella célebre junta preparatoria de la fundación de la Asociación de Pintores y Escultores, Chicharro explicó a todos su deseo, “aportando sugerencias nobles de gran camaradería, para llevar al ánimo de todos sus compañeros su propio entusiasmo”.
En medio de aquel puñado de maestros y de jóvenes discípulos, Chicharro comenzó a andar por el camino de las reivindicaciones artísticas, seguido de sus amigos, logrando la fundación de una entidad única en España que fue, desde entonces, preocupación máxima de su vida.
De aquella reunión, salió ya una Junta Directiva organizadora, en la que Eduardo Chicharro fue elegido Presidente, mientras que Miguel Blay quedaba como Vicepresidente, Rafael Doménech como Secretario, Manuel Villegas como Vicesecretario, Francisco Maura, Tesorero, Cipriano Folgueras, Vicetesorero, Cecilio Pla, Contador, Ricardo Baroja, Vicecontador, y como Vocales Aniceto Marinas, Manuel Benedito y Juan Vancells.
La nueva Junta Organizadora quedaba respaldada con su firma en el Acta Fundacional, por los artistas Joaquín Sorolla, Manuel Marín, José Villegas, Luis Menéndez Pidal, José Pinazo Martínez, José Mª López Mezquita, José Llasera, Emilio Porset, José Moreno Carbonero, Antonio Muñoz Degrain, Joaquín Ibasola, Francisco Clivillés, Alejandro Ferrant, Enrique Marín, Eulogio Varela, Emilio Nombela, Miguel Jadraque, Eduardo Urquiola, Pedro Collado, Segundo Moreno, Manuel Castaños, José Mangot, Alejandro de Villodas, Fernando de Villodas, Luis Domínguez, Vicente Larraga, Fernando Alberti, Constantino Fernández Guijarro, Manuel Ramírez, Juan Ángel Gómez Alarcón, Luis Tejero y Espina, Manfredo Kühn, Fernando Díaz Mackenna, Pedro Lacruz, M. García González y Federico Avrial y Alba.
El primer artículo que proclamó la Junta Organizadora, que no ha variado desde 1910, es que la Asociación de Pintores y Escultores se formaba para conseguir la unión de todos los artistas profesionales de la pintura, escultura, grabado y artes decorativas, profesores de enseñanza de las artes y protectores de las mismas, con la aclaración de la defensa por todos los medios legales de sus intereses materiales y artísticos, tales como propiedad artística, derechos de reproducción de obras, opción a puestos públicos tanto en enseñanza como en museos y demás establecimientos oficiales, etc.
Paralelamente, la Junta Organizadora encargó a Ceferino Palencia Tubau la dirección de la “Gaceta de la Asociación de Pintores y Escultores”, un boletín de información general de arte, que dará cuenta de la marcha administrativa de la sociedad, y cuyo primer número vería la luz el 1 de julio de 1910.
La Junta Constituyente convocó entonces a todos los artistas a una Junta General que se celebró el 26 de junio, a las tres de la tarde, en los locales de la Escuela Especial de Dibujo, Grabado y Pintura, a fin de explicar a cuantos se iban adhiriendo a la recién constituida Asociación, los Estatutos por los que se regiría su funcionamiento, recogiéndose las observaciones que fueran pertinentes antes de su publicación definitiva.
En aquella reunión de artistas, la Junta Organizadora dejó claro que “La unión de los artistas españoles era necesaria: representan cada uno una fuerza innegable que aunada debía hacerse invencible. Esta unión suponía también un conjunto de voluntades; y por fin, y gracias al esfuerzo de “unos”, se ha llegado a la unión de todos. Si la naciente Asociación se hubiera constituido para llevar a la práctica cualquiera de los fines que en el articulado del capítulo primero se enumeran, sería suficiente para reconocerle a esta una transcendental importancia de general interés; luego al constituirse con tan grande, importante y distinta finalidad, se comprenderá los beneficios que al Arte puede reportar y la amplia y alta autoridad y representación que puede llegar a conseguir en muy poco tiempo”.
Se expusieron las bases de los estatutos, resumidas en la unión de todos los artistas, la defensa de sus intereses materiales y artísticos, el fomento y mejora de todas las manifestaciones del Arte, la creación de una Caja de Socorros y pensiones para casos de enfermedad e inutilidad para el trabajo y para las familias en caso de defunción, la creación de una Cooperativa que proporcione los materiales a mejor precio, el mutuo auxilio a su trabajo con el mantenimiento de un salón permanente destinado a exposiciones y la creación de un boletín o gaceta de información general de arte.
Uno de los asistentes, Ramón Pulido, propuso a los presentes que la Junta Organizadora continuara como Junta Directiva, aplaudiendo todos la iniciativa. Raudo y astuto, Eduardo Chicharro, como Presidente, recordó a los socios que “los Estatutos y el Reglamento aprobado prohíben las elecciones por aclamación, debiendo hacerse por votación”. Enseñanza sin duda aprendida de la experiencia de la Asociación de los “trece”, en la que la inocencia de sus artífices les llevaron a creer contar con el visto bueno de sus compañeros sin solicitar una formal adhesión.
Hecha esta exposición de motivos, que estuvo a cargo de Manuel Villegas, se procedió a la elección de la primera Junta Directiva, en la que se eligieron: Presidente, Eduardo Chicharro; Vicepresidente, Miguel Blay; Secretario, Ricardo Baroja; Vicesecretario, Manuel Villegas; Tesorero, Aureliano de Beruete; Vicetesorero, Manuel Benedito; Contador, Francisco Cabanzón; Vicecontador, Eduardo Barrón, y como Vocales, Aniceto Marinas, Francisco Maura y Juan Vancells.
Allí mismo presentó su dimisión como Tesorero Aureliano de Beruete, a quien no le fue aceptada, mientras que también lo hicieron el escultor Eduardo Barrón y Francisco Cabanzón, a quienes sí se les aceptó, ocupando entonces el cargo de Contador Juan Vancells.
A partir de ese momento, y hasta el día 31 de agosto, los socios pudieron remitir a la Junta Directiva todas las consideraciones que creyeron convenientes respecto al Reglamento, si bien se especificó claramente que las propuestas serían examinadas por la Junta y “serán o no tenidas en cuenta… advirtiendo a los señores socios que la Junta no sostendrá correspondencia con los remitentes”… atajando así cualquier posibilidad de que algún artista pudiera aprovechar una coyuntura que diera pie a rumores malsanos y dañara la nueva asociación, como ocurriera con el famoso “pleito”.
Y también tras la experiencia de los “trece” de 1906, la nueva Asociación optó por establecer dos tipos de socios: fundadores y de número, que cada uno elegía según le conviniera, evitando así repetir situaciones incómodas sobre las que tanto se había hablado en la primera experiencia.
El derecho a ser Socio Fundador se obtenía adquiriendo una cédula de 25 pesetas, siendo éstos los únicos en los primeros años de la entidad, con derecho a pertenecer a las Juntas Directivas, mientras que los Socios de Número sólo abonaban una cuota mensual de dos pesetas.
A primeros de noviembre de 1910, la Asociación de Pintores y Escultores contaba con 180 Socios Fundadores y 162 Socios de Número, especificando los estatutos que “transcurrido el primer año a contar desde la fecha de constitución de la Asociación, no se admitirán asociados fundadores”.
El domicilio social de la Asociación de Pintores y Escultores quedaba fijado en la calle de Ayala, 28, en el propio estudio de Eduardo Chicharro.
El 9 de julio de 1910, Alejandro Saint Aubin, el iniciador de la “Asociación de los Trece” de 1906, ahora Diputado a Cortes y Socio Fundador de la Asociación de Pintores y Escultores, era nombrado Inspector General de la Exposición Nacional de Pintura, Escultura y Arquitectura.
Tras la lucha que mantuvo en 1906 y siendo plenamente consciente de lo que suponía el nacimiento de esta asociación que por fin veía la luz, encomendó a la Asociación de Pintores y Escultores, el estudio de un nuevo Reglamento de las Exposiciones Nacionales.
El trabajo y la lucha por dignificar el arte y los artistas, comenzaba… hasta el día de hoy.
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