Ricardo Montesinos Mora: Lavanderas de la Virgen del Puerto.

En el amplio patrimonio de la Asociación Española de Pintores y Escultores, nos encontramos con una obra de Ricardo Montesinos Mora, un reconocido pintor que ha participado en un gran número de exposiciones, tanto individuales como colectivas, (Salón de Otoño, Galería Durán de Madrid, Galería Carmen Andrade, o Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura, entre otros muchos) y reconocimientos, como el Premio El Corte Inglés del Salón de Otoño (1983), el Honorífico Premio Reina Sofía (2010), o la Medalla de Oro Antonio Casero.

La obra de la que vamos a hablar se titula Lavanderas de la Virgen del Puerto. Está dentro de la secretaría de la Asociación Española de Pintores y Escultores. Se trata de un cuadro que refleja a la perfección las características típicas de su obra. El pintor y paisajista madrileño cultiva una pintura basada en las emociones, de raíces clásicas sobre todo en el carácter formar, y que muestra un dominio y conocimiento magistral de la luz y del color.

Es la representación de la ermita de la Virgen del Puerto de Madrid, está situada en el paseo de la Virgen del Puerto, en las inmediaciones del Palacio Real. Obviamente, no es el paisaje actual de esa zona, es de hace bastante tiempo. Se trata de un paisaje natural que apenas está explotado. En el margen inferior de la obra está el río Manzanares, en donde un grupo de lavanderas limpian todo tipo de prendas. El terreno que lo abraza es bastante árido en comparación con el del tercer plano, que está lleno de vegetación. En el margen izquierdo, escondido entre la espesura, se aprecia la ermita de la Virgen del Puerto, construido por Pedro de Ribera entre 1716 y 1718, en las inmediaciones del Palacio Real. Detrás de este edificio, se puede ver un esbozo de lo que podría considerarse como el Palacio Real o los inmuebles de la ciudad de Madrid. Todo ello protegido bajo un cielo encapotado que poco a poco parece que se está despejando, dando pasó así a la luz del sol.

Es un paisaje realista, representa el Madrid de antaño, con un detallismo impresionante (tanto en el tratamiento del dibujo como en el del color), que especialmente se puede apreciar en la manera en la que ha trabajado la vegetación, las lavanderas y las construcciones. Se trata de un minucioso trabajo a través del cual Ricardo Montesinos Mora muestra su cariño y añoro por el Madrid de antaño, característica típica del pintor madrileño.

David Rus: Desesperadamente inteligente

David Rus, autor de este dibujo sobre papel (30 x 21 cm), ha dejado plasmado una vez más el estilo figurativo que le caracteriza. Como dice él “necesito ver lo que voy a pintar”. No se puede discutir que se trata de un trabajo realista, pero hay un aspecto muy importante que necesita el autor: la necesidad de ver lo que va a plasmar en la obra, independientemente de que una vez terminado el trabajo deje de existir.

En este sentido, el trabajo de observación y de selección de motivos, es esencial. De hecho, durante el primer paso, a David Rus le surgen una serie de preguntas como “¿Qué voy a pintar ahora?”, entre otras.

El artista, nunca elige imágenes que deje indiferente al observador, siempre logra que las obras atrapen a los espectadores, y que estos no se cansen de verlas en ningún momento, e intenten descifrar la historia que las obras albergan entre sus pinceladas.

En este caso, en su obra titulada “Desesperadamente inteligente”, se trata del retrato de un gorila. En esta imagen, el aspecto más importante es la mirada, se trata de una mirada intensa que no deja de observar al espectador. A través de ella se podría decir, incluso la edad del animal, un animal adulto, triste, bien porque le han privado de su libertad y ahora se encuentra cautivo, o bien debido a su avanzada edad. En todo caso se trata de una mirada lánguida, que expresa todo el sufrimiento, experiencias, aprendizaje, etc. que ha obtenido a lo largo de su existencia. Este aspecto no es algo casual, es algo que el autor ha trabajado con mayor intensidad intencionadamente.

A día de hoy, la figura de este animal está relacionada, en concreto desde 1985, con el grupo denominado Guerrilla Girls. En 1985, El MOMA de Nueva York celebró una exposición de arte contemporáneo titulada “An Internacional Survey of Painting and Sculpture”. De las 169 obras de artistas que participaron en la exhibición solo 13 fueron hechas por mujeres artistas. Esto conllevó a que un nuevo grupo denominando Guerrilla Girls se manifestara en frente del museo contra la desigualdad. El objetivo de este grupo era mostrar su sentimiento de frustración al comprobar que a finales de siglo las diferencias entre los sexos persistían y las mujeres artistas continuaban sin tener ningún tipo de reconocimiento.

Existen una serie de características por las que se diferenciaban del resto de grupos. Sus verdaderos nombres se desconocen, son totalmente anónimos (de hecho, en las intervenciones públicas usan como pseudónimos nombres de mujeres artistas fallecidas), se trata de mujeres de diferentes edades y procedencias étnicas. Sus rostros los ocultan bajo unas máscaras de simios, en concreto de gorilas. Estos antifaces están inspirados en el personaje del gorila King Kong, que utilizan como símbolo de dominio masculino.

Generalmente, este animal es mostrado feroz, agresivo y dominante, valores que adoptaron las Guerrilla Girls para su causa. Pero en realidad se trata de una criatura muy tranquila, que comparte una estrecha relación con los seres humanos tanto por su apariencia como por su comportamiento. De hecho, el carácter agresivo y dominante del que le dotamos los humanos, es debido a su similitud con nosotros, tanto por su fisionomía como por su inteligencia, es decir, la mente humana tiende a temer lo que expone a su verdadera identidad.

La imagen de los gorilas en la historia del arte es más antigua de lo que creemos. Es un tótem muy común en diferentes tribus africanas. Simboliza el liderazgo no agresivo, compasión, inteligencia, nobleza, dignidad, fuerza, responsabilidad, solidaridad y amor a la comunidad; además del compañerismo, la entrega y los valores familiares.

De hecho, cuando un gorila entra en la vida de cualquier ciudadano africano, es una señal para que éste levante la cabeza y reconozca la nobleza dentro de él mismo, ya que el gorila transmite en sí honor y dignidad.

Esto muestra la manipulación por parte de muchos medios, que hacen que la manera con la que vemos muchas cosas, en este caso animales, sea totalmente incorrecta.

En el mundo desarrollado, se han utilizado, primero en el cine y después en el arte, para transmitir agresividad, ferocidad y liderazgo. Los gorilas son un símbolo típico del arte africano, que como hemos dicho antes representan valores como honestidad y nobleza.

Marina Olalla: Silos. Tricomía

El grabado consiste en usar diferentes técnicas de impresión, pero todas ellas tienen en común un aspecto muy importante, sin el que nunca se podrían llegar a hacer las planchas o matrices, y esa característica es el dibujo. Antes de empezar a hacer esa superficie rígida en la que se alojará la tinta hasta ser estampada sobre papel, es esencial el dibujo, porque sin él no se podría tallar la matriz.  Pero realmente, el dibujo es un paso fundamental en otras técnicas, se podría decir que son los pilares del arte, es un paso que el artista debe dominar a la perfección antes de pasar a la siguiente fase.

Marina Olalla es una artista madrileña que se formó en la Universidad Complutense de Madrid y que fue integrante, a lo largo de 11 años, de la Junta Directiva de la AEPE. Ha participado en un sinfín de exposiciones individuales, colectivas y ferias de arte, y a través de esta constante presencia en el mundo del arte, y obviamente, por su trabajo, ha conseguido un gran número de premios y reconocimientos a lo largo de su trayectoria profesional.

En su obra, muestra un gran interés por esas construcciones diseñadas para almacenar el grano y otros materiales a granel llamados silos. Esta atracción por los elementos que son parte del ciclo de acopio de la agricultura se ha transformado en una investigación que combina imágenes sacadas de fotografías, apuntes o de la propia imaginación de la artista.

Se puede decir que Marina intenta actualizar estos solitarios rascacielos de antaño, testimonio de un pasado agrícola, buscándoles salidas, reconstruyéndolos o adaptándolos al presente. Pero su investigación va más allá, de la mera forma y estética de las construcciones, también se centra en la función y el habitar de los silos. Estos gigantes no solo son unos almacenes de grano, un depósito de comida y una solución para la hambruna, sino que se pueden transformar y convertir en viviendas, o centros de cultura, entre otras muchas funciones que le llevan a reflexionar sobre el uso que se les puede dar a estas construcciones que, a día de hoy, muchas de ellas se encuentran abandonadas. Para ello, busca embellecer, modernizar tanto el exterior como el interior de los silos, destacando por encima de toda la luz, que ayuda a la percepción de los volúmenes y las formas de las construcciones.

La artista, trabaja cuatro técnicas en concreto, el dibujo, la fotografía, el collage y el grabado. En este caso, nos centraremos en el grabado, ya que la obra titulada “Silos, Tricromía” (490 x 685) está hecha con esta técnica. En ella se aprecia el vínculo de conexión entre la matriz y el papel, que se unen para grabar una obra que perdure a lo largo del tiempo.

Refleja claramente el tema principal de su producción artística, y los objetivos que se ha propuesto. Es más que evidente el predominio de la línea sobre la mancha. De hecho, en ocasiones, usa la línea como sustituto de los borrones de color, por ejemplo, a la hora de hacer los claroscuros. Además de mostrar un gran dominio del dibujo y la perspectiva, que le ha ayudado enormemente a dar profundidad al grabado.

Las dos protagonistas, los silos, representados de una manera totémica, imponente (en el margen derecho del papel), junto a las vías del tren, que se encuentran a mano izquierda, muestran al espectador la situación en la que se encuentran éstas antiguas construcciones agrícolas, además, las vías del tren, vacías, ningún tren pasa por ellas, ayudan a resaltar lo descuidados que se encuentran los silos.

Por otro lado, el uso del contraluz, resalta la forma de los silos, y, de hecho, refuerzan el aspecto imponente que les ha dado Marina en este caso, como si se tratara de dos construcciones góticas, enormes, con el único objetivo de imponer al visitante y recordarle que se encuentra en una construcción importante merecedora de respeto.

Mª Carmen de la Calle Llubra: Tornado

El 16 de mayo inauguró en la sala de exposiciones Eduardo Chicharro de la AEPE Mª Carmen de la Calle Llurba, su exposición titulada “Solo el cielo lo sabe”, que, tal y como indica el encabezamiento, el único y el indiscutible protagonista es el cielo.

La madrileña ha escogido un tema tan antiguo como el mundo, pero a la vez, sorprendentemente a día de hoy sigue siendo un desconocido. Se trata de la atmósfera, esfera aparentemente azul y diáfana que rodea la tierra en la que están las nubes y en donde se ven parte de las estrellas más importantes, como el Sol. Es un aspecto abordado por diferentes religiones a lo largo de la historia, como por ejemplo en el cristianismo que defiende que las almas de los justos, allí gozarían de felicidad completa junto a la presencia de Dios; mientras que los infieles se encontrarían en el infierno, situado en las mismas entrañas de la tierra, sufriendo un sinfín de desgracias.

Lo que no cabe duda es que el ser humano desde siempre ha sentido una gran atracción por el cielo, bien fuese por desconocimiento, porque lo relacionamos con el término de grandeza o libertad, o por su gran capacidad de destrucción, entre otros muchos motivos. Pero lo que sí se sabe a ciencia cierta es el gran interés que tiene Mª Carmen, por este aún misterio.

Hay una obra, que en mi humilde opinión me ha llamado fuertemente la atención entre todos los espaciosos lienzos que componen la exposición, y es la titulada “Tornado”, un óleo sobre lienzo de 120 x 50 cm. Es muy interesante como a través de una forma tan simple ha llenado de dinamismo el lienzo y de contenido narrativo. Este tornado, que puede dar lugar a infinidad de historias, es el único elemento de la composición, el protagonista que ocupa el 85% de la superficie y que únicamente deja a la luz el poco terreno que aún no ha desbastado.

Esta masa de aire impetuosa y giratoria, generalmente conlleva un oscurecimiento del cielo, en este caso, todo lo contrario, da la sensación de que el terror se está terminando, dando pie a la calma. Además, podría decirse que no es la representación de un tornado, como tal, sino del “lado amable” de este fenómeno atmosférico, es decir, de un pequeño tornado inofensivo que está llegando a su fin, y que más que desbastar todo lo que encuentra a su paso, está haciendo una pequeña e inofensiva exhibición para el espectador, que parece estar observándolo a través de una “ventana rectangular”, el lienzo, a salvo de cualquier peligro que pueda darse.

En realidad, en muchos de los cuadros que conforman la muestra, este factor denominado catástrofe natural, se repite, de tal manera que la artista ha representado el lado más sereno de estos fenómenos atmosféricos sin olvidar en ningún momento de lo que éste puede llegar a hacer.

Aun y todo, es asombrosa la facilidad y el cariño con el que ha representado la bóveda terrestre, un tema que a simple vista es bastante básico, pero en realidad no es así. También sorprende, cómo unas figuras tan simples son capaces de condensar tanta vitalidad y dinamismo.

Luis Bea Pelayo: Carnaval

Luis Bea (Madrid, 1878-1963) es un fotógrafo y pintor español, destacado en el ámbito del retrato y del paisaje. En el año 1925, muere su hermano y hereda el título de Marqués de Bellamar. Ingresa en la Academia Hispano-Americana en Cádiz, institución que más tarde, en 1928 le reconocerá como académico de San Luis de Zaragoza.

No era para nada frecuente encontrar obras suya en las Exposiciones Nacionales, ya que solo participó en 1924 con dos retratos. Se conocen dos donaciones suyas de obras al antiguo Museo de Arte Moderno y al Museo del Prado.

A través del también pintor español, Eduardo Chicharro, se relacionó con la colonia de artistas españoles residentes en París, ciudad donde Luis Bea también estuvo viviendo durante una etapa de su vida. Entre los pintores que conoció en la capital francesa, se encontraban Joaquín Sorolla y Manuel Benedito.

También ejerció de coleccionista de arte a lo largo de muchos años, hasta que en 1948 tomó la decisión de donar su importante colección pictórica al Museo de Bellas Artes cordobés. Entre las obras que otorgó a dicho museo había tanto piezas hechas por él mismo (como por ejemplo un corpus), como pinturas de otros artistas españoles y franceses contemporáneos a él. Cabe destacar que gracias a este obsequio que le hizo al museo cordobés se dio a conocer una nueva faceta de Luis Bea: la de viajero y gestor cultural, además de las que ya se conocían de artista y coleccionista.

Fue una figura muy importante en la historia de la Asociación Española de Pintores y Escultores, ya que no solo fue Socio Fundador, sino que también fue miembro de la Junta Directiva durante los primeros años de la AEPE.

En las paredes de tan popular asociación, se puede apreciar una de sus obras, y por coincidencias de la vida se trata de un retrato, campo en el que él era destacado.

La obra hecha sobre papel y trabajada con lápiz normal y de colores, muestra a una mujer en un único plano, ya que en el fondo solo se ve el papel y en la zona de la cabeza, el autor ha pintado unas líneas blancas para resaltar la oscuridad del cuello del abrigo. Podría decirse que la única zona terminada de la obra es el rostro de la mujer y la máscara que porta en la mano. El resto, manos y vestimenta, están coloreados con “garabatos”, dando a entender que se trata de un boceto.

Gracias a la máscara de carnaval que sostiene la modelo en su mano izquierda y a la nota que el autor ha escrito en el margen inferior derecho de la obra (el nombre del autor y el título del dibujo Carnaval 1936 Hotel Ritz), sabemos que se trata de una mujer disfrazada.

No solo por el abrigo, típico de la moda en los años veinte (ancho, liso y con los cuellos y el puño de pelo) que tapaba por completo los deslumbrantes vestidos que llevaban debajo las mujeres, sino que también por el rostro con el que posa la mujer, podría existir una referencia al concepto de “femme fatale” (mujer fatal) que surgió en el siglo XIX, gracias a las obras de diversos escritores y pintores.  Esta palabra francesa hace referencia a un personaje tipo, que por lo general se trataba de una villana que usaba su sexualidad para atrapar al desventurado héroe. Actualmente, este concepto ha evolucionado a un arquetipo visto como un personaje que constantemente cruza la línea del bien y del mal, actuando sin escrúpulos, sea cual sea su voluntad.

La mujer está representada en el momento en el que recurre al arma más básica de la seducción, la mirada. A través de este sensual examen visual de su víctima, intenta que su objetivo haga lo que ella quiere. Podría decirse que su recurso está respaldado por su postura, la mano derecha en la cadera y en la izquierda, la máscara.

CODERCH & MALAVIA SCULPTORS: Hamlet

El 3 de marzo de 2017 se inauguró la exposición del prestigioso concurso convocado por la AEPE, el 52 Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura. Sus orígenes se remontan al Salón de Otoño (evento también convocado por la misma entidad), en donde hasta el 10 de enero del 2014 era un premio de dicho acontecimiento, y no es hasta esa fecha cuando se decide convertirlo en un concurso aparte. Esta iniciativa del Presidente de la Asociación Española de Pintores y Escultores, José Gabriel Astudillo, no sería del todo posible sin el patrocinio de Google.

El misterio del ganador no se resolvió hasta el día 14, en el que S.M. la reina Doña Sofía entregó el premio a: Joan Coderch y Javier Malavia Tabares, si bien se presentan a los certámenes como Coderch & Malavia Sculptors.

Joan Coderch nació en el año 1959 en Casteller del Vallés (Barcelona), y más tarde, se mudó a la capital de la provincia, Barcelona para estudiar Bellas Artes y especializarse en escultura, estudios que finalizó en 1979.

Su compañero, Javier Malavia, nació en 1970 en Oñati (Guipúzcoa), y estudió la misma carrera que su compañero, pero en una universidad española diferente: la Facultad de Bellas Artes de San Carlos en Valencia, terminando sus estudios en 1993.

Los artistas se conocieron en la empresa de porcelana Lladró, donde los dos formaron parte del equipo de escultores de dicha compañía y aprendieron a trabajar tan delicado material, a la vez que llevaban a cabo demostraciones de su trabajo por todo el mundo. No es hasta el año 2015, cuando deciden embarcarse en un proyecto conjunto.  Los dos se sentían especialmente interesados por la escultura figurativa, el ser humano es el elemento central de su discurso estético. Partiendo siempre de modelos naturales, sus esculturas realizadas en bronce exploran diferentes actitudes humanas frente a la vida y que el espectador descodificará según sus propias vivencias estableciendo una relación singular que proporcionará una experiencia personal.

A pesar de su corta trayectoria artística, esta pareja de escultores ha participado en un gran número de exposiciones colectivas e individuales, habiendo sido seleccionados en varias ocasiones y en otros logrando el reconocimiento. Algunas de sus obras forman parte de colecciones prestigiosas europeas, americanas y asiáticas.

El título de la obra que presentaron al 52 Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura es Hamlet (173 x 42 x 37 cm), un tema que sin duda puede dar mucho que hablar, debido a las dudas sobre la autoría de las obras de Shakespeare, y por la cercanía de ciertos aspectos muy humanos que aborda la tan popular obra de teatro, como: la ira, la locura, la venganza, la corrupción moral, el incesto, la muerte o el honor, entro otros.

A primera vista, se ve la principal característica de Coderch & Malavia: el ser humano como elemento central del discurso estético. Se trata del propio príncipe Hamlet, el hijo del rey asesinado. Este crimen lo llevó a cabo Claudio, el tío paterno del joven infante, que asesinó al monarca vertiendo veneno en su oído mientras el rey dormía.

Pero en esta ocasión no aparece representado con la vestimenta típica de una persona perteneciente a la realeza, aparece con una especie de corona hecha con una serie de elementos afilados y sostenidos con una cuerda que le tapa los ojos, impidiéndole ver. Las muñecas y el cuello los tiene adornados con unos elementos ornamentales, y viste un tipo de muda. La figura es de pequeño tamaño, y se encuentra sobre una especie de peana, un tanto rudimental. A pesar de que todos sepamos la trama de la historia, la obra no termina de aclarar el momento exacto de la historia que aborda, lo que da pie especular.

Una de ellas podría ser, que se trata de la representación del momento en el que a Hamlet se le aparece el fantasma de su padre y descubre la verdad. Éste se postra ante la aparición, principalmente como su hijo, sin olvidar quien es, pero sobre todo como un primogénito que descubre que su padre ha sido asesinado (de ahí que la figura esté prácticamente desnuda).

En cuanto a su posición, a primera vista parece de sumisión, pero cuando nos empezamos a fijar transmite todo lo contrario, una tensión y una firmeza impresionante, que hace que pueda confirmar el momento de la historia que ésta hipótesis defiende.

El último elemento que da pie a pensar en ese momento de la trama es la corona, se trata de una corona un tanto arcaica, hecha con una especie de elementos planos pero muy afilados, sujetos a la cabeza del chico mediante una cuerda que no le deja ver, haciendo alusión a la idea de lealtad. El joven siempre va a saber que su familia es lo primero, es decir, le debe lealtad al clan, en este caso, a su padre, que, por coincidencias de la vida, también es su rey.

Por otro lado, no podemos obviar la peana, también cumple una función. Además de sujetar la obra y formar parte de ella. Este elemento estructuralmente bastante rudimentario y que alza a la pequeña figura, ayuda a crear esa tensión y firmeza de la obra.  Estos dos elementos juntos hacen de la pequeña obra algo imponente y digno de admirar.

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Coderch-Malavia. Hamlet--1

Marcelino Santamaría Sedano: Sin título

Este mes volvemos al baúl de los recuerdos, a la cámara donde se hallan los santos griales de nuestra antiquísima asociación, para hablar sobre otra figura fundamental en la historia de ésta, nuestra entidad artística: Marceliano Santamaría Sedano (Burgos, 1866-Madrid, 1952), que el 24 de enero de 1936 fue nombrado Presidente de la Asociación Española de Pintores y Escultores, en la renovación parcial de la Junta Directiva de la entidad.

Este pintor español inició su formación artística como platero y orfebre, al igual que su padre. Más tarde asistió, a diferencia de su padre, a la Academia de Dibujo del Consulado del Mar de Burgos. Una vez terminados sus estudios en la academia local, se trasladó a Madrid, en donde continuó con su formación artística en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en el Círculo de Bellas Artes y en el estudio del pintor Manuel Domínguez.

A lo largo de su trayectoria artística, obtuvo un gran número de reconocimientos como la Tercera Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1887 y la Segunda Medalla en la misma muestra en 1892; la Medalla de Oro en la Exposición Internacional de Sevilla en 1929; o la Beca de la Academia de España en Roma (1891 y 1895), donde pintó una de sus más famosas obras (El Triunfo de la Santa Cruz) que más tarde expondría en las Exposición Internacional de Madrid y en la Exposición Universal de Chicago.

También se dedicó a la docencia. Fue profesor de la Academia de Artes y Oficios de Madrid, y en 1934, llegó a ser Director de la misma. Con el paso del tiempo, fue ocupando diferentes cargos oficiales, mientras seguía creando obra, en la que se ve cómo trabajó las diferentes temáticas existentes, aunque fue especialmente reconocido por sus paisajes castellanos, sus cuadros de historia y retratos.

En este caso nos enfrentamos con un paisaje rural en el que, en el centro, dividiendo la acuarela en dos partes prácticamente exactas, hay un pastor rodeado por sus ovejas, y al lado derecho del personaje hay un árbol casi de la misma altura que el protagonista. El guía está en una posición relajada, observando, a través de lo poco que le deja ver el gorro, cómo pastan los esponjosos animales.

Por la ropa de abrigo que lleva el zagal, el cielo despejado y la luz, podría tratarse de uno de esos primeros días de primavera, en el que el sol, no solo empieza a calentar de verdad, sino que también irradia luminosidad. Uno de esos días en los que nos podemos pasar un largo rato al sol, medio adormilados, mientras nuestros huesos se calientan, dejando el frío del invierno atrás.

A lo lejos, en los demás planos del fondo, no solo se aprecian montañas, sino que también hay una especie de tienda de campaña blanca, como la típica de las películas de indios y vaqueros.

Aunque el artista la definiera como una acuarela sobre papel, también vemos otras dos técnicas. Una de ellas es el dibujo, presente en toda la obra, de hecho, el autor no ha intentado disimularla, sino que en ocasiones está aún más acentuada para marcar las siluetas de las figuras, para que no exista ninguna duda sobre la forma de cada una de ellas. Por otro lado, está el lápiz de color, que utiliza como herramienta para oscurecer determinadas zonas del paisaje, para aumentar el contraste de claroscuro en la obra, herramienta a través de la cual no solo se acentúan más las formas y sus detalles, sino que también, obviamente, el clima.

Marceliano Santamaría

Juan Espina y Capo: Espirna

El despacho del Presidente de la AEPE es como la cueva de Alíbaba, una cámara repleta de tesoros. Ahí se encuentran un gran número de obras de todos los grandes maestros que han formado las diferentes Juntas Directivas de la Asociación, desde su fundación en 1910. Como Bernardino de Pantorba, Fernando de Marta o Emilio Pina Lupiáñez, entre otros muchos.

Pero en este caso nos vamos a centrar en un pequeño grabado de Juan Espina y Capo (1848- 1933), pintor y grabador español, que fue el Secretario General de la Asociación Española de Pintores y Escultores (desde el año 1917 hasta el 1920).

El hijo del escritor vanguardista Pedro Espina Martínez, viajó siendo él muy joven a París, concretamente en el año 1863, a la edad de 15 años. A la vuelta de éste temprano viaje, ingresó en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, como discípulo del paisajista belga Carlos Haes. Años más tarde fue becado durante tres años por la Academia de España en Roma. Y antes de volver a España, pasó una temporada en la ciudad que visitó siendo todavía un niño, París.

A lo largo de su carrera profesional, recibió un gran número de reconocimientos, como la tercera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1881, y la segunda medalla en la misma exposición en las ediciones celebradas en 1884 y 1895. También participó en exposiciones internacionales como la Exposición Internacional de Berlín en 1866, en Viena en 1892 y en Chicago en 1893. Además, fue el representante de España en las Exposiciones de Suecia y Noruega en el año 1890. Es importante mencionar, que fue quien impulsó y organizó el Primer Salón de Otoño, uno de los certámenes más antiguos y prestigiosos de nuestro país, que a día de hoy lo sigue realizando la AEPE cada año, con el mismo objetivo, ganas e ilusión con el que lo hicieron antaño.

Pero, a pesar de ganar un gran número de reconocimientos tanto en el campo de la pintura como en otros, sobre todo, destacó como grabador, campo en el que en 1926 recibió el máximo galardón, en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1926.

En esta pequeña obra (grabado 10,5 por 13 cm, y papel 21 por 26 cm) de esta importante figura artística, aparece representado un paisaje, temática en la que se especializó, siguiendo las directrices de la Escuela de Barbizon, formada por un conjunto de pintores franceses reunidos en torno al pueblo de Barbizon (Francia), que no solo crearon una tendencia artística, sino que también trabajaron el orden social de este mismo pueblo (esta escuela estuvo activa durante los años 1830 y 1870 aproximadamente) y de Carlos Haes, paisajista belga del que fue discípulo.

Se trata de un paisaje campestre, en el que entre la frondosa vegetación alrededor de un río que casi divide la composición en dos, se aprecian dos figuras. Una de ellas, la que se encuentra en la parte derecha de la composición, está mucho más definida que la del lado izquierdo. Pero no lo suficiente como para poder identificar con certeza de lo que se trata. Por la perspectiva, lo más lógico sería decir que se trata de una construcción, una edificación situada a lo lejos del bosque. ¿Pero porque esta construcción se repite, un poco más difuminada en el margen izquierdo de la obra?

En esta ocasión, el título de la obra Espirna, no nos ayuda lo suficiente como para poder resolver el acertijo. Por lo que sí que da pie a echar a volar nuestra inventiva.

¿Quién no conoce al italiano Sandro Boticelli (1445-1510) y su obra Escenas de La Historia de Nastagio degli Onesti que alberga el Museo del Prado? Pues en cierta manera me recuerda a estas escenas, y ¿en qué sentido? Boticelli, en un mismo cuadro representó diferentes escenas, como si fuera un comic.

Pues bien, en ese aspecto es en lo que me recuerda esta obra de Juan Espina y Capo, en utilizar una obra para representar diferentes escenas.  Lo más interesante es como, a través de esta obra que fácilmente se reconoce que es un paisaje, introduciendo estos dos elementos, se da pie a la especulación.

Es lo más fascinante del arte, que a pesar de que la obra sea cien por cien figurativa, vemos reflejados aspectos nuestros, tanto de nuestra inventiva como de nuestra vida cotidiana.

juan espina

Manuel Gracia García: Tach/139

Hace ya más de un año desde que esta obra fue anunciada como el cartel del 82 Salón de Otoño. Saben ya a que obra me refiero, ¿verdad? Se trata de la pintura de Manuel Gracia titulada Tach/139, hecha con óleo y acrílico sobre lienzo.

Éste es un madrileño cuyos planteamientos artísticos se comprenden en un espacio íntimo, donde interactúan la emoción, la musicalidad, el análisis y la reflexión. En la actualidad su trabajo se centra en tres series diferentes: la denominada “Ambient” (un estudio ligado a lo ambiental cinestético a través de la línea, la cual no determinada nada), “Geo” (obras en las que se deja a la vista la huella del proceso, bajo unas estructuras geometrizantes), y las conocidas como “Logos” (en esta serie se adentran el orden natural y el orden humano como dicotomías destinadas a convivir).

Esta pieza sobre la que vamos a hablar, es una de las selectas obras que presiden una de las salas de la AEPE, concretamente la sala donde se desarrollan los talleres. Se trata de una creación a primera vista minimalista, que únicamente consta de un único plano, en el que como protagonistas hay 6 figuras, alargadas como palos, y todas ellas en la parte superior tienen una especie de corte, como si de 6 rostros se trataran y esos cortes fueran la barbilla.

Todas las siluetas están situadas de mayor a menor tamaño (las del lado derecho son mayores que las del izquierdo), bien pudiendo ser por la perspectiva o porqué simplemente se tratan de una serie de figuras dispuestas de mayor a menor tamaño, sobre un fondo simplificado, en lo que parece haber un cielo blanco y la tierra, de color marrón.

Obviamente, esta obra está dentro de las diferentes series que aborda el artista. Pero muchas veces, también es interesante saber lo que a cada persona le inspira, o le dice una pieza, ya que cada uno ve las cosas con diferentes ojos.

¿Recuerdan la película Rapa Nui? Una película de 1994, cuya trama se basa en las leyendas de la Isla de Pascua o Rapa Nui (tal y como las llaman en su idioma original), en Chile. En concreto se refiere a uno de sus mitos conocido como “carrera por el huevo del manu tara” o Tangata Manu. Pues bien, la forma de las 6 protagonistas de la obra de Manuel Gracia, recuerdan a los Moái, las esculturas monolíticas localizadas en esa isla chilena, y que no solo son protagonistas de la película, sino también uno de los principales atractivos indiscutibles de ese país.

La posición y tratamiento de las protagonistas de la obra, son unos aspectos importantes, y por los cuales posiblemente se relacionen con estas esculturas Moái.

En un primer lugar, la colocación de estas siluetas transmite protección, están vigilantes de cualquier peligro; tal y como las famosas esculturas chilenas hacían.

Por otro lado, la ejecución de la obra está hecha con espátula, de tal manera que hay zonas más empastadas que otras y los colores no llegan a estar mezclados
por completo. Podría decirse que, esta ejecución le da un aspecto más “rocoso”, de escultura de piedra que pase lo que pase va a estar ahí, como los Moái.

Pero… ¿Y si en realidad las figuras de la obra de Manuel Gracia no estuvieran protegiendo al espectador? ¿Y si en realidad fuera una alegoría al artista? La carrera de los artistas es una carrera constante y muy dura, en la que estos deben de estar siempre al pie del cañón, pase lo que pase, firmes, y siempre al día de todo.  Este largo trayecto hace que los artistas se conviertan en rocas, que han sufrido un sinfín de golpes, tormentas, y demás factores tanto naturales como humanos que pueden crear diferentes deterioros, como abrasiones, cavernas o corrosiones entre otros.

En muchas ocasiones, lo interesante del arte no es la técnica con la que se ha llevado a cabo o los materiales que se han usado para llevarla a cabo, sino que ideas nos inspiran o transmiten.

Y a ustedes… ¿qué les transmite?

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Enrique Rodríguez García: Silencio equivocado

Otro año más, se ha celebrado a comienzos de noviembre, en concreto el día 4 de noviembre, el conocido Salón de Otoño, evento oficiado en España a lo largo de 83 ediciones. Pero no es solo una costumbre de nuestro país, el resto de naciones europeas también lo celebran. De hecho, esta iniciativa fue creada en Francia el 31 de octubre de 1903 en el Petit Palais, de la mano del arquitecto y crítico de arte belga Frantz Jourdain (1847-1935), contando con la ayuda de artistas de la talla de Henri Matisse (1869-1954), Georges Rouault (1871-1958), Pierre Bonnard (1867-1947) o Albert Marquet (1875-1947), entre otros. Los objetivos que perseguían a través del Salón de Otoño eran dos: ofrecer salidas a los jóvenes artistas y descubrir las tendencias artísticas del momento.

A día de hoy, gracias a la Asociación Española de Pintores y Escultores, entidad organizadora del Salón de Otoño, ha conseguido que no se pierdan los ancestrales principios de este evento artístico. Para ello, la AEPE se ha valido de la noble colaboración de la Fundación Maxam, empresa patrocinadora del proyecto. Ambos, han conseguido reunir a un jurado inmejorable, que ha hecho que no se pierdan los principios por los cuales nació el Salón de Otoño. Éste estaba formado por artistas de la talla de Alejandro Aguilar Soria, Eduardo Naranjo, Julio López, Rafael Canogar y Evaristo Guerra, así como por el crítico de arte Javier Rubio Nomblot, el Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte Tomás Paredes, y por José Vicente Moreno Hunt, en representación de la Fundación Maxam. Todos los miembros del jurado estuvieron acompañados por el Presidente de la AEPE, José Gabriel Astudillo López, y la Secretaria General de la misma, Mª Dolores Barreda Pérez, ambos con voz, pero sin voto, y siempre en representación de la AEPE.

Tras muchos debates, el jurado decidió otorgar el Premio El Corte Inglés y la Medalla de Pintura “Eduardo Chicharro” de la Asociación Española de Pintores y Escultores a Enrique Rodríguez García, conocido artísticamente por el seudónimo Guzpeña.

Este artista natural del Prado de la Guzpeña, cuyo seudónimo hace honor a este pequeño pueblo situado en las estribaciones de la Cordillera Cantábrica, en el norte de la provincia de León, presentó a la 83 edición del Salón de Otoño, su obra titulada Silencio equivocado (162 x 162 cm). Este acrílico sobre lienzo, se basa en la tradición leonesa de los ramos y los mayos. El ramo leonés es un elemento decorativo que consta de una estructura de madera en la que colocan diferentes ofrendas de colores muy vivos, como cintas, lazos, o hilos, entre otros. El árbol de madera que compone el cuerpo del ramo, puede adoptar diferentes formas (triangular, circular, cuadrada, etc.).  Esta gran variedad de ramos, en cuanto a geometría estructural u ornamentación ha dado lugar a múltiples variantes. A día de hoy, no se puede precisar con total exactitud el origen del ramo, pero está aceptado que se trata de una tradición  ancestral,  anterior  a  los  romanos

Estos  ramos  y  mayos estaban ligados a la naturaleza y a los bosques, y servían de ofrenda a los dioses, para propiciar la fertilidad. Estos rituales se llevaban a cabo en el solsticio de invierno, con el aumento de la duración de los días, o bien con la llegada de la primavera. A través de estos instrumentos con los cuales se atraían a los espíritus benefactores que se cobijan en el mundo vegetal para que la primavera sea propicia, el campo fértil y el año proporcione abundantes alimentos.

Curiosamente, con el paso del tiempo, esta tradición ancestral de decorar un árbol, una rama o conjunto de ellas fue absorbida por Roma y por el Cristianismo evolucionando poco a poco a la decoración navideña de adornar un pino de navidad.

El mayo y el ramo que nos muestra Enrique Rodríguez García, también conocido como Guzpeña, no es una distorsión de la forma real de los ramos típicos leoneses, sino una creación de nuevas formas, que, dado a su naturaleza ambigua, contienen conceptos abstractos. Es decir, son como las puertas a un mundo misterioso, que va más allá de lo visible. Toma como punto de partida una realidad que puede ser reconstruida; después, regenerada esa verdad, con la voluntad de ofrecer un objeto insólito, que puede tener una presencia ambigua y ser sometida a múltiples interpretaciones. Esta ambigüedad, se mueve entre la realidad y la ilusión creando una desemejanza que posee una vida diferente, un temperamento y una función distinta.

Tal y como es costumbre, el artista ha dejado plasmado su limpia, depurada y minuciosa técnica de trabajo, así como su gusto por las formas geométricas, a través de las cuales ha sido capaz de plasmar una música y una coreografía adaptada a su peculiar universo plástico. Podría decirse también, que la obra tiene un carácter teatral, es decir, los elementos geométricos y las organizaciones rítmicas parecen componer la escena de una función. Todo ello lo ha conseguido a través de un lenguaje plástico coherente y eficaz.

Para terminar, me gustaría dar la enhorabuena al artista por su galardón, y a la Asociación Española de Pintores y a la Fundación Maxam, porque eventos culturales de tanta importancia sigan presentes en nuestra agenda cultural. ¡Enhorabuena y a por la edición número 84!

diciembre-critica
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