Obras, artistas, socios, pequeñas historias…
Por Mª Dolores Barreda Pérez
Daniel Vázquez Díaz
VAZQUEZ DIAZ, Daniel P.E 1915 15.ene.1882 NERVA (Hu) SEVILLA/MADRID 17.mar.1969
Socio de Honor
Autorretrato
Daniel Vázquez Díaz nació el 15 de enero de 1882 en Nerva, Huelva, denominada por aquellas fechas como Aldea de Río Tinto, en el seno de una familia acomodada.
Sus padres fueron Daniel Vázquez y Jacoba Díaz Núñez y pronto lo enviaron a estudiar a Sevilla, a los salesianos, donde descubrirá el Museo de Bellas Artes y las obras de Zurbarán y El Greco, que influirán en su obra.
Distintas fotografías del artista
Hacia 1897 ya se conocen algunas de sus obras y en 1899 vende su primer cuadro. Amigo de Eugenio Hermoso, con quien después coincidirá en Madrid.
En Sevilla realizará la carrera de comercio, graduándose en 1902 como profesor mercantil.
En 1903 se traslada a Madrid, donde comienza a copiar en el Museo del Prado y entraba amistad con Ricardo Baroja, su hermano Pío, Juan Ramón Jiménez…
En 1904 presentará cuatro obras a la Exposición Nacional de Bellas Artes, recibiendo una Mención de Honor.
Dos años más tarde descubrió el paisaje vasco, exponiendo en el Salón del Pueblo Español de San Sebastián.
Participó también en el Salón de Independientes de París y en 1908 logró hacer una muestra en la Galería Rue Trouche, junto a Picasso, al que conoció gracias a Paco Durrio, manteniendo desde entonces una estrecha relación.
Expuso después en Sevilla, junto a Picasso, Juan Gris, y a Antoine Bourdelle, que le inicia en la técnica de pintura al fresco.
En 1911, contraerá matrimonio con Eva Preetsman Aggerholm, escultora danesa que se convertirá en su musa y en la protagonista de muchas de sus obras. Al año siguiente nacerá su hijo Rafael.
El círculo de amistades se amplía cada vez más con intelectuales de la talla de Rubén Darío, Manuel Machado o Amado Nervo.
En 1914 vuelve a París, donde permanecerá durante nueve años, relacionándose con Modigliani. Allí encontró en el cubismo su medio ideal de expresión. Evitando la Primera Guerra Mundial, se traslada a Fuenterrabía, junto al río Bidasoa, reflejando en sus obras una luz y ambientes vascos desde la óptica impresionista descubierta en París.
En 1918 expuso en el Salón Lacoste de Madrid, cosechando duras críticas y siendo acusado de “extranjero” pero aclamado por vanguardistas y renovadores como Azorín, García Lorca, Unamuno y Eugenio D’Ors.
En la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1920 obtiene la Tercera Medalla de Grabado, comenzando un período de éxito que le llevará a exponer en Bilbao, Portugal, Barcelona, Francia e Inglaterra.
En 1925 participa en la Exposición Nacional de pintura de Pittsburgh junto a Zuloaga, Álvarez de Sotomayor, los Zubiaurre y Picasso que también se llevó a Cleveland y después a Chicago.
En el periodo de entreguerras ejerce de profesor en la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid, contando entre sus alumnos con Dalí, Jorge Gallardo o Modesto Ciruelos.
En 1925 acepta la dirección de la Residencia de Artista de Fuenterrabía, en San Sebastián, participando además en la Exposición Internacional de Venecia.
En 1927 expone en el Museo de Arte Moderno de Madrid, en una muestra visitada por el rey Alfonso XIII con la que cosechó otro gran éxito.
Catedrático de dibujo del Instituto Cervantes de Madrid, en 1932 participó en la Exposición de Arte Español de Copenhague, junto a su mujer.
La guerra civil la pasó en Madrid y tras la contienda, realizó una exposición de dibujos y bocetos del Poema del Descubrimiento en Portugal y en la Bienal de Venecia.
Continuó con su magisterio con alumnos como Canogar, José Caballero, Juan Manuel Díaz-Caneja, Cristino de Vera e Ibarrola, fundando en 1948 la Escuela de Paisajes en la Universidad Hispanoamericana.
Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 1949, y catedrático de pintura mural en dicha Escuela, plenamente reconocido como artista consagrado, los frescos de La Rábida le valieron el prestigio internacional.
En 1959 falleció su esposa.
Retrato de los hermanos Baroja
Rubén Darío vestido de monje
En 1962 expuso en la Sala Quixote y realizó su último cuadro.
Falleció el 17 de marzo de 1969 en Madrid.
Su obra se encuentra repartida por todo el mundo.
Tras su muerte, fue objeto de importantes exposiciones retrospectivas en distintas pinacotecas, aunque gran parte de su obra se encuentra en el Centro de Arte Moderno y Contemporáneo “Daniel Vázquez Díaz” de su localidad natal, así como en el Museo Provincial de Huelva.
Encuadrado en los movimientos cubista y neocubista, sus retratos inmortalizaron a las grandes personalidades de su época en la serie que denominó “Hombres de mi tiempo”, con figuras como Picasso, Juan Ramón Jiménez, Ricardo Baroja, Unamuno, Alfonso XIII, Ortega y Gasset, Juan de la Cierva, Gómez de la Serna, el Conde de Romanones, Rubén Darío… hasta llegar casi al centenar de obras. Célebres también fueron sus cuadros de temática taurina, como los realizados a los toreros El Litri, Juan Belmonte y muchas otras escenas que conforman una excelente galería gráfica de la España intelectual del momento.
Distintos retratos
Su obra más considerada son los frescos del Monasterio de La Rábida, en Palos de la Frontera, donde realizó una alegoría de carácter personal del descubrimiento de América, en un retrato idílico de los hombres de la tierra en el siglo XV y los paisajes protagonistas durante la epopeya descubridora.
Realizados con la ayuda de su hijo Rafael, el propio Alfonso XIII abanderó un proyecto que la sociedad civil de la tierra acogió con entusiasmo por acoger una obra universal e inmortal.
Para muchos investigadores, Vázquez Díaz consigue con esta obra fundir los frescos bajo medievales con el Renacimiento, en una obra que resultó ser de “estética nacional” artística para el tiempo en que se hicieron. La obra le valió al autor el sobrenombre de “Pintor de la hispanidad”.
Distintas imágenes de los frescos de La Rábida
Medalla de Oro en la Exposición Internacional de París de 1925, Primera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934, Medalla de Oro de Versalles, Medalla de Oro de Bellas Artes, Medalla de Honor de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1954, Socio de Honor de la Asociación Española de Pintores y Escultores, Premio de Honor de la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte Contemporáneo de Madrid de 1951, Premio de Honor de la Tercera Bienal Hispanoamericana de Arte de Barcelona de 1955, Gran Premio de Grabado en la Exposición de Arte de Barcelona.
Hijo Adoptivo de Fuenterrabía, de Madrid, Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, Hijo Predilecto de la provincia de Huelva, Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, Vicepresidente del Patronato del Museo del Prado.
Rafael Botí Gaitán y Rafael Botí Torres han sido los principales difusores de la obra y magisterio de Daniel Vázquez Díaz en todo el mundo.
Rafael Botí Gaitán fue su primer discípulo cordobés, creándose entre ambos un vínculo de hermandad que se mantuvo a lo largo de toda su vida.
Rafael Botí Torres es posiblemente, el mayor coleccionista vivo de la obra de Vázquez Díaz. De hecho, ha realizado una excelente donación al pueblo de Nerva, a través del museo, de todas las obras de Vázquez Díaz relacionadas con el Poema del Descubrimiento. Se trata de la colección más importante que obra en su poder, conseguida con paciencia, dedicación y pasión a lo largo de toda la vida.
Y hablar con Rafael Botí es confirmar el inmenso amor que profesa a aún por don Daniel, como él le sigue llamando.
Daniel Vázquez Díaz y la AEPE
Socio de Honor
Ha participado en las siguientes ediciones del Salón de Otoño:
I Salón de Otoño de 1920: Cartujo, Madre y Estudios para el retrato de Unamuno
II Salón de Otoño de 1921: Proyecto mural y Mujer
XV Salón de Otoño de 1935: Casita de Pierre Loti en el Bidasoa, Frascuelo, Vitrina de la calle del Prado, Lagartijo y El poeta Dalmar
XX Salón de Otoño de 1946: Playa, Las cuadrillas de Lagartijo, Frascuelo y Mazantini, El Padre Sancho y Retrato del doctor Reinaldo do Santos
XXV Salón de Otoño de 1952: Retrato de Pío Baroja, Retrato del poeta Augusto Dalmar
50 Salón de Otoño de 1983: Retrato del doctor Silva
Jurado del III Salón de Otoño de 1922
De las numerosas referencias que de él encontramos en la Gaceta de Bellas Artes, destacaremos algunos párrafos de la crónica que desde Portugal, remitió Norberto de Araujo, del Diario de Lisboa, publicada en nuestra Gaceta del 15 de mayo de 1923, con motivo de la exposición de pintura y dibujos que el artista realizó en el país vecino:
“Vázquez Díaz tiene un nombre significado en el arte español. Su exposición, que hoy abre en la /llustragao Portuguesa, es, para nosotros los portugueses, una revelación de su extraño temperamento y del vigor de su manera, toda ella de un «modernismo regresivo»—más adelante justificaré la expresión—y de una extravagancia coherente con la belleza y con la unidad de su proceso. Esta unidad es la mayor cualidad de sus cuadros.
Vázquez Díaz, cuyo sentido del color y de los colores es pasado por una nada vulgar patine subjetiva, presenta cinco grandes telas, algunas de las cuales dan la impresión de frescos, y en las que el pintor ostenta notables cualidades decorativas sensacionalistas, no dejando de transmitir la emoción, no tanto por la técnica, que es segura, sino por el sentimiento, que es profundo y acusa un alma dentro del artista. Hallamos así, que Vázquez Díaz no aparece apenas como un manejador de pinceles hábil en los efectos y equilibrado en los procesos. Vázquez Díaz pone en cada tela y en cada dibujo una intención, y del fondo de los grupos y de las composiciones surge alguna nota: la meditación, el misticismo, el sentimiento regional, el molde de un alma, alguna cosa superior e intuitiva.
Objetivamente, su tela «El monje», profunda y sensitiva, es la mejor. Brota el sentimiento de ella como un fraile que abriese una puerta y saliese de su meditación, en la Cartuja, de su alma torturada. «La familia» es una composición de extraño vigor y delicada interpretación; pero nos agrada menos porque su carácter decorativo, o como tal le tomamos, nos dispone menos entusiásticamente.
La tela, ejecutada con colores vibrantes, de armónico conjunto, que figura la mujer con su criatura, es ciertamente irritante. Pero nada más bello, más fuerte, mejor afirmación de un pintor digno de tal nombre, que la cabeza de la pequeñita, verdadero milagro conseguido con tres pin- celadas inspiradas, donde hay unos ojos que se mueven y sonríen; ojos que parecen arrancados a una tabla primitiva, ingenua y valiosísima, donde va todo el resumen del esfuerzo evolutivo anterior al Renacimiento. Esa tela, indudablemente me- nos emocionante y grave que «El fraile» y «La familia», sólo por el detalle cita- do es una manifestación del innegable valor de este artista.
De lo dicho, y de la contemplación de sus dibujos, que son de fuerte y voluptuosa intención, casi histriónica, escultórica, como modelados en barro, hicimos esta observación: el equilibrado modernismo de este pintor se encuentra, en cierto grado de ejecución, por milagro y coherentemente, con aquel espíritu emotivo y primitivo a que impropiamente hemos llamado “regresivo», y que no es sino la prueba de que en arte la belleza es sólo una y la misma, tanto la que vive en las prime- ras tablas de los pintores de retablos sacros, en las inocentes tablas de la Virgen y de los niños, en los ojos ras- gados y bíblicos de las mujeres en oración, como la que puede estar en los alucinadores grupos de los creadores de sensaciones por el color, por lo imprevisto, por lo geométrico, por la originalidad nacida de la voluntad dignísima.
Vázquez Díaz, cuyo modernismo, por ventura, no está inspirado en un superficial primitivismo—su mayor elogio—, presenta también algunas postales que reproducen algunos de sus cuadros más conocidos, entre ellos «Dolor» (la muerte del torero) y «Los ídolos», que sin dar una impresión exacta del color, dan una idea clara de las grandes cualidades de composición y sentimiento, de realidad y de emoción, que hacen de Vázquez Díaz uno de los más interesantes pintores de la España actual.
Nos falta espacio para hablar uno por uno de su aguafuertes y dibujos; mas como quisimos sólo hacer resaltar el merecimiento nada corriente de este artista, invitamos a los gustadores del buen arte a subir a la /lustragao Portuguesa, donde es patente algo nada vulgar y que conforta el espíritu”.
El artista fotografiado cuando pintaba los frescos de La Rábida
Placa homenaje y recuerdo al artista situada en la Calle María de Molina, 66 de Madrid, obra de Vassallo