AÑO MUÑOZ DEGRAÍN: En el centenario de su nacimiento

Por Enrique Carlos Fernández Barrado

Graduado en Historia del Arte

La sinceridad en el arte según el pintor Antonio Muñoz Degraín

 

El 19 de febrero de 1899 ingresaba en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, como académico, el pintor Antonio Muñoz Degraín, ocupando la vacante que dejó el artista Vicente Palmaroli tras su fallecimiento en 1896. El discurso leído en su recepción pública, conciso pero contundente en sus afirmaciones -en consonancia con su carácter sencillo y franco-, nos permite acercarnos a ciertos aspectos que condicionaron su manera de concebir el arte.

A la altura del año 1899, Muñoz Degraín había conseguido importantes distinciones y triunfos, siendo dos de los más señalados, los primeros puestos en las Exposiciones Nacionales con los cuadros: Otelo y Desdémona y Los amantes de Teruel, en los años 1881 y 1884, respectivamente. Ambas obras se enmarcan dentro de lo que se ha venido conociendo como pintura de historia. No obstante, el paisaje fue la dimensión pictórica más grata para el pintor valenciano. Amós Salvador y Rodrigáñez comentaba su amor al natural, aunque no todo lo natural tuviera porqué ser bello, según la propia creencia de Muñoz Degraín. Sin embargo, en su discurso de ingreso deja claro que es la “Naturaleza” el origen de las artes, incluso de la más etérea y espiritual, como lo consideró con respecto a la música. Y esa mirada puesta en la Naturaleza se produce en el ámbito artístico, en comunión con la sinceridad. Esto dio como resultado, para nuestro pintor, la comprensión de la obra de arte como una representación de lo esencial de la Naturaleza, en la que el artista, identificado con ella, es capaz de reproducir la sensación experimentada con verdad tan variada como el manantial de donde nace.

 

Por tanto, hasta ahora, lo que tenemos es el reconocimiento de la Naturaleza como arjé o principio, de la que -como diría Bécquer- es vaso el poeta. Por otro lado, el reconocimiento sincero de la sensación individual del propio artista, como hacedora de la obra, implica asumir la propia subjetividad del individuo. Cuestión que me hace recordar las famosas palabras de Santo Tomás, recipitur ad modum recipientis recipitur; es decir, todo lo que se recibe se recibe al modo de receptor. Sin embargo, miradas hay muchas, tantas como observadores. De ahí la importancia de la sinceridad, que implica voluntad y compromiso del artista para observar y estudiar aquello que es capaz de sentir, en aras de una provechosa transmisión para quien contempla la obra de arte.

Con esta forma de concebir la creación artística, no es de extrañar el reproche que en su discurso le hizo a la fotografía, considerándola monótona e impersonal. Combatividad que no vino exclusivamente por parte de pintores y escultores del momento -basta ver la crítica que tiempo atrás realizó el propio poeta Charles Baudelaire, considerando que el lugar que había de ocupar la nueva tecnología era la de ser sirvienta de las ciencias y las artes. No podemos olvidar que, por entonces, surgió un movimiento en el mundo de la fotografía conocido como pictorialismo, que buscaba a través de sus composiciones asimilarse a la pintura. Destacados pictorialistas fueron Oscar Gustave Rejlander o Henry Peach Robinson, quien llegó a teorizar sobre esta particular forma de fotografía en libros como Pictorial Effect in Photography (1869) o Picture-making by Photography (1884).

Por otro lado, Antonio Muñoz Degraín condenó como funesta tendencia la de querer hacer del arte un instrumento que propague ideas y enseñanzas provechosas, dado que esta forma de proceder por mentes demasiado utilitaristas, como él mismo señalaba, iba en contra del propio sublime desinterés de la emoción estética. Esta forma de interpretar el arte le pone en conexión con la corriente romántica, que se caracterizó por la búsqueda de la autonomía del arte. Sin embargo, la aceptación de estas implicaciones deriva, en parte, de los planteamientos de Immanuel Kant, pues fue él quien en 1790 ya defendió que para poder apreciar estéticamente un objeto debía darse una actitud no egoísta ni interesada. Y esa gratuidad por parte de quien mira, genera a su vez un placer que aunque es subjetivo, puede ser compartido de forma universal. Esta manera particular es la que consideró Muñoz Degraín que podía ser docente y transmisora de verdades, sin pretender decir razones -tal y como señaló Jesús de Garay con respecto a la multiplicidad de formas de lenguaje en las que habita la verdad. Esta particularidad del arte, entre otras muchas formas de comunicación, incide en lo experiencial, no en lo experimental. De ahí que nuestro pintor tome distancias con las ciencias y proclame la singularidad del arte cuando se aúnan en él Naturaleza, técnica y, sobre todo, sinceridad.

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