El arte «progre»

Mª Dolores Barreda Pérez

Secretaria General

Secretaria Perpetua de la AEPE

 

Leo declaraciones del Ministro de Cultura. Hay que digerirlas.

Leo la concesión de las Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2023. Hay que analizarlas. Concedidas a 37 personalidades y entidades de la cultura. Me reafirmo. ¿Por qué lo llaman Bellas Artes entonces? (http://apintoresyescultores.es/por-que-lo-llaman-bellas-artes-cuando-quieren-decir-cultura/)

Las Bellas Artes tradicionales son siete: Arquitectura, Danza, Escultura, Música, Pintura, Literatura y Teatro. Los añadidos modernos incluyen el Cine, la Fotografía, el Cómic, los Videojuegos, el Origami, el Dibujo y la Ilustración, además del Diorama.

Veo los galardonados:  1 Vidriero; 7 fundaciones e instituciones varias; 6 directores de cine, de fotografía, guionistas y productores; 1 periodista; 1 coleccionista de arte; 1 museo; 2 abogados; 4 actores; 1 payaso; 1 compositor y director de orquesta; 1 modisto; 1 bailarín; 1 escritor; 1 dramaturgo; 1 iluminador de escena; 1 bibliotecario; 1 historietista; 1 revista; 1 festival de teatro; 1 empresa de efectos visuales ; 1 bailarina; 1 cantante.

TOTAL: 37 Medallas de Bellas Artes. ¿De Todas las Bellas Artes? Pues está claro que no. ¿Qué es lo que nos falta? Pues lo de siempre, un escultor y un pintor. Esta vez, además un arquitecto, quizás también un cocinero… Pero en fin, es que no había ninguno a mano y no recordaban ningún nombre, pero vamos, que tampoco pasa nada, total…

El asesor de turno, perdón, los 503 asesores de turno, no han encontrado esta vez a un artista multidisciplinar del transformismo y las nuevas tecnologías, el feminismo y la memoria del reciclaje y la ecología, así como de los procesos de exclusión y precariedad, como fue el último Premio Velázquez.

Lástima de arte… no han sido capaces de encontrarlo, ya digo. Eso sí, paridad total que no falte, pero si no hay pintores y escultores, pues no pasa nada.

Muchas de las categorías de estos galardonados tienen unos importantísimos premios propios que además de ser de sobra conocidos, se entregan en fastuosas galas –no es magia, son tus impuestos, que diría un tiktokero- que pagamos todos los españoles.

A su vez, leemos que el número de visitantes a museos ha crecido espectacularmente. Me pregunto, ¿a quién o qué han ido a ver? Pues resulta que a ver obras de pintores y escultores. Vaya por Dios, qué contradicción más grande. Premiamos todo lo que se mueve por ahí menos a los pintores y escultores, pero el turismo cultural y artístico, ese que ha crecido (me niego a decir eso de exponencialmente) más, se basa en ellos.

Pasada la navidad, recorriendo el Parque del Retiro en paseos deliciosos en los que contemplar la riqueza de esculturas de nuestros maravillosos artistas, la gran mayoría socios de la AEPE, llego al Palacio de Velázquez y sin esperas ni apretones, decido entrar a ver qué exposición hay en estos días.

1.670 metros cuadrados me reciben y veo una larga fila de visitantes haciendo cola. Claro -pienso yo- no estaban fuera y la cola empieza aquí. Pero resulta que no, que esa cola es para acceder al wc, que lo que pasa es que los paseantes encuentran allí un desahogo a su incontinencia y no les importa esperar para usar los baños.

La visita a la exposición es libre y está, además… desierta. Paredes blancas, inmaculadas, lisas, vacías. Paneles que separan espacios en los que hay apoyados algún que otro peluche de gran tamaño. Sólo del techo cuelgan unos grandes lienzos de tela de colores rojo, amarillo y morado que no llegan hasta el suelo. Un poco más allá, una caja gigante vacía de madera, de color blanca, sin nada dentro; una esfera blanca también de madera de gran tamaño… y nada más.

En dos esquinas, usando los paneles como monitor, se proyectan unas escenas ante cuatro sillas plegables de madera. Algunas personas que están esperando entrar al baño las usan para aliviar el cansancio del paseo.

 

Poco más. La cara de interrogación que muestro preocupa a mis acompañantes. Perdonar –mascullo- es que no sé qué estamos viendo. Cojo un folleto publicitario y leo que se trata de una instalación-exposición que convierte al Palacio de Velázquez en un teatro inmersivo. Acabáramos!!!!!!!

Ah, y me dicen que es gratis, eso sí. Pues no se hable más. Es que como vengo diciendo desde hace ya mucho tiempo, no entiendo de arte y no puedo “saborear” como debiera este triunfo artístico…

Desconcertada, tomo la salida, repleta de paseantes que van saliendo del wc. Espero a ver si consigo oír sus comentarios. Mudos, salen todos de allí sin cruzar palabra. Así que me acerco a una pareja joven y les pregunto qué les ha parecido. Y ponen la misma cara de interrogación que yo.

Son jóvenes y parecen preparados. Ninguno quiere empezar a hablar para no quedar “retratados”. Tímidamente dicen que en realidad no han entendido la exposición, pero que ellos prefieren el arte que pueden apreciar a simple vista, y me recomiendan que visite el Museo del Prado, que allí sí que hay “mucho arte”.

Respiro aliviada. No soy la única que se ha quedado a cuadros. Un poco más allá vuelvo a preguntar a una familia. Les he puesto en un compromiso, la verdad. Tener que explicar lo que han visto ante dos chiquillos, les cuesta. En realidad –dice el hombre- debe ser algo moderno, pero no alcanzamos a entenderlo, ya sabes, estas cosas que se hacen ahora”…

Una verdadera lástima. Un despropósito total. Yo no quiero quitarle mérito al “artista” que ha ideado esa exposición-instalación, que le habrá costado lo suyo, sobre todo en ganarse el majestuoso espacio del Palacio de Velázquez a través de… vete tú a saber cómo… he llegado a un punto en que me cuesta hasta imaginarlo.

Pienso únicamente en la cantidad de cuadros, de pinturas y esculturas, que podrían exhibirse en 1.670 metros cuadrados dignos, bien iluminados, con techos altos de lucernarios que crean un ambiente tan propicio al arte…

Con datos aún sin actualizar, leo que el alquiler del Palacio de Velázquez en el año 2017 costaba 12.024 euros por una hora. La exposición en cuestión ha durado desde el 1 de diciembre de 2023 al 10 de marzo de 2024; en horario de 10 a 18 h. Ha cerrado sus puertas los días 1 y 6 de enero, y los días 24 y 31 de diciembre, ha cerrado una hora antes.

Calculando… lo impensable: tres meses y pico son 790 horas de alquiler, a esos precios… estaríamos hablando de casi nueve millones y medio de euros.

En cuanto a lo allí “exhibido”, poco más puede decirse: el precio de las telas se llevaría la mayor parte del presupuesto de la muestra, los carriles donde van colgados, más una caja y una esfera de madera pintadas, los peluches y las cuatro sillas. Otra cosa ya serían las imágenes que se proyectaban, o película, el videoproyector y el sonido, aunque francamente creo que no tenían sonido. Pero vamos, una minucia comparado con los nueve millones y medio de euros del espacio.

Reviso las declaraciones del nuevo director del Museo Reina Sofía, del que depende el Palacio de Velázquez, un puesto de carácter político, pero que según él, reniega del arte político. Olvida quizás que su carrera nace, crece, se desarrolla y de momento se fija, en centros públicos, en los que ha sido nombrado por políticos, y cuya trayectoria se basa en lenguajes discursivos de la igualdad de género, argumentando que esa es la preocupación principal de la sociedad respecto al arte contemporáneo.

Eso es justo lo que yo pensé al salir de la expo-instalación, que menos mal que era de una mujer, porque la verdad, era lo que más me preocupaba de todo…

Como buen progresista, el nuevo director estima que hay que “reforzar la estructura administrativa del museo”. Es decir, más personal, más gasto público, más exposiciones de artistas actuales y retirar de las salas los hombres-artistas, en beneficio de las mujeres-artistas. Lo de reivindicar la presencia de artistas españoles en el Reina Sofía, incluir a grandísimos españoles, o al relegado Antonio López… si eso ya… de momento no toca.

Así que seguimos en la misma línea. Exposiciones conceptuales, discursivas y alejadas del público, que van a costar una pasta gansa pero con las que glorificar la modernidad del arte, lo progre del arte actual, a ojos vista de los progres no políticos actuales, con el que ir educando a la masa sobre las nuevas realidades del arte.

Auguro que tendremos muchas más muestras y exposiciones de artistas extranjeros como la del Palacio de Velázquez, eso sí, sin nada que objetar al ser de una mujer, porque vivimos en la era del arte progre, ese que Estanislao Giménez Corte define como la “exaltación de la política por el arte”, condenando así al “arte por el arte”, como un hecho simplemente estético.

Y es que para el arte progre, el ser humano, como animal político, no puede sino hacer política. Todo lo que hace “es” política. Pero el arte progre es incapaz de entender que alguien pudiese decidir que esa elección no sea “su” visión, postura, ideología- política.

De ahí que las Medallas al Mérito en las Bellas Artes tengan siempre una significación política tan evidente; de ahí que las exposiciones temporales que se realizan, tengan una interpretación tan rebuscada que impida al público descubrir el arte, el verdadero “arte por el arte” entendido este, como delicia y gozo y exaltación de la belleza.

Ortega y Gasset y su “deshumanización del arte” están más vigentes que nunca, con todas las actualizaciones que se le quiera incluir, al conceptuar la nueva estética como “arte para minorías, la evasión que no sabe asimilar el vulgo”, que es lo que impera en la vida artística y cultural actual.

Sin ninguna cabida ya para el clásico “Ars gratia artis”, entendido con el único y simple fin del enaltecimiento de la belleza. Nada más lejos de la realidad progre que vivimos.

Yo diría que todo es gracias a la incultura de la que presumimos… Y así nos va.

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