Enrique Rodríguez García: Silencio equivocado

Otro año más, se ha celebrado a comienzos de noviembre, en concreto el día 4 de noviembre, el conocido Salón de Otoño, evento oficiado en España a lo largo de 83 ediciones. Pero no es solo una costumbre de nuestro país, el resto de naciones europeas también lo celebran. De hecho, esta iniciativa fue creada en Francia el 31 de octubre de 1903 en el Petit Palais, de la mano del arquitecto y crítico de arte belga Frantz Jourdain (1847-1935), contando con la ayuda de artistas de la talla de Henri Matisse (1869-1954), Georges Rouault (1871-1958), Pierre Bonnard (1867-1947) o Albert Marquet (1875-1947), entre otros. Los objetivos que perseguían a través del Salón de Otoño eran dos: ofrecer salidas a los jóvenes artistas y descubrir las tendencias artísticas del momento.

A día de hoy, gracias a la Asociación Española de Pintores y Escultores, entidad organizadora del Salón de Otoño, ha conseguido que no se pierdan los ancestrales principios de este evento artístico. Para ello, la AEPE se ha valido de la noble colaboración de la Fundación Maxam, empresa patrocinadora del proyecto. Ambos, han conseguido reunir a un jurado inmejorable, que ha hecho que no se pierdan los principios por los cuales nació el Salón de Otoño. Éste estaba formado por artistas de la talla de Alejandro Aguilar Soria, Eduardo Naranjo, Julio López, Rafael Canogar y Evaristo Guerra, así como por el crítico de arte Javier Rubio Nomblot, el Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte Tomás Paredes, y por José Vicente Moreno Hunt, en representación de la Fundación Maxam. Todos los miembros del jurado estuvieron acompañados por el Presidente de la AEPE, José Gabriel Astudillo López, y la Secretaria General de la misma, Mª Dolores Barreda Pérez, ambos con voz, pero sin voto, y siempre en representación de la AEPE.

Tras muchos debates, el jurado decidió otorgar el Premio El Corte Inglés y la Medalla de Pintura “Eduardo Chicharro” de la Asociación Española de Pintores y Escultores a Enrique Rodríguez García, conocido artísticamente por el seudónimo Guzpeña.

Este artista natural del Prado de la Guzpeña, cuyo seudónimo hace honor a este pequeño pueblo situado en las estribaciones de la Cordillera Cantábrica, en el norte de la provincia de León, presentó a la 83 edición del Salón de Otoño, su obra titulada Silencio equivocado (162 x 162 cm). Este acrílico sobre lienzo, se basa en la tradición leonesa de los ramos y los mayos. El ramo leonés es un elemento decorativo que consta de una estructura de madera en la que colocan diferentes ofrendas de colores muy vivos, como cintas, lazos, o hilos, entre otros. El árbol de madera que compone el cuerpo del ramo, puede adoptar diferentes formas (triangular, circular, cuadrada, etc.).  Esta gran variedad de ramos, en cuanto a geometría estructural u ornamentación ha dado lugar a múltiples variantes. A día de hoy, no se puede precisar con total exactitud el origen del ramo, pero está aceptado que se trata de una tradición  ancestral,  anterior  a  los  romanos

Estos  ramos  y  mayos estaban ligados a la naturaleza y a los bosques, y servían de ofrenda a los dioses, para propiciar la fertilidad. Estos rituales se llevaban a cabo en el solsticio de invierno, con el aumento de la duración de los días, o bien con la llegada de la primavera. A través de estos instrumentos con los cuales se atraían a los espíritus benefactores que se cobijan en el mundo vegetal para que la primavera sea propicia, el campo fértil y el año proporcione abundantes alimentos.

Curiosamente, con el paso del tiempo, esta tradición ancestral de decorar un árbol, una rama o conjunto de ellas fue absorbida por Roma y por el Cristianismo evolucionando poco a poco a la decoración navideña de adornar un pino de navidad.

El mayo y el ramo que nos muestra Enrique Rodríguez García, también conocido como Guzpeña, no es una distorsión de la forma real de los ramos típicos leoneses, sino una creación de nuevas formas, que, dado a su naturaleza ambigua, contienen conceptos abstractos. Es decir, son como las puertas a un mundo misterioso, que va más allá de lo visible. Toma como punto de partida una realidad que puede ser reconstruida; después, regenerada esa verdad, con la voluntad de ofrecer un objeto insólito, que puede tener una presencia ambigua y ser sometida a múltiples interpretaciones. Esta ambigüedad, se mueve entre la realidad y la ilusión creando una desemejanza que posee una vida diferente, un temperamento y una función distinta.

Tal y como es costumbre, el artista ha dejado plasmado su limpia, depurada y minuciosa técnica de trabajo, así como su gusto por las formas geométricas, a través de las cuales ha sido capaz de plasmar una música y una coreografía adaptada a su peculiar universo plástico. Podría decirse también, que la obra tiene un carácter teatral, es decir, los elementos geométricos y las organizaciones rítmicas parecen componer la escena de una función. Todo ello lo ha conseguido a través de un lenguaje plástico coherente y eficaz.

Para terminar, me gustaría dar la enhorabuena al artista por su galardón, y a la Asociación Española de Pintores y a la Fundación Maxam, porque eventos culturales de tanta importancia sigan presentes en nuestra agenda cultural. ¡Enhorabuena y a por la edición número 84!

diciembre-critica
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