Firmas con sello de lujo. Tomás Paredes

 

El mundo de las citas

La suspicacia podría llevar a sospechar que es un marbete equívoco. No, nada que ver con el mundo rosa, ni el mercadeo erótico o el cotilleo de vulgares charlatanes. Refiero el mundo de la cita literaria, con el modernismo norteamericano al fondo, que tanto la practicó. Pareciera un asunto caprichoso, sólo libresco, ¡verán que no!

Cita es señalar un día, hora y lugar para un encuentro del tipo que sea. Ley o doctrina que se alega para probar a afirmar algo. En el ámbito académico, cita es inclusión de una idea ajena en un trabajo propio. Es lícito y se practica con ciertas exigencias, incluso legales, debería bastar la decencia intelectual. Es decir, si citamos una frase o idea de otro, hay que entrecomillar el texto, mencionar al autor y la fuente, o sea la obra donde se ubica esa sentencia.

A veces, puede hacerse de forma general y con elegancia como ejemplifica Borges en su poema “El Golem”:

                                        “Si (como afirma el griego en el Cratilo)

                                           El nombre es arquetipo de la cosa,

                                          En las letras de rosa está la rosa

                                          Y todo el Nilo en la palabra Nilo”

El griego es Platón y el Cratilo es el dialogo que escribe en el año 360 a. d. C. En el poema “Los dones”, repite cortesía: “Le fue dada la música invisible ….La erguida sangre del amor humano/ (la imagen es de un griego) le fue dada…”. Borges fue satírico, incisivo, sarcástico, nunca zafio ni descortés ni sandio ni azorero.

Ahora, con el corta y pega que facilita la tecnología digital, se ha pasado de la didáctica al gatuperio, de la elegancia a la mancebía, al abuso, cuando no al plagio. Algunos se escudan en la intertextualidad para imbricar largos párrafos ajenos y acabar escribiendo collages, que son de otro antes que de quién firma. No es baladí la tergiversación resultante del empleo de páginas con distinta orientación de la que esculpió su autor.

Ezra Pound

 

En el planeta del arte es un escándalo, los nuevos textos críticos se han convertido en un rosario de citas con los mismos nombres siempre, vengan o no a cuento: Benjamín, Derrida, Deleuze, Lacan, Foucault, Baudrillard, Barthes, Heidegger, Wittgenstein….¡Y si no los citas, adoleces de idoneidad, modernez, que no es lo mismo que modernismo.

El modernismo norteamericano surge entresiglos y reina en la primera mitad del XX. La gran nación emergente carecía de una tradición actualizada y algunos autores se comprometieron en crearla. Tenían a Whitman, Emerson, Emily Dickinson, pero eran el pasado. Entonces surgen los nombres de T.S. Eliot y Ezra Pound, que se marchan a Europa, en busca de esa tradición de la que carecían. Y en EE.UU. quedan: Wallace Stevens, Marianne Moore, William Carlos Williams, e. e. cummings, Mina Loy, inglesa.

El modernismo usamericano liberó la forma, se zafó de la rigidez de la rima y el metro; abogó por el versolibrismo, por el ritmo, por la cadencia, mas, perdió la estructura de la musicalidad. La música reposa sobre un entramado hecho de silencios y de sonidos, que no se ve, pero se percibe en la riqueza de sus registros, en cómo nos endulza el corazón y enciende el cerebro. La música no es una melopea monserguera, sino una sucesión de chispazos, que nos sacude el cuerpo, cuyas vibraciones rebelan los pálpitos de la sangre armonizando el ritmo de la vivencia y poniendo alas a la imaginación.

Conocemos el uso que de la cita hicieron Eliot, el venerado, y en modo casi peligroso Ezra Pound; peligroso, porque a veces corre el riesgo de mariposear, de no proponer presencia, con palabras en latín, chino, provenzal o toscano. Los especialistas caracterizan y critican a Marianne Moore por el uso de la cita -con Wallace Stevens, que también lo hizo, no se atreven-, sin valorar la claridad, la belleza y el aroma de permanencia de Miss Moore: “Amante de la distinción que/ no nace de la jactancia”-.

 

Marianne Moore

 

Excurso de los especialistas. Se define, se jerarquiza, se matiza en nombre de los especialistas. Un título que engloba a no se sabe quién ni cuántos, pero que tiene patente de corso para decidir y sentenciar. ¿Quiénes son los especialistas? ¿Críticos de una materia concreta, informadores sectoriales, profesores que viven de alargar la agonía de la reiteración de un asunto? En poesía no hay especialistas, hay personas que viven con ella, no de ella; hay amantes que sienten el fulgor del poema, zahoríes que saben dónde está el agua, aunque no se vea. ¿Especialistas? ¡Por favor, con nombre, apellido y lugar!

Ralph Waldo Emerson, el padre del trascendentalismo, pilar de la tradición americana, exclamaba: “Odio las citas. Dime lo que sabes”. Pero la cita no impide decir lo que sabemos, ni mejorarlo. La cita es un homenaje a su autor, la cortesía de resaltar una idea brillante. Una manera, no de aparentar erudición, ni de apabullar, sino de ofrecer una ventana por la que poder contemplar un paisaje maravilloso o importante, deslumbrante. Una cita no debe de ser una apropiación, sino un reconocimiento a quien la genera; un lujo para paladear o reconciliarse con la proceridad del espíritu.

 En la entrevista que le hizo Donald Hall a Marianne Moore, The París Review, invierno de 1961, preguntada por el abundante uso de las citas, responde Miss Moore: “Solo trataba de ser honesta y de no robar. Siempre he pensado que si algo se ha formulado de la mejor manera posible, ¿cómo vas a mejorarlo? Si yo quería decir algo y alguien lo había dicho ya impecablemente, yo me lo apropiaría, pero citando a su autor. Así de fácil. Si un autor te fascina, me parece que sería propio de una imaginación extraña y enfermiza no desear compartirlo. Alguien más podría leerlo, ¿no le parece?”.

 

W. Carlos Williams

 

Me parece. ¡Si quieres dar a conocer a un autor o un verso sin parangón que descubres en su poesía, ¡qué mejor que citarlo y difundirlo a los cuatro vientos! Es verdad que debemos dar nuestra opinión, no la ajena para encubrir la nuestra, pero una vez que la das, ¿dónde está el problema de festonearla con una hermosa idea que la potencie?

No citar por citar, no al pavoneo de ignorantes que creen ocultar sus carencias con plumas de otros. No a los trileros de la internet que sacan de contexto cualquier oración con la pretensión de lucirse. “Con las plumas de otro puedes adornarte, pero no puedes volar. Eso poca gente lo sabe, pero no lo ignoran los pájaros”, aforismo de Piedra para mi tiempo, 1919, del enorme poeta y filósofo rumano Lucian Blaga, 1895-1961.

Armando Villegas, el insigne y glorioso maestro peruano nacionalizado colombiano, hizo una pintura mágica con plumas de hechiceros y colores hechizados que nos deja en suspenso, conmocionados por la emoción poética de unas formas que se fundían en colores y unas cromías que eran música del misterio destilada en la alquitara humana, o arcangélica. ¿Por qué un pintor de tan alta categoría no está en nuestro ideario? Es algo que hay que preguntar a museos públicos, cono el Reina Sofía u otros, empeñados en rarezas y medianías porque sus mandamales lo creen exótico, excéntrico y rentable.

 

Maurice Maeterlinck

 

William Carlos Williams, tanto en In the American Grain como en Paterson usa citas, no ya cuantiosas, sino excesivas. La única disculpa, si es que la hay, es que estaba, cabe sus colegas, creando un lenguaje nuevo para un mundo nuevo, fijado en su realidad. No es el caso de nuestra actualidad que, de espaldas a la realidad, crea una ficción paralela y una retórica ocasional, que no puede perdurar porque no tiene fundamentos; prescinde de la emoción y se enfoca al oportunismo.

Los problemas que generan las citas están en la falta de lectura. Quien no lee una obra no debe citarla y menos reflejar algunas de sus partes sin tener idea del contexto general. Y eso en la era digital está al día, porque hay portales que reúnen frases de diferentes autores, sin mencionar la fuente, incluso erróneas o inventadas, que se utilizan sin contraste, sin pudor, sin decencia, sin clementica.

 

Lucian Blaga

 

La cita es elegancia; hacerla con precisión y rigor, exigencia de la decencia intelectual. ¿Dónde la decencia de quién se apropia de páginas de otros autores, aunque los nombre, para completar un texto propio? Algunos parafrasean ideas ajenas y para dar a entender que es suyo, se adornan del trabajo de otro, sin rubor. ¿Quién hace trabajo de campo ahora, como el que publica en esta Gaceta Mª Dolores Barreda, cada mes? ¿Quién va a los archivos, a las bibliotecas a buscar? Muy pocos, los hay, pero la mayoría, a la pantalla y lo que no aparece en la pantalla no existe para las nuevas generaciones.

¿Plagio? Cuando Maurice Maeterlinck publica La vida de las termitas, 1926, es acusado de plagio por el escritor sudafricano Eugène Marais, que había escrito Die Siel van der Mier, El alma de la hormiga. No llegó a esclarecerse nada, hay evidencias de páginas iguales. Plagiar es copiar una obra o parte de ella, una idea o una imagen, un delito contemplado en Derechos de Autor. ¿Cuándo se mira al espejo un plagiario, qué puede sentir? Acostumbrase a la mentira es la muerte de la decencia, el fin de la dignidad en las relaciones humanas. Los mentirosos compulsivos, al engañarse, no tienen sensación de la piltrafa que son. Pero, no les quepa duda, la basura siempre acaba en el estercolero.

 

Armando Villegas

 

Es muy habitual leer: ¡Como dijo Platón! ¿Dónde lo dijo, cuándo lo escribió, en qué página de qué libro de qué edición? La cita es lícita, aconsejable, útil, pero seamos dignos, decentes, didascálicos, oportunos, inteligentes, nobles. ¡Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios!, Mat. 22,21.

 

                                                                                                                    Tomás Paredes

                                                                                               Presidente H. de AICA Spain

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