El ser humano es inconformista por naturaleza, siempre queremos más. Esta característica es un arma de doble filo. Por un lado, nos incita a estar continuamente intentando superarnos a nosotros mismos. Pero también tiene un lado oscuro, como gran parte de las cosas de esta vida, que es la capacidad de no saber apreciar lo que ha evolucionado el ser humano en absolutamente todos los campos: científico, artístico, literario, etc. ¿Recordáis como localizabais a alguien antes de tener móvil? O, ¿recordáis cómo había que conecta un cable al ordenador y al teléfono fijo de casa para poder navegar por la red, y que esta virguería impedía que te pudieran llamar a casa?, o ¿recordáis las cámaras de usar y tirar, y el proceso de revelado, en el que no sabías con total certeza si saldrían todas las fotos, y si además saldrían sin moverse, sin velados, etc.?
Estos son algunos de los avances a los que me refiero, y como bien he dicho, ha pasado en todas y cada una de las diferentes ramas que el ser humano estudia en la antigüedad. El arte es una de ellas, y en cada una de las diferentes categorías artísticas se han dado pasos de gigante, pero siempre dejando una huella, la del hombre. El arte, a diferencia de la medicina o la ciencia, entre otras, las cuales intentan borrar la huella del hombre haciendo que el trabajo cada vez sea más impersonal; el arte, siempre deja constancia de que durante el proceso de creación de la obra siempre ha habido un proceso artesanal, el cual, dependiendo de la obra, puede ser más o menos visible o importante, pero siempre está ahí.
En una de las salas de la sede de la AEPE, pude ver una obra, que recordaba al espectador la antiquísima manera en la que se hacían los grabados. Se trata de una prueba de artistas hecha por la artista conocida como Gb Cotyr, cuyo nombre realmente es Carmen Ortiz de la Torre, una Socia de Honor de ésta antiquísima entidad. En este grabado sobre papel titulado El grabador, tal y como su nombre indica, la artista ha representado un grabador, pero no uno actual, sino uno de los de antaño, podría decirse que se trata de la edad media.
Lo que es interesante en esta obra es cómo la artista, mientras lo hacía ha reflexionado sobre cómo ha evolucionado esta técnica, desde tiempos inmemorables como la edad media, hasta nuestros días, y ha querido dejar constancia de ello, para que el espectador reflexione sobre ello, de la misma manera que lo ha hecho el autor. Son pocos los artistas que hacen este tipo de reflexiones.
En el aspecto técnico, también tiene características interesantes, como por ejemplo la exquisitez con la que está trabajada, es decir, el artista ha intentado, y lo ha conseguido, que la imagen sea lo más legible posible, y además la ha trabajado con un detallismo exquisito. Por ejemplo, a pesar de tratarse de una obra no muy grande, la plancha medía 20,5 x 16,6 cm, y el papel 44,4 x 38,6 cm, desde una cierta distancia, se aprecia el rostro de la persona que está trabajando en el grabado, y eso que se encuentra en un segundo plano, pero este no es el único detalle que se puede apreciar en la composición, en toda esta obra, se pueden ver un sinfín de detalles a la hora de representar el taller del artista que hacen de esta obra una pieza digna de mirar con total detalle, como por ejemplo la manera en la que el autor trabaja las luces y las sombras.
Por otro lado, cabría mencionar también, que incluso la firma que se encuentra en la esquina inferior derecha, dentro de la misma plancha del grabado, está ambientada en la edad media, es decir, Carmen Ortiz de la Torre ha escrito las iniciales I.A. con la letra típica de aquellos tiempos.
Pero sobre todo, es interesante, cómo la artista ha tenido presente la evolución de esta técnica artística, mostrando así al espectador que a pesar del desarrollo de este tipo de trabajos, su característica, y también la del arte, a pesar de lo mucho que las técnicas puedan evolucionar o no, es el contacto directo que tiene el artista con la obra, peculiaridad que otras muchas ciencias carecen.