Amparo Palacios de Escrivá

Por Mª Dolores Barreda Pérez

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LAS PRIMERAS ARTISTAS DE LA

ASOCIACION ESPAÑOLA DE PINTORES Y ESCULTORES

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Desde su fundación en 1910, y después de haber tratado en anteriores números a las Socias Fundadoras de la entidad, y las participantes en el primer Salón de Otoño, vamos a ir recuperando de la memoria colectiva, el nombre de las primeras socias que vinieron a formar parte de la Asociación de Pintores y Escultores.

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AMPARO PALACIOS DE ESCRIVÁ

 

20 de noviembre de 1905, Barcelona – 21 de febrero de 1981, Madrid.

Amparo Palacios de Escrivá nació en Barcelona, aunque provenía de una familia valenciana.

Su vocación artística se despertó muy pronto y cuando su familia se trasladó de nuevo a Valencia comenzó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos.

Estuvo casada con el también pintor valenciano Fernando Escrivá Cantos (1903-1977), al que la pintora acompañó en sus viajes, realizando ambos exposiciones individuales y colectivas en Europa y América.

La obra de Amparo, como expresa la historiadora Pilar Muñoz, destacaba sobre el resto, aun cuando su temática era convencional: […] la obra contrasta con el resto de las obras mostradas, pues estilística y procedimentalmente muestra un aspecto mucho más cercano a la modernidad que el resto de las expuestas. En el tema, sin embargo, se encuentra dentro de las convenciones admitidas por el régimen franquista como adecuados para las mujeres, pues está constituido por un grupo familiar, en el que la mujer, que lleva en brazos a un niño en su función maternal, es envuelta y protegida por los brazos masculinos.

Su largo historial de premios comienza en 1945, año en el que obtuvo la Primera Medalla del Certamen de Pintura de «Lo Rat Penat». Luego participó, entre otros, en el Certamen de Arte Regional de Zaragoza en 1947.

En esta época, después de una exposición en Portugal, participa en la Sala Estilo en la primera exposición colectiva en la que participaron mujeres artistas, que se celebró en enero de 1950, con tres cuadros: Maternidad, Figura y Paisaje, descritos por la prensa como «de estilo moderno».

Pionera entre las mujeres valencianas consagradas a la pintura de los años cuarenta y cincuenta «era raro el hogar distinguido que no poseyera un lienzo fino, lírico y elegante suyo» (Agramunt, 1999: 1309).

Su vida estuvo marcada por las experiencias vividas, diferentes a las de otras mujeres con inquietudes similares y menos oportunidades de viajar o relacionarse.

Prefería el impresionismo moderno, pero no rechazó el surrealismo ni otros estilos vanguardistas, que respetaba y también se sentía capaz de realizar.

Junto a su marido, realizó varios murales para la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

 

Teresa Madasú y Celestino

Por Mª Dolores Barreda Pérez

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LAS PRIMERAS ARTISTAS DE LA

ASOCIACION ESPAÑOLA DE PINTORES Y ESCULTORES

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Desde su fundación en 1910, y después de haber tratado en anteriores números a las Socias Fundadoras de la entidad, y las participantes en el primer Salón de Otoño, vamos a ir recuperando de la memoria colectiva, el nombre de las primeras socias que vinieron a formar parte de la Asociación de Pintores y Escultores.

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TERESA MADASÚ Y CELESTINO (o Teresa Madasú de Avellaneda)

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Teresa Madasú y Celestino o también conocida como Teresa Madasú de Avellaneda. Zaragoza, 1855 – Madrid, 11 de marzo de 1917.

Pintora, dibujante y litógrafa. Hija de Antonio Madasú y Tomás, funcionario que tras servir once años como militar en el ejército, estuvo trabajando hasta 1865 como oficial de la administración de hacienda en las poblaciones de Biescas, Ayerbe y Huesca, siendo destinado posteriormente a Linares, con el empleo de pagador de las minas del estado.

Teresa Madasú se crió en Linares, donde desde muy pronta edad dio muestras de excepcionales aptitudes para el dibujo, dedicándose a  la práctica de copias, como un retrato litográfico de Emilio Castelar y los grabados del periódico de modas Le Magasin des Demoiselles, trabajos que llamaron la atención  del ingeniero director de las minas de Linares, Luis Fernández Sedeño, que le encargó la ejecución de una serie de copias de fósiles que posteriormente publicaría, en siete láminas, la comisión del mapa geológico en la acreditada litografía del alemán  Gustavo Pfeiffer.

Al jubilarse su padre en 1871, la familia se desplazó a Madrid, pero al carecer de suficientes recursos, Teresa y sus tres hermanas tuvieron que trabajar como costureras. Su padre además padeció una grave enfermedad y su único hermano, alférez del ejército, falleció en Cuba.

Fue entonces cuando en 1872, el pintor y arqueólogo Paulino Savirón y Esteban, un antiguo amigo que su padre Antonio conoció en Aragón, intercedió para que Teresa trabajara como dibujante en la publicación El Museo Español de Antigüedades que editaba don José Gil Dorregaray.

Copia de “Melchor de Macanaz” obra de Teresa Madasú, Museo del Prado

 

En 1873 asistió a la recién creada cátedra de dibujo para señoritas del Conservatorio de las Artes que dirigía el pintor José Vallejo, que advirtió las dotes de dibujo de Teresa y se ofreció para orientarla en su carrera, haciéndola asistir a las cátedras de tarde y noche.

La recompensa no se hizo esperar, pues obtuvo el primer premio de oposición en el mencionado curso y también fue recompensada con una mención de cooperación en la Exposición Nacional de 1874 por sus nueve dibujos presentados, que el jurado de exámenes decidió conservar en el álbum del Ministerio de Fomento.

En 1873 empezó los estudios en la Escuela Especial de Pintura en Madrid, inscribiéndose en las categorías de Antiguo, Ropajes y Modelo antiguo, transcurriendo el resto del tiempo copiando objetos del Museo Arqueológico y realizando varios trabajos para publicaciones  como La Ilustración Católica (Dibujo de la escultura  El mendigo Lázaro de Alcoverro, 1878 ) que le proporcionó el profesor Vallejo.

Aprende a litografiar y empieza a copiar fósiles en láminas que son publicadas por la Comisión del mapa geológico.

Fue pensionada por el Ministerio de Fomento y premiada en varias exposiciones tanto por sus dibujos y acuarelas como por sus trabajos litográficos.

Figura registrada en el libro de copistas del Museo del Prado el 11 de junio de 1875 siendo garante el director.

En la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1876 presentó una acuarela, copia de un retablo indio consagrado a la diosa Durga.

Por estas fechas se casa con el funcionario de hacienda Joaquín Avellaneda y Rico, y en 1880 finaliza sus estudios en la Academia.

En 1881, el periódico El globo le encarga que dibuje la urna donde descansaban los restos de Calderón, con motivo de las fiestas del centenario, publicando el grabado en su portada el 27 de mayo de 1881.

En 1881 seguía trabajando con dibujos de fósiles para El mapa geológico de España.

En 1888 la nombraron responsable de dar las clases de la recién creada asignatura de “Clase de dibujo con aplicación a las artes y a la industria” en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer.

En 1890 tomo parte en la Exposición Nacional con el Retrato de doña R.A.

En 1897 era profesora de pintura en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer.

Falleció el 11 de marzo de 1917. Su marido, Joaquín Avellaneda se volvería a casar en 1918 con Dolores Millán.

El en Museo del Prado de Madrid se encuentra una de sus obras, una copia titulada “Melchor de Macanaz”, un óleo sobre lienzo realizado en 1877.

El imparcial. 8/6/1874

Al examinar los dibujos de fósiles que se están preparando para las láminas que han de acompasar á algunas Memorias geológicas, nos Sorprendió la perfección y exactitud con que están copiados del natural; y como en España este género de dibujo es tan nuevo que casi es desconocido, preguntamos con cierto interés quién era el afortunado artista que aquellos trabajos hacía y nuestra sorpresa fue mayor cuando nos contestaron que la señorita doña Teresa Madasú. Es tan extraño que una señorita se dedique en nuestro país a dibujar fósiles, que excitada nuestra curiosidad, tratamos de indagar las causas de un hecho tan singular, y he aquí lo que hemos averiguado en breves palabras que compendian la vida de un genio artístico y de una virtuosa hija de familia.

En 1869 residía en Linares, donde su padre D. Antonio Madasú era oficial pagador de las minas del Estado, y allí empezó a manifestar su afición y aptitud para el dibujo, copiando el caballo de oros de una baraja, que fue el caballo de batalla que decidió de su porvenir.

Vista la copia por los ingenieros destinados a aquel establecimiento minero, la animaron con sus justas alabanzas, y estimulada por ellas acometió la empresa, ardua para quién no poseía la más ligera noción de dibujo, de copiar una cabeza de los modelos que publica el periódico de modas Le Magasin des Demoiselles, imitando el claro-oscuro con puntos de lápiz más o menos gruesos, trabajo improbo que la fatigó al extremo de tener que abandonarlo, pero cuya perfección era tal, que hizo dudar quién seria el autor.

Esto picó su amor propio, y acto continuo se puso a copiar un retrato litografiado do D. Emilio Castelar, que disipó todo género de duda. Estas primeras tentativas no tuvieron consecuencias por el momento. En 1871 el Sr. Madasú quedó cesantil, viniendo a Madrid, donde doña Teresa y sus tres hermanas se dedicaron á la costura, el padre pasó una penosa enfermedad, y su hermano, alférez del ejército, falleció en Cuba, estando la familia reducida ala más triste situación. No por esto desmayó la señorita Madasú en el firme propósito que había formado de trocar la aguja por el lápiz; antes se animó más en él, consiguiendo en 1873 por mediación de un antiguo amigo de la familia, D. Paulino Saviron, obtener trabajo para Ia obra que sobre antigüedades artísticas publica el señor Dorregáray. Sus deseos se realizaron con el establecimiento en el Conservatorio de artes (Cátedra pública de dibujo para señoritas, bajo la dirección del señor don José Vallejo, cuyo distinguido profesor comprendió desde luego que si esta alumna carecía por completo de instrucción, tenia sobrada aptitud y voluntad para aprender, y la hizo asistir a las cátedras de tarde y de noche. La discípula correspondió al interés del maestro, concluyendo 22 dibujitos desde el 13 de enero hasta principio de mayo de 1873, ganando el primer premio por oposición y obteniendo otro premio en la última Exposición Nacional del Paseo del Cisne, por los nueve dibujos presentados, que el jurado de exámenes del Conservatorio juzgó dignos de reservar para el álbum del ministerio de Fomento. Estos primeros triunfos estimularon más y más su afán insaciable de aprender, consiguiendo después de varias gestiones ser matriculada en los estudios superiores de pintura, concurriendo por mañana y noche, durante el curso que acaba de terminar a las clases públicas de antiguo, ropajes y modelado antiguo, y empleando el resto del día en copiar objetos del Museo arqueológico, en los trabajos que la proporcionó su primer profesor Sr. Vallejo para las obras ilustradas que publica el Sr. Borrell y en otros que le encomiendan varios editores. Un día oyó explicar a un compañero de su hermano la manera de trasladar los dibujos a la piedra en el deposito de planos del ministerio de la Guerra, y sin más antecedentes se aventuró a hacer un ensayo con un retrato de María Antonieta, que se estampó en Ia litografía del Sr. Zaragozano. El éxito fue completo, y entonces fue cuando el ingeniero de minas D. Luis Periandez Sedeño, que era director de las minas de Linares en la época en que la señorita Madasú hacia sus primeras pruebas, la excitó a copiar fósiles, trabajo difícil, porque sus contornos no están siempre bien determinados, y delicada porque de un detalle, al parecer insignificante, depende el carácter distintivo de una especie o de una variedad, y que sin embargo, lo desempeña hoy con tanta perfección como en el extranjero…. EUGENIO MAFFEI.

Mª Carmen Corredoira Ruiz de Baro

Por Mª Dolores Barreda Pérez

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LAS PRIMERAS ARTISTAS DE LA

ASOCIACION ESPAÑOLA DE PINTORES Y ESCULTORES

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Desde su fundación en 1910, y después de haber tratado en anteriores números a las Socias Fundadoras de la entidad, y las participantes en el primer Salón de Otoño, vamos a ir recuperando de la memoria colectiva, el nombre de las primeras socias que vinieron a formar parte de la Asociación de Pintores y Escultores.

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Mª CARMEN CORREDOIRA RUIZ DE BARO (María del Carmen Ruiz Corredoyra Baro)

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CORREDOIRA Y RUIZ DE BARO, Mª Carmen. P 1911 La Coruña, 18 de mayo de 1893. La Coruña, 17 de noviembre de 1970 (San Andrés, 2).

María Carmen Corredoira Ruiz de Baro, nació en La Coruña, el 18 de mayo de 1893 y murió el 17 de noviembre de 1970.

El nombre completo de este artista es Maria del Carmen Ruiz Corredoyra Baro, aunque fue conocida artísticamente como María Corredoyra.

Mª Carmen Corredoira en 1909

Pintora gallega que vivió en La Coruña, cuya obra realista está dotada de una evidente espiritualidad, y que fue una de las pintoras menos conocidas de la Generación 1916.

Nacida en 1893 en la estrecha calle de San Andrés de La Coruña. Desde muy pequeña muestra su amor por la pintura, preferida en comparación con otras disciplinas. En su familia tiene parientes directos pintores, como Jesús Rodríguez de Castro y Corredoyra, Jesús R. Corredoyra, pero parece que el principal culpable de la predisposición a la pintura de María es su madre, que era una gran amante de las artes. Se comienza a formar en las clases de dibujo de Félix Castro y, después de su muerte, sigue aprendiendo del pintor Enrique Saborit.

De esa etapa son sus primeras obras, copias de pintores de los pazos y del Museo del Prado. A Saborit se debe que se presentara obra en 1909 para la Exposición Regional de Galicia, en donde obtuvo la Medalla de Oro. A partir de entonces participa en varios concursos, alcanzando reconocimiento y premios, como el obtenido en 1910, un diploma en la Exposición celebrada en México en 1911 y triunfando en Buenos Aires.

De vital importancia para la carrera de la artista fue la Exposición de Arte Gallego que se celebró en el Centro Gallego de Madrid en 1912, en la que compite con cuatro obras y entra en contacto con las grandes figuras de la pintura y la escultura de Galicia. A partir de este momento, se consolida como pintora y en 1914 decide trasladarse a Madrid para completar sus estudios bajo la dirección de Eduardo Chicharro primero y, más tarde, de José Mª López Mezquita.

A través de este último, María del Carmen asiste a diversos concursos y exposiciones que tienen lugar en Gran Bretaña. Poco después tomó la decisión de volver a Galicia.

Autorretrato

Su fama como artista crece gradualmente y en el año 1916, en el surgimiento del nacionalismo en Galicia, toma parte de la Segunda Exposición de Arte Gallego de 1917, a la que presenta cinco obras de retratos y figuras que se pueden considerar el estilo regionalista. A partir de entonces María del Carmen comprende que a comienza una nueva etapa en su vida artística, considerando cerrado ya el tiempo de aprendizaje, por lo que experimentará con la talla de madera.

En los años veinte participa en varias exposiciones fuera de Galicia y en la Muestra de Arte Gallego de Ferrol presenta la primera de sus pinturas de interiores, que trabajará intercalando con la figura y el retrato.

En su estudio

Será entre 1923 y 1926 cuando realiza grandes exposiciones, y para el año 1925, María del Carmen ya es reconocida como una gran artista, realizando su primera exposición individual en La Coruña. El éxito de la pintora continúa creciendo y en 1929 será nombrada miembro del Seminario de Estudios Gallegos.

En los años 30 sus exposiciones se hacen más espaciadas y la estética de su obra varía, aumentando el número de cuadros de interior que ya en 1935 ha convertido en tema único. En 1936, con el advenimiento de la Guerra Civil, abandonó las actividades artísticas, pero fue nombrada miembro de la Asociación de Artistas Coruñesa, obteniendo un puesto de Ayudante de Dibujo Artístico en la Escuela de Artes y Oficios de La Coruña.

En 1938 será elegida miembro de número de la Academia de Bellas Artes de La Coruña.

Interior

Al final de la guerra reanudó su carrera, centrada completamente en los interiores de conventos, que se convirtieron en la única temática de sus obras.

Su última exposición tuvo lugar en La Coruña en 1966. Cuatro años más tarde muere y cae lentamente en el olvido.

Los temas que trató María del Carmen en sus inicios, se centraban en el retrato y la figuración, que practicaba con sus familiares y amigos. De su estancia en Madrid quedarán sus retratos de tipo regionalista y más tarde los que rebosan carga psicológica.

A partir de los años 20, su espiritualidad interna comienza a aflorar en sus creaciones hasta convertirse en el tema único y central de su trabajo, prescindiendo de la figura humana y llenando los huecos de una profunda melancolía.

Su pintura es apreciada por los coleccionistas, que buscan en ella una excelente calidad formal, un dibujo firme y una paleta de colores rica y sabia.

Mª Carmen Corredoira en 1917

Sus obras pueden verse en el Museo de Galicia, el Museo Municipal de Quiñones de León, en Vigo y en el Museo Provincial de Lugo.

Soledad

 

 

Interior

 

Carolina Castillo y Díaz (Sra. de Campo)

Por Mª Dolores Barreda Pérez

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LAS PRIMERAS ARTISTAS DE LA

ASOCIACION ESPAÑOLA DE PINTORES Y ESCULTORES

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Desde su fundación en 1910, y después de haber tratado en anteriores números a las Socias Fundadoras de la entidad, y las participantes en el primer Salón de Otoño, vamos a ir recuperando de la memoria colectiva, el nombre de las primeras socias que vinieron a formar parte de la Asociación de Pintores y Escultores.

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CAROLINA CASTILLO Y DIAZ (SRA. DE CAMPO)

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CASTILLO DE CAMPO, Carolina del. P 1911 (F) GIJON 1867 (Avd. Villaviciosa, 99) GIJON 1933.

Pintora de excepcional inteligencia y cultura, nacida en Gijón en 1867, en el número 16 de la calle Uría, se crio en una familia perteneciente a la burguesía gijonesa y estudió dibujo y música. Heredó de su padre el interés por la cultura y la inquietud intelectual, ya que él mismo era culto, sensible y participó intensamente en la vida cultural de su tiempo, e incluso produjo una curiosa y original obra plástica, todo ello, sin buscar notoriedad ni más pretensión que satisfacer su gusto y sus impulsos creativos, haciendo uso profusamente de un don artístico natural que nunca quiso convertir en eje profesional en su vida.

Carolina con sus hijos

Desde muy temprana edad, manifestó una gran disposición para el dibujo y la pintura. Sus cuadros, bocetos, apuntes y dibujos son lo más representativo de su obra.

Su afición artística se despertó pronto, y discurrió de modo autodidacta hasta que su marido insistió en que retomase sus creaciones, relegadas durante un largo período en el que mantuvo una relación tan solo intermitente con la pintura.

Su vida personal transcurrió de forma apacible tanto en su niñez como en su juventud, pero se vio más tarde malherida por la pérdida temprana de dos de sus seis hijos: primero Felipe, con cuatro años, y poco más tarde la única hija, Margarita.

 

Coincidiendo con el fallecimiento del primero, en 1906, Carolina del Castillo asistió a clases con Nicolau Huguet y se mantuvo activa, participando en las Exposiciones Nacionales de 1908, 1910 y 1912.

Durante esta época realiza ocasionales viajes a Madrid, donde conocerá a su futuro maestro Cecilio Pla. Es el momento de acercarse a los grandes artistas del Prado, donde admira y copia a Velázquez. En estos primeros tiempos firmó repetidamente sus trabajos con el seudónimo de Krol-Ina, dándose a conocer en 1908, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, con tres cuadros, uno de los cuales: El alma de la casa, obtuvo una mención honorífica. Posteriormente concurrió con varios lienzos: Cecilia, El acecho, El abuelito… a numerosos concursos, obteniendo diversos galardones.

En 1914 la familia se desplaza a vivir a Madrid y se abre una nueva etapa en la vida y en la creación de la artista gijonesa. Cecilio Pla le muestra un mundo de fuerte cromatismo y de creaciones impresionistas que abren una brecha con todo lo que había aprendido con anterioridad y le permiten asomarse a un universo creativo nuevo en el que se encuentra a sí misma como artista. Pero, además, Madrid le abre las puertas de un ambiente intelectual muy distinto de la tranquilidad pasmosa de Gijón. Son años de intensa producción artística.

 

Carolina con sus hijos en Madrid

Participó en la Exposición de Artistas Asturianos de 1916 celebrada en Oviedo, con gran éxito, así como otras exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Le gustó cultivar el retrato, el paisaje y el desnudo, este último en un arranque de valentía que sorprenderá a la sociedad del momento. Pero fue el retrato el campo en el que se le reconocieron los mayores logros, al componer lienzos en los que los personajes se acercaban al contemplador. En ellos Carolina del Castillo reflejó su entorno emocional con admirable habilidad.

Se la conoce fundamentalmente por sus paisajes y temas infantiles, además de ser una notable retratista. Fue la primera mujer asturiana que afrontó el tema del desnudo femenino para gran escándalo de la época, aunque éstos no se encuentran entre sus obras más interesantes. En su obra de este tipo más conocida, titulada “Desnudo”, plasmado con manifiesta destreza, aparece una figura abstraída, concentrada en la tarea de ponerse una media, al margen a los presupuestos academicistas en los que la pose era un componente fundamental en el resultado final y esperado de la pieza.

Llama la atención la naturalidad con que Carolina del Castillo se enfrenta a la situación y crea un instante robado a la intimidad que admiramos en su plenitud, pero sin formar parte de ella. La obra no dialoga con nosotros, sólo nos permite mirar.

Llaman la atención las veladuras con las que cubre el cuerpo, con las que se distancia del dibujo perfilador y opta por una pincelada gruesa y constructiva de formas y volúmenes destacados sobre un fondo que únicamente se modela para reflejar y resaltar el cuerpo femenino. Es un telón creado con texturas que caen verticales y son concebidas con imprecisión formal: se intuyen y se adivinan, pero no se visualizan del todo.

 

La luz se alía precisamente con esta pincelada de impronta impresionista para subrayar la fuerza del volumen, el cuerpo que se destaca sobre la oscuridad de un fondo utilizado en función de las formas femeninas que en modo alguno buscan el erotismo, sino simplemente la naturalidad. La blancura de la anatomía que no se delimita milimétricamente nos ofrece un contraste con el cabello oscuro conformado por una mancha negra. Esta pieza fue adquirida por la Universidad de Oviedo en 1990.

Esta temática, ya controvertida de por sí, resultó aún más conflictiva en este caso, porque quien la abordaba era una mujer. Los prejuicios sociales se removieron y los aspavientos fueron numerosos. Baste decir que, como recuerda Víctor Alperi, cuando Carolina del Castillo requirió a una mujer para posar desnuda la modelo se negó al saber que no se trataba de un pintor sino de una pintora.

En 1927 la familia regresa a Asturias y pocos años después, en 1933, Carolina del Castillo fallece en la misma ciudad que la había visto nacer.

En 1987, sus hijos Gonzalo y Luis organizaron una exposición antológica de la obra de Carolina, con motivo del centenario de su nacimiento, exposición que se instaló en la sala del Ateneo Jovellanos, la primera de esta pintora y que logró un rotundo éxito. De ella se comentó que “el paisaje y retrato eran los géneros más representados en la muestra, y en ellos se advertía una soltura de pincelada y una viveza de color que la pintora aprendió de Cecilio Plá, su maestro.

Pero además hubo de ella otras exposiciones en su homenaje en los años 1975, 1977 y 1986.

Entrevista a José Gabriel Astudillo

 

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Por Miguel Hidalgo Pérez/ Twitter: @miguel_hidalgo7

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José Gabriel Astudillo López: “En el Congreso de los Diputados hay que hablar del tema de impuestos y hay que hablar del tema de mecenazgo y patrocinio”

Pintor, Profesor de Dibujo y de Historia del Arte en el Colegio Latino Español, ha sido Concejal del Ayuntamiento de Madrid y además Diputado en la Asamblea de Madrid. José Gabriel Astudillo López siempre saca tiempo de su apretada agenda para dirigir la Asociación de Pintores y Escultores de España como Presidente, además de hacerlo de forma totalmente voluntaria o como él diría “por amor al arte”.

Va por su segunda legislatura y sus objetivos están claros: asesorar y defender a los artistas como ya lo hicieran los ilustres fundadores de la asociación: Eduardo Chicharro, Miguel Blay y Cecilio Plá. En sus planes está el llevar una propuesta de estatuto del artista al Congreso de los Diputados, un estatuto que realce la figura del artista y le haga cobrar la importancia que realmente merece.

¿Cómo nace la Asociación de Pintores y Escultores de España?

La idea surge en 1905 en una reunión del Círculo de Bellas Artes en la que Mariano Benlliure dijo que sería conveniente crear una asociación de manera que aglutinara a todos los artistas, no solo los consagrados sino también a los jóvenes y también a todos aquellos que se inician en una profesión como es el ser pintor o escultor. Cinco años más tarde, el 15 de abril de 1910, se constituye en acta fundacional lo que es hoy la Asociación de Pintores y Escultores de España cuyo primer presidente fue Eduardo Chicharro y Agüera. Entre los integrantes de la asociación estaban Cecilio Plá, Benlliure, Joaquín Sorolla, Juan Francés… en total 180 artistas de los más destacados de aquella época.

A partir de la creación de la asociación los integrantes comienzan a asociarse y a trabajar llegando a crear los salones y empiezan a funcionar como el Salón de Otoño. El Salón de Otoño es una muestra a la que se presentan más de 1000 artistas, se exponen aproximadamente más de 700 obras y donde nadie quiere un premio económico, como está pasando en este momento, sino que todo el mundo quiere conseguir las tres medallas: la tercera, la segunda, la primera y la medalla de honor. Las quieren porque el conseguir medallas en salones significa que de alguna manera se está reconociendo que eres un gran artista; si empiezas por la tercera y pasas a la segunda vas mejorando o progresando en el mundo del arte; de la segunda a la primera y al final terminas con la medalla de honor que era el máximo galardón que podía tener un artista para demostrar que su obra estaba valorada no solamente por los artistas de la propia asociación sino por los críticos de arte y además por la sociedad en su conjunto.

En mayo usted cumplirá 1 año desde que fuese reelegido presidente de la asociación ¿Cómo se presenta su segundo mandato?

Exactamente igual que el primero: trabajo, trabajo y trabajo. Los miembros de la Junta Directiva somos socios elegidos libremente por los demás socios y que de alguna manera lo que hacemos es trabajar por los artistas. Todos los miembros que estamos en la Junta Directiva, incluido el presidente, estamos aquí por amor al arte ya que no cobra nadie, tan solo gestionamos. En la Asamblea General de abril hemos presentado el proyecto de 2016 en el cual hemos hecho lo que muchos no pueden hacer con aproximadamente 50 exposiciones a nivel nacional, además de conferencias y cursos. Todo lo hacemos desde una asociación sin ánimo de lucro que no recibe ningún tipo de subvención y que lo único que pretende es seguir con el mismo espíritu que en 1910, es decir, defender, proteger y de alguna manera proyectar a jóvenes artistas de cara al arte actual.

¿Son esos los objetivos de su segundo mandato?

Los objetivos de mi segundo mandato, junto con mi Junta Directiva, son hacerlo bien y proyectar esta asociación. Hemos sido requeridos por Bruselas para contar lo que hemos hecho en el 4º Centenario de Cervantes ya que nadie se había ocupado de Cervantes dentro del mundo de las artes plásticas. Fuimos a Bruselas a explicar nuestro proyecto, el cual ha sido valorado positivamente por todos los grupos políticos parlamentarios europeos. Ahora hemos sido requeridos por el Congreso de los Diputados para trabajar dentro de lo que es el estatuto del artista. Nosotros ya estamos acostumbrados a trabajar con el Estado porque en 1915, estando de presidente Joaquín Sorolla, se planificó una reunión con el ministerio para decirles que necesitaban un interlocutor válido entre las artes plásticas y el propio ministerio. Así se crea la dirección general de Bellas Artes y dos años después esta asociación insta al gobierno de España, estamos hablando de 1917, para que se haga algo tan importante como los derechos de autor, desconocidos hasta el momento. Los derechos de autor nacen en esta casa en 1917 en una reunión que mantienen los artistas y que instan al propio Congreso de los Diputados para que se valore y para que además sea aprobado por todos los grupos políticos en aquel momento.

¿Qué servicios ofrece la Asociación de Pintores y Escultores de España?

Nosotros aparte de prestar una asesoría jurídica a todos porque es necesaria, convocamos el Salón de Otoño y el Premio Reina Sofía entre otros. Vamos por la edición 83 del Salón de Otoño, por la edición 53 del Reina Sofía, el Premio San Isidro va por la 52 edición. Durante todos estos años se han mantenido una serie de actividades culturales y artísticas que se mantienen en el tiempo, lo que significa que también que hay una seriedad dentro de la actividad propia de esta institución. Como he comentado tenemos, aproximadamente, unas 50 exposiciones al año lo que significa que se mueven muchísimos artistas y que todo el mundo quiere participar en lo que hace la propia asociación porque al final el espíritu de la asociación es el mismo que en 1910: proyectar a los artistas jóvenes de cara a un futuro cierto aunque en este momento el futuro es un poco incierto para todo tipo de arte dado que, tanto los recortes, como las circunstancias económicas hacen que no sea una materia de primer orden el adquirir o el tener obra de arte.

Como usted citaba en marzo tuvo lugar la edición 52 del Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura con la consiguiente presencia de la reina emérita Sofía de Grecia ¿Qué significó dicha asistencia para la Asociación?

Todo el mundo sabe que la reina es una gran benefactora de las artes, además es nuestra presidenta de honor. En la presidencia de honor han estado Alfonso XIII, la Reina Victoria Eugenia y actualmente corresponde a los reyes eméritos. Nosotros no vamos a cambiar a los reyes eméritos de dicha presidencia porque siguen aquí, cuando ya no estén entre nosotros evidentemente pediremos esa presidencia de honor para los reyes actuales, Don Felipe y Doña Leticia, pero en tanto en cuanto nosotros sigamos teniendo a nuestros reyes eméritos creemos que debemos de seguir conservando a los que desde un momento fueron nuestros presidentes de honor, tanto la reina Sofía como el rey Juan Carlos. La reina Sofía estuvo en la 50 edición también y la verdad es que fue un acto entrañable ya que cada vez que viene la reina se sabe a la hora a la que se empieza pero nunca se sabe a la hora a la que se termina. La reina habla con todos los artistas, les pide que le expongan sus inquietudes, que le expresen lo que han pintado y que le cuenten temas personales. Yo creo que es un factor humano muy importante que muchísimos artistas agradecen porque nadie les pregunta por lo que la reina les pregunta y ellos se sienten un poco sorprendidos de ver que una figura tan importante como una reina de España se preocupa y se ocupa, por cómo están los artistas. Al final siempre nos dice lo mismo: “Cuidad de los artistas porque son el gran potencial que tiene España”.

AEPE/José Gabriel Astudillo López y Sofía de Grecia junto Cordech y Malavia, ganadores del certamen/2017

 

El 28 de abril comenzará el Certamen de Artes Plásticas San Isidro número 54 ¿Qué espera de esta edición?

Ya están los cuadros y ya ha sido seleccionada la obra, los temas son madrileños pero después de 54 ediciones la gente ya sabe lo que tiene que pintar y la verdad es que se van incorporando pintores jóvenes a estos certámenes. Madrid es una ciudad tan sumamente abierta que acoge a todo el mundo y que dentro de lo que hay, y tenemos, en nuestra ciudad los pintores siempre ven algo atractivo para poder desarrollar. Madrid se convierte en el estudio del artista y al final cada uno expresa un paisaje, una avenida, el paseo de la Castellana, el parque del Retiro, el Parque del Capricho… cada uno hace su interpretación, como lo siente y finalmente es lo que presenta. En estos certámenes se entrega una medalla y un diploma; la gente está acostumbrada a que los premios siempre tienen que ser en metálico y la Asociación Española de Pintores y Escultores no está como tal asociación para dar premios en metálico, ojala  pudiéramos hacerlo pero la valoración es más de artista. “Una medalla significa muchísimo”, decía Julio López Hernández, el escultor, que además hace grandes medallas y es socio de honor nuestro. “Lo más importante de una medalla es tenerla en la mano y el calor que desprende esa medalla es el calor que te llega al corazón, no se necesita ningún premio metálico para poder disfrutar lo que significa una medalla en relación a una obra de arte”, eso lo dice Julio López Hernández de 85 años, artista consagrado dentro de los realistas españoles y que para él es mucho más importante tener una medalla o conseguirla en arte que un premio en metálico.

¿Qué categorías hay dentro del certamen?

Dentro del certamen de San Isidro tenemos dos categorías: pintura y escultura. Dentro de cada una tenemos dos premios: un premio principal y luego 5 accésit a las mejores obras seleccionadas. Los accésit tienen derecho a su diploma y los premiados que son 2 obras tienen su medalla y su diploma. Es significativo que no te piden nada más, solo quieren destacar en su currículum que han sido premio San Isidro en Madrid ya que después de 53 ediciones es evidente que en unos premios consagrados como estos el artista entiende de alguna manera que es un privilegio poder conseguir una medalla de estas características

¿Qué estilo es el preferido por usted dentro de los cuadros que puedan presentar?

A nosotros nos gustan todos los estilos: figurativos, abstractos, acuarela, dibujo, grabado… de todo. Como Junta Directiva cada uno tenemos nuestro estilo pero es evidente que todos valoramos el que tiene cada uno de los artistas. Dentro de cualquier Salón de Otoño, Reina Sofía, tenemos obra de todo tipo y valoramos el abstracto, la figuración, el realismo, la vanguardia… nosotros estamos encantados de que exista un reconocimiento. Todo tiene un trabajo y un significado por lo que al final se valora no solamente por la propia asociación y sus jurados sino también por el público que asiste año tras año a estos certámenes y que normalmente dice: “Este es mejor que el del año pasado”, lo que significa que después de más de 50 ediciones del certamen de San Isidro o más de ochenta del Salón de Otoño se va mejorando el trabajo de todos los artistas.

Pese a la gran cantidad de iniciativas que se desarrollan en España mucha gente piensa que el arte es un campo secundario ¿Qué medidas se deberían adoptar para fomentar el sector del arte en España?

Eso es algo que plantearemos dentro de muy poco en el Congreso de los Diputados, puesto que hemos sido requeridos por el Congreso para comparecer en relación al estatuto del artista. Allí expondremos cuales son los problemas reales de los artistas porque el estatuto puede dar vías muy importantes de cara al desarrollo artístico de todos aquellos que han decidido elegir esta ocupación. Esta es una profesión donde tu trabajo únicamente se puede exponer, puedes estar trabajando 9 meses en una exposición para que luego dicha exposición dure un mes. En el Congreso de los Diputados hay que hablar del tema de impuestos y hay que hablar del tema de mecenazgo y patrocinio, estas son cosas importantes que no generarían para el Estado grandes compromisos y además, de alguna manera, nos facilitaría la labor a los que estamos al frente de instituciones como es esta asociación. Han pasado muchos años dentro de nuestra democracia y se han hecho estatutos que no han valido para nada y en esta ocasión pensamos que el estatuto que vamos a plantear va a ser un estatuto europeo muy afín al estatuto francés o al estatuto sueco. Si ese trabajo que estamos haciendo al final redunda en que el Congreso de los Diputados sea sensible a todas nuestras peticiones, nosotros creemos y entendemos que los artistas españoles, siendo o no siendo de nuestra asociación ya que defendemos a los artistas en general, se verán beneficiados y el ser artista será algo muy importante a nivel nacional.

Miguel Hidalgo/José Gabriel Astudillo en su despacho/ 2017

 

¿Cree que es posible que aprueben dicho estatuto?

Creo que será posible que se apruebe por la sencilla razón de que la circunstancia española en estos momentos es un poco compleja ya que el gobierno en minoría hace que los grupos de oposición puedan apostar por proyectos novedosos, exactamente igual que el gobierno. Creo que no les vamos a pedir ninguna locura, ni al gobierno ni a los grupos de oposición, sino que les vamos a plantear temas serios, concretos y que de alguna manera puedan realzar el trabajo que hacen los artistas españoles. Yo creo que todos se pondrán de acuerdo y habrá un consenso generalizado de todos los grupos políticos, y los artistas españoles podrán beneficiarse de algo tan importante como es saber lo que tienes que hacer como artista y sobre todo y muy importante: como joven artista comienzas a trabajar y no tienes beneficio alguno, y ya como artista consagrado donde estas jubilado y no sabes que hacer porque estas cobrando una pensión y por lo tanto no puedes vender obra. Todas estas cuestiones son importantes porque el artista nace y muere artista y está trabajando toda su vida, aquí tenemos artistas con 90 años que siguen cotizando y que siguen trabajando, entonces creemos que después de haber cotizado toda una vida merece la pena que tengan su pensión por jubilación y no tengan ningún impedimento para seguir trabajando y poder seguir vendiendo. Esto es un característica general de todos los proyectos que pensamos presentar al Congreso de los Diputados para sacar adelante este estatuto que puede ser de cara al siglo XXI una de las cuestiones más importantes para los artistas

¿Qué iniciativas serían buenas para impulsar a los artistas jóvenes?

Los artistas jóvenes están dentro del proyecto del estatuto. El artista joven cuando sale de la facultad no tiene ingresos suficientes como para poder estar dado de alta en autónomos, entonces hay que buscar fórmulas para que ese artista este favorecido por el estado, considerándole artista porque no todo el mundo es artista, y de esta manera tener una serie de factores que puedan de alguna manera favorecer a ese artista joven de cara al mundo comercial que es lo que busca todo artista, vender obra para poder vivir.

 

 

Joaquina Zamora Sarrate

Por Mª Dolores Barreda Pérez

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LAS PRIMERAS ARTISTAS DE LA

ASOCIACION ESPAÑOLA DE PINTORES Y ESCULTORES

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Desde su fundación en 1910, y después de haber tratado en anteriores números a las Socias Fundadoras de la entidad, y las participantes en el primer Salón de Otoño, vamos a ir recuperando de la memoria colectiva, el nombre de las primeras socias que vinieron a formar parte de la Asociación de Pintores y Escultores.

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JOAQUINA ZAMORA SARRATE

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ZAMORA SERRATE, Joaquina Pintora. 1922 26.may.1898 Zaragoza / Madrid.2. agosto.1999

Joaquina Zamora Serrate, veterana asociada, primera mujer licenciada en Bellas Artes por la Academia de San Fernando en 1931, falleció a los 101 años, fue una pintora y profesora de dibujo española.

Inició sus estudios de dibujo y pintura con Enrique Gregorio Rocasolano, profesor de Dibujo y de los talleres de pintura del Hospicio Provincial. En 1924 la Diputación Provincial de Zaragoza le concedió una beca que le permitió matricularse en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de San Fernando en Madrid, en donde estudió tres años, y uno más prorrogado.

Tuvo el honor de ser la primera mujer que accedía a este centro. Fueron sus maestros, entre otros, Julio Romero de Torres, Cecilio Pla, José Moreno Carbonero o Rafael Doménech.

Allí se especializó en bodegones, retratos y temas paisajísticos.

En 1919 participó por primera vez en una exposición colectiva en Zaragoza, en una muestra de pintores nóveles e independientes. En 1933 realizó su primera individual junto a las obras del escultor Ángel Bayod. Ambas tuvieron lugar en el Casino Mercantil de Zaragoza.

Durante la Guerra Civil destacó como enfermera recibiendo la Medalla de Campaña por los servicios prestados. Marchó después a Francia con la Cruz Roja y a su regreso participó activamente en la vida artística de Zaragoza.

Joaquina Zamora se presentó ante la Junta de Burgos para pedir el reingreso en la capital navarra; sin embargo, fue destinada a Calatayud, donde permaneció unos años y a cuya biblioteca «Gracián» hizo donación de dos obras suyas muy interesantes, a través de la Diputación de Zaragoza. Se trataba de «El Viejo» y «Plazoleta de Ansó», que el entonces Presidente de la Corporación provincial, agradeció mucho por tratarse de obra de una «distinguida señorita pensionada que fue por la Diputación».

En el año 1939 ingresa en el Estudio Goya de Zaragoza, porque, por una parte, podía seguir practicando con modelos del natural e involucrarse en el ambiente de los artistas, participando de las mismas inquietudes y exposiciones que avalaba el Estudio, y, por otra parte, porque con esta actividad de mayor cultivo espiritual, podía evadirse de la asfixiante presión que sobre una laboriosa y competente jovencita ejercía el sobrevivir de una pequeña población de provincias de la posguerra rural. Y porque, además, vocación obligaba.

El 12 de abril de 1940 participa en el Salón de Artistas Aragoneses, en su V Edición de Pintura y Escultura, con un retrato femenino y dos paisajes, posiblemente pintados años antes.

Participa también en la gran Exposición Regional de Bellas Artes del XIX Centenario de la Virgen del Pilar, en la que destacaban sus notables paisajes titulados «Calle de Ansó» y «Plaza de Albarracín». Este último comprado por el Ayuntamiento de Zaragoza, a propuesta de la Comisión de Gobernación.

Lo curioso de las obras presentadas por Joaquina, fue que una de ellas, la de Ansó, era un lienzo reutilizado, pintado en su dorso, en el que aparece esbozado el torso de una bella modelo femenina desnuda y llena de una muy aparente sensualidad, correctísimo de dibujo, muy propio de la moda estética de mediados de los años veinte y que, por lo demás, coincide con el apunte académico que realizara durante su primer año de estancia en la Escuela Superior de San Fernando. El de la plaza de Albarracín, por su parte, era un óleo que había expuesto en su individual de Pamplona, en febrero de 1936.

La adquisición de su obra por parte del Ayuntamiento de Zaragoza, animó sobremanera a Joaquina Zamora para, no solo seguir intentándolo en el terreno de la pintura, sino para estar resuelta, además, a dedicarse exclusivamente a ello, incluso abandonando las clases de Calatayud donde, por cierto, apenas le quedaban ánimos para pintar, ya que no se prodigó en obras realizadas durante su estancia en la ciudad bilbilitana, pues no hay constancia de que sus rincones urbanos o paisajes fueran reflejados en sus lienzos y, por contra, a las exposiciones en las que participa durante aquellos años manda obras referidas a localidades como Ansó, Albarracín o a la propia ciudad de Zaragoza.

Sea como fuere, Joaquina Zamora dejó Calatayud a finales de 1941, para pasar a dar clases en el Instituto «Miguel Servet» de Zaragoza, durante el siguiente año; no obstante, y como ella afirmaba: «pronto me cansé de la pobreza de sueldos del Estado, dejando la enseñanza oficial». En consecuencia, decidió abrir una academia de dibujo y pintura en su propio domicilio de la calle Pignatelli, 88, al que acudieron jóvenes decididos a ser pintores como Juanito Borobia, Martínez Lafuente, Pilar Burges, Pilar Aranda,…

El año 1942 para Joaquina Zamora supondría un espaldarazo definitivo en su consideración como artista, entre otras cosas porque la Comisión Gestora de la Diputación Provincial la designa para formar parte del Tribunal de Oposición que ha de juzgar a los aspirantes presentados a la rebautizada edición de la Pensión de Pintura como «Beca Francisco Pradilla», dotada con 5.000 pesetas anuales por dos años improrrogables.

Los buenos comentarios sobre su arte debieron llegar a los oídos de los responsables de la barcelonesa Sala Gaspar, por parte de críticos y coleccionistas, para que en ese mismo año de su apertura como galería de arte en Zaragoza, decidiesen organizar una muestra individual a nuestra pintora, entre el 7 y el 14 de noviembre. Sin ninguna duda era una pintura interesante, tenía la factura de quien se había disciplinado en la Escuela Superior de San Fernando, respondía a las exigencias de una obra admitida en una Nacional y, por si fuera poco, era la creación de una mujer culta, comedida y muy inteligente, valores, sin duda, muy apreciados por los aviesos y emprendedores comerciantes artísticos catalanes.

Joaquina Zamora por su condición de mujer se enfrentó al impedimento para manifestarse con plenitud artística pero, también, dada su académica formación consigue atemperar prejuicios pictóricos, aunque su caso de «rara avis» entre la profesión, cuando menos hacía proferir expresiones tan cumplidas entre los críticos como «decoro artístico», «fina sensibilidad», «personalidad poco común», o «airoso encomio».

No obstante, su riesgo, su gran fe y su entusiasmo fueron «dignos del triunfo y su exposición individual en la «Sala Gaspar» prestigió definitivamente su labor para toda la posguerra, e incluso le sirvió para dar el paso definitivo al abrir su propio Estudio Zamora de dibujo y pintura, con el que pretendía independizarse económicamente para poder seguir pintando con cierta libertad.

Pero acudió a la cita con toda una serie de obras realizadas con mucha anterioridad y otras pintadas, como pudo, sobre tela reutilizada de sacas de harina o talegas, tal era la escasez y penuria general de aquellos difíciles años, para presentar con dignidad lo más florido de su arte que, en realidad, iniciaba una nueva carrera hacia la introspección e intelectualización de los temas y asuntos, como ya se manifestaba en su cuadro «Galas y juegos», cuya aparente y cándida inocencia temática a primera vista, un bodegón, sin más, muy académicamente resuelto, encerraba unas sutiles dosis de «surrealismo», bajo el siempre irónico trasunto de una «vanitas», que representaba con diversos objetos femeninos de aquella actualidad. Como ya sabemos, con este cuadro había participado en la Nacional de Barcelona recientemente.

Joaquina Zamora gozaba de muy buena estima profesional. Su consideración también llegaba a su Academia o Estudio de dibujo y pintura, a la que se dedicaba en cuerpo y alma, pues no en vano su sólida formación académica le hacía ser muy exigente con sus discípulos, en su mayor parte alumnas. Así que, entre la enseñanza y la práctica de la pintura en su propio estudio, fue pasando por los oscuros años de la década.

Su pintura siempre ha destacado por la corrección del dibujo; la organización de las masas de color, dependiendo de la iluminación, y por la sequedad y severidad de su pincelada, quizá como herencia inevitable de los que fueron sus maestros y sus más admirados artistas. Su estudio lo tuvo abierto y mantenido con encomiable ilusión hasta que marchó a Tarazona, en 1950, para dedicarse de nuevo a la enseñanza del dibujo en el Instituto Laboral turiasonense, coincidiendo con la reciente creación de quince de ellos en toda España.

Obtuvo plaza de Catedrática Numeraria de Institutos Técnicos de Enseñanza Media en 1960, siendo la primera mujer en lograrlo.

Tres años después es nombrada Consejera nata del Centro de Estudios Turiasonenses de la Institución «Fernando el Católico».

Primer Premio del Ayuntamiento de Zaragoza en la Exposición-Concurso Rincones y Jardines, en 1943.

Primer Premio del Concurso de copias de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, en 1944, al ejecutar una copia de la «Virgen con Niño» de ISEMBRANDT La espectacular copia de esa tabla flamenca del siglo XVI que efectuó Joaquina Zamora la llevó, casi involuntariamente, a revivir sus antiguas ejercitaciones como copista en el Museo del Prado durante su estancia madrileña, ya que, a partir de entonces, puede decirse que le Ilovieron los encargos de este tipo.

Treinta exposiciones, varios premios de su ciudad, pero fue la enseñanza la que ocupó gran parte de su vida. De hecho, abrió su propia academia, además de impartir clases en Pamplona, Calatayud, Tarazona o Zaragoza.

Su obra cercana al impresionismo es, en gran parte, propiedad de la Diputación Provincial de Zaragoza. La pintora legó la mayor parte de ella a la institución antes de fallecer, cuando también recibió la Medalla de Oro de Santa Isabel, que concede la Diputación de Zaragoza.

Dentro de la época destaca por su espíritu independiente y por su aportación en tareas docentes.

La pintora Joaquina Zamora falleció cuando le quedaban tres meses para cumplir los 101 años. La decana de los artistas plásticos de Aragón fue enterrada en su ciudad natal, la misma en la que vivió los últimos años de su vida.

El Paisaje desde Carlos de Haes hasta hoy

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Por Javier Rubio Nomblot

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I AULA INTERNACIONAL DE PAISAJISMO

Conferencia. Viernes 19 de mayo de 2017. 18 h.

Centro Cultural Casa de Vacas. Parque del Retiro de Madrid

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“EL PAISAJE DESDE CARLOS DE HAES HASTA HOY”

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Javier Rubio Nomblot

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París 1961. Licenciado en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Instituto de Arte Contemporáneo. Crítico de arte y Comisario.

En 1991 comienza a colaborar con el semanario El Punto de las Artes, donde a lo largo de más de quince años, escribe reseñas artísticas.

Desde el año 2000 y como crítico de arte, colabora con los siguientes medios: ABC Cultural, Guadalimar, ArcoNoticias, Ubicarte.com, Radio Círculo, Diario 16, etc.

Desde 2009 imparte clases de Teoría Institucional en el IART y en distintos cursos de postgrado, conferencias, charlas y coloquios.

Ha escrito centenares de textos para monografías, catálogos de artistas españoles contemporáneos, enciclopedias, etc.

Participa en decenas de jurados de premios de artes plásticas y desarrolla labores de asesoramiento para diversas galerías y colecciones.

Ha comisariado exposiciones para la Universidad de Salamanca (Ramiro Tapia), el MEIAC de Badajoz (Emilio Gañán), el Museo de Bellas Artes de Badajoz (Francisco Pedraja) y en 2012 y 2013, fue el comisario del Programa On Project de la Feria Art Madrid.

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Advertencias previas

De forma casual, durante un acto de la Asociación, se habló de estas jornadas dedicadas al paisaje y de forma casual, comenté que yo tenía un texto dedicado al paisaje desde Carlos de Haes hasta los jóvenes paisajistas actuales, que escribí hace años para un catálogo y que no había llegado a publicarse. Inmediatamente se me propuso, amablemente, que participara con mi texto en estas jornadas, cosa que hago encantado.

Ahora bien. Lo cierto es que no recordaba bien este texto, que resulta ser de 2006. No pasaría nada si no fuera porque en aquella época yo creo que estaba en el cenit de la heterodoxia. Por muchas razones. Lo que quiero decir es que, cuando lo he releído no me ha parecido mal desde un punto de vista formal, pero la verdad es que no estoy muy seguro de entender lo que se dice. Además, mi escritura no es especialmente diáfana. Soy muy d’Orsiano –o sea, que tiendo a ser pedante- y siempre recuerdo una anécdota que me contó mi padre de Eugenio d’Ors: está dictando… Mis textos son oscuros, llevan muchas oraciones subordinadas, guiones y paréntesis. He tratado de adaptarlo un poco a este formato, el de conferencia, pero aún así esto no se va a entender sin un cierto esfuerzo.

En cuanto al contenido, como decía, voy a aventurar una hipótesis. Yo creo que lo que aquí se intenta decir, a la luz de cierta cantidad de textos de distintas épocas, es que en la actualidad, y tal como está nuestra relación con la naturaleza, la pintura de paisaje, el pleinairismo, y otras prácticas como el Land Art (este texto también debió servir para un comisariado muy bonito, artista y abuelo, pero el CDAN cerró), en cierto modo pueden ayudar a resolver este conflicto que tenemos actualmente en nuestra relación con la naturaleza.

Se trata de una especie de demostración experimental, entre expresionista y paranoico-crítica, no ortodoxa. Consecuentemente, más que a la comprensión del oyente, aspiro a que quede una suerte de idea, de esperanza. Se trata, a fin de cuentas, de justificar, de dar sentido al acto de pintar el paisaje hoy en día. En un momento en el que incluso justificar la pervivencia de la pintura resulta complicado. Tal vez más que nunca en la historia, creo que se dice aquí, tiene sentido salir al campo a pintar. Para demostrar esto de una forma no ortodoxa, se parte de una especie de descripción apocalíptica de nuestra relación con el medio natural y se intenta llegar a una respuesta. Como es evidente, yo no puedo resolver racionalmente este conflicto. Por eso el texto toma forma de brainstorming: se busca una respuesta del inconsciente.

Citas.

A día de hoy, habría incluido otras cosas, como Hamish Fulton, o el libro Jardinosofía de Santiago Beruete. También, para establecer una relación paranoico-crítica más, la lectura de un número de la RO dedicado a la “neurociencia y libre albedrío”.

 

 

Yo soy la muerte; yo soy la vida: unos apuntes sobre la

pintura de paisaje en la era de la extinción masiva

 

Nos sentimos libres en la belleza porque los instintos sensibles están en armonía con las leyes de la razón. Nos sentimos libres en lo sublime porque los instintos sensibles no tienen influencia en la legislación de la razón.

Frederik Schiller

 

La conocida hipótesis Gaia de James E. Lovelock (1972) considera la Tierra y la vida que contiene como un sistema vivo integrado cuyos diversos componentes interaccionan y se influyen mutuamente. Una teoría que no se situaría muy lejos de la filosofía romántica de la naturaleza, “que defendía un principio de unidad de la naturaleza toda, que afectaba también a la comprensión de sus antítesis; esto es, toda su diversidad era necesario que se comprendiera a partir de la idea o condición libre de totalidad” [1], si no fuera porque el concepto de totalidad es hoy radicalmente otro y porque la actual objetividad científica permite que los sistemas se desarrollen al margen de consideraciones éticas: o sea, al margen del hombre. Esta teoría nos enfrentaría al hecho de que la Tierra funciona sola sin ningún problema: no nos necesita para nada. A diferencia de todas las demás criaturas, el hombre parece no encajar en su mecanismo, al que ahora llamamos ecosistema; y como no cumple ninguna función, interfiere lo quiera o no en el ciclo de la vida. Por si fuera poco, como especie (si es que puede llamársele así, puesto que no forma parte del ecosistema), ni es regulada por la naturaleza ni se regula sola: Gaia ya no puede fijar nuestro número porque, como sentenció Jacques Cousteau, “el hombre es demasiado rápido para la naturaleza”. Esta conciencia de la incompatibilidad y la culpa se abre insidiosamente paso actualmente, toda vez que muchos de los antiguos mitos que certificaban o trataban de explicar la especificidad o el valor de lo humano han perdido buena parte de su significación o su utilidad en tanto se afianzaban las verdades crueles y objetivas de la ciencia. Y no es fácil, ciertamente, rebatir el hecho de que somos la muerte: cada año desaparecen aproximadamente cien mil especies, un fenómeno sólo comparable a las mayores extinciones que ha sufrido la tierra desde que en ella surgió la vida hace millones de años. Y no existe ya la menor duda de que la causa es la actividad humana.

Estas cosas son conocidas; nos atañen, nos preocupan, todos reflexionamos sobre ellas y es probable que subyazcan en las obras de los pintores de la naturaleza: los pintores de paisajes. Incluso es posible que en ellas se deslicen, consciente o inconscientemente, algunas respuestas o propuestas… Al fin y al cabo, el artista es aquel que sabe transmutar sus emociones en símbolos, volviéndolas así fértiles y eficaces: “Éste es un lenguaje que el inconsciente comprende. En el análisis tradicional se trata de descifrar e interpretar en lenguaje corriente los mensajes enviados por el inconsciente. Yo actúo a la inversa: envío mensajes al inconsciente utilizando el lenguaje simbólico que le es propio”, dice el lúcido Jodorowsky [2].

 

  1. El paisaje romántico

 

El paisaje como género pictórico surge en el romanticismo; inmediatamente antes, podríamos decir, de que la ciencia y la técnica inicien ese vertiginoso desarrollo que ha sobrepasado el lento y majestuoso ritmo de Gaia; pero en un momento, también, en el que ya empiezan a divisarse nuevos e insospechados territorios: “tal vez era posible que un cuerpo fuese reanimado; el galvanismo era un indicio que lo probaba…”, escribe Mary Shelley [3] cuando la Criatura empieza a cobrar vida en su juvenil mente. Esto genera en el artista romántico sentimientos contradictorios: su poder, limitado y prometeico, se opone al de la naturaleza y sus inquebrantables leyes. Para él, es esta un conjunto de fuerzas misteriosas y de símbolos: al pintarla practica la “religión del paisaje” (Carus) y la relaciona con la Divinidad o con alguna Fuerza que supera al hombre y que no obstante le instruye sobre sí mismo hablándole al oído: “el paisaje romántico es una mera ocasión para la proyección sentimental del ánimo del artista, para la expresión de la íntima e ingenua unidad del hombre y la naturaleza” [4]. Representa esta lo indómito y lo indomable; y lo incomprensible: esa complejidad es precisamente la raíz de su belleza sublime, no canónica y supraartística: “la grandeza de la creación es superior a cualquier perfección formal” [5]. Así, aunque el romántico exalta al hombre y, consciente de su genio creador, le canta a su epopeya, aún cree que ésta es una suerte de batalla perdida contra lo inefable.

Probablemente no se hayan vuelto a escribir textos tan hermosos y certeros como los que los autores románticos dedicaron a la exaltación de la naturaleza y de su belleza. Uno de los ejemplos más destacados son las Cartas y anotaciones de Carl Gustav Carus (1789-1869) [6], médico, naturalista y pintor, gran admirador de Goethe y a quien se ha considerado como un verdadero filósofo de la naturaleza: “El artista que lleve en su corazón el arte del paisaje en su sentido más elevado, a quien, despreocupado de cuanto desea la inculta mayoría de los seres humanos, sólo le mueva su empeño en pos de las ideas divinas, aquel cuyo reino no puede ser de este mundo a pesar de que mire precisamente al mundo, en cuanto Naturaleza, con ojos llenos de amor, ha de practicar el desapego”. Y ¿qué es ese desapego? Nada menos que el desistimiento de los objetos, la austeridad, la pobreza: “la pretensión de bienes terrenales y la necesidad de los mismos será tanto más limitada cuanto más elevada la orientación del artista”. Terrible frase, que cobrará sentido al final de este artículo.

Pero ¿existe todavía aquella naturaleza, aquel paisaje?  Para las generaciones que hoy pueblan la tierra, las cosas son muy distintas: unos han convivido con la posibilidad de un holocausto nuclear que significaba, sin más, la destrucción total del planeta en cuestión de horas; otros, pasablemente reducido el riesgo de una guerra global, con la certeza de que el actual modelo de desarrollo causa daños graves e irreversibles al medio ambiente. En ninguno de estos casos la Tierra parece superar claramente al hombre (por más que este, desde luego, caerá primero). Pero esto no es lo peor: repentinamente la naturaleza –y esto es crucial para el artista- enmudece: desmitificado el mito y abolido el pensamiento mágico (todo lo indemostrable ha sido relegado al territorio cada día más poblado e ingobernable de la superstición), se convierte en la enferma y arrugada epidermis de una Gaia automática cuyo canto ya no se escucha. Descubrimos horrorizados que Gaia es un desalmado cyborg: si nos remitimos a las tesis de Baudrillard sobre el simulacro tenderemos a ver lo que queda del mundo natural como un parque temático, como una gran reserva biológica; como un cadáver en vida. En este seudopaisaje, todo está domesticado (todo son bonsáis en un patético y siniestro remedo del Jardín del Edén): “El paisaje real de la modernidad es aquel espacio que queda acotado entre carreteras y tendidos eléctricos, cuando no es reducido a lo artificial como mero tiesto urbano”[7].

 

  1. Un dique frente a la cosificación: el paisajismo moderno

 

Desde finales del XIX, cuando precisamente desde la pintura de paisajes se inicia la reacción contra el modelo romántico, el arte ha venido reflejando, como no podía ser de otro modo, tanto estas mutaciones del paisaje como los nuevos fenómenos sociológicos y políticos que modificaron nuestra forma de percibirlo. Sin embargo, el arte del siglo XX representó una aventura formal y conceptual tan apasionante que a menudo las reflexiones sobre su propio sentido y evolución fueron consideradas como su único argumento genuino y verdadero: se suceden formalismos de todo pelaje –muchos de ellos, no figurativos- y el “tema” o el “asunto” es proscrito de la pintura y relegado a la categoría de anécdota por un arte redimido que, desde el cubismo, se complace en su condición de objeto autónomo. Se ha sugerido que tal culto al objeto (cuyo acaparamiento y multiplicación cimenta efectivamente la sociedad de consumo y la cultura del despilfarro) es de hecho reflejo de un proceso de cosificación de la naturaleza que persigue desvirtuarla y, con ella, al propio paisajismo: “Entre otros motivos, la modernidad abandona el paisaje porque el paisaje carece de límites concretos. La tarea de la modernidad se centra en la representación de objetos abarcables, con contornos. Así, se representan objetos, se construyen objetos, se encuentran objetos” [8]. Esta dulce endogamia –no muy distinta por lo demás de la que afectó a las demás áreas de la actividad humana en la era de la especialización– dio lugar a un divorcio entre arte y pueblo, tornándose aquel ininteligible del mismo modo que la ciencia y la tecnología empezaron a desarrollarse sólo en los grandes laboratorios y a ser entendidas sólo por especialistas.

El introductor del paisaje como género pictórico en España es Carlos de Haes (1826-1898), pintor de corte naturalista formado en Bélgica que, desde su Cátedra en la Academia de Bellas artes de San Fernando, abogó por el acercamiento objetivo a la naturaleza y las bondades del pleinairismo, forzando así además la transición del paisajismo romántico al impresionismo: “Bastóle para destruir las anticuadas tendencias decir, cuidando eso sí de unir el ejemplo a la palabra, que el estudio de la naturaleza en pleno campo alejaría a los pintores de las negruras de los estudios en que trabajaban y la evolución se hizo, siendo de Haes la gloria toda” [9]. A lo largo de sus casi cuarenta años de docencia tuvo centenares de alumnos, de entre los que tan sólo destacan hoy Darío de Regoyos, Aureliano de Beruete y el algo más joven Agustín Riancho; porque para entonces, irrumpía ya la verdadera modernidad, los artistas jóvenes viajaban en masa a un París efervescente -dando origen a la llamada École de Paris (la expresión es de Zervos) de Pancho Cossío, Monsieur Bores, etc..- y se fraguaba un arte nuevo (expresión de d’Ors) que no sólo abolía los géneros, sino el arte mismo (Duchamp, 1917). Muchos grandes posimpresionistas fueron relegados al olvido. Por eso fue tan importante, para el mantenimiento de una renovada tradición paisajística en España, la volátil Escuela de Vallecas.

Nace esta en 1925 del encuentro –con ocasión de la famosa Exposición de Artistas Ibéricos de aquel año- de dos artistas que, precisamente, habían optado por quedarse en España nada menos que “con el deliberado propósito de poner en pie el nuevo arte nacional que compitiera con el de París” (frase de Alberto): el pintor Benjamín Palencia y el escultor Alberto Sánchez, ambos tan próximos al surrealismo como a los paisajistas modernos (especialmente los vascos, Zubiaurre, Arteta, Regoyos, Echevarría, Iturrino…) y, sobre todo, fascinados por la España rural: “Alberto Sánchez y Benjamín Palencia recorren en largas caminatas los alrededores de Madrid, fijando su atención en los accidentes del terreno, en las piedras, incluso en los objetos inservibles que para ambos artistas, pero sobre todo para Alberto, constituyen la base de un novedoso alfabeto de formas” [10]. En un poético manifiesto proclama este: “Me dicen: la ciudad. Y yo respondo…: el campo. Con las emociones que dan las gredas, las arenas y los cuarzos: con las tierras de almagra alcalaínas, oliendo a mejorana, entre vegetales de sándalo, con las hojas secas de lija, y un arroyo de juncos con puntos de acero galvanizado; con las tierras de alcaén de la Sagra toledana y los olivos, de tordos negros cuajados; también un sapo venenoso con amargor de retama y sabor de rana viva; y en el río, un pez saltando perseguido de lombrices… que a todo ello lo mojan las lluvias y el sol lo vuelve cieno; que todo tenga olor de tormentas y de rayos partiendo higueras; que se vuelva verde de légamo el picotazo de un mosquito…” [11].

Alberto y Palencia logran en aquellos años reunir a un pequeño grupo de artistas (el gran J. M. Díaz Caneja, cuya obra sigue plenamente vigente, la surrealista Maruja Mallo…) y de intelectuales y poetas como Lorca y Alberti, pero lo cierto es que, como señaló ya Carlos Areán, “la Escuela de Vallecas tuvo más importancia todavía como mantenedora de un clima que como posibilidad de acción coordinada”: la guerra interrumpe la aventura vallecana y su semilla germina realmente hacia 1939, cuando un grupo de jóvenes artistas que se había formado bajo la tutela de Daniel Vázquez Díaz y en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, entra en contacto con un Palencia maduro (Alberto se había exiliado), respetado y ya exclusivamente paisajista.

Los administradores de este legado fueron Álvaro Delgado, Cirilo Martínez Novillo, Luis García Ochoa, Menchu Gal, Agustín Redondela, Francisco San José y algunos otros componentes del núcleo de la Escuela de Madrid. No cabe duda de que tanto su firme compromiso con la figuración renovada en medio de la tempestad informalista como su adentrarse en el paisaje español –sin descuido de las tradiciones y de las gentes- favorecieron el desarrollo de una entera generación de artistas que trabajó entre los años cuarenta y setenta. El propio Martínez Cerezo, en la que sigue pareciéndome la obra definitiva sobre la Escuela [12], incluye en ella a los más eminentes paisajistas españoles de las últimas décadas –Ortega Muñoz, Díaz Caneja, Gregorio del Olmo, Vaquero Palacios, etc…- pero también a dos centenares de artistas figurativos que mantienen con la Escuela lazos diversos, ya sean generacionales o estilísticos: Alcaín, Alcorlo, Barjola, Estruga, Guijarro, Paredes Jardiel, Úbeda, Cristino de Vera, Zarco…

Por su parte, los llamados realistas o hiperrealistas españoles que triunfaron en los años sesenta exploran ese nuevo paisaje, domesticado e inevitablemente degradado, nada bello y nada pintoresco, que es la urbe. Por sí mismo, este diálogo que los artistas establecen entre el género del paisaje tradicional y el retrato de ese nuevo -e “indigno de ser pintado”- entorno al que fueron arrojados millones de españoles en los años del desarrollismo, constituye sin duda una reflexión sobre la acelerada domesticación del paisaje y sus consecuencias para el hombre y para el arte. Pero lo que subyace en sus obras –especialmente en las de sus primeras épocas, que son por ello las más interesantes- es de hecho esa conmoción que causa en el emigrante el encuentro con el nuevo entorno, cuando no una añoranza del mundo rural: Cristóbal Toral se hace famoso con sus estaciones, sus salas de espera y, sobre todo, con esas ajadas maletas, reventadas y encordadas, convertidas en símbolo del desarraigo; Eduardo Naranjo, con sus viejas fotografías… Y a la casa familiar, en el pueblo o la pequeña ciudad de provincias, regresan Antonio López, Manuel Villaseñor y los hermanos López Hernández para pintar algunas de sus obras más conocidas… Todos ellos, cuando miran la ciudad, ven esa soledad, esa deshumanización, esa sensación de pérdida y vacío que son consustanciales a la sociedad de consumo y que se manifiestan en sus grises templos: la fábrica, el suburbio, el apartamento, el metro… Los antropólogos han demostrado que ciertos mecanismos mentales, un vocabulario específico, fuertes y arcanos lazos afectivos entre el hombre y la naturaleza, desaparecen efectivamente cuando este se ve atrapado en un entorno artificial y urbano, provocando su pérdida una sensación de orfandad y desesperanza: “No hay tampoco quien no sienta la belleza del campo en su natural sencillez: espectáculo consolador para el alma del artista, especialmente para el que vive en las grandes poblaciones, donde todo es contrario al natural, donde es artificial cuanto nos rodea, donde hasta nosotros mismos nos constituimos en seres artificiales” [13], decíase ya en el siglo XIX.

Pero en cualquier caso, importan aquí las dramáticas consecuencias que la domesticación del paisaje acarrea para el alma humana, no para el medio natural; mientras que hoy, la situación se ha vuelto tan preocupante que tendemos inconscientemente a pensar lo contrario: “En ciertas corrientes ecologistas desviatorias se apuesta en primer término a la naturaleza en lugar del hombre. Ya no predican que el desastre ecológico es desastre, justamente, porque hace peligrar a la humanidad sino porque el ser humano ha atentado contra la naturaleza. (…) Estas corrientes se inscriben también en el anti-humanismo porque en el fondo desprecian al ser humano. Sus mentores se desprecian a sí mismos, reflejando las tendencias nihilistas y suicidas a la moda” [14].

Todos los realistas españoles tratan hoy el paisaje, tanto rural como urbano, y sus sensibilidades abarcan un amplio espectro, que va desde lo crudo y descarnado (Roberto González Fernández), hasta el lirismo (Carmen Laffón) pasando por la recuperación de cierta visión academicista (Muñoz Vera y su Escuela de Chinchón) o romántica (José Manuel Ballester). A ellos se les sumarían los hoy llamados neometafísicos, más proclives a lo imaginario y preocupados por formas de soledad y de vacío que nos trasladan al territorio de lo enigmático o lo presentido. Y debemos mencionar aquí, aunque obviamente su estudio excede el ámbito de este artículo, esa forma no tradicional –mas sí pictórica- de tratar el paisaje que floreció a finales de los 60 y que se conoce como Land Art o Earth Art: “más que representarlo, un gran número de artistas prefirieron entrar en él, emplear sus materiales y trabajar con sus elementos más sobresalientes. No describían el paisaje sino que lo comprometían, su arte no era del paisaje sino en el paisaje” [15]. El Land Art es arte ecológico en estado muy puro y, como se ha dicho a menudo, no es crítico, ni reivindicativo, ni participa de ese “anti-humanismo” que define Silo.

Sin embargo, ni conceptual ni técnicamente puede relacionarse a los artistas adscritos a estas corrientes con la pintura expresionista de la mayoría de los llamados nuevos paisajistas españoles: la real y tangible tradición paisajística en España la perpetúan en mi opinión aquellos a los que a menudo he considerado como los herederos de la Escuela de Madrid y que lo son, precisamente, porque su pintura nace del amor al paisaje (especialmente el ibérico), del respeto a la tradición pictórica española –que no al cuadro-objeto-, del sentimiento del paisaje y al dictado del paisaje. Todos ellos, por lo demás, enfatizan, transforman y deforman; todos se hallan formalmente próximos al expresionismo y, pese a la distancia que les separa de él –la industria del arte abre abismos-, suelen admirar a ese gran expresionista y pintor de la Tierra que es Barceló, deudor él mismo de la tradición alemana.

 

  1. El paisajismo hoy

 

Este paisajismo español actual le debe mucho a José Sánchez-Carralero, Catedrático de Paisaje en la madrileña Facultad de San Fernando, hombre culto, nada torpe en el manejo de letras y palabras e insobornable pintor, que ha dejado a lo largo de su trayectoria su huella en una entera generación de pintores además de numerosos testimonios de su ideario. Para él, “la pintura de paisaje brinda grandes posibilidades de libertad, posibilidades que han aprovechado tanto los pintores cómodos y vacíos como los más exigentes y creativos. (…) Los responsables de lo que representa la libertad creativa han aceptado y entendido el paisaje como un reto, dejando con sus obras grandes aportaciones que han ayudado a modificar nuestra visión para sentir y entender mejor el acontecimiento natural que nos rodea”. Tanto el acercamiento amoroso a la naturaleza como la búsqueda de la belleza son para él vías de conocimiento puesto que “cada hombre, en la medida en que desarrolle sus potencialidades y su comprensión de la naturaleza en relación con su yo, así colaborará a construir positivamente tanto a la naturaleza como a sí mismo, dependiendo de ello su trascendencia y su felicidad, el ser o no ser. Esta comprensión le llevará a entender la vida bajo el signo del amor, surgiendo de este modo las actitudes necesariamente bellas, es decir la actitud estética” (en parecidos términos se expresa, como veremos, Stefano Zecchi). Y, al final de su Olvidar lo aprendido [16], sugiere algo que es de interés para nuestra tesis: “generalmente, la temática del paisaje apareció de manera más o menos generalizada y significativa en momentos coincidentes con una visión filosófica del hombre basada en la desegolatrización, orientada hacia la apertura e integración con el entorno, tanto inmediato como cosmogónico; abarcando lo tangible y lo intangible, la poesía y el misterio”. Es decir, que el paisajismo es y crea cosmogonía.

En la estela de Carralero o de José Mª Rueda, impulsores de unas ya míticas becas, se sitúa toda una generación de pintores expresionistas que han hecho del paisaje el eje de su producción pictórica y desde finales de los ochenta varias galerías promocionan con éxito a estos jóvenes, la mayoría de los cuales realizó su primera individual antes de licenciarse. Los caracteriza ese mismo ascetismo, esa austeridad, ese contagiarse la tela de la severidad del paisaje ibérico, que hallamos en los pintores de la Joven Escuela Madrileña y que, evidentemente, no participan de esa visión pesimista de la naturaleza que hemos ido construyendo a lo largo de las últimas décadas. Lo que cuadros como los suyos nos devuelven es, al contrario, esa cierta plenitud o ese gozo que embarga al hombre cuando se sumerge en la naturaleza: una drástica reducción de la ansiedad, una puesta en marcha del mecanismo atrofiado, un afloramiento de pensamientos olvidados… El arte oficial, en cambio, tiende a ser urbano y a adaptarse a los gustos y los tiempos del urbanita: “La ciudad es el objeto del arte porque sólo en ella se puede experimentar y producir lo moderno, que es un conjunto de hechos fugitivos, instantáneos, fragmentarios y sin continuidad; lo que estaría muy bien si no fuera porque todo esto no tiene más que un posible destinatario, un personaje capaz de ver rápidamente y sacar significados provisionales de sus observaciones, así como de interpretar el grupo del que forma parte, la multitud, y su única patria, la ciudad” [17].

 

  1. La hora de los encuentros

 

A medida que se desarrolla la antítesis (se ha partido, recordémoslo, de la improbable existencia del paisaje en la era de la total cosificación de la naturaleza), hay una palabra que empieza a aparecer insistentemente, emergiendo de los textos y de la actitud misma de todos esos solitarios que, desde hace casi dos siglos, salen al campo pertrechados con sus lienzos y pinceles: libertad, sí, ya se ha dicho; pero esa es inherente al artista y se supone que a todo hombre en el agrietado mundo libre que nos legó la Ilustración; la palabra, de uso mucho más incómodo, es amor. “Ya es hora de que comience una conquista inversa, la de nosotros mismos por nuestras más amables potencialidades y no la del entorno y los otros. Una conquista que no se salde con la aculturación sino con cultura, ésa que es sencillamente amor y respeto a lo que somos y a lo que nos permite ser” [18], decía Joaquín Araújo precisamente en la casa de uno de los artistas que con mayor prontitud y clarividencia planteó la necesidad de un nuevo modelo urbanístico amoroso y respetuoso: César Manrique, celoso guardián de Lanzarote, mecenas, y pionero de la arquitectura ecológica.

Discurso aquel del que abusaré ahora porque representa el reverso luminoso de la siniestra y deprimente tesis, la niega, la desbarata punto por punto: “sólo liberándonos de una tiranía autoimpuesta, como es la de valorar al tiempo a través de la velocidad en consumirlo, podremos acercarnos a una de las facetas más constructivas del hecho de estar vivo: disfrutar de la lentitud”; acompasamos ya nuestro andar a lo que llamé el ritmo majestuoso de Gaia; y de paso, al de Luis González Robles, el exquisito comisario que fabricó el mito del informalismo español: “el hombre que corre pierde la dignidad”, le dijo una vez al joven y estresado crítico; así, el dandysmo es ecología, porque es cultura y placer de vivir: lo que Araújo llama “artistización, es decir, la recuperación de la belleza de la Naturaleza y de nuestras conductas en ella”. ¿Se necesita más? “El sentimiento de la naturaleza, el amor culto y sereno a los entornos naturales, es la cima de la civilización y de la Cultura”, afirmaba Unamuno hace más de medio siglo; “lo más importante de la obra de arte no es la técnica, sino el palpitar que de amor a la humanidad tenga la obra”, sentencia Henry Moore… Y Roger Garaudy, al que invoca Araújo: para salir del impasse tenemos que “contemplar a nuestro planeta como lo que es: una verdadera obra de arte; pero al mismo tiempo, empezar a contemplarnos a nosotros mismos como los artistas que vamos a culminar esa obra de arte”; y con razón, exclama: “¡Cómo concuerda la trayectoria de César Manrique con esta apreciación!”…

Porque es tiempo ya de felices reencuentros, de luz y aire: ahí están, en lugar destacado, los pioneros, artífices de las primeras agrupaciones de paisajistas: “Propio es en efecto de nuestra organización amar la naturaleza,  y recrearnos con la vista de los árboles y las flores, de los montes y de los valles, en cuya presencia respira el alma con esa expansión a que no le es dado entregarse en medio del tráfago mundanal y encerrada en el recinto de las ciudades” [19]; junto a ellos –qué importan los siglos-, los artífices del Land Art, que “se rebelan contra la tiranía de los entes abstractos, desprovistos de expresión y emotividad, recuperando la naturaleza y el paisaje para el arte” (Maderuelo), o los hábiles especialistas de la pintura rápida, que llegada la primavera son convocados a innumerables certámenes por toda la geografía española y efectivamente la recorren, a menudo con sus familias, reencontrándose ellos mismos con ese campo del que viven y con sus muchos compañeros de fatigas; aquí está también, presidiendo acaso la reunión, la ciencia nueva, accesible y hermosa: “Por ello Ecología es una ciencia con alma, es una ciencia para la vida, es la ciencia de los puentes y no de las fronteras, de la sutura y no de la saturación, del encuentro con la adolescencia común de la humanidad que es la Naturaleza. Es la ciencia por fin de todos y no de una elite o un puñado de elegidos (…). Es, al fin, una ciencia filosófica, es una filosofía de la ciencia. En muchos sentidos entronca con enfoques propios del humanismo. E, incluso, destroza el apabullante dominio de la especialidad y dignifica el generalismo” (Araújo); y a su lado, el humanismo de Giorgione, que es la luz de Carralero, maestro de paisajistas del siglo XXI: “Este provocó un importante cambio, una decisiva renovación que supuso el abandono de un mundo egocéntrico, que terminó secándose en sí mismo, y cuyo principal protagonista en pintura era la figura humana. (…) Giorgione invirtió este protagonismo, hasta entonces fundamental, pasando la figura humana a ser un elemento más de la naturaleza y todo, a su vez, bajo el denominador común de luz totalizadora  como enfoque de un mundo abierto y poético, en el que el hombre abandona su incuestionabilidad y prioridad sobre el cosmos para incorporarse desde su humilde pero importante pequeñez” [20]

Y están los jóvenes paisajistas, certificando que “la entrega artística sin concesiones da libertad” y que la creación es un acto poético, máxima expresión de la subjetividad, testimonio de una inocencia y una pureza que no han de sernos arrebatadas. Unos simplemente en su jardín, espacio natural protegido y hecho a su medida que no por ello deja de ser naturaleza, el hogar acogedor del hombre (porque también en el Romanticismo nace ese otro paisajismo que es la cultura del parque y el jardín); otros, en algún lugar de ese paisaje español que aún los llama. Toda esta pintura no es alegre –ningún expresionismo lo es- y tiende a tornarse oscura: los fantasmas existen –y aprenden rápido-, como existe el desgarro en la Tierra y el Hombre. Pero poco importa porque sabemos ya que su melancolía no es el Social Anxiety Disorder que repentinamente se apodera del urbanita. Al contrario, con su pintar visceral, con su trémulo gesto, con su emoción vertida, el artista desenmascara cuanto de falaz hay en el fatalismo nihilista que, como reptil, se infiltró en el alma humana a lo largo del siglo XX: “nos sentimos culpables de la degradación del mundo, pero no nos sentimos responsables de su belleza”, se lamenta Zecchi [21].

¿Culpables? La negatividad moderna mallarméana ha degenerado, en las sociedades aburguesadas, en una cultura de la queja y esta a su vez, a medida que crecía monstruosamente la industria mediático-propagandística, en una cultura de la admonición que se dota de una sólida coartada moral a la que damos el nombre lamentable de “concienciación” (es decir, reprobación o reproche): concienciar al prójimo de lo que a uno le molesta o le interesa resulta más rentable que actuar uno mismo, ya que lo primero se lleva a cabo a través de un canal o de un grupo de presión (ambos de pago) y lo segundo, directamente y en silencio; políticos, funcionarios, comunicadores y artistas, convertidos en profesionales de la concienciación más o menos masiva y fatalmente estéril, contribuyen a la propagación de un paralizante sentimiento de culpa.

Y será precisamente esto lo que nos permita distinguir a quienes aspiran a construirse a sí mismos en armonía con la naturaleza participando así de la inaplazable estetización del mundo, de aquellos otros que se limitan a diseccionar la angustia causada por una pesadilla que –nunca mejor dicho- es artificial, cuando no a perpetuar la farsa desde su privilegiada posición de concienciadores; a los artistas y los poetas de los oportunistas fabricantes de lustrosos objetos sin alma destinados al ególatra ensimismado, ansioso y velocísimo que se ahoga en su montón de cosas. Y será esto, también, lo que nos permitirá justificar, no tanto la indiscutible existencia de un paisaje malherido pero vivo que tal vez haya sido puesto ahí, no para sino por nosotros, cuanto la necesidad de curarnos nosotros ensanchando nuestra percepción: “la experiencia de la belleza es un tipo de conocimiento que el nihilismo de este siglo nos ha negado”, escribe Zecchi, sugiriendo así que la vía clausurada era y es nada menos que un maravillarse, que el verdadero aprendizaje de la vida sólo es posible en el más hermoso de los paisajes…

Así, tanto la Gaia desalmada que resulta de una visión perfectamente objetiva de la naturaleza, sofisticado perpetuum mobile hecho a imagen de una utópica infinitud de la que, paradójicamente, se descree, como la Gaia-cyborg, retrato de nuestro moderno y reciente modus vivendi acelerado y despilfarrador, son de hecho los monstruosos productos de una misma pesadilla –el antiguo sueño de la razón– y, como tales, irreales visiones. Se desvanecen éstas cuando irrumpe el ser ausente y dado al olvido de su condición -“acuérdense de sí mismos”, les decía siempre a sus discípulos el extraño señor Gurdjieff-, cuya inteligencia ha de permitirle, no sólo buscar y hallar su lugar y su razón de ser en el Universo, sino hacerlo con tanta elegancia que su respuesta son y serán las más bellas obras de arte y las más inspiradas palabras. Aparece aquí el veneciano Giorgione, protagonista de ese último capítulo, “breve esbozo de lo que me gustaría que fuera un amplio estudio que desearía abordar algún día” del libro de Carralero; nos reencontramos con los escritores y pintores románticos, valerosos y frágiles juguetes de lo inefable, persuadidos de la “íntima e ingenua unidad del hombre y la naturaleza”; con el Carus que predica la renuncia a los bienes materiales, con los paisajistas españoles del XIX, conscientes ya -¡tan pronto..!- de que la ciudad es sucia y ruidosa morada, indigna del alma; con sus continuadores madrileños, descubridores de ese paisaje español hecho de tierras y gentes que hechizó ya a George Borrow, Jorgito el inglés, el romántico viajero; con las creaciones de César Manrique, que acaso hayan de ser vistas en la nueva era como los ingenuos balbuceos del niño que quiere crecer.

Porque el pintor de paisajes, desde su humilde posición frente a la grandeza del mundo natural y al discurso artístico dominante, celebra el amoroso encuentro con la naturaleza y manifiesta con y en su obra que, si bien el hombre es especie superior, no significa esto que el resto de las criaturas sean incapaces de dar respuesta a sus inquietudes, sus problemas y sus necesidades estéticas: el objeto, fetichizado por el dadaísmo hace casi cien años y reducido a la condición de fétido urinario por el más lúcido de sus manipuladores, no nos da nada, no nos habla de lo Otro; sólo nos retrata tal y como somos en nuestro mundo de objetos. El paisajista en cambio, como depositario de un legado pictórico típicamente romántico, sabe de la voz de la naturaleza y participa así de un posible humanismo de raíz ecologista que se abre a una nueva edad. Esta es, en definitiva, la situación del paisajismo en la era de la extinción masiva. Como no podía ser de otro modo: lo contrario hubiera significado que el arte era otra gran mentira; que el artista no lo convoca; que la Naturaleza no fue siempre su maestra; que a través suyo no se abre paso la voz de la Tierra. Esa que desde antiguo le atrae hacia sí, no para dictarle urgentes medidas, ni para convertirle en un concienciador más, sino para darle la brisa, el aroma, el canto, el color y el consuelo.

Javier Rubio Nomblot

 

[1] Javier Arnaldo. Prólogo a: Carl Gustav Carus. Cartas y anotaciones sobre la pintura de paisaje. Visor Dis, Madrid, 1992.

[2] Alejandro Jodorowsky. Psicomagia. Random House Mondadori, Barcelona, 2005.

[3] Mary B. Shelley. Frankenstein o el moderno Prometeo. Prólogo a la edición de 1831.

[4] F. C. Serraller y Á. González. Paisaje español entre el realismo y el impresionismo. Cat. Galería Multitud, Madrid, 1976.

[5] Anónimo (Pseudo Longino). Sobre lo sublime. Bosch, Barcelona, 1977.

[6] Carl Gustav Carus. Op. Cit..

[7] Javier Maderuelo. Nuevas visiones de lo pintoresco. El paisaje como arte. Fundación César Manrique, Lanzarote, 1996.

[8] Ibíd.

[9] Jaime Morera. Citado por F. C. Serraller y Á. González. Op. Cit. Conviene recordar, no obstante, que la existencia de un verdadero impresionismo en España es muy dudosa.

[10] Raúl Chávarri. Mito y realidad de la Escuela de Vallecas, Madrid, 1975.

[11] Publicado en la revista Artes en 1933. Recogido en: Enrique Azcoaga. Alberto. Ministerio de Educación y Ciencia, 1974.

[12] Antonio Martínez Cerezo. La Escuela de Madrid. Ibérico Europea de Ediciones, Madrid, 1977.

[13] Federico de Madrazo, 1872. Citado por F. C. Serraller y Á. González. Op. Cit.

[14] Silo. Obras Completas (Vol I),

[15] John Beardsley, 1984. Citado por Javier Maderuelo. Nuevas visiones de lo pintoresco. El paisaje como arte. Fundación César Manrique, Lanzarote, 1996.

[16] José Sánchez-Carralero. Olvidar lo aprendido. Junta de Castilla y León, 2000.

[17] Horacio Fernández. Ciudad. Cat. Photo España, Madrid, 2005.

[18] Joaquín Araújo. La cultura ecológica. Fundación César Manrique, Lanzarote, 1995.

[19] Nicolás Gato de Lema, 1858. Citado en: F. Calvo Serraller y Ángel González. Op. Cit.

[20] J. S Carralero. Op. Cit.

[21] Stefano Zecchi. La belleza. Tecnos, Madrid, 1994.

Entrevista a Lidia Beltrá García

Por Mª Dolores Barreda Pérez

Realiza sus prácticas en la Asociación Española de Pintores y Escultores, en el Departamento de Comunicación.

“Ha sido una gran oportunidad el haber trabajado en la AEPE porque me ha obligado a crecer a mí también como artista”

Lidia Beltrá García ha realizado sus prácticas en la Asociación Española de Pintores y Escultores, en el Departamento de Comunicación, y actualmente cursa Comunicación Audiovisual con mención en publicidad del cuarto año de carrera en la Univesidad Camilo José Cela.

Con seis meses de experiencia profesional dentro del mundo de la televisión, habiendo sido ayudante de cámara en “La Sexta Noticias” y ayudante de realización en 13TV. Además de otros trabajos profesionales por cuenta propia, como la participación en “La liga de la publicidad” y ayudante de producción en el corto, “El moroso cataléptico”.

Entre sus cualidades destaca la edición de videos e imágenes con programas profesionales como son premier, after effets, final cut, illustrator o avid, entre otros. Y entre sus aficiones, la música y el cine.

¿Conocías la Asociación Española de Pintores y Escultores antes de pensar en tus prácticas?

L.B.: No conocí la Asociación Española de Pintores y Escultores hasta que no entre en el pranet para buscar mis prácticas profesionales.

¿Por qué has elegido la Asociación Española de Pintores y Escultores para hacer las prácticas?

L.B.: En primer lugar, cuando decidí hacer la entrevista para ver si me seleccionaban, lo primero que pensé fue que era un lugar curioso y muy distinto a lo que otros compañeros estaban haciendo e incluso yo había hecho. Por otro lado, me motivo la idea de explotar mi lado creativo y sobre todo de ampliar mis conocimientos del mundo del arte.

Ahora que conoces la Asociación Española de Pintores y Escultores desde dentro, ¿cómo la valoras?

L.B.: Trabajar con la AEPE ha hecho crecer mi conocimiento, no solo por el hecho de conocer más desde dentro un lugar que antes no conocía, sino por mi necesidad de formarme en la utilización de nuevas herramientas de edición que antes no utilizaba. Valoro como una gran oportunidad haber trabajado en esta asociación que, en cierto modo, me ha obligado a crecer a mí también como artista.

Acabamos de cumplir 107 años de historia, ¿cómo crees que la AEPE está afrontando el futuro?

L.B.: La AEPE acaba de cumplir 107 años de historia, y no me extrañaría que volviera a cumplir otros 107 años en el futuro ya que uno de mis papeles dentro de la asociación, ha sido el de tratar de acercar la asociación a los jóvenes artistas como una oportunidad de futuro para ellos. Y no dudo en que ellos estarán encantados de aceptar a otros jóvenes como yo con nuevas ideas.

¿Cómo explicarías a un amigo qué hace la AEPE?

L.B.:  La AEPE es una asociación sin ánimo de lucro que apuesta por el artista haciéndole crecer como tal. Al fin y al cabo, es un lugar donde conocerás a gente con tus mismos gustos y pasiones, y que te harán crecer como artista o amante del arte.

¿Te has sentido a gusto realizando aquí tus prácticas?

L.B.: Por supuesto que me he sentido a gusto realizando mis prácticas en AEPE. Me sentí acogida desde el principio, como si fuera una más. Incluso sin considerarme ser una artista, aquí me han hecho sentirme como tal.

¿Qué te llevas de nuestra institución?

L.B.: Me llevo todas y cada una de las obras que he visto pasar por allí sin haber conocido a su artista. Sobre todo, me llevo haber podido vivir desde la experiencia de un gran certamen como es el 52 Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura.

¿Qué crees que has aportado a la entidad?

L.B.: Juventud y dinamismo dentro de las diferentes plataformas en las que AEPE se da a conocer.

Aurelia Navarro Moreno

Por Mª Dolores Barreda Pérez

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LAS PRIMERAS ARTISTAS DE LA

ASOCIACION ESPAÑOLA DE PINTORES Y ESCULTORES

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Desde su fundación en 1910, y después de haber tratado en anteriores números a las Socias Fundadoras de la entidad, y las participantes en el primer Salón de Otoño, vamos a ir recuperando de la memoria colectiva, el nombre de las primeras socias que vinieron a formar parte de la Asociación de Pintores y Escultores.

AURELIA NAVARRO MORENO

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Aurelia Navarro Moreno. Pintora. 1882. Granada – 9 de febrero de 1968, Granada.

Aurelia Navarro Moreno fue una pintora de formación decimonónica cuya infancia transcurrió en su casa natal de la Plaza Nueva, a la entrada del Generalife, en donde la belleza del paisaje y de la Alhambra, despertarían sus inquietudes pictóricas y serían un permanente estímulo plástico.

Allí tomaba apuntes desde bien pequeña, practicando con óleo, utilizando después estos radiantes jardines como fondos de muchas de sus obras de madurez.

Asistió a la Escuela de Artes y Oficios de Granada con el maestro José Larrocha y completó sus estudios con Tomás Muñoz Lucena, el maestro cordobés autor de la obra “El cadáver de Álvarez de Castro” con la que consiguió una de las más altas recompensas de la Exposición Nacional de Bellas Artes y que ejerció una decisiva influencia en la granadina.

Aurelia fue pensionada en Madrid por la Diputación Provincial de Granada, y ya en la capital, y animada por su maestro y por sus colegas López Mezquita y Rodríguez Acosta, participó en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

En la de 1904, con 22 años, obtuvo una Mención de Honor con “Sueño tranquilo”, estando presidido el Jurado por Joaquín Sorolla, al que tanto admiraba.

En la de 1906 con la obra “Retrato de señorita”, obtiene la Tercera Medalla del Jurado, presidido por Francisco Pradilla, mientras que en la Exposición Nacional de 1908 obtuvo otra Tercera Medalla por el cuadro “Desnudo”, convirtiéndose en una de las primeras artistas españolas en retratar un desnudo inspirado en la Venus del espejo de Velázquez.

El cuadro hoy en día se encuentra en la Diputación de Granada.

La obra gustó mucho a la crítica y al público y sobre todo, a la Infanta Doña Isabel, conocida popularmente como “La Chata”, que se entusiasmó con el desnudo y quiso conocer y felicitar personalmente a la autora, felicitada también por Julio Romero de Torres, con quien compartió gustos y conceptos estéticos.

El triunfo artístico de Aurelia Navarro hizo que su padre llegara a Madrid y se la llevara de vuelta a Granada, poniendo toda clase de trabas al desarrollo de su arte.

Allí y como ocaso de su brillante futuro, tomó parte en la Exposición de caricaturas y tarjetas postales organizada por el Centro Artístico de Granada en 1908 y en la colectiva de la misma entidad de 1916.

Ante los acontecimientos personales y las presiones sociales, resolvió ingresar en la orden religiosa de las Adoratrices en 1923, con sólo cuarenta años, siendo destinada a Roma en 1933.

En la vida conventual practicó también la pintura, como el gran retrato de la fundadora de la orden, la Madre Sacramento, que luego fue beatificada y para la que realizó un grandioso cuadro que fue presentado en el Vaticano y resultó todo un ejemplo del buen oficio de pintar.

Pero la vida religiosa conllevaba otra clase de limitaciones, que poco a poco fueron acabando con su vocación, reduciendo la tarea pictórica a temas de santoral y nuevas versiones de la fundadora.

Además de las obras citadas, de su producción desatacan “Niñas haciendo flores”, “Niña en el Carmen” y deliciosas tablas de mujeres con mantones.

La última etapa de su vida transcurrió en Córdoba, en el Convento de las Adoratrices, donde murió el 9 de febrero de 1968.

El tiempo fue sepultando sus obras en todos los sentidos. Se fueron desdibujando por la mala calidad de los materiales con las que fueron creadas, en su mayoría pasteles y acuarelas.

 

 

 

 

Fernanda Francés de Arribas

Por Mª Dolores Barreda Pérez

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LAS PRIMERAS ARTISTAS DE LA

ASOCIACION ESPAÑOLA DE PINTORES Y ESCULTORES

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Desde su fundación en 1910, y después de haber tratado en anteriores números a las Socias Fundadoras de la entidad, y las participantes en el primer Salón de Otoño, vamos a ir recuperando de la memoria colectiva, el nombre de las primeras socias que vinieron a formar parte de la Asociación de Pintores y Escultores.

FERNANDA FRANCES DE ARRIBAS

Fernanda Francés de Arribas. Pintora. Nacida en Valencia en 1862. Reside en Madrid, donde falleció en 1939.

Otros nombres o sobrenombres con los que también firmaba sus obras son: Fernanda Francés Mexía de Arribas y Fernanda Francés y Arribas de Vallcorba.

Fue discípula junto a su hermano Juan Francés Mexía, de Plácido Francés y Pascual, su propio padre, pintor que cultivó la temática histórica de “Las Casacas”, costumbres populares, retratos y paisajes, así como la ilustración y la pintura decorativa para locales públicos, casas residenciales o palacios, como el del Marqués de Dos Aguas en Valencia, en el que colaboró con su primo, el también pintor Emilio Sala.

Recordemos que Plácido Frances fue uno de los precursores y gran maestro de la técnica de la acuarela en España, teniendo como discípulos, además de a sus propios hijos, a Martínez Cubells, Emilio Sala, Pinazo, Domingo Marquez,…

Fernanda Francés fue profesora de la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, cátedra de Pintura que obtuvo por oposición en 1888. Posteriormente obtuvo también la cátedra de Pintura de la Escuela del Hogar de Madrid.

Se unió en matrimonio el 2 de diciembre de 1893 con Cayetano Vallcorba y Mexía, Profesor también de la Escuela de Artes. Ella estaba soltera, tenía 31 años y vivía en la Calle Atocha número 18.

Su marido era también pintor, granadino, discípulo de Alejandro Ferrant y de Plácido Francés, y tomó parte en catorce Exposiciones Nacionales entre 1884 y 1917, con obra también en el Museo del Prado, titulada “Las flores de mayo”, que fue Tercera Medalla en la Exposición Nacional de 1892.

Especializada en pintura de flores y bodegones, a partir de 1881 concurrió con asiduidad a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. En la de 1887 obtuvo una mención honorífica y en la de 1890 una Tercera Medalla por la obra titulada “Jarrón de lilas”, que se exhibe en el Museo del Prado.

En la Exposición Nacional de 1897 fue premiada con una Segunda Medalla por el cuadro titulado “Ostras y pájaros”, mientras que en la de 1912 obtuvo una condecoración.

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Una brevísima biografía en la que podemos sacar como conclusión el ambiente artístico que rodeó a lo largo de toda su vida a Fernanda. Hija, hermana, prima y esposa de pintores, que sin embargo destacó con voz propia en el mundo artístico de la época.

Significativo es también el hecho de que Fernanda Francés y Arribas fuera la primera mujer que participó en una exposición Pinelo. Era éste un pintor gaditano cuyas obras no eran realmente bien consideradas, pero que dedicó su vida entera a promocionar la pintura andaluza en Buenos Aires.

La primera Exposición Pinelo tuvo lugar en 1902, con más de 130 obras de 28 autores de la talla de Jiménez Aranda, Gonzalo Bilbao, Padilla, Zuloaga o Muñoz Degrain.

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